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lunes, 26 de mayo de 2014

¿Es necesario traicionar a Arturo Jauretche?

Arturo Jauretche

A cuarenta exactos años de la muerte de Arturo Jauretche, uno de los pensadores con mayor estilo propio del nacionalismo popular, su reaparición en la pantalla grande de todos los debates resulta, al mismo tiempo, una buena y una mala noticia. Desde hace casi una década, el autor del Medio pelo en la sociedad argentina, es revisitado, citado en los diarios, en la televisión, en las radios, homenajeado en muestras, mitificado por la militancia peronista e, incluso, celebrado por alguna banda de rock. Es una buena nueva, claro, porque siempre resulta un acto de justicia que uno de los tres mosqueteros del pensamiento nacional –junto a Raúl Scalabrini Ortiz y Juan José Hernández Arregui– sea reivindicado por generaciones de argentinos que tienen preocupaciones similares a las que tenía Jauretche. Pero también es una mala noticia, porque nos hace comprender que desde aquella fecha en que el autor del Manual de zonceras argentinas dijo que tenía que partir, quedó una fecha vacía en el almanaque de las ideas políticas del peronismo.
Citar hoy a Jauretche significa recordarnos que no ha habido otro pensador nacional que estuviera a su altura. Más que de sus virtudes, nos habla de nuestros fracasos. Por los caminos venturosos de las ideas argentinas campean Horacio González y José Pablo Feinmann, pero ni siquiera ellos se reconocerían a sí mismo como herederos de Jauretche o pensadores nacionales y populares en el sentido clásico del término. Hablar hoy de Jauretche es hablar de todos los Jauretches que no surgieron entre el 25 de mayo de 1974 y el día de hoy y también sintomatiza cierta necrosis del ideario nacional.
La presencia-ausencia de Jauretche es motivo de orgullo y alegría para todos aquellos que han cultivado sus libros. Saber que su obra trascendió al olvido de las academias y las universidades, al fuego y al acero de la dictadura militar, a las teorías de la globalización y el fin de la historia, no hace otra cosa que mostrar la vitalidad que sus libros pueden recuperar hoy en manos de los millones de jóvenes que se asoman a la política. Pero intuyo que si Jauretche viviera no se citaría a sí mismo con embobamiento dogmático. Más bien creo que nos invitaría a pensar nuevas categorías, aún cuando echara mano a viejas metodologías. Vale la pena recordar algunos puntos salientes de sus obras más importantes, para encontrar allí una forma de volver a encontrar "soluciones argentinas a los problemas de los argentinos".
En abril de 1968, la revista Confirmado entrevista a Arturo Jauretche. El periodista, que lo chuzea permanentemente, le pregunta: "Me parece que a usted le preocupa mucho el tema del medio pelo; en su libro, usted acusa a algunos escritores de ser expresión típica de ese medio social. Y usted mismo, ¿qué es? ¿Un aristócrata o qué?" El autor del libro, con honestidad intelectual, le contestó: "Puede ser que yo mismo sea, nomás, un hombre de medio pelo. Vivo en una sociedad que lo ubica a uno allí. Precisamente, estoy escribiendo un libro sobre estas cosas. Se llama Manual de zonceras argentinas, y allí confieso algunas de las zonceras en las que yo mismo he creído alguna vez. El libro va a tener varias páginas en blanco para que los lectores llenen ellos mismos las zonceras que puedan haber en él. Yo espero que el libro sea algo así como un Alka-Seltzer intelectual." 
