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domingo, 18 de diciembre de 2011

Hugo Moyano y un posible caso de exceso de velocidad

Por Eduardo Blaustein
El secretario general de la CGT decidió confrontar con el Gobierno apenas cinco días después de la asunción presidencial. Recuerdos de los ’70 y una pregunta: ¿quiénes son hoy los apresurados? ¿Quiénes los retardatarios?

En 1994, cinco años de menemismo después, Hugo Moyano se convirtió en uno de los fundadores del MTA, que peleó contra la política neoliberal del presidente riojano. Contra aquellos cinco años, Moyano apenas si dejó pasar los primeros cinco días del segundo mandato de Cristina Kirchner para confrontar seriamente con su gobierno. El MTA de los ’90 tuvo la suficiente creatividad y amplitud de criterios como para confluir con la CTA, perfilada en una identidad muy distinta, crítica del sindicalismo ortodoxo. El Moyano del jueves pasado puso marcha atrás en el túnel del tiempo, lo cual no quiere decir que sus demandas no deban ser discutidas y atendidas.
El estadio de Huracán, para los futboleros con suficiente edad y sentimiento, es un símbolo muy querido del ’73: por el campeonato obtenido por el Globo, por la extraordinaria dupla Brindisi-Babington, por las atorranteadas de Houseman a quien la JP y los villeros combativos del Bajo Belgrano reclamaban como tropa propia, por antiguas declamaciones de Menotti. Es irónico que Hugo Moyano haya elegido esa cancha, que presuntamente le convendría más al setentismo, para su convocatoria. A la hora de exprimir y sobrevender tensiones posibles en el kirchnerismo, la derecha ha hecho intentos erráticos por explotar los antagonismos profundos del peronismo de los ’70. “Erráticos” no quiere decir que no se haya intentado ni vaya a intentarse con mejor fortuna en el futuro cercano. Cuando terceros mal intencionados tratan de convocar a los fantasmas violentos del pasado, el kirchnerismo tiene la imperiosa necesidad de evitar que las tensiones se agudicen y sean explotadas. Haya paz.
De las meteduras de pata cometidas por ciertas componentes (no todas) de eso que hoy se llama “setentismo”, sobresale la relación inmadura con Perón, “el movimiento” y el grueso de la CGT. Perón distó de ser un ser impoluto y unos cuantos sindicalistas tenían muchos de esos rasgos odiosos denunciados desde los tiempos del Diario de la CGT de los Argentinos: la burocratización, los enjuagues con las patronales, el enriquecimiento sospechoso, la violencia macartista. La respuesta infantil, sectaria y no política de la izquierda peronista fue la peor elección posible en la disputa de espacios.
Por lo poco que se sabe de las biografías juveniles de Néstor y Cristina Kirchner puede suponerse que su temprano distanciamiento de las opciones radicalizadas que se planteaban hacia 1975 fue un gesto de lucidez. Optaron por la política, por persistir en la lucha de espacios largamente construidos, no por el aislamiento ni la aventura. Desde el primer gobierno de Néstor Kirchner el sostenimiento de un espacio común de convivencia con amplios sectores sindicales, aún con tensiones fuertes, fue uno de los rasgos menos analizados y potencialmente más fértiles del fenómeno kirchnerista. Esa convivencia es la que parece amenazada a partir del acto en Huracán y la noticia es mala para el kirchnerismo y para Moyano, sin que eso suponga una amenaza grave para el Gobierno.

