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martes, 29 de junio de 2010

Un doloroso 1º de julio

Gentileza de El Ortiba
Por Enrique Manson *
Habíamos pasado la mañana reunidos, supuestamente preparando acciones políticas, pero en realidad viviendo un velorio anticipado.
No sólo estábamos ante el fin de la vida de un Grande, del más Grande. Estábamos ante el derrumbe de una gran ilusión. La mayoría de nosotros, que estábamos un poco pasados de edad para considerarnos JP, habíamos vivido el primer peronismo siendo chicos, y aunque éramos considerados parte de los únicos privilegiados, nuestro protagonismo había sido secundario.
Además, por pertenencia de clase, ninguno, o casi ninguno, le debía a Evita sus primeros zapatos, ni había conocido el mar por los planes sociales (aunque yo lo conocí a través del turismo sindical).
Esta que parecía perderse, era nuestra oportunidad de sentirnos protagonistas de la Historia Grande de la Patria. Ya desde el 20 de junio en Ezeiza, y antes también, esa oportunidad tambaleaba. No sabíamos que décadas después vendrían otras. De todos modos, la que se nos escapaba era esa. La que todavía creíamos posible ese 1º de julio.
A mediodía, en seguida de almorzar, en la esquina de Chacabuco y Belgrano, un compañero que por ser funcionario tenía informaciones más frescas, nos confirmó lo que era inevitable pero en lo que locamente no queríamos creer. ¡Se murió!
Corrimos a juntarnos en velorio privado en nuestro cubil político de la calle Montevideo y salimos de apuro a comprar una bandera, que en nuestra improvisada organización no teníamos. Intuíamos tiempos terribles. Y los tiempos terribles llegaron.
Hoy, soñando de nuevo, y con motivos para ilusionarnos, porque hemos visto en estos siete años cosas que suponíamos que no llegaríamos a ver, recordamos aquel momento negro de nuestra Historia como Nación y de nuestra Historia personal.
Y después de imaginar muchas formas de hacerlo, creemos que nada mejor que recordarlo como el Gran Educador que fue. El viejo sabio, con el que nos enojábamos cuando no estábamos de acuerdo con alguna decisión (en que casi siempre terminaba teniendo razón), pero sobre todo el Maestro, el verdadero aunque no se diga de él que nunca faltó a la escuela.