La respuesta de Jauretche lo muestra cabalmente como modelo de pensador: honestidad intelectual, humildad para reconocer en sí mismo los errores que adjudica a la sociedad –porque es parte de ella misma y no de una casta de "intelectuales"– y, también, el "método jauretcheano", es decir, la principal herramienta de análisis de sus libros la observación inductiva y empírica de la sociedad para descubrir fenómenos sociales que describe por sobre la especulación teórica. Como dijo alguna vez, "esto requiere sacar todas nuestras cuestiones del plano estratosférico en que se desenvolvían y poner en primer término nuestro interés nacional y popular, es decir, llevar al plano de nuestra inteligencia política el modo común de ver las cosas por los hombres del pueblo, que sin el bagaje intelectual de su colonialismo mental acostumbraban a pensar sus problemas, estableciendo su magnitud e importancia en razón de su proximidad e interés inmediato."
El Medio pelo es hijo de esta metodología. Editado en 1966, no utiliza categorías académicas "europeas" para analizar el fenómeno aspiracional de la clase media argentina, sino que echa a mano a conceptos instalados en los decires populares para crear categorías sociológicas. "Guarango" y "tilingo" sirven, entonces, para ilustrar dos de las patologías en las que caen habitualmente los integrantes de las pequeñas burguesías urbanas portuarias.
El Manual de zonceras argentinas, publicado dos años después fue quizás uno de los libros más interesantes y divertidos del ensayo político argentino del siglo XX. En ese texto, Jauretche desarticuló los principales lugares comunes del pensamiento intelectual pero también del sentido común de los ciudadanos. Un capítulo especial merece la "madre de todas las zonceras" que no es otra que la dicotomía sarmientina de "civilización y/o barbarie" y que entronca en el gran debate nacional que atraviesa 200 años de historia.
Polémico, astuto, agudo, punzante, irónico, Jauretche utiliza dos de las armas más efectivas para combatir uno de los principales defectos de la creación intelectual y del sentido común de los argentinos: los sedimentos de una mentalidad colonial que todavía hoy operan en el entramado de los debates nacionales. En ese sentido, su ejemplo, no tanto en términos de repetición de sentencias sino en actitud crítica y metodológica nos puede ayudar a suplir la ausencia de un pensamiento nacional, popular, democrático que esté vivo y que dialogue con el siglo XXI. 
No hay posibilidad de mantener viva una tradición sino es traicionándola. Quien repite una tradición, lejos de mantenerla viva, le echa tierra en su sepultura, cristalizando formas vacías. El que repite no reflexiona. El que piensa se ve obligado a cuestionar, actualizar, traicionar aquello que ya fue pensado. Sólo piensan una tradición, se sienten parte de ella y la mantienen viva aquellos que la traicionan. El peronismo hoy –y el kirchnerismo como magma que lo mantiene caliente– debe traicionar al Pensamiento Nacional, debe cuestionar sus formas, sus condensaciones coaguladas, sus calambres. Y debe abrir nuevos diálogos con la modernidad, la posmodernidad, la liquidez, la pluralidad, la democratización de las sociedades, los medios masivos de comunicación, resemantizarse, complejizar los discursos y los conceptos, deslindarse de viejos maniqueísmos, adquirir nuevos significantes. El pensamiento nacional debe construir un nuevo mapa de referencias conceptuales –de hecho lo hace en baja intensidad, apenas perceptiblemente– que "traicione" de buena manera los viejos marcos teóricos del nacionalismo popular y del revolucionario de los años sesenta y setenta. 
La gran deuda de las nuevas generaciones es que todavía no han podido construir un conglomerado de ideas que conjuguen lo nacional con el siglo XXI. Aún no han podido "matar" a los "maestros sagrados". Pienso que no será posible un nuevo país, con nuevas hegemonías, y nuevas pautas culturales, sin un pensamiento nacional acorde a las necesidades de esa nueva argentina. Si eso no ocurre, tarde o temprano acabaremos repitiendo viejas formas.
Hernán Brienza

