Por Daniel Chiarenza
Los comienzos de 1961 estarían signados por una nueva crisis militar de la que, sin embargo, Frondizi salió triunfante.
En el mes de febrero, el veterano dirigente socialista Alfredo Palacios, se había consagrado senador por la Capital Federal -lugar que una docena de años después ocuparía De la Rúa-, derrotando al candidato de la UCRI (Unión Cívica Radical Intransigente), el partido gobernante.
Palacios basó su campaña en el apoyo a la revolución cubana, con lo que su victoria hace pensar un desplazamiento del electorado hacia la izquierda, alarmando a los militares.
El 6 de marzo, el canciller Adolfo Mugica anuncia el propósito del gobierno de Frondizi de ofrecer su mediación en el tenso conflicto entre Cuba y Estados Unidos.
Esa pretensión de asumir una política exterior con cierto grado de independencia irrita a las Fuerzas Armadas: ¡es otra prueba concluyente del filocomunismo de Frondizi...!
La verdad que se sarparon - como dicen los pibes - porque siguiendo esa línea de pensamiento el ministro Álvaro Alsogaray también... ¡era comunista!.
Pero el 16 de marzo de 1961 se concreta un hecho largamente esperado por los trabajadores peronistas, que colma la escasa paciencia de los núcleos gorilas.
El gobierno hace entrega de los bienes e instalaciones de la CGT -intervenida desde 1955- a la Comisión de los Veinte.
Esta última es un nucleamiento integrado por dirigentes de las 62 Organizaciones e independientes.
Se trata del resultado de una larga lucha librada por Perón junto al movimiento obrero, que permite consolidar un escalón importante en su institucionalización: de la clandestinidad y el terror de 1955 a la devolución de la Central Obrera, media una largo trecho jalonado por duras batallas cotidianas.
Existen contradicciones en el seno de la Comisión de los Veinte, especialmente en cuanto a los mecanismos de decisión a adoptar.
Sin embargo, independientes y peronistas logran acordar los objetivos que habrán de guiar a la nueva conducción provisional de la CGT: independencia con respecto a los partidos políticos, oposición a toda interferencia estatal en el movimiento obrero, defensa de los derechos de los trabajadores y formulación de un programa de reivindicaciones económicas.
No participa de la nueva conducción el nucleamiento de los 32 gremios democráticos.
El general Toranzo Montero había considerado la devolución de la CGT como una vergonzosa entrega a los delincuentes de la dictadura depuesta.
Bajo el influjo de los hechos mencionados, tentó a sus pares y al mismo secretario Fraga, en busca de apoyo para acabar de una vez con Frondizi.
Sin embargo, descubrió que había llegado demasiado lejos con su celosa custodia de la democracia: ni Fraga ni los generales que antes lo seguían, estaban dispuestos a acompañarlo ahora.
Ante la evidencia -y después de algunas vacilaciones- optó por presentar su renuncia al cargo de comandante en jefe.
Lo reemplazó el general Poggi.
La desaparición de Toranzo Montero parecía implicar un respiro político para Frondizi, que pudo entonces solicitar la renuncia de Álvaro Alsogaray, designado para tranquilizar a los militares.
Pero la autoridad presidencial estaba ya insanablemente socavada.
DCH/
N&P: El Correo-e del autor es Daniel Chiarenza
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