En la elección de su vice, Cristina resumió toda su experiencia política de los últimos años. Había dos posibilidades: que eligiera a un candidato equis para tender puentes con el pejotismo más tradicional o que profundizara el perfil anticorporativo del gobierno buscando a alguien de mucha lealtad.
Es obvio que descartó lo primero –quizá mensurando la experiencia amarga de las “testimoniales” y el alto precio de apoyarse en un aparato infiel, inspirado siempre en la propia conveniencia–, y se inclinó por lo segundo, en línea con dos señales previas muy importantes: el lanzamiento de su candidatura a la reelección al mismo tiempo que anunciaba la democratización de las licencias con la TV digital y la bendición a Gabriel Mariotto, emblema de la Ley de Medios de la Democracia, como segundo de Daniel Scioli en la provincia de Buenos Aires.
Amado Boudou no sólo puso el cuerpo en la pelea antimonopólica contra Clarín, sino que fue el primer ministro de Economía que le dijo no a Techint, del ala dura de la Asociación Empresaria Argentina (AEA). Cuando discutió con Luis Betnaza, mano derecha de Paolo Rocca, por los directores estatales de la ANSES en los directorios privados, ante la oferta de Techint de nombrar uno por consenso, lo dejó claro, sin medias tintas: “Es Axel Kicillof o Axel Kicillof, por orden de la jefa de Estado.” El comportamiento de un soldado convencido. Por algo Cristina lo sustrajo de la batalla porteña: le tenía reservado un puesto de lucha mucho más relevante, como soporte de su futuro gobierno si logra ser reelegida.
Teniendo en cuenta sus antecedentes juveniles en la periferia liberal, la firmeza que opuso a los grupos corporativos fue inmensamente valorada en la Casa Rosada. Cristina misma se encargó ayer de destacar las tres virtudes que la decidieron a elegirlo: la lealtad insobornable, la defensa del modelo contra los que proponían enfriar la economía ante la crisis financiera y el coraje para cambiar en un mundo que cambia de modo constante.
No es un detalle menor que Boudou, un marplatense que no proviene de la rudeza patagónica ni de sus paisajes ralos y ventosos, se haya ganado la difícil confianza del kirchnerismo puro, después de la herida en el alma que les provocó a estos la deserción calculada de Alberto Fernández, un “extranjero” al que habían adoptado como baqueano para no perderse entre las luces de la gran ciudad y los dejó manejando a oscuras y de contramano por la Avenida Corrientes, a las seis de la tarde.
Con esta decisión de Cristina, se confirma una vez más que el kirchnerismo es, ante todo, resultado de las relecturas obligadas que derivan de sus tropiezos y una gran voluntad por acertar, más tarde o más temprano.
Si alguna vez cedió en la idea de negociar con los grupos concentrados para preservar la gobernabilidad, la experiencia del conflicto por la 125 los convenció de todo lo contrario. La agenda más progresista de ese gobierno nació, precisamente, de la profundización de sus postulados más intransigentes.
Ayer mismo, la presencia como invitada en la Quinta de Olivos de Hebe de Bonafini no puede sino leerse como un desafío a los grupos comunicacionales conservadores que atacan a las Madres de Plaza de Mayo, buscando lastimar a todo el movimiento de Derechos Humanos que apoya las políticas oficiales de Memoria, Verdad y Justicia.
Como gran envase epocal, donde confluyen diversas corrientes e identidades que recelan entre sí por razones culturales, ideológicas y hasta estéticas pero que reconocen en el liderazgo de Cristina un rumbo y una oportunidad que las contiene a todas, el kirchnerismo demostró esta semana de candidaturas que no hay vuelta atrás en su proyecto. Va por más. El mensaje es contundente.
Es un fenómeno político que funciona como exacta contracara del posibilismo alfonsinista, del cinismo menemista y de la frustración aliancista. Habla del futuro, el kirchnerismo, con una convicción que no tiene correlato en ninguna variante opositora de las conocidas hasta ahora.
Es prematuro hablar de 2015, cuando todavía no se conocen los resultados de octubre próximo. Pero quizá Cristina ayer haya elegido algo más que un vicepresidente leal, después de la frustración cobista.
La historia está abierta. La Argentina conservadora hace bien, por estas horas, en desconfiar y mascullar bronca.