miércoles, 14 de mayo de 2014

El 11 de agosto de 1952, por Decreto Nro. 4075 se autoriza la creación de la Fábrica de Tractores.

Tractor I.A.M.E
Primer tractor de fabricación íntegramente argentina “Pampa” 
Así el gobierno de Perón respondió a las necesidades del campo, creando industria nacional para abastecerlo.

El 11 de agosto de 1952, por Decreto Nro. 4075 se autoriza la creación de la Fábrica de Tractores. La misión primordial era producir tractores íntegramente nacionales y comienza a funcionar en el predio de I.A.M.E. Posteriormente la fábrica tuvo su infraestructura en Estación Ferreyra, en inmediaciones de la Ciudad de Córdoba. Su piedra fundacional fue bendecida el 21 de enero de 1953 frente a la presencia del Ministro de Aeronáutica Brigadier Juan Ignacio San Martín y el Presidente de FIAT, Profesor Vittorio Valleta.
Siguiendo las premisas de lograr un tractor económico, simple y de fácil mantenimiento se determinó la conveniencia de tomar cómo modelo al tractor LANZ de origen alemán. El motor era de dos tiempos semi-diesel mono cilíndrico de 10 l de cilindrada con una potencia de 55 cv.
El primer prototipo nacional denominado PAMPA, fue puesto en marcha el 7 de octubre de 1952. El 31 de diciembre del mismo año, 15 unidades estaban prestando servicio con carácter experimental en diversos lugares del país.
La cantidad total de tractores PAMPA fabricados desde 1952 a 1961 fue de 3760 unidades. Uno de ellos está siendo restaurado por la División Técnica del M.N.A. para su puesta en valor y exposición en la Sala de la Fábrica Militar de Aviones.

domingo, 11 de mayo de 2014

Capelli: "El que mató a Mugica fue Almirón”

