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sábado, 7 de mayo de 2011

Cambios en las candidaturas. Un nuevo mapa electoral


El abandono de las quimeras presidenciales de Mauricio Macri y Fernando Pino Solanas prefiguró un escenario electoral bipolar a nivel nacional y otro de tres tercios en la Ciudad de Buenos Aires.
 
El abandono de las quimeras presidenciales de Mauricio Macri y Fernando Pino Solanas prefiguró un escenario electoral bipolar a nivel nacional y otro de tres tercios en la Ciudad de Buenos Aires. En la nueva realidad preelectoral,  la oposición ya no dividirá el voto presidencial, sino que Ricardo Alfonsín aparece como el opositor casi excluyente. Y en el ámbito municipal, hay ahora un postulante de fuste que le disputará sufragios al Frente para la Victoria.           
Ricardo Alfonsín le ganó la pulseada por el lugar del opositor único a Mauricio Macri tras el fracaso del alcalde por alinear detrás de su candidatura a todo el antikirchnerismo. Convencido de que  un escenario de tres tercios haría un papelón, Macri se refugió en el bastión porteño, con lo cual le cedió el paso al hijo del ex caudillo radical para que encabece la oposición. Al fin de cuentas, una vez más se enfrentarán un aspirante radical y otro –u otra− peronista.        

No pocos habitantes del núcleo duro kirchnerista lamentan por estos días la deserción de Macri, no sólo porque permitirá que Alfonsín concentre el voto opositor, sino porque se verán privados de una clara porfía entre dos modelos de país durante la campaña.

El alcalde porteño es quien mejor encarna el país neoliberal de los ’90, que terminó con el descalabro de 2001. No habría escenario más cómodo para el oficialismo que una confrontación electoral con un fiel representante del mercado. Antes de su muerte, Néstor Kirchner imaginaba precisamente el choque de un polo de centroizquierda con otro de centroderecha. El establishment apostará obviamente ahora por Alfonsín, pero habrá que hilar más fino para plantear la porfía en los términos imaginados por el santacruceño.     

El hijo del ex presidente carga con el antecedente de que los últimos dos jefes de Estado de su partido abandonaron la Rosada antes de cumplir su mandato y en medio de fenomenales crisis económicas originadas en el sostenimiento del modelo instaurado por la dictadura y refirmado por Carlos Menem.  Pero Ricardito no es un claro defensor de las políticas neoliberales, sino un opositor moderado, capaz de negociar con el establishment.

Raúl Alfonsín observó con envidia durante sus últimos años de vida la coyuntura en la que le tocó gobernar a Kirc-hner. Poco después de que el santacruceño explicara su plan de gobierno ante la Asamblea Legislativa, en mayo de 2003, este redactor se cruzó con el caudillo radical debajo de la imponente cúpula del palacio del Congreso, en el mismo sitio en el que velaron a Juan Domingo Perón. “¿Qué le pareció el discurso, doctor?”, fue la pregunta de rigor. “Y qué querés que te diga m'hijo −respondió Alfonsín− es lo que hubiéramos querido hacer nosotros.”        

Si Ricardito es consecuente con las ideas de su padre, le costará diferenciarse del discurso oficial en términos macroeconómicos, sin traicionar el legado. Pero las circunstancias lo llevan a intentar seducir al electorado conservador, porque el antikirchnerismo suele ser muy visceral y no se anda con medias tintas. El hijo del caudillo se niega a mostrarse como un gorila consecuente, pero las circunstancias lo obligan a una camapaña más agresiva.         

El candidato radical sabe que con el escuálido voto partidario no podrá hacerle frente a una presidenta que se mantiene al frente de los sondeos de intención de voto y entiende que, a su izquierda, el voto está comprometido. Hay quienes votan al kirchnerismo y quienes −en menor medida− lo hacen por la ultraizquierda. No mucho más. Por eso teje su alianza distrital con Francisco de Narváez, aunque resulte un sapo intragable para sus socios del GEN y para los socialistas. Está poniendo en riesgo lo que más le gustaría, que es un frente con perfil moderadamente progresista, para hacer lo que más le conviene, que es captar el voto de derecha, el anitikirchnerismo más cerril. 

La próxima semana, dirigentes alfonsinistas intentarán disuadir a Hermes Binner de su intención de romper la alianza con la UCR, con el argumento de que los acuerdos que puedan tejerse con fuerzas de centroderecha son meramente distritales y no comprometen el perfil de la propuesta política nacional. Ricardito explica incansable que la política económica y las relaciones exteriores no se deciden en una provincia. Pero Margarita Stolbizer ya le dijo que De Narváez no pasa el filtro y Binner envió señales públicas de ruptura, aunque tal vez espere para pegar el grito hasta el 22 de mayo, cuando se realiza la interna de Santa Fe. Los radicales le devolvieron gentilezas al socialista, en el sentido de que si rompe la alianza nacional, no podrá contar con ellos en su provincia para enfrentar al peronismo.

Por su parte, Proyecto Sur −acéfalo de candidato presidencial por la declinación de Pino− también aprieta al socialista para que se decida a encabezar un frente de centroizquierda. Advierten que, de lo contrario, postularán un aspirante propio, aunque más no sea a modo testimonial. Después de todo, tampoco nadie le asigna posibilidades de triunfo al santafesino.

El aterrizaje de Pino en la ciudad impactará de algún modo en la definición del postulante kirchnerista porteño, cuya definición se producirá la semana entrante. Para algunos, Cristina Fernández se inclinará por su  preferido, Amado Boudou, porque sostienen que es un candidato a la medida de la casquivana sociedad porteña. Otros están seguros de que será Daniel Filmus, porque ha sacado una considerable ventaja en las encuestas y porque puede disputarle el voto a Pino con mayor convicción, pese a las desobediencias que le endilgan en la Casa Rosada. Sea como fuere, lo cierto es que detrás del elegido, se alineará el voto cristinista. Los progresistas que prefieren a Filmus, no cambiarían su voto si tuvieran que bancar a Boudou. Y a la inversa tampoco habría fuga. Ya en campaña por la reelección en la Ciudad, el alcalde porteño acaba de declarar huésped de honor a otro referente de la derecha latinoamericana como el vicepresidente de Paraguay, Federico Gómez. El ilustre visitante guaraní es una especie de Julio Cobos que no hace más que resistir las políticas oficiales del presidente Lugo.

No hacía falta que Macri haga una nueva manifestación de su fe conservadora. Los porteños saben de quién  se trata y plebiscitarán su gestión frente a dos opciones de centroizquierda. No hay sondeos claros con el nuevo escenario, pero el educadito de Rodríguez Larreta prometió que le van “romper el culo” al kirchnerismo.

Por el momento, más que una fisura anal, lo más probable es que Macri dispute una segunda vuelta con uno de los dos candidatos opositores. No pocos creen incluso que el jefe de gobierno porteño ofrece más flanco electoral que Gabriela Michetti. La incógnita sería entonces qué harían los electores del tercero en discordia. Dicho de otros modo: ¿los votantes de Pino apoyarían masivamente al candidato kirchnerista para derrotar a Macri o primaría el antikirchnerismo? ¿Los kirchneristas votarían en una eventual segunda vuelta a Pino? ¿Se impondrían las afinidades de antaño o las broncas de los últimos desencuentros? Son algunos de los interrogantes del nuevo escenario porteño. A nivel nacional, hay otros que son menores. Pero, aun con el nuevo mapa, el kirchnerismo se siente seguro de la victoria.

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