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martes, 5 de abril de 2011

Política de Seguridad. ¡Policía Federal, Biblioteca Nacional!

¿Qué es lo nuevo que trae Garré? Lo primero es que expresa una decisión –quizá tardía– de poner en práctica una política de Estado que alineará muy fuertemente a las fuerzas de seguridad nacionales con la presidencia.
 
Fue una tarde con banderas del Movimiento Evita y de delegados de foros comunitarios, unas pocas policías mujeres ataviadas con uniformes de la Guardia de Infantería, vecinos inquietos y funcionarios del Ministerio de Seguridad. Sólo la explanada de la Biblioteca Nacional podía albergar un Plan Nacional de Participación Comunitaria en Seguridad que no viniera de la mano dura. La idea fue, por lo menos, original. Los que llegaban por la calle Austria pasaban al lado de los hombres y mujeres que entraban o salían con sus bastones blancos desde la sede del Coro Polifónico para Ciegos. También pisaban, un poco más hacia Libertador, la vereda del Instituto Juan Domingo Perón. Los que llegaban desde Agüero quizá bajaban por la calle Gelly y Obes y, sin saberlo, atravesaban el edificio donde vivía el padre Carlos Mugica. La ministra Nilda Garré convocaba a un encuentro donde la mayoría de los asistentes había quedado afónico gritando: “¡Policía Federal, la vergüenza nacional!” y en que, no pocos, habían conocido calabozos y picanas. Sin embargo, otros de los concurrentes eran los comisarios a cargo de las 53 comisarías de la Ciudad de Buenos Aires y algunos de las delegaciones del resto del país.
Qué hubiera pensado de este encuentro el general Perón, proscripto y perseguido, líder del movimiento popular, pero que tuvo también a José López Rega como secretario privado durante tantos años. O el cura Mugica, que cayó atravesado por las balas de Rodolfo Almirón, sicario de la Triple A y oficial de la Policía Federal. Ni qué hablar de Jorge Luis Borges, el gran escritor que dirigió esa biblioteca desde que derribaron al gobierno constitucional de Perón en 1955 hasta que terminó la proscripción al peronismo y asumió Héctor Cámpora.
Ayer, custodiados por los jóvenes que salían de consultar libros, la historia se dio una cita. Podía verse al “Pitu” Salvatierra, el militante de Soldati que no tiene vergüenza en contar lo que es la vida tumbera, y también a Jorge Van der Ghote, secretario de Seguridad de Pinamar, el rugbier que se sumó a las ideas de León Arslanian en el municipio donde la Bonaerense se cargó a José Luis Cabezas. Podía verse a Daniel Filmus o a Carlos Tomada, que saben que la agenda porteña no puede abordarse sin hincarle el diente a la seguridad. Ayer el ambiente era variopinto, como tiene que ser cuando una sociedad quiere abordar sin hipocresías un asunto de múltiples aristas. En el que cada cual antepone el cristal que le gusta pero en el que, más allá de las subjetividades, se cruzan diversas miserias, las del crimen organizado, que incluye a los corruptos o a los narcos, pero que también se dispara a otras violencias, como las de los pibes usados como mano de obra criminal o las de un padre golpeador o un marido borracho. Basta haber ido a una comisaría a hacer un trámite y hacer la amansadora en la sala de espera para entender lo variada que es la agenda policial.