Apresurados/retardatarios. En el último año y medio Facundo Moyano, cada vez que se le preguntó, con buena o mala leche, sobre la “coexistencia pacífica” de setentismo y sindicalismo, reiteró que los tiempos cambiaron. No parecía una respuesta de cassette, evasiva, sino un sensato “no rompan, ése no es mi drama, son temas viejos”, o de viejos. El jueves mismo, desde Twitter, Moyano hijo pareció más sabio que su padre apuntando dos cosas. La primera fue ésta: “La contradicción principal es entre el proyecto financiero neoliberal y el proyecto nacional popular y latinoamericano, y eso se expresa en la antinomia política kirchnerismo-antikirchnerismo. Nosotros sabemos de qué lado estamos”. La segunda fue esta otra: “No seamos imberbes, los trabajadores son la esencia de un Proyecto Nacional y Popular, no nos comamos contradicciones que no existen”.
Es astuto el uso que hizo Facundo Moyano de la palabra “imberbes”, el celebérrimo calificativo aplicado por Perón cuando hizo que los Montoneros abandonaran la Plaza. ¿Recuerdan, lectores memoriosos, cuando el General herbívoro hablaba en los ’70 de “sectores apresurados” y “sectores retardatarios”? Contra los retardatarios del movimiento no hizo demasiado. A los apresurados, en cambio, los calificó duro: “Creen que todo anda despacio, que no se hace nada porque no se rompen cosas ni se mata gente”. Los apresurados fueron luego los denominados “imberbes”. Al filo del 2012, parece resignificar el joven Facundo Moyano, imberbes serían aquellos que se enfrentan cegados en lugar de priorizar el proyecto común.
Quizá Hugo Moyano acaba de invertir la ecuación de retardatarios y apresurados de los ’70. Eligió hacer de apresurado y es difícil establecer cuánto de su apuesta obedece a disidencias de fondo con el proyecto kirchnerista (las que señaló son de coyuntura y hablables), cuánto a la mera disputa o conducción de espacios, cuánto a fortificar las obras sociales, cuánto deviene del reparto de poder interno o posibles destratos oficiales, cuánto hay de agriada carga emotiva y de duelo personalizado en la relación con Cristina u otros dirigentes kirchneristas.
Hay algo en este juego con los ’70, de todos modos, que está claro: Cristina no es en absoluto –tomando todo el escenario nacional– la que ocupa el lugar de “retardataria” y fueron ciertos arrestos de Moyano los que la obligaron a marcar la cancha como líder indudable de un amplio proyecto político (donde “amplio” implica diverso, difícil, ruidoso, vital). Pero la antinomia setentista sobre apresurados y retardatarios apenas si funciona de modo vagamente metafórico, y no en la realidad de un presente muy distinto al de los ’70 y además fluido, cambiante. ¿Quién es el retardatario cuando se elige la alianza con el Momo Venegas y se quita apoyo al nuevo régimen de Trabajo Agrario? Si Moyano elige por Zanola o es elegido por Barrionuevo, está en problemas. ¿Quién es quién cuando se trata de defender el poder adquisitivo de los asalariados o discutir el reparto de ganancias? ¿Quién cuando se trata de democratizar las representaciones y prácticas sindicales? ¿Quién cuando se discuten las obras sociales o los modos de distribuir la riqueza? Las razones y las posiciones se cruzan, se confunden, a veces se equilibran. Más razón para que los actores de esta disputa se manejen con prudencia, preservando acuerdos fundamentales.

Moyano/ Su ruta. ¿Qué será del futuro de Moyano y del moyanismo a partir de lo sucedido en Huracán? En principio, nada es definitivo en política y puede que la convocatoria y el discurso hayan sido apenas un modo exacerbado del viejo truco de apretar para negociar. No parece que Moyano tenga con qué construir ni un proyecto político propio, ni siquiera un proyecto de liderazgo sindical ampliado y sustentable a largo plazo. Porque le sobran gremialistas que lo detestan, porque su propia fuerza en una CGT fragmentada se reduce a su propio gremio (formidable) y a un puñado de sindicatos chicos (en la tribuna, ubicado a su lado, Juan Carlos Schmid, un muy buen cuadro, parecía más preocupado que entusiasmado por lo que venga).
Son sólo hipótesis: puede que Moyano se haya dejado arrastrar por su propia bronca y por la mala onda venida del kirchnerismo político, que acaso exageró en los gestos y en la elección de los escenarios desde los que se hicieron esos gestos. Moyano dijo bien que una abrumadora proporción de votos a Cristina provino de los trabajadores. A Cristina, no a él. Se sabe largamente qué escasa adhesión electoral cosecha, aunque sí sea una figura respetada y respetable entre muchos trabajadores. Si quiere trascender políticamente, de poco le va a servir aplicar ese tipo de peronómetro que recuerda la horrible campaña justicialista de 1983. Y se sabe qué late cuando se reivindica la expresión arcaica y vacía del “peronismo de Perón y Eva”: cero innovación, no decir prácticamente nada en términos de proyecto político, una apelación al conservadorismo, algo más que un tufillo macartista.
El kirchnerismo tiene un problema relativamente nuevo en estos días que van a ser de agitación política y de titulares. Es una de esas convulsiones conocidas y reparables. El riesgo en todo caso no es de gobernabilidad sino de asegurar la suficiente consistencia y sustentabilidad política al proyecto de gobierno como para seguir generando transformaciones, en línea con las que están surgiendo desde el Congreso en su envión de fin de año.

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