Almirón

El juez Oyarbide emitió una declaración en 2012 en la que establece que el asesinato fue realizado en 1974 por Fernando Almirón, por órdenes de la AAA. Los testimonios, cómo reconocieron al asesino, el marco de la megacausa.
Todos los sábados al anochecer, Carlos Mugica daba misa en la iglesia San Francisco Solano de Villa Luro. Tenía la costumbre, previo a eso, de hacer una charla con las parejas que se estaban por casar en la que siempre les decía: “No es mirarse el uno al otro, sino mirar juntos en la misma dirección”. El 11 de mayo de 1974 repitió el ritual. Luego, cuando comenzó el oficio, en la última fila apareció un hombre que desentonaba con el lugar. Era un extraño en un barrio donde todos se conocían. Hubo vecinos y feligreses que lo describieron como una persona de facciones algo aindiadas, robusto, de pelo oscuro y bigote. Cuando Mugica estaba por salir de la iglesia lo llamó, “padre Carlos”, e inmediatamente comenzó a dispararle. Carlos Capelli, su amigo y colaborador, quien había ido a buscarlo para ir a un asado en la Villa 31, lo vio caer sentado contra una pared, mientras él mismo se desplomaba al recibir otros balazos.
La escena, nítida, surge de los relatos volcados en una resolución que firmó el juez Norberto Oyarbide el 12 de julio de 2012 en la que establece que “Rodolfo Eduardo Almirón fue el autor inmediato del homicidio de Carlos Francisco Sergio Mugica, en el marco del accionar delictivo de la Triple A”. En términos jurídicos es una declaración, no es una condena, porque Almirón había muerto tres años antes. El texto dice que, como el juzgado logró reunir las pruebas necesarias, decidió “declarar la verdad de lo que aconteció, y así brindar una respuesta a los familiares de la víctima y a la sociedad”.
Lo que determinó a Oyarbide a reactivar la causa penal fue que a fines de 2006 periodistas españoles encontraron a Almirón cerca de Valencia. El ex comisario llevaba 31 años allí. Había sido pilar de la organización terroristaque comandaba José López Rega desde el Ministerio de Bienestar Social durante el gobierno de María Estela Martínez de Perón. Además, era custodio del Brujo. Fue extraditado en 2009 y estuvo preso hasta su muerte pocos meses después. La orden de captura original había sido librada en 1984, cuando fue procesado por asociación ilícita en concurso real con homicidio doblemente agravado. Ya se le adjudicaban los asesinatos del diputado Rodolfo Ortega Peña, del ex subjefe de la Policía Bonaerense, Julio Troxler, el de Silvio Frondizi y el de Mugica, unificados en el expediente sobre los crímenes de la Triple A, que sigue tramitando y llegó a sumar 680 hechos atribuidos a esa organización.
Capelli, quien tenía un vínculo de amistad con Mugica, colaboraba con él en sus actividades sociales en la Villa 31 y solía llevarlo y traerlo. Tanto su relato como el de otra amiga del cura, Helena Goñi, fueron centrales en el expediente judicial. Capelli tenía presente la cara de Almirón por haber acompañado a Mugica al Ministerio de Bienestar Social, donde hacía una suerte de asesoría ad honorem, ya que en algún momento había tenido la expectativa de poder hacer algo desde allí por los pobres. Goñi, en su testimonio, recordó que cuando el cura advirtió que en el organismo no existía el más mínimo interés por el tema, hizo una renuncia pública en la villa de Retiro ante una multitud, que fue transmitida por televisión. Allí explicó sus razones y pidió permiso para dar un paso al costado en nombre de ellos, los villeros. “Fue su sentencia de muerte”, dijo ella.
