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lunes, 11 de marzo de 2013

a 40 años del urnazo que llevó a la presidencia al tío cámpora

Por Roberto Caballero
Mañana se cumplen 40 años del urnazo que llevó a la presidencia a Héctor Cámpora, después de 18 años de proscripción de Juan Domingo Perón y del peronismo, como movimiento político.
La fórmula del Frejuli, encabezada por Cámpora y Solano Lima, sacó el 49,60% de los votos emitidos. Su inmediata competidora, la de Ricardo Balbín (UCR), orilló el 21,29%; y la de la Alianza Popular Revolucionaria, de Oscar Alende, el 14,90 por ciento. En total, en aquella jornada, sufragaron más de 12 millones de argentinos. Pese a la masividad, esas elecciones no fueron democráticas: Perón no pudo participar, continuaba proscripto por el lanussismo.
Hasta acá, los números fríos de una fecha clave. Pero resumir la importancia del acontecimiento a la contundencia de las cifras sería olvidar que lo que allí se jugaba no era una elección a la dinamarquesa. El 11 de marzo de 1973 es todo un símbolo en la política nacional. Después de los fusilamientos del General Valle y de la Masacre de José León Suárez, del Decreto 4161, de la represión y la cárcel a sus militantes, de los intentos de cooptación de sus dirigentes, de la experiencia del vandorismo sindical, del exilio forzoso de su líder en España, del Gran Acuerdo Nacional que proponía Lanusse, el peronismo volvió a probar que era mayoría, que su vitalidad política estaba intacta y que todas y cada una de las maniobras cívico-militares urdidas para arrojarlo al tacho de basura de la historia a lo largo de casi dos décadas habían fracasado.
Como si la profecía del Padre Mugica se cumpliera de modo inexorable, reventando las urnas con una verdad incontrastable. Decía Mugica: "Yo fui antiperonista hasta los 26 años, un gorila como se dice, y mi proceso de acercamiento al peronismo coincidió con mi preocupación por el justo, como sentía Jesucristo, por el que no tiene nada. Fue cuando me di cuenta de que en la Argentina los pobres son peronistas. Y que eso no es una casualidad ni tampoco un dato más. Ellos creen en Dios, pero ellos también creen que políticamente hubo un tiempo mejor, y que vendrá un tiempo mejor. Y a ese recuerdo y a esa esperanza la llaman: peronismo."
Toda la partidocracia liberal y antidemocrática, todo el poderío económico dominante –que nunca pudo crear un sistema institucional sustentable, ni siquiera con el Partido Militar en el poder– toda la cultura reaccionaria de los sectores del privilegio, volvieron a caer derrotadas en manos de ese recuerdo y de esa esperanza, el 11 de marzo de 1973. Aquel día, podría decirse, las minorías volvieron a serlo, y las mayorías a gobernar el país.
"Cámpora al gobierno, Perón al poder", era la consigna. Cámpora como figura de tránsito obligado, circunstancial, un paso embriagado de felicidad hacia la vuelta definitiva del Líder. Había una promesa de revolución en el aire, en las palabras, en los textos y en las calles. Atrás quedaban los Aramburu, los Rojas, los Onganía, los Levingston, los Lanusse, y los arrebatos pseudo-democráticos de Frondizi e Illía. La proscripción violenta del peronismo es un elemento dramático que atravesó la segunda mitad del siglo XX y que la historiografía política aún elude o resiste cuando analiza la fenomenología de época. Pero aquellas jornadas estuvieron teñidas de un afán liberador y reparatorio desbordante. A la foto del poder, volvía el peronismo y con él, las mayorías populares silenciadas, perseguidas y tan proscriptas como su conductor. Los dueños de la democracia sin votos debieron ceder a los votos de la democracia, la de verdad. Para los poderes fácticos, fue una pesadilla. Para el resto, el comienzo de una primavera que, bajo su verdor, es cierto, incubaba una tragedia. Pero eso sería más adelante.