PARTICIPACIÓN COMUNITARIA. ¿Qué es lo nuevo que trae Garré? Lo primero es que expresa una decisión –quizá tardía– de poner en práctica una política de Estado que alineará muy fuertemente a las fuerzas de seguridad nacionales con la presidencia. Para eso, Cristina Kirchner convocó a Garré, que venía apoyada en los logros de Defensa. La reunión de ayer había sido prevista para el lunes 21 de marzo; si se demoró fue, entre otras cosas, porque tenía que terminar de definir quiénes eran los comisarios que quedarían al frente de cada una de las 53 comisarías. Y los relevos de la semana son una prueba de que esto va a fondo: 36 jefes de seccionales tuvieron que dejar sus puestos. Entre las claves de esta política está la de recurrir a la participación. Es decir, abrir las comisarías a organizaciones de cada barrio que puedan participar y que ayuden a ejercer el control vecinal. A nadie escapa que la gran sombra de la corrupción estructural, organizada, con negocios millonarios, sólo es posible en base a una estructura de mandos inaccesible. Y no se trata de señalar sólo como sospechosos a uniformados, sino a algunos de sus jefes como articuladores de negocios muy rentables que requieren de emprendedores y trabajadores (desarmaderos), de narcos pequeños y medianos (tráfico y venta de drogas), trata de personas (prostíbulos y traslado de mujeres de países limítrofes o provincias alejadas). Pero también implica poner la mira sobre funcionarios de Inteligencia, fiscales, jueces, dirigentes políticos, empresarios de medios y hombres de negocios que llevan y traen propuestas que requieren de impunidad. Y eso se logra en las sombras. Claro, sombras dentro de las comisarías. Es decir, cámaras de seguridad –a veces sospechosamente caras– por las calles y un muro de silencio puertas adentro de los edificios policiales.
Tan claro es que el problema es ese que León Arslanian puso énfasis en la creación de foros de seguridad, y cuando llegó la gestión de Carlos Stornelli, lo primero que le pidieron los comisarios de la Bonaerense a Daniel Scioli fue terminar con el control civil de los mandos policiales y también de cada Dirección Departamental de Investigaciones. En esa tarea, Arslanian había contado con la ayuda inestimable de Martha Arriola. Ayer, otro componente de lo novedoso de esta política es que las tres personas que estaban sentadas al frente de los micrófonos eran tres civiles, y las tres mujeres. Garré, Arriola e Ileana Arduino, jefa directa de Arriola y que acompañó a Garré por años en Defensa. Estas mujeres, que cumplen las instrucciones de otra mujer, la presidenta, tienen una política clara. De acuerdo con lo expuesto ayer y por el estilo frontal pero respetuoso de Garré, el acento estará puesto en un proceso de articulación que no releve de la responsabilidad operativa a los uniformados pero que incorpore la seguridad como un derecho ciudadano y no como una prerrogativa de una institución policial.
Es probable que de la formulación de este principio a un funcionamiento pleno haya procesos que lleven tiempo. Pero con consignas claras, como las que expresó la ministra de Seguridad cuando dijo, por ejemplo: “La marca diferencial que supone la participación comunitaria se constituye como tal cuando se asume que las personas y su bienestar cuentan como fines en sí mismas y no como medios. Es decir, cuando la ciudadanía organizada es convocada para protagonizar el cambio y no con una retórica pretendidamente inclusiva que luego no hace otra cosa que banalizar el rol de la comunidad.” Ya no se tratará sólo de poner la lupa sobre las currículas de la Escuela de Cadetes Ramón Falcón sino de capacitar cuadros ciudadanos en el tema. Y para eso, la ministra advirtió que se harán “convenios con la Universidad de las Madres y la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, con quienes hemos acordado una propuesta curricular y una modalidad  de capacitación desde la perspectiva de la educación popular”.
El párrafo siguiente resulta muy claro y confirma hasta dónde está dispuesto este gobierno en materia de terminar con la visión corporativa que, hasta ahora, tuvieron los cuadros de la Policía Federal: “Nos anima la intención de recuperar el sentido más profundo que tiene la profesión policial: servir a su comunidad, recuperar credibilidad y prestigio a partir de la motivación y el profesionalismo. Este objetivo no será posible si no batallamos contra el fundamentalismo de mantener viva una cultura institucional cultora  del secreto. La mayor transparencia permitirá, además, que las fuerzas de seguridad puedan explicitar su tarea, volverla más comprensible, demostrar su capacidad de resolución de problemas o bien, alertar sobre lo que no funcione regularmente y cambiar el rumbo.”
La tarde caía. El fin del breve discurso fue seguido de aplausos. Sin insultos ni agravios. Hubo música. No fue la banda de la escuela de cadetes sino un grupo de rock, y no fue para interpretar las fanfarrias típicas para engalanar uniformes. Tocaron una de los Fabulosos Cadillacs muy conocida en las barriadas: “Mal bicho”. Y dice cosas como: “Vos que andás diciendo/ que hay mejores y peores/ Vos que andás diciendo/ qué se debe hacer/ Escuchá lo que canto/ Pero no confundir/ Es de Paz lo que canto/ Qué me hablás de privilegios/ de una raza soberana/ superiores, inferiores/ Minga de Poder/ Cómo se te ocurre/ que algunos son elegidos/ y otros son para el descarte...”

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