Los relatos de las personas más cercanas a Mugica en la causa reflejan que recibía amenazas de muerte por lo menos desde 1972. Llamados telefónicos (“sos boleta, te vamos a reventar”) y atentados, uno de ellos con una bomba en la casa familiar de la calle Gelly y Obes, donde en pisos distintos vivían sus padres y él. Desde sectores evidentemente cercanos al Ministerio de Bienestar Social y grupos de derecha se intentaba instalar la teoría de que lo amenazaba Montoneros, pero Mugica decía que tenía claro que era López Rega. Algo de esto se susurraba mientras lo velaban primero en la iglesia de San Francisco Solano y luego en la capilla Cristo Obrero de la Villa 31. Allí se habló hasta de Almirón. Por el terror que reinaba entonces, nadie se animó a señalarlo con nombre y apellido pero los relatos que hoy se asientan en el juzgado son coincidentes.
Capelli relató que ese sábado no había ido a la misa pero fue a buscar a Mugica para ir a Lanús y luego a un asado. Cuando abrió la puerta de la iglesia vio en la última fila a dos hombres, pero en el momento no advirtió quiénes eran. Cuando terminó la misa, entró a buscar al cura porque se les hacía tarde. Salió primero, y notó que alguien llamaba a Mugica. Caminó unos metros y escuchó la balacera. “A mí me tiraron del otro lado, yo caí mirando hacia el lado del padre Carlos, y conocí a la persona que estaba dentro de la iglesia. Esa persona continuaba disparándole. Lo conocí por la ropa. El padre Carlos quedó ahí sentado como fue cayendo, en el piso, y yo quedé a esa distancia, caído. A mí me dispararon de frente, es decir que fue otra la persona que me disparó. Supongo que era la persona que estaba con la anterior descripta en la iglesia, pero lo supongo porque no llegué a verlo. El que mató a Mugica fue Almirón”, testimonió Capelli.
Según varios testigos, los asesinos huyeron en un Chevy verde claro. A Capelli y Mugica los subieron a un Citroën, y el cura de la parroquia de Villa Luro, Jorge Vernazza, y una amiga de ellos, Carmen Artero, los llevaron al Hospital Salaberry. El médico de guardia dijo que Mugica había recibido cinco disparos en el abdomen, tórax y el brazo izquierdo, mientras que Capelli tenía uno en el tórax. Mugica murió allí. A Capelli lo llevaron al Rawson, donde tuvo catorce intervenciones en dos días.
Además de los testimonios más directos, el juez Oyarbide tuvo en cuenta dos relatos iniciales de la causa: el del ex militar Salvador Horacio Paino, quien trabajó con López Rega y exhibió una nómina del Ministerio de Bienestar Social de personas a ejecutar por la Triple A, entre ellas Mugica; y el del edecán de Presidencia Tomás Eduardo Medina, quien dijo que había escuchado a Miguel Angel Rovira y a Almirón decir sobre el cura “lo vamos a hacer boleta” días antes de que lo asesinaran.
Oyarbide declaró en marzo de 2008 que los crímenes de la Triple A son de lesa humanidad, lo que confirmó la Cámara Federal. El fiscal de lo que devino en megacausa es Eduardo Taiano. La declaración sobre el asesinato de Mugica es una ínfima parte. La investigación tardía tramita con las reglas de un viejo Código Penal, por eso no habrá un juicio oral propiamente dicho sino una etapa de plenario que estará a cargo de María Servini de Cubría. Están presos para terminar de ser juzgados Jorge Héctor Conti, Norberto Cozzani, Carlos Alejandro Gustavo Villone, Julio José Yessi y Rubén Arturo Pascuzzi. Además de Almirón, murieron su suegro, el ex comisario Juan Ramón Morales (también custodio de López Rega), y Felipe Romeo, quien dirigía El Caudillo, órgano de difusión de la Triple A.
Irina Hauser

