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domingo, 5 de septiembre de 2010

Capusotto es un patafísico

Como André Bretón, Marcel Duchamp, Antonin Artaud y los hermanos Marx, Diego Capusotto es más que un simple artista de vanguardia: es un patafísico. La idea me la contó hace poco la escritora Alcira Bas. El término “patafísico” lo inventó en 1900 un tal Alfred Jarry, francés, vanguardista, escritor simbolista y anárquico, como una forma de explicar su literatura, quizá un modo de vivir y también de conocer el mundo. Y a Capusotto le calza como un guante.
La expresión o corriente patafísica es un recurso retórico que deforma la horma social, una reacción bufonesca contra la pasividad y el positivismo francés de la época. Capusotto, que volvió a la TV hace un mes y acaba de estrenar en cine “Pájaros volando”, es patafísico no sólo por sus últimas declaraciones a los medios, en donde desnuda a alguna de sus nuevas criaturas (con ajustadas similitudes de personajes “Jarrynescos”), sino por considerar que en su rol de artista desprejuiciado, el juego de la actuación es una expansión del Ser que se lleva en todo momento y para toda la vida.
Que Capusotto es un tipo coherente consigo mismo, no hay duda alguna. Los discretos 2,9 puntos de rating que midió la apertura de su nuevo ciclo (ya lleva dos programas en el aire en su sexta temporada), prueban que esos números no son inquisidores ni para él, ni para Pedro Saborido, el guionista del programa. “No estamos trabajando como en una oficina, a la que uno va y marca tarjeta”, dijo el artista en la revista Rolling Stone en relación a una declaración de Alejandro Fantino, en la que el conductor confesaba que una vez terminado su programa “nos vamos a casa y listo, se terminó”. “Eso me parece un poco perverso, porque representa que vos estás creyendo lo que estás diciendo sólo porque hay un sueldo que te convence”, remató Capusotto.
La fórmula de sus creaciones fluctúa entre la sutileza, lo filoso y cierta ingenuidad adolescente; todo eso rematado por puntadas que arriendan circunstancias de la cultura rockera, sin obviar, por supuesto, los efectos visuales (y artesanales –la guitarra eléctrica, por ejemplo, que viaja en patineta-) que abren los sketch. Con estos condimentos, Peter Capusotto y sus videos, cuece un guiso picante a la boca (o en este caso, a los ojos). Pero también es cierto que su estilo marca una época resbalosa para la pantalla chica: el vacío de contenidos. Quiérase o no, Capusotto está más cerca de la biblioteca que del guión azaroso, esa típica divisa que malgastan los llamados “guionistas creativos”. Sin embargo, el actor logró (¿adrede?) rodearse de detractores que lo congelan dentro del la nevera del humorismo intelectual. Y digo humorismo y no humor. El primer tópico, como precisó el pediatra Florencio Escardó, es esa capacidad de maquillar con suspicacia las injusticias de la realidad. El humor raso, en cambio, es ese dislate liviano que sostiene al actor mediante la locución de un chiste; un artificio discursivo destinado sólo a hacer reír.
Es por eso que los personajes de Peter… no recurren al chasco como fenómeno provocador, todo lo contario: el disparate en la historia posee un fondo dramático. “Me parece que la tragedia”, dijo el comediante, “está siempre muy relacionada con el humor. Uno apunta siempre ahí: a reírse de lo trágico”. Y lo funesto, bien podría atribuirse a su nuevo personaje: Fito Mochila, un fenómeno musical, en cuyo hit Piki-Piki(con análisis sociológico incluido de Abel Raztembajer, intelectual de barba espesa y voz cavernosa) se alude a la desnutrición infantil y a otras desgracias sociales. Fito es un idiota con dientes deformes que llegará con el tiempo, según reveló el actor, a ser candidato a presidente. Y Ubú, el personaje central de la mejor tragedia cómica de Jarry, es un gigoló quijotesco con un vientre inmenso, tres dientes (uno de madera, el otro de piedra, y el restante de hierro) y una oreja única y retráctil. Con todo, hay una particularidad vital que une tanto a Fito como a Ubú: es la inconciencia de sus propias deformidades físicas, sociales y políticas, anomalías que cuajan sobre la desmesura del poder dominante.
Casi un siglo atrás, el humor también fue un medio de protesta para el creador de un personaje rotoso de galera, levita, bigote y bastón: Charles Chaplin. En 1936, en “El gran dictador” (una alusión a Adolf Hitler, bajo el seudónimo de Adenoid Hynkell), Chaplin hundió la aguja hasta el fondo de la crítica social en el umbral de la Segunda Guerra Mundial. ”Estaba decidido a ridiculizar su absurda mística en relación con una raza de sangre pura”, confesó el actor inglés. Tal vez esto mismo es a lo que refiere Capusotto cuando habla del “horror que hay atrás de la risa”, eso que subyace en cada uno de sus personajes.
Lejos de la liviandad de Alberto Olmedo, muy cerca de la herramienta política a la que echaba mano Tato Bores, Capusotto es un “fenómeno meteorológico”, como lo definió una docena de intelectuales de taquilla. Un accidente histriónico que llega al límite de la burla (incluso botada sobre sus mismos personajes), más que un trágico es el redentor de una ciencia llamada humorismo, una suerte de medicamento que alivia allí donde más nos duele y nos permite edificar otra mirada sobre la realidad, y en este sentido, una forma diferente y creativa de vivir. Al igual que Jarry, su patafísica se da entera en el rectángulo de los bigotitos de Micky Vainilla, en el vaso de whisky de Violencia Rivas o en los anteojos oscuros de Pomelo. Si el mundo necesitó de la lucidez hilarante de Chaplin o las elipsis estéticas de Jarry, la TV - y acaso la Argentina a secas- necesitan de artistas como Capusotto.

Por Guillermo Marín *
* Periodista y escritor

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