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jueves, 27 de septiembre de 2012

LA FUERZA ES EL DERECHO DE LAS BESTIAS. II. Introducción

Perón en Gaspar Campos saludando desde la ventana
El arte de gobernar tiene sus principios y tiene sus objetivos. Los primeros conforman toda una teoría del arte, pero son sólo su parte inerte. La parte vital es el artista. Muchos pueblos eligen sus gobernantes convencidos de su acierto. La mayor parte de las veces se verán defraudados, porque el artista nace, no se hace.

Sin embargo, los objetivos son claros. El gobernante es elegido para hacer la felicidad de su pueblo y labrar la grandeza de la Nación. Dos objetivos antagónicos en el tiempo. Muchos obsesionados por la grandeza y apresurados por alcanzarla llegan a imponer sacrificios sobrehumanos a su pueblo. Otros preocupados por la felicidad del pueblo olvidan la grandeza. El verdadero arte consiste precisamente en hacer todo a su tiempo y armoniosamente, estableciendo una perfecta relación de esfuerzo para engrandecer al país sin imponer a la comunidad sacrificios inútiles. Es preferible un pequeño país de hombres felices a una gran nación de individuos desgraciados.

Al hombre es preferible persuadirle que obligarle. Por eso el verdadero gobernante es, además de conductor, un maestro. Su tarea no se reduce a conducir un pueblo sino también a educarlo.

Así como no podemos concebir un hombre sin alma, es inconcebible un pueblo sin doctrina. Ella da sentido a la vida y congruencia a los actos de la comunidad. Es el punto de partida de la educación del pueblo.

Sobre el concepto armónico de la relación, los gobiernos deben adoctrinar y organizar a las comunidades para reducirles en medio de la incomprensión de algunos y de los intereses de otros. Una legión de adulones lo influenciaron para desviarlo y otra de enemigos para detenerle. Esa es la lucha. Saber superarla no es cosa simple. Para lograrlo el pueblo es el mejor aliado, sólo él encierra los valores permanentes, todo lo demás es circunstancial.

La violencia en cualquiera de sus formas no afirma derecho sino arbitrariedades. Recurrir a la fuerza para solucionar situaciones políticas es la negación absoluta de la democracia. Una revolución aun triunfante no presupone sino la sin razón de la fuerza. El gobierno se ejerce con la razón y el derecho. Doblegar violentamente a la razón y al derecho es un acto de barbarie cometido contra la comunidad. Recurrir al pueblo es el camino justo. Un gobierno es bueno cuando la mayoría así lo afirma. Las minorías tendrán su influencia pero no las decisiones, que corresponden a la mayoría. Una minoría entronizada en el gobierno mediante el fraude o la violencia constituye una dictadura, arbitraria y la antítesis de todo sentido democrático.

Un flagelo político del que aun no estamos exentos son las dictaduras militares. Producto de la traición de la fuerza, confiada a menudo a la ambición de los hombres. Su destino es siempre el mismo: llegan con sangre y caen con ella o por el fruto de su propia incapacidad prepotente. La soberbia de la ignorancia no tiene límites. JUAN D. PERON

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