domingo, 4 de mayo de 2014

Después de 40 años, el revisionismo también debe animarse al histórico desencuentro entre el General y Montoneros en la Plaza

Perón en Gaspar Campos

Hace unos años, relaté en este mismo diario el encuentro secreto  que en el invierno europeo de 1973 –verano porteño–, Perón mantuvo con la cúpula de Montoneros. En ese cónclave, el viejo líder le ofreció a la "juventud guerrera" el Ministerio de Bienestar Social para continuar el trabajo iniciado por Eva Perón en la Fundación que había llevado su nombre durante la primera experiencia peronista.
Para aquellos que aman la historia reciente de nuestro país, esta semana se produjo uno de esos hechos que siempre alimentan la revisión constante de nuestro pasado. En Página 12, Horacio Verbitsky realizó una lúcida nota sobre los acontecimientos que habían ocurrido hace exactamente 40 años, el Primero de Mayo de 1974, en la Plaza de Mayo, cuando el conductor  del Movimiento Justicialista,  Juan Domingo Perón, y la Organización Montoneros, sellaron su desencuentro final, rubricado, sobre todo, por la muerte del líder apenas dos meses después. Mucha agua y mucha sangre corrió bajo el puente de las operaciones políticas sobre ese episodio. Desde las operaciones políticas de la derecha peronista que, amparada en el latiguillo "Perón echó a los Montoneros de la Plaza", realizaron cualquier tipo de tropelías políticas, morales y discursivas, sin olvidar tampoco el autocomplaciente "Perón no nos echó, nosotros decidimos irnos", se han tejido todo tipo de mitos respecto de ese "desencuentro" trágico y final. 
La nota de Verbitsky, entonces, es una buena noticia porque ampara a muchos que desde hace más de una década hemos venido intentando revisitar los tópicos y lugares comunes de esa historia. Hasta ahora, los grandes lineamientos de lectura habían sido dos: la visión del Perón infalible, que combate a los "zurdos" y hace tronar el escarmiento contra los infiltrados y, por consiguiente, condena a Montoneros al Hades de la historia, o la visión de los "muchachitos heroicos" que ante la "traición" desembozada de su líder, decidieron enfrentarlo desde el lugar de la "pureza revolucionaria". 
"Nadie estuvo a la altura de la responsabilidad histórica ni de sus propios antecedentes y todos contribuyeron a la tragedia –escribe el autor de Ezeiza y Robo para la Corona, entre tantos libros–. Ya viejo y enfermo, Perón no pudo controlar las fuerzas que había desatado en los años previos y en vez de apaciguar el conflicto lo incentivó. Tal vez por la cristalización ideologista de su pensamiento, en parte por su largo alejamiento del país, no supo calibrar el efecto de su brusco giro sobre una fuerza donde los más grandes no pasaban de los treinta años y se atragantaban con textos incomprensibles. Desde España estimuló aún sus operaciones más discutibles, pero cuando esa lucha culminó con su retorno triunfal la enfrentó con acritud. Quienes entonces formábamos parte de Montoneros podemos reivindicar el heroísmo y las convicciones en el empeño contra la dictadura y por una sociedad menos despiadada con los débiles, pero no defender la contestación precipitada que dimos al cambio de discurso y práctica de Perón. Esa respuesta fue al mismo tiempo prepotente e ingenua  (…) Ante la insultante respuesta presidencial los militantes dieron media vuelta y emprendieron la retirada, mientras sus desorientados responsables trataban de contenerlos. Nada revela mejor la falta de conducción, la ausencia de análisis sobre las consecuencias de los propios actos. Los dirigentes de ese sector ni siquiera fueron capaces de prever que a Perón le quedaban sólo dos meses de vida y que aunque más no fuera por eso era aconsejable la prudencia. Por muchos que fueran (y eran muchísimos) sólo representaban al activismo, que demasiado a menudo se confunde con el pueblo." 
Es más que interesante el análisis de Verbitsky, claro está, y sobre todo porque permite volver a administrar las piezas del tablero. Hace unos años, relaté en este mismo diario el encuentro secreto  que en el invierno europeo de 1973 –verano porteño–, Perón mantuvo con la cúpula de Montoneros. En ese cónclave, el viejo líder le ofreció a la "juventud guerrera" el Ministerio de Bienestar Social para continuar el trabajo iniciado por Eva Perón en la Fundación que había llevado su nombre durante la primera experiencia peronista. En su esquema de poder, Perón había analizado varias cuestiones: 1) Debía comprometer a la juventud en el proceso democrático, 2) El espacio de las políticas sociales podía ser acorde al ímpetu "revolucionario" de la muchachada, y 3) Era necesario formar a la juventud en el manejo de la cosa pública para afrontar la inevitable renovación de cuadros y el trasvasamiento generacional que, según él creía, se avecinaba. 
