Mientras la Presidenta y quienes sean que conozcan el secreto (si es que pasan de uno o dos, si es que llega a uno) se guardan el nombre del vice, la muchachada kirchnerista de las primeras, segundas y sucesivas líneas se divierte en bares y oficinas jugando apuestas. Es una actitud más bien lúdica, que no pretende replicar lo que hacen los periodistas deportivos cada vez que se abre el libro de pases: hacer malabares con hasta treinta nombres para al final decir “Qué te dije”. De un año atrás a hoy los medios jugaron con una lista tan numerosa de vicepresidenciables como la de nombres que manejaron los últimos DT del seleccionado argentino. La cosa últimamente parece más previsible, como quien asegura a Messi y Mascherano, sin ánimo de comparar.
Hace mucho, mucho tiempo, se apuntaba para el lado de los gobernadores: Daniel Scioli, José Luis Gioja, Sergio Urribarri, Jorge Capitanich y siguen las firmas. La derecha mediática se divirtió un rato largo con que “la presión de Moyano” lo llevaría a él mismo a la vicepresidencia o, como mínimo, a Héctor Recalde, que se aburrió de hacer fintas para escapar del acoso titulero. Se dijo que por qué no Martín Sabbatella. Se amagó con que si Alicia Kirchner, pero se dijo: “¿Pero dos mujeres?”. Avanzados los tiempos de las juventudes movilizadas o incorporadas al proyecto, más cierta oxigenación en la interna de poder, se habló de Juan Manuel Abal Medina. Y ahí la cosa se pone curiosa. Porque la derecha no deja de hablar de lo impresentables que son ya sea los sindicalistas como los así mentados “barones del conurbano”. Pero cuando la bocha viene por otro lado, en ese caso los que denominan "kirchneristas puros", esos tipos que a veces no son más que antiguos frepasistas herbívoros pasan a convertirse (para La Nación, por ejemplo, en una percepción entre paranoica y errada) en gente aún más peligrosa, con un vaya a saber qué de antiguo montonerismo acechante.
Pero sigue sonando Abal Medina. Y suena mucho Julián Domínguez, ministro de Agricultura. Y lo mismo sucede –para muchos es un pálpito y un deseo– con el Chino Carlos Zannini, que tras el fallecimiento de Néstor Kirchner pasó de la mesa chica recontracerrada a un trato abierto y simpaticón con medio mundo. No es lo que se dice alto perfil, pero dejó de ser invisibilidad, cosa que se agradece.
Nadie de los hasta aquí mencionados es “nombre instalado” en términos de conocimiento masivo ni agrega votos. No parece que ésa sea la preocupación presidencial y sí esa definición por la (tristísima) negativa que tiró Aníbal Fernández: que el vice sea cualquiera, por dios, pero que no sea un traidor. Y más, habrá que agregar, siendo que con el segundo mandato Cristina y el kirchnerismo dirimen nada menos que la sucesión.
Lo que vuelve es la pregunta que rutinariamente se plantea, ya algo cansina, cada vez que se discute qué le aporta un vicepresidente a la fórmula, para qué sirve un vicepresidente, a qué se dedica. Dada la centralidad de la figura de Cristina y el asunto, problemático, de la sucesión, en este caso la pregunta es más importante. A la hora de manejarse por descartes, pasados los meses resulta más sencillo afirmar que la posibilidad del vice sindical no fue más que una operación mediática insidiosa para poder pegar. No sólo por las señales públicas dadas por Cristina, sino porque si se supone que el segundo de la fórmula presidencial sirve para enriquecer, complementar, interpelar a la diversidad social y como mínimo evitar ruidos, el compañero Moyano no tenía mucho que hacer ahí.
Desde esa misma búsqueda –enriquecer, interpelar, crecer simbólicamente con una figura atractiva– el nombre propio de Abal Medina se supone que implicaría, además de confianzas políticas, una apelación a ese kirchnerismo blanco, civilizado, progre, quizás hacia una mayor calidad institucional. Pero siempre, inevitablemente, “versus” la instalación mediática gataflórica: un imberbe de doble apellido amenazante, un kirchnerista en el que el adjetivo puro viraría a sectario.