No hay señales de repliegue K en el horizonte.
Más bien está ocurriendo lo contrario.
Es obvio que descartó lo primero –quizá mensurando la experiencia amarga de las “testimoniales” y el alto precio de apoyarse en un aparato infiel, inspirado siempre en la propia conveniencia–, y se inclinó por lo segundo, en línea con dos señales previas muy importantes: el lanzamiento de su candidatura a la reelección al mismo tiempo que anunciaba la democratización de las licencias con la TV digital y la bendición a Gabriel Mariotto, emblema de la Ley de Medios de la Democracia, como segundo de Daniel Scioli en la provincia de Buenos Aires.
Amado Boudou no sólo puso el cuerpo en la pelea antimonopólica contra Clarín, sino que fue el primer ministro de Economía que le dijo no a Techint, del ala dura de la Asociación Empresaria Argentina (AEA). Cuando discutió con Luis Betnaza, mano derecha de Paolo Rocca, por los directores estatales de la ANSES en los directorios privados, ante la oferta de Techint de nombrar uno por consenso, lo dejó claro, sin medias tintas: “Es Axel Kicillof o Axel Kicillof, por orden de la jefa de Estado.” El comportamiento de un soldado convencido. Por algo Cristina lo sustrajo de la batalla porteña: le tenía reservado un puesto de lucha mucho más relevante, como soporte de su futuro gobierno si logra ser reelegida.
Teniendo en cuenta sus antecedentes juveniles en la periferia liberal, la firmeza que opuso a los grupos corporativos fue inmensamente valorada en la Casa Rosada. Cristina misma se encargó ayer de destacar las tres virtudes que la decidieron a elegirlo: la lealtad insobornable, la defensa del modelo contra los que proponían enfriar la economía ante la crisis financiera y el coraje para cambiar en un mundo que cambia de modo constante.
No es un detalle menor que Boudou, un marplatense que no proviene de la rudeza patagónica ni de sus paisajes ralos y ventosos, se haya ganado la difícil confianza del kirchnerismo puro, después de la herida en el alma que les provocó a estos la deserción calculada de Alberto Fernández, un “extranjero” al que habían adoptado como baqueano para no perderse entre las luces de la gran ciudad y los dejó manejando a oscuras y de contramano por la Avenida Corrientes, a las seis de la tarde.
Con esta decisión de Cristina, se confirma una vez más que el kirchnerismo es, ante todo, resultado de las relecturas obligadas que derivan de sus tropiezos y una gran voluntad por acertar, más tarde o más temprano.
Si alguna vez cedió en la idea de negociar con los grupos concentrados para preservar la gobernabilidad, la experiencia del conflicto por la 125 los convenció de todo lo contrario. La agenda más progresista de ese gobierno nació, precisamente, de la profundización de sus postulados más intransigentes.
Ayer mismo, la presencia como invitada en la Quinta de Olivos de Hebe de Bonafini no puede sino leerse como un desafío a los grupos comunicacionales conservadores que atacan a las Madres de Plaza de Mayo, buscando lastimar a todo el movimiento de Derechos Humanos que apoya las políticas oficiales de Memoria, Verdad y Justicia.
Como gran envase epocal, donde confluyen diversas corrientes e identidades que recelan entre sí por razones culturales, ideológicas y hasta estéticas pero que reconocen en el liderazgo de Cristina un rumbo y una oportunidad que las contiene a todas, el kirchnerismo demostró esta semana de candidaturas que no hay vuelta atrás en su proyecto. Va por más. El mensaje es contundente.
Es un fenómeno político que funciona como exacta contracara del posibilismo alfonsinista, del cinismo menemista y de la frustración aliancista. Habla del futuro, el kirchnerismo, con una convicción que no tiene correlato en ninguna variante opositora de las conocidas hasta ahora.
Es prematuro hablar de 2015, cuando todavía no se conocen los resultados de octubre próximo. Pero quizá Cristina ayer haya elegido algo más que un vicepresidente leal, después de la frustración cobista.
La historia está abierta. La Argentina conservadora hace bien, por estas horas, en desconfiar y mascullar bronca.
No hay señales de repliegue K en el horizonte.
Más bien está ocurriendo lo contrario.
Roberto Caballero
No hay comentarios:
Publicar un comentario