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viernes, 18 de noviembre de 2011

El peronismo y la soberanía cultural

Aritz Recalde, noviembre de 2011

“Las riquezas artísticas e históricas, así como el paisaje natural cualquiera que sea su propietario, forman parte del patrimonio cultural de la Nación y estarán bajo la tutela del Estado, que puede decretar las expropiaciones necesarias para su defensa y prohibir la exportación o enajenación de los tesoros artísticos. El Estado organizará un registro de la riqueza artística e histórica que asegure su custodia y atienda a su conservación”. Constitución Argentina de 1949

“En el área de la Cultura, se posibilitará el rencuentro con la autentica cultura nacional, el rechazo de toda concepción elitista y sectorial, la libre participación y la igualdad de oportunidades en la actividad cultural, la atención a las particularidades regionales y locales, la adecuada utilización de los medios de comunicación masiva, la toma de conciencia de la unidad latinoamericana, la apertura a los valores trascendentes y las manifestaciones universales y el ordenamiento de la administración cultural”. Plan trienal para la reconstrucción y liberación nacional [1]

“Hay que cultivar un nacionalismo no de superficie y de vistosas apariencias, un nacionalismo no de feria sino un argentinismo de profundidades, de realidades esenciales. Y para eso necesitamos desprendernos en absoluto de toda imitación y dependencia europea, ya en lo espiritual como en lo intelectual. Ser nosotros mismos, con los vicios y las virtudes inherentes a nuestra estirpe”. Raúl Scalabrini Ortiz[2]

La revolución nacionalista iniciada el 17 de octubre de 1945, plateó teórica y políticamente, el objetivo de alcanzar la soberanía cultural. Dicha motivación, nació de dos aspectos fundamentales del proceso de cambio. Por un lado, se trató de dar sustento científico y técnico, a la independencia económica, conceptualizada como el pilar de la soberanía política del país. A su vez, el peronismo otorgó un reconocimiento a la identidad y a la cultura de los sectores populares oprimidos y negados históricamente, bajo las categorías de pensamiento y las visiones europeístas y norteamericanas de nuestras clases dirigentes.

Reconocimiento de la cultura popular como eje del ser nacional

“Nuestro pueblo es un pueblo capaz, dotado de grandes virtudes. Basta darle el estímulo necesario para que esas virtudes afloren y se concreten. Para ello, es preciso acercarlo a las fuentes del saber, estimulando todas las manifestaciones de la cultura, en los órdenes científico, literario, artístico, tradicional, histórico y cívico, así como en el aspecto de la cultura física, que hace a la fortaleza de los pueblos (…) Con ese propósito, auspiciará (el gobierno) los estudios e investigaciones de carácter folklórico que permiten esclarecer la auténtica tradición que constituye la base de nuestro ser nacional”. Manual Práctico Segundo Plan Quinquenal[3]

El peronismo reconoció al hombre argentino real, resultante de la historia, la cultura y las luchas políticas del país y de la región. Dicha afirmación de la identidad nacional y popular, fue claramente rupturista con las concepciones europeístas y extranjerizantes de las clases dirigentes al mando del país desde 1852. El programa de la revolución, reconoció la potencialidad del hombre argentino y lo reivindicó en su condición racial, étnica y como clase social.

Con el nuevo gobierno se modificaron en la política y en la cultura de la argentina, las concepciones sobre cuál era el sujeto portador de la transformación de la historia. A partir del 17 de octubre de 1945, el eje impulsor de la revolución fue el pueblo mestizo, que era poseedor de una identidad propia fruto de las fusiones de tradiciones culturales e históricas del continente. El peronismo reivindicó a la clase trabajadora como un actor social fundamental de la identidad nacional y la entendió como la protagonista del proceso revolucionario del tercer mundo.

