Por Víctor Ramos. Integrante del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego.
El sectarismo de La Nación parece ser tan obtuso que no perdonan ni a ‘Pacho’ que hasta se esfuerza por ser cortés con el adversario.
La escritora y periodista Beatriz Sarlo, en referencia al Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego ha planteado –en el diario La Nación– que la creación de la novel institución: “puede ser arcaica o –advirtió– peligrosa”. Seguramente muchos lectores de ese diario se hayan sorprendido ante tan explosiva declaración. La simple creación de un instituto de investigaciones históricas que aparentaba hasta ahora ser un inocente e inofensivo grupo de estudio, ¡se convirtió en un peligro! ¿Para quién puede ser peligroso el nacimiento de un instituto que se dedique a investigar la historia argentina y latinoamericana? ¿Qué pone en riesgo?
En dos artículos combinados publicados el sábado 28 de noviembre, el diario La Nación ataca con argumentos reaccionarios, en una nota sin firma y con argumentos progresistas con el sello de Beatriz Sarlo, la creación del Instituto Manuel Dorrego. Las figuras de José Luis Romero y Tulio Halperín Donghi –como marmolados en vida– son expuestas como paradigmas de la historia “oficial”, de la historia “académica”, de la historia “verdadera”. Es notable como La Nación mantiene su sociedad con los socialistas amarillos de Juan B. Justo. Fueron socios de los golpes militares de 1930, de 1955 y de 1976. ¿No será que tiene miedo que se revisen algunos papeles?
El diario de Bartolomé Mitre, fundado en 1870 bajo el lema “La Nación, tribuna de Doctrina” está preocupado por el peligro de que tome cuerpo institucional una nueva doctrina en la historia política de nuestro país. En la nota de referencia publicada en la tapa del diario se ataca, como nunca lo había hecho antes, al presidente del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico, Dr. Mario “Pacho” D’Onnell. Con una furia incontenible intentan desacreditar al más tolerante, al más amplio, generoso y democrático de los historiadores argentinos. El sectarismo de La Nación parece ser tan obtuso que no perdonan ni a Pacho que hasta se esfuerza por ser cortés con el adversario. Pero la chicana periodística puede más.
No es cierto lo que señala Beatriz Sarlo que: “Los revisionistas del ’30 podrían festejar” la creación de este instituto. Los revisionistas a que se refiere la prestigiosa escritora son Julio Irazusta y Carlos Ibarguren, ambos de tendencia nacionalista católica de derecha o fascistas si se quiere que participaran con el diario La Nación y el Partido Socialista de todos los golpes militares que se mencionaron. Y para más información es el ministro de Educación, nacionalista católico de derecha (de los que alude Sarlo) Atilio Dell’Oro Maini, de la Revolución Libertadora, quien designa al socialista democrático, José Luis Romero, interventor de la UBA Universidad de Buenos Aires. Y es Tulio Halperín Donghi quien relata su antiperonismo, su afiliación al Partido Socialista –el de los fusilamientos de 1955– y su justificación al golpe de Videla de 1976; que como decía Balbín “no había otra salida”. La historia y la política se mezclan mucho para dolor de cabeza de algunos “académicos” que pretenden encontrar la fórmula de la “pureza de las sustancias” que aún las ciencia duras no han podido descifrar.
Son dos las corrientes historiográficas que confluyen en el nuevo Instituto Nacional de Revisionismo Histórico, la del Nacionalismo Popular, donde transitaron las páginas de José María Rosa, Arturo Jauretche y Raúl Scalabrini Ortiz y la de la Izquierda Nacional que forjaron Manuel Ugarte, Juan José Hernández Arregui y Jorge Abelardo Ramos. La gran amistad entre Jauretche y Ramos –que los llevó a intercambiarse textos con la firma de uno u otro indistintamente– posibilitó que se constituya una poderosa estructura bibliográfica, donde virtualmente se demolió al “mitrismo” dominante. Pero la ideología porteña aliada al capital extranjero fue mutando, ahora se hace llamar “historia social”, pero es el mismo perro con distinto collar.
Este instituto no está cerrado para nadie, y mucho menos para el debate que por lo visto ya lo está generado y mucho. Pacho O’Donnell le ha dado una impronta juvenil y ha incorporado a estudiosos de la historia contemporánea como a Eduardo Anguita, Leticia Manauta, Hernán Brienza, Pablo Vázquez, Enrique Manson, Francisco Pestanha, Pablo Hernández, Ana Jaramillo, Salvador Cabral, Araceli Bellotta y Felipe Pigna, Julio Fernández Baraibar y Hugo Chumbita entre otros destacados historiadores.
