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lunes, 2 de agosto de 2010

Videla cumple 85 años. Por Vicente Muleiro, escritor y periodista, subdirector de Radio Nacional. Coautor –junto a María Seoane– del libro El dictad


El 2 de agosto de 1925, en una quinta del pago bonaerense de Mercedes, alambrado de por medio del Regimiento 6 de Infantería, María Olga Redondo Ojea paría por segunda vez rodeada de prevenciones. Apenas dos años antes, fruto de su relación con su esposo, el oficial de ejército Rafael Eugenio Videla, había dado a luz a dos mellizos, Jorge y Rafael, rápidamente arrebatados por la parca durante una indomable epidemia de sarampión. El retoño heredaría una marca indeleble: el nombre de los mellizos muertos que debería cargar de por vida como un culto fantasmagórico que, más adelante, se abriría brutalmente a otros.
El reo Jorge Rafael Videla mañana 85 años mientras asiste, con una armadura a través de la que pretende subrayar la posesión de una íntima verdad, al juicio que por 31 fusilamientos en la Unidad Penitenciaria 1 de Córdoba, le impone el Tribunal Oral de esa ciudad. También en el umbral de los 85, el pasado viernes 23, la Cámara Federal confirmó su prisión preventiva por los secuestros del empresario Federico Gutheim y de su hijo, una causa por la que también está encartado, aunque en un limbo ambulante entre el sanatorio y su casa, el jefe civil de la dictadura videlista, José Alfredo Martínez de Hoz.
Sin duda que mañana, pese a estar en prisión, Jorge Rafael Videla le agradecerá a su Dios vengativo que le haya permitido llegar a las ocho décadas y media. Videla tiene una relación privilegiada con el Señor, como se lo confesó al procesista lunfardo José Gobello en la cárcel de Magdalena en 1989.
La historia consta en el libro Fuera de Contexto, de Gobello (Prensa Subterránea, 1998) y recuerda que monseñor Miguel Hesayne había dicho que Videla, por sus crímenes, no conseguiría el perdón de Dios. Con orgullosa picardía Videla relata que tras haber dejado la presidencia viajó a Bariloche a visitar a uno de sus hijos que cumplía allí su destino militar: “Llegado el día domingo –narró Videla– , como es mi costumbre, concurrí a misa acompañado por mi familia. Ese mismo día, culminando una visita pastoral, monseñor Hesayne se encontraba en Bariloche y oficiaba la misa a la que yo concurriría, sin que cada uno conociera la presencia del otro.
’’Cuando llegó el momento de la comunión me incorporé en la procesión y me dirigí hacia el altar. Mientras caminaba iba pensando cuál sería la actitud del oficiante, al momento de enfrentarnos. Estaba en esas cavilaciones, cuando, de repente, se apagaron las luces del templo y ya, a la tenue luz de la vela, se siguió distribuyendo la comunión. Al llegar de regreso a mi asiento, las luces del templo volvieron a encenderse.
’’Indudablemente, por encima de la voluntad de monseñor Hesayne había otra Voluntad que no deseaba privarme de mi encuentro con Él en la Eucaristía.”
De estos privilegiados intercambios con el Altísimo Videla sigue extrayendo los consuelos que ya no le da una sociedad civil cada vez más informada de sus actos. En la misma línea sigue invocando una “razón superior” que lo autojustifica, convenientemente asistido por oficiantes entusiastas, sean curas o expertos en tango.
Ya lo había señalado el 11 de agosto de 1998 en su domicilio de la avenida Cabildo 639 5° A, para el libro El Dictador que escribiéramos con María Seoane: “Yo no puedo hablar y más que nunca tengo que guardar silencio ahora, porque por cualquier cosa que yo diga se me puede hacer un juicio. ¡Tuve dos juicios por apología del delito”. Por eso la reaparición y la alocución de Videla obligadas por el Tribunal Oral de Córdoba le sirven a la sociedad a pesar de la parquedad expresiva.
Hoy sigue siendo consciente de que si suelta la lengua más allá del cacareo en torno de ciertas figuras formales (“no voy a prestar declaración”, “mis subordinados se limitaron a cumplir mis órdenes”, “terrorismo subversivo” “el Tribunal carece de competencia”) sería imposible no caer en la autoincriminación.