En tanto el pueblo y en especial los sectores trabajadores, eran los motores del cambio y la construcción del proyecto nacional, el conocimiento y la divulgación de sus patrones culturales se tornaron política de Estado. Las instituciones educativas y culturales públicas, tenían que dejar de ser meros instrumentos de importación de los valores de la ilustración europea. Tomando distancia de dicha condición neocolonial, el gobierno impulsó una renovación de los contenidos de las instituciones con el objetivo de revalorizar la cultura popular. En este sentido, se puede leer en el Segundo Plan Quinquenal que “El Estado auspiciará la elevación de la cultura artística del Pueblo desarrollando aquellas expresiones que influyan en la conformación de su espíritu mediante: a) la más amplia difusión, entre todos los habitantes de la Nación, de las expresiones artísticas, de inspiración y contenido sociales; b) el estímulo de la aptitud creadora del Pueblo en todas las manifestaciones artísticas”.[4]

Con la revolución nacionalista en el poder, se abandonaron las teorías políticas que fomentaban la importación y la sustitución de las razas americanas, por las blancas extranjeras. Ya no se trató y como había intentado nuestra clase dirigente luego de la batalla de Caseros, de adaptar el país y sus habitantes a la racionalidad y a la “civilización” extranjera. No teníamos ya que importar la raza blanca, la religión protestante y el liberalismo europeo. Frente a ello, se erguía el hombre argentino de condición mestiza e hispanizante, con tradiciones culturales ancestrales propias y originales. Finalizaba la era de la imitación y en su lugar, se propuso como una política de Estado, la recuperación y la afirmación del conjunto de patrones culturales propios del país.

Este punto de partida, permitió al gobierno reconocer la existencia y promover la formación y la divulgación de la cultura popular, nacional y latinoamericana en sus distintas expresiones. Las instituciones educativas[5], el cine, la legislación de medios de comunicación[6], la prensa o los clubes y el conjunto de los ámbitos de formación y reproducción de la cultura del país, se vieron inmersos en un profundo debate sobre la recuperación de la cultura nacional, popular y federal.

El gobierno reorientó las políticas culturales para hacerlas accesibles a la clase trabajadora y tal cual sostuvo el Segundo Plan Quinquenal, “se promoverá en el Pueblo, en cumplimiento del objetivo fundamental, la formación de la conciencia de una nueva cultura nacional, mediante su compenetración intima con los factores históricos, geográficos, sociales, morales y políticos de la Nación. La acción social cultural será dirigida preferentemente hacia los más amplios sectores sociales y promoverá, especialmente: a) el acceso libre y progresivo del Pueblo trabajador a todas las expresiones y fuentes de la cultura científica, literaria y artística; b) la creación de organismos culturales en todos los sindicatos del país; c) la actividad individual de carácter cultural que realiza los trabajadores”.[7]

Los intelectuales y la soberanía científica tecnológica

“Cada una de las universidades, además de organizar los conocimientos universales cuya enseñanza le incumbe, tenderá a profundizar el estudio de la literatura, historia y folklore de su zona de influencia cultural, así como a promover las artes técnicas y las ciencias aplicadas con vistas a la explotación de las riquezas y al incremento de las actividades económicas regionales. Las universidades establecerán cursos obligatorios y comunes destinados a los estudiantes de todas las facultades para su formación política, con el propósito de que cada alumno conozca la esencia de lo argentino, la realidad espiritual, económica, social y política de su país, la evolución y la misión histórica de la República Argentina, y para que adquiera conciencia de la responsabilidad que debe asumir en la empresa de lograr y afianzar los fines reconocidos y fijados en esta Constitución”. Constitución Argentina de 1949

“El intelectual y el artista serán protegidos por la acción del Estado, que los asistirá técnica y económicamente en forma directa o a través de las organizaciones que los agrupen a fin de facilitar su acción y contribuir al progreso y superación de la ciencia, de la literatura y del arte nacionales”. Segundo Plan Quinquenal[8]

“Ciertos sectores de nuestra economía han dependido y aún dependen de la importación de tecnología extranjera. Tal dependencia constituye en alguna medida un aspecto particular de dominación”. Juan Domingo Perón [9]

El peronismo inició una renovación intelectual que superó la división cultural dependiente que le fue impuesta al país, por parte de los representantes de las potencias occidentales. El proyecto nacional otorgó a nuestros intelectuales y a aquellos abocados especialmente a la ciencia y la tecnología, la tarea de organizar la independencia y la soberanía cultural plena del país. A partir de la revolución, el destino histórico del intelectual, se vinculó a la construcción de la segunda y definitiva independencia de la nación.

