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lunes, 4 de julio de 2011

Heridos y desafíos

¿Cuánto hay de cierto y cuánto de falaz en las noticias y especulaciones que siguieron a la designación de Boudou como candidato a vice y, más aún, al cierre de listas electorales en el oficialismo?
La pregunta toma nota de uno de los grandes ejes informativos de la semana pasada. Pero su sola formulación encierra una tendenciosidad que sirve para, en parte, contestarla. Los principales medios opositores hartaron, casi, con la nómina de heridos dejada por las decisiones de Cristina. En rigor de verdad, no habría mayores objeciones a esos apuntes porque, incluso, fueron algunos referentes del mismo kirchnerismo quienes manifestaron su disgusto. Luis D’Elía y Julio Piumato lo hicieron de manera pública, sin medias tintas. En voz más baja, aunque nunca tanto como para no trascender, hubo voces disonantes cerca de Scioli –que se encargó de desmentirlas, lo cual no es dato menor se le crea o no– e intendencias del conurbano, que ya venían golpeadas por el nombramiento de Mariotto como acompañante del gobernador. También es cierto que algunos laudos resonaron particularmente injustos, como en los casos santafesinos del gremialista Juan Carlos Schmid y de Alejandro Rossi, hermano de Agustín, que preside el bloque de diputados del Frente para la Victoria. Tal lo indicado por Mario Wainfeld en su columna del jueves pasado, el primero –próximo al líder de la CGT– defiende con ardor al kirchnerismo desde una sólida formación política; y el segundo aguantó los trapos con energía nada menos que durante el conflicto con la gauchocracia. Difícil de justificar que los hayan relegado. Y puede decirse algo similar en torno de la radical Silvia Vázquez y el socialista Ariel Basteiro, quienes tuvieron igualmente actuaciones muy destacadas en el codo a codo con el oficialismo: Vázquez cuando la batalla por la ley de medios –también nada menos– y Basteiro contra el gorilismo ilustrado de su propio partido.
Este registro de magullados varios por la lapicera presidencial es susceptible de ensanche, en todo el país, con Córdoba y La Pampa a la cabeza. Prenderse de esa lógica significa hacerlo del chiquitaje político. De la chusma de palacio. No hay antecedentes de que haya ocurrido algo distinto ante cualquier elección, en primer lugar. Se ponen en juego 13.285 cargos públicos nacionales, que incluyen en ese plano 130 diputados y 24 senadores. ¿Hay, en su sano juicio, quien pretendiera un limbo de ausencia de conflictos, despechos, acusaciones? Y enseguida: ¿sólo en el palo oficial están los lesionados? Solanas provocó un tsunami interno que expulsó a Lozano y De Gennaro, apenas por citar a los más renombrados. Macri ya había escaldado a Michetti, con algunas lenguas insidiosas, dentro de sus filas, que hablaron y hablan de cómo la ex vice porteña y actual diputada nacional venía molesta con negocios pecuniarios de su jefe. El cierre de candidatos entre el hijo de Alfonsín y De Narváez fue una batalla campal, consignada en crónicas a las que nadie presta atención (y de alcances impredecibles a la hora de prever el voto de los radicales bonaerenses, estupefactos en buena medida, al parecer, por la alianza con un personaje de derecha mediática que dudosamente habría aprobado el padre del hijo). En la Coalición Cívica hubo terremotos semejantes, con Fernando Iglesias repartiendo intimaciones de ruptura si Carrió no respetaba la expectación de su tropa. Más el renovado papelón de Duhalde, de cuyas huestes fugó enojada Graciela Camaño para retornar al ratito como cabeza de lista. Si se coteja la repercusión de las chuzas opositoras contra la alcanzada por los lesionados del oficialismo, sobra para constatar que –al margen de indicaciones certeras– hay una opereta periodística.
¿Eso es todo? No: el dedo de Cristina ratificó que el poder descansa en ella y confirmó una pretensión de rumbo que, efectivamente, acentúa buscar otra cosa dentro de la cosa conocida. Sobre lo primero, su indiscutible condición de jefa permite pronosticar que, pasados los efluvios del armado electoral, habrán de reacomodarse obedientes aun los más disconformes. El peronismo siempre funcionó así y no se advierte por qué tendría que ser diferente en esta oportunidad, cuando además no hay ninguna opción a la vista. Hay quienes sembraron dudas sobre la actitud de los desplazados en una segunda vuelta. El cálculo insiste en otorgarles a determinados caciques del Gran Buenos Aires una influencia decisoria, que ya no se corresponde con la realidad. Sin embargo, no debe negarse que el reforzamiento, impresionante, de la autoridad presidencial, fue volcado hacia la pérdida de peso de las estructuras territoriales y sectoriales del PJ. La CGT está incluida en esa observación, por mucho que persista su alianza estratégica con el Ejecutivo (y viceversa). Puede vérselo así o puede apreciarse haber privilegiado a figuras novedosas. Gente joven, necesaria para impulsar un recambio en las funciones legislativas y de conducción, con imagen de bríos renovados, de etapa futura no anquilosada. Como se lo mire, el resultado es igual y Boudou, de orígenes liberales que despiertan recelos, entra objetivamente en él porque tampoco forma parte del aparato dolorido.
El giro obligará a observar con detenimiento los aciertos y errores que habrá en el entramado de esto que, tal vez, pueda referirse como la construcción de una corriente enfatizada dentro del kirchnerismo. Algo que por ahora es ante todo una muestra de energía. Se la llama profundización del modelo, redoble a la izquierda o, directamente, “cristinismo”. Quizá sea apresurado, pero no es ocioso que la prensa ultraopositora sea vanguardia de su señalamiento. Valga la perfección semántica de un título de la revista Barcelona: “Bronca y fastidio en Clarín y La Nación porque ‘el kirchnerismo llenó de kirchneristas las listas kirchneristas’”. Si termina siendo lo que parece, si Cristina está dispuesta a recalcar ese horizonte, mejor prepararse para una andanada de ofensivas que harán semejar las ya vividas a un juego de niños. Hay signos indubitables en ese sentido. Estos días pudo leerse y escucharse, en boca de quienes denigraron a Kirchner con una virulencia inolvidable, que al fin y al cabo el ex presidente era un tipo rosquero y autoritario pero buen pagador de sus amigos, articulador, “político” y finalmente sensato. Los antónimos de esos adjetivos trazan la semblanza que se desea instituir sobre Cristina. Enferma bipolar para cierto periodismo que no para de vender humo; portadora de un látigo bruto, autista y despectivo; amenaza corroborada para las instituciones de la República. Es el comienzo, más que la prolongación.
Lo que quiera que vaya a ser, lo será por el grado de apoyo y movilización popular que genere la convicción en el destino a trazar. Y el modo en que esa certeza sea sentida por la sociedad como lo mejor que le puede pasar. Es, de hecho, lo que viene ocurriendo. Contra eso, no hay periodismo salvaje, ni establishment ni barones del conurbano que valgan.
Por Eduardo Aliverti

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