La audiencia del lunes 6 de julio, en Córdoba, fue reveladora de la persistencia en Videla de esas “pocas ideas pero fijas”. La recurrencia al salvavidas del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas como su tribunal natural, es una de ellas. Frente a ese Consejo, el 1° de agosto de 1984, a un solo día de cumplir los 59 años (sí, Borges, “a la realidad le gustan las simetrías y los leves anacronismos”) no se sintió apremiado cuando el titular del Consejo, brigadier mayor (R ) Luis María Fagés, le preguntó “si el Proceso de Reorganización Nacional justificaba la adopción de medidas extremas cuales son las torturas, las privaciones ilegítimas de la libertad, los homicidios etc”. Videla respondió “absolutamente no, señor presidente” y santas pascuas. Allí, en el marco de ese homenaje que la hipocresía siempre le rinde a la verdad, pudo decir también que si en algún caso durante la represión militar se traspasaron los límites y se violaron los derechos humanos, apenas se tomó “conocimiento de ello por vía del informe del respectivo comandante, por vía de la denuncia de particulares, por vía de hábeas corpus presentados frente a la Justicia; en la ocurrencia de algunos de estos supuestos siempre tuvo intervención el órgano competente para juzgarlos y sancionarlos”.
Así cualquiera: un Consejo que no repregunta, no avanza en la causa y finalmente no condena, más que Consejo es un amigo.
Las pocas palabras de Videla en Córdoba también fueron aptas para anotar hasta qué punto el ex dictador sigue fiel a sí mismo en la conformación de una ideología arcaica que insiste en la “guerra interna” y la “lucha contra la subversión”, esas generalizaciones exculpatorias del plan criminal para imponer un modelo socioeconómico regresivo.
Esas palabras, aunque ya reiteradas hasta el hartazgo, resultaron esta vez iluminadoras porque convivieron, en la misma primera semana de julio de este 2010, con las el arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio, cuando citó, en referencia a la inminente sanción de la Ley de matrimonio igualitario que “esta guerra no es vuestra, sino de Dios”. El truco discursivo es el mismo y ya se le notan demasiado las costuras: puro primitivismo religioso, pura apelación a las razones celestiales para militar en contra de la expansión de los derechos en la tierra.
A punto de cumplir 85 años, cargando su pasado mortuorio y su presente judicial como un martirologio que, seguramente imagina, será premiado en el más allá, la reaparición de Videla alerta sobre la circulación de un núcleo ideológico duro que él representó como nadie. Un núcleo duro que ya no penetra capilarmente en todos los estratos, pero que aún pretende hacerlo. También es útil para entrever cómo, más allá del discurso ultramontano, esas conformaciones ideológicas se reciclan con otros estilos donde caben la exitosa imposición de un discurso único en los ’90; la demonización pública de los pobres con los shocks de inseguridad en los comienzos de este siglo XXI; el republicanismo formal de quienes en verdad se oponen a cualquier modelo que no sea el agrofinanciero; la búsqueda de la reactualización, en suma, un país que debiera entregarse llave en mano a cierta variante de la concepción socioeconómica procesista. La posdictadura es mucho más larga que la dictadura y siempre ofrece marcas de que aún echa humo negro.
Que la Justicia haga hablar siquiera un poco al dinosaurio que mañana cumple 85 años ha sido una manera de alumbrar a todo el Parque Jurásico, aún a los que se disimulan cortándose los bigotes o tostándose a contratemporada.
El general ha hablado y, ya se sabe, retiene mucho más de lo que dice. Pero es así, debajo de la pilcha bien planchada y de la buena alimentación (“¡Qué bien que se lo ve al Flaco, hasta se lo nota más gordo!”), más allá de la seriedad sangrienta y el indisimulable rictus de desprecio, los pañales geriátricos no se ven.
Fuente: Miradas al Sur

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