En diez años de gobierno y por intermedio de la tarea de los intelectuales y los dirigentes de las organizaciones libres del pueblo, se consolidó una refundación institucional en las áreas sociales, educativas, económicas y culturales. Los pensadores a partir del año 1946, se abocaron a la resolución de los problemas nacionales fruto de nuestra condición subdesarrollada y ya no se impulsó la mera reproducción de los marcos de actuación extranjeros.

Una de las manifestaciones de la renovación cultural peronista fue la promoción como política de Estado, de la independencia económica y del desarrollo soberano del país. A partir de este objetivo, se postuló la meta de la industrialización en el terreno de la cultura: en la óptica nacionalista, es inviable el desarrollo sustentable sin alcanzar previamente, la soberanía científica y tecnológica. En este cuadro, se generaron políticas públicas para alcanzar el desarrollo científico aplicado a las innovaciones y aplicaciones tecnológicas. En este sentido, Perón estableció que “En lo científico tecnológico, se reconoce el núcleo del problema de la liberación. Sin base científico tecnológica propia y suficiente, la liberación se hace también imposible. La liberación del mundo en desarrollo exige que este conocimiento sea libremente internacionalizado sin ningún costo para él”.[10]

En este contexto, los intelectuales contribuyeron al entendimiento y la resolución de los desafíos de las organizaciones libres del pueblo. Ya no se buscó ajustar la realidad a los modelos importados del extranjero, sino que y por el contario, se desarrollaron soluciones para el país. A partir de acá, en lugar de un saber supuestamente universal, se promovió la regionalización del conocimiento y la producción de cultura geográfica e históricamente situada. Con esta finalidad, se modificó la visión libresca y extremadamente teórica de los hombres de cultura y de ciencia. El intelectual en esta concepción, tenía que desarrollar una acción de transformación concreta y aplicada[11] para el país y su pueblo. Perón lo explicitó cuando sostuvo que “considero que el campo científico – tecnológico debe aportar conocimientos para desarrollar una capacidad adecuada, que permita disponer suficiente poder nacional de decisión, pues cada sector de conocimiento contribuye a fortalecerlo; tener disponible en el momento preciso la tecnología adecuada para lograr los mejores resultados en cada una de las actividades económicas y exportar tecnología con el máximo grado de complejidad posible; sustituir progresivamente la importación de tecnología realizándola a niveles adecuadamente económicos; establecer los sectores de conocimiento necesarios que sean asumidos por la sociedad a fin de estar en condiciones de adoptar las pautas que se ajustan a su propia fisonomía; y alcanzar una conducción lo suficientemente prudente como para que nuestro país no sufra los males del desarrollo tecnológico, cuyas consecuencias estamos viendo en los países subdesarrollados”.[12]

La profunda ruptura cultural que implicó el programa, permitió al país y a las organizaciones libres del pueblo, transformar la mentalidad colonial en conciencia nacional, elevando las aspiraciones y el destino histórico del país y sus intelectuales. Ya no seriamos una semicolonia agrícola que negaba su cultura y su historia, para hacer Europa en América. La Argentina ingresaba erguida en el teatro internacional de las naciones, afirmando su derecho a la autodeterminación y al desarrollo independiente.

