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domingo, 2 de octubre de 2011

Mario Oporto: “Hay que repensar Sudamérica”

Entrevista al director de Educación y Cultura de la provincia de Buenos Aires. Una charla con el autor del reciente libro De Moreno a Perón, sobre las posibilidades de entender a la Argentina en clave integracionista

"El siglo XIX argentino se caracteriza por una construcción basada en la paciencia", dice el libro De Moreno a Perón. Pensamiento argentino de la unidad latinoamericana. Y la afirmación, como hace todo buen libro, deja pensando. Cuentas: de la Revolución de Mayo a la Independencia de julio pasaron seis años, la Constitución tardó 43 años en dictarse, hubo que esperar más de un siglo para tener ley electoral y saludar al primer presidente consagrado por ella, y un siglo y medio para conseguir el voto femenino. Mario Oporto –director general de Educación y Cultura de la Provincia de Buenos Aires–, autor del libro en cuestión, parece dispuesto a recuperar ese tiempo, acorde con un gobierno que en los últimos ocho años cambió a nivel nacional el modo de hacer política. Por eso reunió documentos de pensadores (de aquellos que unieron la acción al pensamiento, de Mariano Moreno a Juan Domingo Perón, pasando por Castelli, Güemes, San Martín, Monteagudo, Dorrego, Rosas, Yrigoyen, Palacios, Ingenieros, Scalabrini Ortiz) y, alejado de las líneas históricas tipo “San Martín-Rosas-Perón”, ensaya una reinterpretación de la política. Como buen educador, arranca con la enseñanza de la historia: “El debate entre historia oficial y otra versión de la historia que se aglutinaba como ‘revisionismo histórico’ fue superado. Hoy los manuales escolares introducen una interpretación política diferente y dan cuenta de los nuevos procesos históricos, económicos, sociales”.


–Superada esa barrera historiográfica, quedaría por saber si también se superaron las de la enseñanza y del aprendizaje...
–Hay que diferenciar si uno tiene logros de aprendizaje y, cuando se logran, qué calidad tienen. Hay otros diseños curriculares, otros programas, otros contenidos. Las interpretaciones que circulan por las escuelas de la Argentina no son las de una historia homogénea.

–Ante esta variedad de interpretaciones, el corpus que usted forma en su libro, ¿no fue cambiando de significado a través del propio peronismo? No es el mismo Moreno o Castelli en el ’45 que en el ’55, ni siquiera parecería ser el mismo Perón en los ’90 que el de ahora.
–Es cierto. Primero, debería aclarar que el “de Moreno a Perón” es un título, pero no un intento de línea histórica. El primer Estado peronista tenía una historiografía bastante tradicional, vinculada a lo que se llamaba la nueva escuela histórica. El héroe de aquel primer gobierno de Perón era San Martín, no Rosas. Rosas llega recién con la Resistencia, cuando la Libertadora comienza a llamar a Perón como “la segunda tiranía”. Allí aparece la línea San Martín-Rosas-Perón. Si seguimos trabajando, por una cuestión de comodidad, con líneas, podríamos decir que este Bicentenario fue más reivindicador de una línea que sería Moreno-Belgrano-Castelli por sobre la línea conservadora.

–¿Con qué línea trabaja usted?
–Trato de no trabajar con líneas históricas. Hice un rescate de documentos fundamentales y terminó siendo un libro en dos partes: una en la que escribo yo y otra en la que escriben hombres del pasado. Comienza en 1802, con la tesis de doctorado de Moreno, que no es un documento sobre la unidad americana, sino sobre servidumbre indígena. Pero me interesaba trabajar con esta idea de la cuestión social (la servidumbre indígena), la cuestión nacional (la independencia) y la cuestión de la unidad. Y termina con el documento de Perón de 1953. Debería haber aclarado 1802/1953, para que no se crea que es una línea histórica entre ambos apellidos. Porque en ese recorte quedaron afuera Cooke, Hernández Arregui, Abelardo Ramos, Puiggrós y, por supuesto, Guevara. En planos distintos: hay escritores, teóricos con poca responsabilidad política directa y otros que lo son de manera fundamental.

–Así como Borges hizo con Pierre Menard y el Quijote, parecería que leer a Moreno o a Castelli o a Perón en su libro es leer de otro modo aquellos documentos. La primera parte del libro, esa en la que escribe usted, resignifica todo lo que va a venir después. ¿Con quién se pelea, con qué historiadores, con qué líneas?
–En primer lugar, me peleo con Mitre y los herederos de izquierda y de derecha que tuvo. Me peleo con todos aquellos que creen que la Argentina es una parte de Europa y no de América latina. Me peleo con los secesionistas de cualquier época y cualquier índole. Me peleo con los que creen que un uruguayo o un paraguayo o un boliviano son extranjeros. Con aquellos que nunca pudieron entender que dependimos de Lima durante más de doscientos años, que fuimos peruanos antes de ser cualquier otra cosa. Me peleo con los que se molestan con los migrantes de los países limítrofes. Y discuto con un sector del campo nacional que está impedido de poder leer otras tradiciones políticas o historiográficas. Me peleo con los sectarios. Con aquellos que desde el revisionismo no pueden leer a pensadores de formación distinta.