Perón educador
Durante un homenaje al doctor Ramón Carrillo, el hombre que personifica la política y la obra de Salud del Movimiento Nacional, una compañera de destacada y consecuente trayectoria, maestra ella, se lamentaba desde nuestro lugar de educadores diciendo que, así como tenemos en el sanitarista santiagueño el paradigma del Gran Médico, no teníamos el del Gran Educador. Es que olvidaba que ese paradigma en el Peronismo está representado –ni más ni menos- por el propio Fundador y Conductor de la Revolución Justicialista. Éste recordaba, irónicamente, que por tradición familiar pudo haber tenido un destino de galeno, pero que al no haber estudiado en la Facultad de Medicina y haberlo hecho en el Colegio Militar, nunca había matado a nadie.
Pero, si Perón no fue médico, sí fue un educador. Más precisamente, el Gran Educador, que nuestra compañera añoraba. Y lo de menos fue, en ese terreno, su paso formal por las aulas de la Escuela de Guerra, donde nacieron sus Apuntes de Historia Militar, que algún joven ex peronista arrepentido utiliza para atribuirle responsabilidad en los crímenes de la dictadura de 1976, por haber utilizado en ellos el término castrense aniquilar. A pesar de su sobresaliente relato de las vidas de los grandes generales de la historia y su minuciosa descripción de sus principales batallas, Perón diría, años después, que sólo se trataba, precisamente, de apuntes, para facilitar el estudio de los jóvenes oficiales.
El General tenía la condición innata del maestro. Esto se infiere de la lectura de muchos de sus discursos y de un sinnúmero de publicaciones. Su claridad literaria es tan notable con su valor didáctico. Ya en un discurso clásico, pronunciado el 10 de junio de 1944 en la Universidad Nacional de La Plata, bajo el título de Significado de la Defensa Nacional desde el punto de vista militar, iba más allá de establecer la doctrina que habría de guiar a nuestras fuerzas armadas hasta una década después de su derrocamiento en 1955, cuando se instaló la Doctrina de Seguridad Nacional, bajada del Pentágono para la cruel represión de los pueblos iberoamericanos.
En esta pieza se refería a la guerra moderna, que había dejado de ser enfrentamiento entre militares para dar participación a toda la población. Se trataba de la tesis del mariscal von der Goltz; La nación en armas. Por eso mismo, era imprescindible asumir el terrible flagelo que (la guerra) representa para una nación (y que) debe ser en lo posible evitada y solo recurrir a ella en casos extremos.
Un país en lucha puede representarse por un arco con su correspondiente flecha,…y apuntando hacia un solo objetivo: ganar la guerra.
Sus fuerzas armadas están representadas por la piedra o el metal que constituye la punta de la flecha, pero el resto de esta, la cuerda y el arco, son la nación toda, hasta la última expresión de su energía y poderío.
De ahí que la defensa nacional sólo es posible con una comunidad integrada, desarrollada y con relaciones internas armónicas. Por ello, una gran obra social debe ser realizada en el país; tenemos una excelente materia prima, pero para bien moldearla es indispensable el esfuerzo común de todos los argentinos…
La defensa nacional es así un argumento más, que debe incitarnos para asegurar la felicidad de nuestro pueblo.
En el plano económico La defensa nacional exige una poderosa industria propia, y no cualquiera, una industria pesada.
Dejaba atrás la concepción del país exclusivamente agrario. El obrero argentino, cuando se le ha dado oportunidad para aprender, se ha revelado tanto o más capaz que el extranjero. Eso permitió que se desarrollara espontáneamente una industria durante la primera guerra mundial, pero la indolencia del Estado, dominado por la ideología agrarista tradicional, permitió que desapareciera.
Ya en 1944, y en el marco de una exposición referida a la defensa de la nación aparecía su visión de la justicia social y de la independencia económica a través del desarrollo industrial.
El 11 de noviembre de 1953, siendo presidente de la Nación, expuso en la Escuela Nacional de Guerra una conferencia reservada, por el carácter de algunos de sus contenidos. Efectivamente, su divulgación podía afectar negativamente nuestras relaciones con países vecinos en sectores influidos por la propaganda anti argentina del departamento de Estado, enemigo de toda integración de los países del Sur.
En ella exponía magistralmente la prioridad de esa integración que no habían logrado San Martín y Bolívar y cuyo fracaso parecía condenarnos a ser eternos enemigos de Brasil y de Chile.
Convencido de que el mundo marchaba hacia la superación de los estados nacionales por conglomerados continentales, Perón decía: Yo no querría pasar a la historia sin haber demostrado, por lo menos fehacientemente, que poseemos toda nuestra voluntad real, efectiva, leal y sincera para que esta unión pueda realizarse en el continente.
Pienso yo que el año 2000 nos va a sorprender o unidos o dominados: pienso también que es de gente inteligente no esperar que el año 2000 llegue a nosotros, sino hacer un poquito de esfuerzo para llegar un poco antes del año 2000, y llegar en mejores condiciones que aquella que nos podrá deparar el destino.
La República Argentina sola, no tiene unidad económica; Brasil solo, no tiene unidad económica; Chile solo, tampoco tiene unidad económica; pero estos tres países unidos conforman quizá en el momento actual la unidad económica más extraordinaria del mundo entero, sobre todo para el futuro, porque esta inmensa disponibilidad constituye su reserva. Estros son países reserva del mundo.
Esto es lo que ordena, imprescindiblemente, la necesidad de la unión de Chile, Brasil y Argentina. Es indudable que, realizada esta unión, caerán en su órbita los demás países sudamericanos, que no serán favorecidos ni por la formación de un nuevo agrupamiento y probablemente no lo podrán realizar en manera alguna, separados o juntos, sino en pequeñas unidades.
Ya en el exilio, y produciendo el fenómeno único en la historia universal de conducir desde 15.000 kilómetros de distancia a un pueblo que se identificaba fielmente con sus ideales de Soberanía, Libertad y Justicia, para concluir con su glorioso regreso, tras diecisiete años de ostracismo, siguió ejerciendo la docencia. La correspondencia con que orientaba a sus seguidores alcanza una de sus mayores cumbres en las cartas destinadas a un hombre que, como él, provenía de las filas del Ejército y que, a su juicio, necesitaba de consejos que le permitieran pasar del mando militar a la conducción política; el mayor Bernardo Alberte.
El yorma, como lo llamaban cariñosamente los militantes, tenía la difícil misión de buscar la reconciliación entre dos bandos sindicales ferozmente enfrentados, y el general lo aconsejaba: “Nosotros (los militares EM) hemos sido educados para el mando, mandar es obligar, conducir políticamente, es persuadir. Al hombre es mejor persuadirlo que obligarlo. También media un abismo entre las formas de mando militar y las de la conducción política. Es preciso entonces que nos pongamos en la nueva técnica, ya que la teoría de la conducción contiene, tanto para la lucha activa como para la política, los mismos principios con los cambios impuestos en los medios de la acción. La lucha de dos voluntades contrapuestas, sigue siendo lo mismo.”
Para refirmar los buenos consejos, el General abrevaba, como viejo gaucho sureño, a su libro de cabecera por excelencia, el Martín Fierro: …`Viene el hombre con la astucia que ha de servirle de guía; sin ella sucumbiría, pero según mi experencia, se vuelve en unos prudencia y en los otros picardía.´ Nosotros, para esta lucha, necesitamos de los prudentes y de los pícaros.”
Y a Martín Fierro recurrió Perón, en uno de sus discursos finales dirigido a la turbulenta juventud de los ’70.

Y les doy estos consejos,
que me ha costao alquirirlos,
porque deseo dirigirlos.
Pero no alcanza mi cencia
hasta darles la prudencia
que precisan pa' seguirlos.

Enrique Manson
1º de Julio de 2010


* Profesor de Historia, funcionario en los ministerios de Educación de la Nación, de la Ciudad de Buenos Aires y de la provincia de Buenos Aires, docente universitario, autor, entre otros, de Argentina en el Mundo del Siglo XX y El Proceso a los argentinos

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