Cuando Cámpora asumió, dos meses después de la victoria popular, inauguró una revolución que duró 49 días intensos. Liberó a los presos políticos, derogó las leyes represivas, el fuero "antisubversivo", el Departamento de Informaciones Antidemocráticas y quemó sus archivos, llamó al Pacto Social, democratizó las universidades, devolvió el grado y el uniforme a Perón, se reanudaron las relaciones diplomáticas con Cuba –que estaba expulsada de la OEA– y con Vietnam, aumentó salarios, congeló el precio de los alimentos, diseñó una paritaria bianual donde los trabajadores tendrían una participación del 48% de la renta nacional, anunció un plan de viviendas, reguló el mercado de carnes para asegurar el abastecimiento interno, anuló beneficios de promoción industrial a empresas transnacionales, intervino YCF, YPF, OSN, Gas, Correos y Teléfonos, Ferrocarriles y Subterráneos, Elma y Administración General de Puertos, aumentó los impuestos al patrimonio neto, eximió de tributos a los fabricantes de calzado y textiles, y suspendió los juicios de desalojo en los arrendamientos rurales, entre otras cientos de medidas que venían a rejerarquizar las prioridades soberanas de la Nación ante una realidad compleja, heredada de la torpe y única estrategia política y comercial de las elites del país en 18 años: el antiperonismo. Las decisiones del delegado de Perón sentaron los cimientos de otras resoluciones futuras que adoptaría el gobierno democrático: la ley de renacionalización de los depósitos bancarios, del Banco Argentino de Comercio (Chase Manhattan, NY), del Banco Argentino del Atlántico SA, del Banco Francés del Río de La Plata (Morgan, NY), del Mar del Plata (City, NY) y las sucursales de Córdoba y de Rosario del Banco Santander SA, la prohibición de los embarques de trigo, harina y trigo para semilla para garantizar el consumo interno, la decisión de comerciar con Cuba rompiendo el bloqueo y la apuesta al Movimiento de Países No Alineados con sede en Argel.
Fueron dos tiempos de un mismo proceso político. El sociólogo Horacio González recordó las palabras de Cámpora en su discurso de asunción: "Esto no lo busqué, es una transición, y actúo en nombre de aquel que le da el nombre a todo este proceso." Y añadió González: "No pudo ser exactamente así, porque detrás de él congregó a los que llevaban el nombre de Perón y también el de Cámpora, lo que fue una fisura (…) Fue una persona conservadora, sostenido por los gobernadores provinciales más atrevidos del momento." Es decir, de los que se apoyaban en los grupos juveniles del peronismo, influenciados por la revolución cubana y argelina, y se referenciaban en lo que se conoció como La Tendencia, el ala izquierda del movimiento.
El filósofo José Pablo Feinmann le atribuyó a Cámpora una gran ductilidad para "saber que había un bagaje territorial de militancia que lo sostenía a él y a Perón". A los dos, más allá de todo.
¿Se habrá pensado Cámpora, alguna vez, por fuera del dispositivo que conducía Perón? No hay evidencia de eso. Su lealtad está fuera de discusión para los historiadores más serios. Pero es cierto que hay un Cámpora posible, deseable, por fuera del Cámpora que verdaderamente fue, aunque eso, claro, hable más del intérprete que del personaje. Para la izquierda peronista, la armada y la que no, y esto excede al montonerismo, por supuesto, Cámpora expresaba una modernización ideológica donde gravitaban muchos de los criterios cookistas, que el propio Perón había rebatido, a veces con elegancia, otras con picarezca, en su correspondencia. De allí el apodo de "Tío". Mientras este sector no rompió con Perón y viceversa, la paternidad del movimiento no estaba puesta en duda, pero sí su orientación. La apelación al "socialismo nacional" en su primer discurso presidencial fue un guiño a todos esos grupos fundamentalmente juveniles, que se habían incorporado al peronismo bajo la premisa del Perón que elogiaba al Che, a la Revolución Cubana, reivindicaba a las formaciones especiales y llamaba al Trasvasamiento Generacional.
 En breve, Cámpora sería atenazado por la derecha peronista, sindicatos y grupos de choque territorial, que batallaban contra La Tendencia desde una pureza doctrinaria que recogía argumentos en el más crudo macartismo. Miguel Bonasso, jefe de prensa y biógrafo personal, habla de la renuncia de Cámpora a la presidencia –que abrió la puerta al retorno triunfal de Perón con el 62% de los votos–, como de un "golpe de Estado" dentro del peronismo, alentado por el viejo general. Es probable que eso no le haya gustado a Cámpora, pero es cierto que desde que asumió estaba en sus planes resignar el gobierno a favor del Líder. Por eso, la ilusión de un peronismo camporista que peleara por espacios de poder dentro del movimiento con el propio Perón en vida se parece mucho a una ucronía, mirada desde el hoy. Sin negar, por supuesto, que el camporismo existió, como fuerte interpelación interna al giro que Perón se preparaba a dar, después de retomar las riendas de la Casa Rosada, atacando y tratando de disciplinar a la izquierda armada del peronismo.