–Cuando se refiere a esos campos no peronistas, ¿se refiere a la izquierda? Cuesta bastante relacionar su trabajo con un pensamiento de derecha.
–No, no leo a la derecha absurda. Pero hubo una tradición nacionalista argentina a la que le interesó el tema de la independencia, de la cultura nacional y no me niego a leerlos. Marx decía que se puede ser anticapitalista en favor de la Edad Media. Yo descreo de los que son antiliberales en favor de la Edad Media y también descreo de los que son internacionalistas en detrimento de la Nación.

–Olvidando que Monteagudo y Castelli estudiaron en Chiquisaca, hubo en el país una fuerte tendencia a menospreciar a pensadores de otros países latinoamericanos. ¿Usted cree que hoy se da ese cruce, que hay intelectuales en consonancia en América latina?
–Me parece que todo este fenómeno extraordinario que se está dando en América latina hace una década rinde sus frutos. Hubo enormes trasformaciones, generando un espacio de pensamiento común. Pero fue fundamental el salto cualitativo del Mercosur a la Unasur, de un mercado a una unidad política. Y el Bicentenario, donde se demostró que se puede hacer un recuerdo y un festejo desde la vanguardia estética y artística rescatando las mejores tradiciones. Hace cuatro o cinco años que vengo pensando este libro. No tenía apuro para sacarlo. En medio de eso, apareció en la Casa Rosada el Salón de los Héroes Latinoamericanos. Allí sentí tranquilidad de estar pensando por un camino similar. El Bicentenario fue profundamente latinoamericanista desde una postura nacional y social. Esa misma es la preocupación que tiene todo este trabajo: la cuestión nacional y la cuestión social. Retomo la pregunta sobre con quién me peleaba. Me peleo con aquellos que entienden lo social y no entienden la nación y mucho más con quienes defienden una nación aristocrática sin importarles el pueblo. Ese fue el esfuerzo.

–Mencionaba el cambio de unidad económica a unidad política, de Mercosur a Unasur. ¿Cuánto falta, más allá de que se esté en camino con las apreciaciones que hizo recién, para que América latina sea una unidad cultural?
–Creo que lo somos con sus matices. Los cuestionamientos a la unidad cultural que somos serían casi los mismos argumentos que podríamos cuestionarle a la unidad cultural de la Argentina. La sociabilidad, en lo que hace a los movimientos poblacionales, es previa a la constitución de las fronteras nacionales. Por lo tanto, el espacio cultural de Jujuy se parece más al de Bolivia que al del Litoral. El problema es que desde aquí tenemos una visión muy litoraleña de la Argentina, pero el mundo guaranítico es un mundo que incluye a la Argentina y a Paraguay y a Brasil y a Uruguay. Hoy la unidad de nuestro continente no es la misma de hace 200 años justamente porque llevamos 200 años de ser países. Pero creo que la unión de Sudamérica es una reunión: es volver a unir lo que estuvo unido antes y se separó. En ese sentido es diferente a la Unión Europea. El gran desafío cultural para nosotros es la homogeneidad de los países hispanoparlantes y la homogeneidad regional. Ese corpus documental que armé, cuya única originalidad es que esté todo junto, no está pensado para la Academia, sino como un libro para la política. Si hablamos de unidad latinoamericana debemos conocer un par de autores que hicieron mucho por ella. Y debemos saber que esto que ocurre no es una extravagancia de época, sino una tradición histórica en la Argentina. Y el gran desafío es la relación con Brasil. Si se mira ese corpus documental, se comprende que el gran salto lo da Perón. Hasta Perón, la unidad es hispanoamericana. Desde Perón, es iberoamericana. Y por lo tanto, nuestro gran desafío es lograr esa unidad cultural con Brasil, que nos lleva a repensar la relación de España y Portugal como Iberia. La diferencia entre un portugués y un vasco es tan diferente como entre un vasco y un catalán. Hay que hacer el esfuerzo y conocernos más desde campos de la unidad.

–Escribió un libro político. ¿Los políticos leen?
–Muchos sí, otro no. Pero, en realidad, es un libro para todos los compañeros, para los jóvenes. No es un libro erudito, que deba ser juzgado por mis antiguos colegas de la Academia. En cambio, me animaba a un libro que pudiera leer quien no conoce de historia y que pudiese ayudarlo a repensar el tema de América latina. Me interesa que el libro lo lea la gente común, interesada en este tema de la historia. La unidad del continente es un punto estratégico de nuestro tiempo histórico y de nuestro proyecto político. Tenemos una tradición que nos avala, formamos parte de las mejores tradiciones argentinas. Hay otra tradición nacional: la de separarse, la de mirar a Europa, la de no sentirnos hermanos, la de tener hipótesis de conflicto. Y hay otra tradición que piensa la unidad desde la visión imperialista, esa que dice que se perdió Bolivia, Paraguay y Uruguay y que debemos recuperar esos territorios. La tradición que rescato es integracionista: éramos lo mismo, dejamos de serlo y tenemos que reunirnos.

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