¿Carlos Zannini? Sí, de nuevo, de absoluta confianza de la Presidenta, hiperactivo en los últimos armados políticos y en el seguimiento de las leyes, respetado y querido en círculos del Gobierno y de la militancia. ¿Puede Cristina sacrificar la utilidad y el trabajo cotidiano de Zannini en su actual lugar para ponerlo a ordenar el uso del micrófono en las sesiones del Senado?
Lo de Julián Domínguez es interesante. Su nombre terminó de consolidarse tras el acto de lanzamiento de la Canpo (Corriente Agraria Nacional y Popular) en el Luna Park. Sonó también como aspirante a un puesto de primer orden en la provincia de Buenos Aires. Pero lo llamativo de Domínguez es que de algún modo, en su área de acción, sintetiza méritos de la remontada kirchnerista post 125. Porque hasta la 125 más que política agropecuaria hubo una suerte de piloto automático sojero. Porque comenzó a haber una acción más fina y una apuesta a lo estratégico a partir de su gestión. Porque parte de lo que se hizo permitió un relacionamiento mejor con ciertos actores agropecuarios y hasta una construcción política en el sector. Algo similar es lo que explica el ascenso de Agustín Rossi en Santa Fe, una provincia en la que al kirchnerismo le había ido muy mal en las elecciones.
Siempre pretendiendo desentrañar señales acerca de quién será el vice, un antecedente a tener en cuenta es la decisión final que tomó Cristina a la hora de elegir la fórmula de los candidatos de Capital, más allá de que el escenario actual pinta espinoso. Apostó por el dueto que en un distrito arisco al kirchnerismo mejor pudiera sintonizar con la sociedad. De allí que parezca difícil que el vice sea un sindicalista o un gobernador con perfil conservador popular y/o eventual imagen clientelista. O un Gioja relacionado con un tema conflictivo, como el de la minería.
Otra pista, también derivada de las decisiones de Cristina, Zannini y Abal Medina: el cierre con el sabbatellismo en provincia. En el distrito que los medios del establishment caracterizan como el de las peores oscuridades peronchas, tres progres, gente buena no sólo que de clase media, sino de trayectoria valiosa, tendrían su lugar asegurado: el ex fiscal general Hugo Cañón, Carlos Raimundi (que tuvo un rol destacado en el debate sobre la ley de Medios en el Congreso) y el diputado Ariel Basteiro. La lista podría completarsecon Facundo Moyano y demás kirchneristas confiables con mandato a vencer o a integrarse al nuevo Congreso.
Hace mucho, mucho tiempo, se apuntaba para el lado de los gobernadores: Daniel Scioli, José Luis Gioja, Sergio Urribarri, Jorge Capitanich y siguen las firmas. La derecha mediática se divirtió un rato largo con que “la presión de Moyano” lo llevaría a él mismo a la vicepresidencia o, como mínimo, a Héctor Recalde, que se aburrió de hacer fintas para escapar del acoso titulero. Se dijo que por qué no Martín Sabbatella. Se amagó con que si Alicia Kirchner, pero se dijo: “¿Pero dos mujeres?”. Avanzados los tiempos de las juventudes movilizadas o incorporadas al proyecto, más cierta oxigenación en la interna de poder, se habló de Juan Manuel Abal Medina. Y ahí la cosa se pone curiosa. Porque la derecha no deja de hablar de lo impresentables que son ya sea los sindicalistas como los así mentados “barones del conurbano”. Pero cuando la bocha viene por otro lado, en ese caso los que denominan "kirchneristas puros", esos tipos que a veces no son más que antiguos frepasistas herbívoros pasan a convertirse (para La Nación, por ejemplo, en una percepción entre paranoica y errada) en gente aún más peligrosa, con un vaya a saber qué de antiguo montonerismo acechante.
Pero sigue sonando Abal Medina. Y suena mucho Julián Domínguez, ministro de Agricultura. Y lo mismo sucede –para muchos es un pálpito y un deseo– con el Chino Carlos Zannini, que tras el fallecimiento de Néstor Kirchner pasó de la mesa chica recontracerrada a un trato abierto y simpaticón con medio mundo. No es lo que se dice alto perfil, pero dejó de ser invisibilidad, cosa que se agradece.