Se cumplen 40 años del 11 de marzo del '73. La pregunta, entonces, surge casi sola. ¿Cuánto de camporismo hay en el discurso del kirchnerismo? Casi todo. Néstor Kirchner y  Cristina Fernández aparecen como tributarios de aquella épica setentista. La de un peronismo capaz de incorporar a su relato tradicional las palabras, las consignas y símbolos de un cambio de época, motorizado por las nuevas generaciones que se incorporaban a la política. Son hijos de aquel pasado turbulento y padres de este presente promisorio. Las continuidades son cristalinas. Rastrear el discurso de asunción de Cámpora y cotejarlo con los discursos de Néstor y Cristina produce la sensación de un único relato en extenso, enraizado en los valores nacionales y populares. Así como Cámpora expresó las esperanzas de un peronismo democrático de cara al fin de siglo, que pusiera a las corporaciones a raya de modo definitivo –efecto luego clausurado por el Perón retornado como león hervíboro que preconizaba la unidad nacional a meses de su muerte, reservándose para sí el manejo de los tiempos, las estrategias y los hombres necesarios, sin que esto implique una lectura saldada sobre esa encrucijada–, el kirchnerismo parece abrevar en la etapa atrevida y no conservadora de aquel recuerdo y aquella esperanza de la que hablaba Mugica. No al desvío militarista del ala izquierda más radicalizada, que apostó a un peronismo sin Perón, sino a los grupos que apostaban a una revolución en paz, sin sangre y sin miedos, a los que Perón dejó huérfanos cuando murió, y López Rega tomó el comando de todo, con las consecuencias nefastas conocidas.
El kirchnerismo es camporista porque enarbola el cambio de época, sin abandonar la doctrina peronista clásica. Podrá decirse que el peronismo del Siglo XXI será kirchnerista o no será nada, como plantea Edgardo Depetris. O releer los viejos discursos camporistas, plagados de palabras nuevas, para darse cuenta. El abogado e integrante de COMUNA (Comunicadores de la Argentina), Sebastián Taiariol, tuvo un hallazgo interesante releyendo el discurso de asunción a la presidencia de Héctor Cámpora. Se cita textual lo que Cámpora dijo aquel día: "Como ya hemos dicho, la libertad de expresión es inseparable de la democracia. El gobierno popular asegurará la vigencia y el ejercicio de ese derecho inalienable. Quiero afirmar con ello que el gobierno Justicialista de Liberación no sólo garantizará la libertad de opinión, sino que velará porque a la misma accedan todos los grupos sociales que hasta ahora se han visto marginados de ella. El ideal que nos proponemos consiste en abrir cauces de expresión tan variados que canalicen toda la riqueza de opiniones que posee el pueblo argentino. En tanto se respeten las leyes, nadie verá limitado su derecho a opinar. La derogación de la legislación represiva e ideológica así lo determinará. Un pueblo maduro y lúcido como el argentino con conciencia social y política, probado en una larga y heroica lucha por imponer su destino, ha de ser respetado en su derecho a definir por sí mismo sus preferencias y, para ello, a informarse sin trabas ni censuras. Mi gobierno cumplirá con su deber facilitando todos los canales de comunicación y de debate. Así como en el plano de la producción económica daremos mayor participación a todos los trabajadores, lo mismo haremos en el área de la prensa y difusión. Lo contrario significaría aceptar que la libertad de expresión pueda servir con exclusividad a los grupos económicamente poderosos, convirtiendo en un privilegio lo que es un derecho".
Podría titularse: "La Ley de Medios fue idea de Cámpora" (y todavía está en veremos). O mejor aún: "El kirchnerismo es camporista".
Que es lo mismo que decir, de un peronismo leal, que sin abandonar las tres banderas históricas (soberanía política, independencia económica y justicia social), dialoga con los sectores del cambio, para levantarlas y llevarlas a la victoria.
Pero esta vez, sin que Isabel o López Rega metan la cola.

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