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sábado, 3 de septiembre de 2011

El 3 de septiembre de 1971, Perón recibe el cuerpo de Evita en Puerta de Hierro. El cuerpo de Evita en la memoria de la Nación.

Por Diego Guisande
El 3 de septiembre de 1971, Perón recibe el cuerpo de Evita en Puerta de Hierro, su residencia durante el obligado exilio en España. El mismo había permanecido desaparecido desde noviembre de 1955, cuando fue secuestrado de la sede de la CGT por un comando militar organizado por la dictadura de Aramburu.
La autodenominada Revolución Libertadora, que de revolucionaria sólo tenía lo violento y poco entendía acerca de la libertad, no le habría perdonado nunca a Evita haberse puesto al frente de las reivindicaciones no sólo materiales, sino también políticas, de un pueblo que se estaba revelando contra un modelo socioeconómico que lo explotaba y una cultura dominante que sistemáticamente lo excluía y lo negaba. Si la táctica esta vez parece siniestra, si el método resulta particularmente repulsivo por haberse encarnizado contra un cuerpo ya sin vida, la estrategia en realidad no era distinta de la que se intentó utilizar con otros hechos que fueron borrados de la memoria, extirpados de nuestra historia, ignorados por el Estado y negados a la sociedad. Pero en este caso sólo el odio de los perpetradores de este secuestro post mortem puede explicar la atrocidad que cometieron. El "ni vencedores ni vencidos" se transformó para el cuerpo de Evita en una deambulación sin rumbo hasta que fue desterrado a Italia, bajo un nombre falso, con el objetivo de perderlo para siempre. ¿Habrán creído realmente que ese acto podía borrar del pueblo lo que junto con ella había aprendido?. ¿Habrán sido ellos también superados por la "barbarie" hasta el punto de creer efectivamente que las ideas que Evita representaba podían ser matadas con la simple profanación de sus restos? ¿Es posible que una dictadura así haya sido apoyada, e incluso impulsada, por partidos políticos supuestamente democráticos provenientes de todo el arco ideológico? Actos como estos, perpetrados contra personalidades que eran muy queridas por la población argentina, no podían menos que generar los sucesos que se desarrollaron a continuación, y aún hoy persisten en el recuerdo de la sociedad, aunque todavía haya quien pretenda una reconciliación nacional que implique el olvido sin que los autores hayan nunca solicitado perdón o reconocido errores. Y lo que nunca se llegó a comprender es que, a esa altura, el ultraje contra Evita ya no era contra ella, que había pasado a la inmortalidad, era contra la Nación, a quien se quería privar de su historia, era contra una parte de la población que la había apoyado y le había pedido que fuera su vicepresidente, y contra la sociedad en su conjunto que no podía avanzar sobre la base de la negación violenta de sus propias contradicciones. Resulta esperanzador comprobar que aquél clima de verdadera crispación parece haber quedado en la historia. Pese a algunas represiones violentas durante los 90, a los sucesos del 2001, a los asesinatos del Puente Pueyrredón o a algunas trágicas muertes más recientes, toda violencia política fue o está siendo investigada por la justicia y resultó ampliamente repudiada por la sociedad y la mayor parte de las fuerzas políticas. Por otra parte, durante los últimos años el Estado Nacional viene erigiendo diversos recordatorios de nuestra historia que son patrimonio de toda la sociedad: el busto de Alfonsín, el monumento de la Soberanía recordando la Vuelta de Obligado, o el proyectado monumento al Grito de Alcorta son ejemplos de esta obra. Como no podía ser menos, Evita también recibió su reparación histórica al ver su perfil grabado sobre el edificio del antiguo Ministerio de Obras Públicas.

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