En esa reunión, los máximos dirigentes de Montoneros le contestaron negativamente a la propuesta de Perón y quizás, hoy es fácil decirlo, cometieron uno de sus principales errores políticos. Ellos le dijeron al viejo general que no querían comprometerse con un Estado capitalista sino que querían transformarlo, revolucionarlo, socializarlo. Perón comenzó a enterarse de qué iba la cosa y unas semanas más tarde, decidió darle el ministerio a un personaje menor como José López Rega, que desde ese lugar comenzó a construir un poder que se acrecentó día a día.
Sin dudas, esa reunión es el primer antecedente del desencuentro entre Perón y Montoneros y, seguramente, ese no rotundo volvería a sonar una y otra vez en la cabeza del conductor del Movimiento. Ezeiza, claramente, fue el segundo capítulo de ese drama. Mucho se ha dicho sobre la masacre de ese 20 de junio de 1973. Pero nadie ha dicho que la principal víctima de operación política fue el propio Perón. ¿Alguien en su sano juicio puede pensar que, después de estar 18 años ausente de su patria, un líder político puede regalar la apoteótica imagen de ser recibido por tres millones de personas para llevar adelante una jugarreta interna? Es impensable, excepto que el fanatismo nuble la razón de quien se anima a sugerir esa hipótesis. 
El tercer punto en cuestión es el asesinato de José Ignacio Rucci. Atribuido a una facción no peronista de Montoneros para marcarle la cancha a su propia conducción, ese crimen –tal como lo califiqué en una nota del diario Crítica de 2008– es una de las aberraciones más grandes de la historia política de aquellos años. "Cortarle las piernas" a Perón, como el propio líder lo describió, fue apuntar también contra el célebre Pacto Social que estaba dando buenos resultados hacia ese cuarto trimestre de ese convulsionado año 1973.
Al primero de mayo de 1974, Perón y Montoneros llegan con las relaciones fracturadas. Desde la plaza, los militantes de la "orga" insultan a Estela Martínez, al "Brujo" José López Rega, al propio Perón lo tratan de cornudo, cuestionan el Pacto Social y la formación del Gabinete de ministros. Perón, enojado, estalla y los acusa de "estúpidos" e "imberbes". Las palabras de Perón son de una precisión quirúrgica. No los trata de traidores e infiltrados –aunque utiliza unos párrafos después esos términos– sino de inexpertos, de ser poco inteligentes. Y, quizás hoy, sea pertinente decir que es posible que Perón tuviera razón en esa categorización. No parece haber sido el razonado análisis de la correlación de fuerzas lo que llevó a los líderes de Montoneros al enfrentamiento con el General sino la desatada soberbia de la inexperiencia política.
Prueba de que Perón no rompió con Montoneros ni los echó de Plaza de Mayo es el relato, contado por el propio Oscar Alende, de lo que sucedió cuando el presidente volvió del balcón. El bisonte se le acerca y le reprocha: "Pero, General, ¿qué pasó con la juventud? Se le fue la mano." Perón lo mira y le responde: "Bueno, de vez en cuando hay que darles un tirón de orejas a los jóvenes, pero no es nada."  Y lo mira a López Rega y le dice: "Ojo con tocar a los muchachos. No quiero que ocurra absolutamente nada y usted es el responsable." De inmediato, cita a Carlos "El Chango" Funes y le ordena que organice una reunión con la cúpula de Montoneros. Me consta, por entrevistas personales, que esa reunión estaba pactada para el 1 de julio. Como se sabe, esa reunión no pudo realizarse por la muerte del mismo General.
Una acertada mirada sobre los sucesos de 1974 nos debe ayudar, también, a mirar el presente. Los errores cometidos por la izquierda peronista –el sectarismo, el encapsulamiento, el alejamiento del sentido común de las mayorías– tienen que alumbrar hoy cualquier tipo de lecturas sobre el presente. Y, además, permite hacer una crítica a la izquierda peronista y mirar con una mayor comprensión del "Perón que regresa" sin ser atacado ni acusado de fascista por muchos de quienes vivieron esa época.
Por último, me gustaría proponer un juego imposible y digno de un "imberbe" como quien escribe: ¿Qué pensarían hoy los sectores no peronistas del kirchnerismo si, supongamos, una facción de un sindicato que corre por izquierda al gobierno asesinara a la mano derecha de Cristina Fernández de Kirchner? ¿Qué pasaría si en una manifestación esos mismos sectores, con gorritas verdes, imaginemos, se dedican a insultar la memoria de Néstor Kirchner e insultan permanentemente a la presidenta disputándole la conducción del actual momento histórico? La extrapolación no tiene sentido, claro. Y no es más que un juego perverso. Pero sirve para comprender un poco más el lugar de Perón en aquellos turbulentos años. Un Perón que tenía cerca de 80 años. Pensemos también en esa dimensión humana para juzgarlo. Ochenta años. Cualquiera que tiene un padre o un abuelo de esa edad sabe lo que eso significa. Imaginen a su padre o a su abuelo, con todas las falencias, deficiencias físicas, volitivas, emocionales, psicológicas y mentales, en el lugar de Perón. Una mirada humana sobre los protagonistas de la historia, también nos humaniza a nosotros como observadores. Y nos hace más "sabios" y más "prudentes", digo, por utilizar las palabras de Perón en aquel discurso del 1 de mayo de 1974.
Hernán Brienza