29/11/11 Tiempo Argentino
El sectarismo de La Nación parece ser tan obtuso que no perdonan ni a ‘Pacho’ que hasta se esfuerza por ser cortés con el adversario.
La escritora y periodista Beatriz Sarlo, en referencia al Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego ha planteado –en el diario La Nación– que la creación de la novel institución: “puede ser arcaica o –advirtió– peligrosa”. Seguramente muchos lectores de ese diario se hayan sorprendido ante tan explosiva declaración. La simple creación de un instituto de investigaciones históricas que aparentaba hasta ahora ser un inocente e inofensivo grupo de estudio, ¡se convirtió en un peligro! ¿Para quién puede ser peligroso el nacimiento de un instituto que se dedique a investigar la historia argentina y latinoamericana? ¿Qué pone en riesgo?
En dos artículos combinados publicados el sábado 28 de noviembre, el diario La Nación ataca con argumentos reaccionarios, en una nota sin firma y con argumentos progresistas con el sello de Beatriz Sarlo, la creación del Instituto Manuel Dorrego. Las figuras de José Luis Romero y Tulio Halperín Donghi –como marmolados en vida– son expuestas como paradigmas de la historia “oficial”, de la historia “académica”, de la historia “verdadera”. Es notable como La Nación mantiene su sociedad con los socialistas amarillos de Juan B. Justo. Fueron socios de los golpes militares de 1930, de 1955 y de 1976. ¿No será que tiene miedo que se revisen algunos papeles?
El diario de Bartolomé Mitre, fundado en 1870 bajo el lema “La Nación, tribuna de Doctrina” está preocupado por el peligro de que tome cuerpo institucional una nueva doctrina en la historia política de nuestro país. En la nota de referencia publicada en la tapa del diario se ataca, como nunca lo había hecho antes, al presidente del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico, Dr. Mario “Pacho” D’Onnell. Con una furia incontenible intentan desacreditar al más tolerante, al más amplio, generoso y democrático de los historiadores argentinos. El sectarismo de La Nación parece ser tan obtuso que no perdonan ni a Pacho que hasta se esfuerza por ser cortés con el adversario. Pero la chicana periodística puede más.
No es cierto lo que señala Beatriz Sarlo que: “Los revisionistas del ’30 podrían festejar” la creación de este instituto. Los revisionistas a que se refiere la prestigiosa escritora son Julio Irazusta y Carlos Ibarguren, ambos de tendencia nacionalista católica de derecha o fascistas si se quiere que participaran con el diario La Nación y el Partido Socialista de todos los golpes militares que se mencionaron. Y para más información es el ministro de Educación, nacionalista católico de derecha (de los que alude Sarlo) Atilio Dell’Oro Maini, de la Revolución Libertadora, quien designa al socialista democrático, José Luis Romero, interventor de la UBA Universidad de Buenos Aires. Y es Tulio Halperín Donghi quien relata su antiperonismo, su afiliación al Partido Socialista –el de los fusilamientos de 1955– y su justificación al golpe de Videla de 1976; que como decía Balbín “no había otra salida”. La historia y la política se mezclan mucho para dolor de cabeza de algunos “académicos” que pretenden encontrar la fórmula de la “pureza de las sustancias” que aún las ciencia duras no han podido descifrar.
Son dos las corrientes historiográficas que confluyen en el nuevo Instituto Nacional de Revisionismo Histórico, la del Nacionalismo Popular, donde transitaron las páginas de José María Rosa, Arturo Jauretche y Raúl Scalabrini Ortiz y la de la Izquierda Nacional que forjaron Manuel Ugarte, Juan José Hernández Arregui y Jorge Abelardo Ramos. La gran amistad entre Jauretche y Ramos –que los llevó a intercambiarse textos con la firma de uno u otro indistintamente– posibilitó que se constituya una poderosa estructura bibliográfica, donde virtualmente se demolió al “mitrismo” dominante. Pero la ideología porteña aliada al capital extranjero fue mutando, ahora se hace llamar “historia social”, pero es el mismo perro con distinto collar.
Este instituto no está cerrado para nadie, y mucho menos para el debate que por lo visto ya lo está generado y mucho. Pacho O’Donnell le ha dado una impronta juvenil y ha incorporado a estudiosos de la historia contemporánea como a Eduardo Anguita, Leticia Manauta, Hernán Brienza, Pablo Vázquez, Enrique Manson, Francisco Pestanha, Pablo Hernández, Ana Jaramillo, Salvador Cabral, Araceli Bellotta y Felipe Pigna, Julio Fernández Baraibar y Hugo Chumbita entre otros destacados historiadores.
29/11/11 Tiempo Argentino
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