Nadie de los hasta aquí mencionados es “nombre instalado” en términos de conocimiento masivo ni agrega votos. No parece que ésa sea la preocupación presidencial y sí esa definición por la (tristísima) negativa que tiró Aníbal Fernández: que el vice sea cualquiera, por dios, pero que no sea un traidor. Y más, habrá que agregar, siendo que con el segundo mandato Cristina y el kirchnerismo dirimen nada menos que la sucesión.
Lo que vuelve es la pregunta que rutinariamente se plantea, ya algo cansina, cada vez que se discute qué le aporta un vicepresidente a la fórmula, para qué sirve un vicepresidente, a qué se dedica. Dada la centralidad de la figura de Cristina y el asunto, problemático, de la sucesión, en este caso la pregunta es más importante. A la hora de manejarse por descartes, pasados los meses resulta más sencillo afirmar que la posibilidad del vice sindical no fue más que una operación mediática insidiosa para poder pegar. No sólo por las señales públicas dadas por Cristina, sino porque si se supone que el segundo de la fórmula presidencial sirve para enriquecer, complementar, interpelar a la diversidad social y como mínimo evitar ruidos, el compañero Moyano no tenía mucho que hacer ahí.
Desde esa misma búsqueda –enriquecer, interpelar, crecer simbólicamente con una figura atractiva– el nombre propio de Abal Medina se supone que implicaría, además de confianzas políticas, una apelación a ese kirchnerismo blanco, civilizado, progre, quizás hacia una mayor calidad institucional. Pero siempre, inevitablemente, “versus” la instalación mediática gataflórica: un imberbe de doble apellido amenazante, un kirchnerista en el que el adjetivo puro viraría a sectario.
¿Carlos Zannini? Sí, de nuevo, de absoluta confianza de la Presidenta, hiperactivo en los últimos armados políticos y en el seguimiento de las leyes, respetado y querido en círculos del Gobierno y de la militancia. ¿Puede Cristina sacrificar la utilidad y el trabajo cotidiano de Zannini en su actual lugar para ponerlo a ordenar el uso del micrófono en las sesiones del Senado?
Lo de Julián Domínguez es interesante. Su nombre terminó de consolidarse tras el acto de lanzamiento de la Canpo (Corriente Agraria Nacional y Popular) en el Luna Park. Sonó también como aspirante a un puesto de primer orden en la provincia de Buenos Aires. Pero lo llamativo de Domínguez es que de algún modo, en su área de acción, sintetiza méritos de la remontada kirchnerista post 125. Porque hasta la 125 más que política agropecuaria hubo una suerte de piloto automático sojero. Porque comenzó a haber una acción más fina y una apuesta a lo estratégico a partir de su gestión. Porque parte de lo que se hizo permitió un relacionamiento mejor con ciertos actores agropecuarios y hasta una construcción política en el sector. Algo similar es lo que explica el ascenso de Agustín Rossi en Santa Fe, una provincia en la que al kirchnerismo le había ido muy mal en las elecciones.
Siempre pretendiendo desentrañar señales acerca de quién será el vice, un antecedente a tener en cuenta es la decisión final que tomó Cristina a la hora de elegir la fórmula de los candidatos de Capital, más allá de que el escenario actual pinta espinoso. Apostó por el dueto que en un distrito arisco al kirchnerismo mejor pudiera sintonizar con la sociedad. De allí que parezca difícil que el vice sea un sindicalista o un gobernador con perfil conservador popular y/o eventual imagen clientelista. O un Gioja relacionado con un tema conflictivo, como el de la minería.
Otra pista, también derivada de las decisiones de Cristina, Zannini y Abal Medina: el cierre con el sabbatellismo en provincia. En el distrito que los medios del establishment caracterizan como el de las peores oscuridades peronchas, tres progres, gente buena no sólo que de clase media, sino de trayectoria valiosa, tendrían su lugar asegurado: el ex fiscal general Hugo Cañón, Carlos Raimundi (que tuvo un rol destacado en el debate sobre la ley de Medios en el Congreso) y el diputado Ariel Basteiro. La lista podría completarsecon Facundo Moyano y demás kirchneristas confiables con mandato a vencer o a integrarse al nuevo Congreso.
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