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miércoles, 22 de septiembre de 2010

22 DE SEPTIEMBRE DE 1974: JUAN JOSÉ HERNÁNDEZ ARREGUI SUBE AL COMANDO CELESTIAL

Por Daniel Chiarenza

El pensador nacional Juan José Hernández Arregui nació en Pergamino, provincia de Buenos Aires, el 29 de septiembre de 1913.

En 1931 se afilió a la UCR yrigoyenista y escribió en los periódicos radiales de esta tendencia: Debate, Doctrina radical y La Libertad.

En la década del ´40 estudió en la facultad de Filosofía y Letras de la ciudad de Córdoba, en la que tuvo como principal maestro al destacado Rodolfo Mondolfo.

Se graduó en 1944 con diploma de Honor y medalla de Oro.

En 1947 se produjo su acercamiento al peronismo, de la mano de Arturo Jauretche, quien lo llevó a colaborar en el gobierno bonaerense de Domingo Mercante.

En 1948 comenzó su labor docente en la Universidad Nacional de La Plata, y en la facultad de Ciencias Económicas de Buenos Aires, hasta el golpe militar de 1955.

En 1964 lanzó el movimiento CONDOR junto con otros intelectuales.

El 19 de octubre de 1972 sufrió un atentado terrorista en su domicilio.

En 1973, cuando ya se respiraban aires de justicia social, fue distinguido como Profesor Emérito de la UBA.

En junio de 1974 dirigió la revista Peronismo y liberación.

Falleció el 22 de septiembre de 1974 en la ciudad de Mar del Plata.

El análisis que sigue está extraído del Prólogo de "La Formación de la Conciencia Nacional". Buenos Aires, Peña Lillo reeditado por Ediciones Continente, 2004. El autor es Eduardo Luis Duhalde, también conocido como Duhalde el bueno para diferenciarlo claramente de El otro; y fue escrito en abril de 2004.

La conciencia nacional, que se supone revolucionaria en tanto antiimperalista, aparece como el punto de unidad y fuerza motriz del proceso, la que va determinando con un carácter instrumental los comportamientos sociales.

Esa conciencia histórica nacional aparece así con un nível de autonomía frente a sus portadores concretos, ya que el esquema hernández-arreguiano, tiene más que ver con una concepción emparentada con la visión de la ideología como interpelación (-la ideología interpela-constituye a los individuos en sujeto, Althusser), aunque esta controvertida tesis althusseriana está referida a la ideología como instancia discursiva de las clases dominantes, cuyo fin es -asegurar la reproducción de las relaciones de producción existentes y de las relaciones que derivan de ellas.

Pero en una y otra está presente un principio autonómico de operatividad.

En Hernández Arregui, la conciencia nacional es sujeto constituyente y significante de la clase obrera revolucionaria.

-Las ideas -dirá- se engendran progresivamente en la historia y responden a una oculta necesidad genética del desarrollo.

Fundado en la tesis de la formación generacional previa, Hernández Arregui encuentra la estructuración de una conciencia discursiva en el nacionalismo de FORJA que hace entroncar con una línea histórica material e ideológica que tiene dos pilares en cada extremo: las montoneras del siglo pasado y la clase obrera peronista, marcando la antinomia entre lo nacional y lo antinacional, que se va dando en cada etapa de la historia y que van determinando la lucha por la liberación nacional.

-El destino de los movimientos precursores -dirá- no es actuar sobre la generación contemporánea sino sobre las promociones políticas e intelectuales que le siguen.

A veces, el contrapuesto encadenamiento de las generaciones, ese legado ni siquiera es reconocido por los que lo han recibido y lo juzgan como nacido de la propia lucha generacional, cuando en verdad, tales ideas son una herencia política.

Sólo la madurez histórica en una comunidad, logra en determinado momento, restaurar y ordenar los eslabones a través de la histórica crítica de las ideas que enhila a las edades sucedáneas entre sí en la unidad superior del espíritu.

Y entonces, las ideas mismas aparecen como una serie lógica en el tiempo y en estrecha simbiosis orgánica con la historia de la Nación.

La transformación de las ideas, no sólo es parte del proceso incesante de la vida histórica, sino la razón misma de la continuidad y recreación espiritual de una existencia nacional".

Como he señalado, este trabajo medular fue sin duda una de las fuentes generadoras del pensamiento nacional en la década del sesenta.

Si pudiera hacerse una encuesta entre los sobrevivientes de aquella generación -entre los que me encuentro- acerca de los libros que más influyeron en su formación militante, no tengo dudas de que este libro de Juan José Hernández Arregui figuraría en los primeros lugares.

Al escribir el posfacio a una obra de Roberto Carri -uno de los hombres influenciados en su proceso de nacionalización ideológica por la lectura de Hernández Arregui- he reflexionado sobre la ambivalente sensación que me crea la relectura hoy de aquellos trabajos que fueron en el pasado parte de nuestro desarrollo intelectual.

Me resulta difícil releer La formación... despojándome de la deuda contraída a lo largo de mi vida política con este y otros textos de Hernández Arregui y con la palabra dicha de quien fuera mi amigo y formador.

Límite y al mismo tiempo riqueza de lo vivido, que me impide acceder a este libro con la mirada inocente de quien lo aborda en primigenia lectura desde el presente, no para analizarlo como aporte reflexivo de su andadura en el tiempo, sino para reimprimirlo en la realidad de hoy y verificar su pertenencia.

Pero aún frente a nuevos lectores, como toda producción escrita resulta una obra abierta que invita a la mirada proyectiva para buscar coordenadas imaginarias mediante líneas trazadas desde su texto, sobreimpresas en los cambios habidos en la travesía social desde entonces.


Es posible distinguir las condiciones de producción de las de reconocimiento: la distancia entre las circunstancias sociales bajo las cuales fue elaborado y las condiciones en que se desplazó a lo largo del tiempo histórico.

Así, en ese devenir entre el entonces de La formacion ... y el presente, aparecen como contracanto interpretativo indispensable las tragedias colectivas e individuales originadas por el brutal asalto al Estado y la sociedad argentina desde la acción imperialista y el liberalismo arrasador con el casi aniquilamiento de nuestra condición nacional, que nos coloca hoy, en un nuevo esquema refundacional donde no es casual que la mirada vuelva a la obra de Hernández Arregui, Jauretche, Scalabrini Ortiz, John William Cooke y Rodolfo Puiggros, entre otros pensadores nacionales.

Es que el combate por insertarnos en el mundo como país realmente independiente remite ineludiblemente a la consolidación de una nueva conciencia nacional históricamente enraizada.

Valgan estas líneas como el prólogo que gentilmente me invitara a hacer Juan José Hernández Arregui, hijo de mi viejo maestro y continuador inteligente de su pensamiento, aunque ninguna exaltación que se haga de la obra de su padre podrá igualar a la importancia que le dieran sus enemigos enquistados en el poder: ya que vivió y murió excluído, perseguido, encarcelado y víctima sobreviviente de un atentado con explosivos, todo para silenciar a quien no utilizó a lo largo de su vida otra arma que su pluma inclaudicable.

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