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domingo, 3 de julio de 2011

¿Realismo político o “correr por izquierda”?

Por Martín Rodríguez
Los nuevos son menos de lo que parece y más de lo que se esperaba. El cierre de listas fue leído para apurar la sensación de que el peronismo es “extraño” al ciclo kirchnerista. Y la frutilla de esa lectura es la nómina de jóvenes camporistas que abultaron las listas en puntos claves. Rápido de reflejos en este zigzagueo cultural que envuelve al peronismo, Artemio López salió al cruce con un post en su blog donde pone blanco sobre negro esta realidad efectiva: sólo dos nombres juveniles y camporistas rellenan los primeros 16 lugares de la lista de diputados nacionales por la provincia de Buenos Aires. Se sumaban ahí al extrapartidario Jorge Rivas, de estirpe socialista. Y un cuadro más, el más joven de todos, Facundo Moyano.
Obsesión: la militancia de La Cámpora. ¿Quién puteó “del lado de adentro”? ¿Quién dijo “Che, esto a Macri no se lo permitiríamos”? Es difícil pensar que esto esté en la mente de un militante camporista frente a la reciente noche de hidrantes que se comieron los docentes santacruceños. Más allá del trayecto del conflicto docente del sur, de sus lagunas, de sus callejones sin salida, etc., la bandera de no represión a la protesta social tiene un espíritu universal que debe alcanzar –justamente– la protección de cualquier protesta social. Los ojos obsesivos sobre la conducta de la Policía Metropolitana mantienen la fibra de un activo militante porteño incapaz de salirse de las casillas por una realidad política que exceda el perímetro trazado entre la gestión de Macri y las tapas de Clarín. La cultura de la juventud kirchnerista acompaña rígidamente, copia modos orgánicos duros, jura lealtades, teje internas en su interior y permanece incólume en el espíritu paradójico de un proyecto cuyos gestos visibles hacen creer una verdad que muchas veces es verdad: democratiza hacia afuera y disciplina hacia adentro. El kirchnerismo ofrece una agenda mucho más liberal que la microcultura política de sus nuevos cuadros ordenaditos que acompañan marchas de fumones o del orgullo gay con disciplina militante. ¿Qué tiene en el bolsillo un militante? Muchas cosas; pero no una hoja de ruta que diseñe conquistas sobre las deudas pendientes. Es difícil encontrarle un libro en el morral cuya primera edición tenga menos de cuarenta años.
Vayamos al grano. El cierre de Cristina demostró su poder. Reforzó en términos bien rígidos su perfil ideológico. Y mostró que su ubicación como puente entre generaciones es algo más que una dulce metáfora, más bien una realidad, mucho más modesta y sensata que lo que las repercusiones desproporcionadas sobre “los nombres del cierre”. No fue tanta la inclusión de jóvenes en el frondoso árbol de las listas locales, provinciales y nacionales, pero evidentemente fue mucho más de lo que se esperaba. Aunque también ocurrió que a veces ganaron la inercia y el respeto al trabajo ya hecho, como las necrológicas ya escritas sobre figuras que aún no murieron pero “es como si”. Es decir: era lógica y previsible la inclusión de nombres nuevos, y el efecto Cámpora ya estaba escrito antes de su confirmación. Adentro del Gobierno, el cierre se expresó con la lógica cruel de la política, que venció a la organización y rompió con el poroteo y las lógicas más clásicas de la representación y la legitimidad.
Conjugaciones. Cristina se asegura intérpretes sólidos del devenir ideológico de su gobierno. Tan capaces de defender los saltos hacia adelante como de justificar en otros momentos la dieta del sapo que hay que tragar cuando las posiciones se necesitan conservadoras.
Esa conjugación es la que foguea la maduración de la experiencia joven kirchnerista, una ilusión que se adoba con híper realismo y que irá decantando no exactamente en un huevo de la serpiente para el futuro (no va a dejar a miles de jóvenes radicalizados), sino una gran masa de jóvenes que aprendieron las reglas del juego y del orden.
Esa militancia es conservadora para los que persiguen ideales, pero es conservacionista desde el punto de vista de la política, son jóvenes –pocos, muchos– regulados por un proyecto cuya fuerza se guía en algo así como no estar dispuestos a perder sus conquistas simbólicas, sus nuevas palabras, su relato, y –a pesar de los blackberrys que tapan el bosque– un proyecto colectivo. Todo lo otro oscuro –que es central en la política y que el manejo de las cajas “les revela”, en el mejor de los casos– es un poder permanente.
La desilusión porque estos chicos de clase media “no corren por izquierda” al Gobierno es paradójica, porque ésa es su ruptura incluso con el setentismo. Las visiones paternalistas ejercen sobre esos jóvenes una suerte de doble vínculo (que es como cuando alguien te dice “sé espontáneo”), la interpelación paradójica de quienes piden que se olviden de los ’70 pero simultáneamente piden que también “corran por izquierda” y modulen su “qué pasa, General”.
¿Qué demostró La Cámpora hasta ahora? Una enorme convocatoria alrededor de cuadros con vocación y consumo de poder. Ahora precisa demostrar su capacidad de producción de poder. Y eso se hace con algo más que obediencia: con saltos sin red, con riesgo, con capacidad por poner en crisis las posibilidades del proyecto. Para que “nunca menos”, hay que ir siempre por más.

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