Con suma claridad Arturo Jauretche en el año 1973 se refirió al nuevo rol del intelectual nacionalista en relación los destinos del país y estableció que "Yo ya no tengo fuerzas ni edad para algunas batallas; sin embargo, no admitiría que me eximan de los peligros que esas batallas encierran los "fueros del intelectual". No quiero, no admito ser definido como un intelectual. Si en cambio, me basta y estoy cumplido, si alguien cree que soy un hombre con ideas nacionales. Entre intelectual y argentino, voto por lo segundo. Y con todo"[13].

[1] Plan Trienal para la reconstrucción y liberación nacional, Ed. Docencia, Buenos Aires. P 120.

[2] Raul Sacalabrini Ortiz, Revista Rivadavia, febrero de 1932. Extraído de Iciar Recalde (2011) Raúl Scalabrini Ortiz en los umbrales de F.O.R.J.A.: una relectura en clave nacional de El hombre que está solo y espera,

http://hernandezarregui.blogspot.com/2011/11/raul-scalabrini-ortiz-en-los-umbrales.html

[3] Manual práctico del Segundo Plan Quinquenal, Ed. Presidencia de la Nación, Buenos Aires, 1953. Pp 83 y 85.

[4] Segundo Plan Quinquenal, Presidencia de La Nación, Buenos Aires, 1954. P 70.

[5] La Ley de Universidades 13.031/47 estableció entre los objetivos de las instituciones “1ª Afirmar y desarrollar una conciencia nacional histórica, orientando hacia esa finalidad la tarea de profesores y alumnos; 3ª Acumular, elaborar y difundir el saber y toda forma de cultura, en especial la de carácter autóctono, para la conformación espiritual del pueblo; 4ª Estimar el estudio y desarrollo de la ciencia aplicada y las creaciones técnicas, adaptándolas a las necesidades regionales”.

[6] La ley 14.241/53 de Servicios de Radiodifusión en el Artículo 12 estableció que “Los programas de transmisiones se ajustarán a los siguientes principios generales: a) Constituirán un alto exponente de cultura y responderán a un plan de conjunto racional para la elevación del nivel moral e intelectual el pueblo; b) Contribuirán a la formación y consolidación de la unidad espiritual de la Nación, de consuno con la obra que el Estado realiza en materia de educación y cultura pública; c) Asegurarán una adecuada participación de los valores y motivos culturales, artísticos y tradicionales del interior del país”.

[7] Segundo Plan Quinquenal, Ed. Presidencia de La Nación, Buenos Aires, 1954. Pp 67 y 69.

[8] Segundo Plan Quinquenal, Ed. Presidencia de La Nación, Buenos Aires, 1954. P 69.

[9] Modelo Argentino para el Proyecto Nacional, Ed. Instituto Nacional Juan Domingo Perón, Buenos Aires, 2006. P 97.

[10] Modelo Argentino para el Proyecto Nacional, Ed. Instituto Nacional Juan Domingo Perón, Buenos Aires, 2006. P 14.

[11] El intelectual tenía que poner su capacidad de trabajo al servicio de la construcción del poder nacional independiente. Con este objetivo, se revalorizó la potencialidad transformadora concreta del pensador y no solamente su posición de crítica teórica. La verdadera crítica radical en la óptica nacionalista, era la modificación de las situaciones materiales de poder social que estaban enajenadas al extranjero y la oligarquía. A partir de acá, que el proceso político favoreció la tarea de intelectuales que aplicaron y transformaron la estructura de poder del país. Ramón Carrillo refundó la medicina; Arturo E. Sampay promovió una nueva Constitución Nacional; Juan Perón creó otra cultura política en la Argentina. Estos hombres son expresiones de la capacidad de aplicación concreta y original, del pensamiento nacionalista. Siguiendo ésta lógica y en la actualidad, es innegable que Cristina Fernández de Kirchner es la intelectual que organiza los grandes trazos del proceso político de refundación nacional iniciado desde 2003. Julio De Vido, es otro de los intelectuales del proceso político y su labor de planificación y acción, ha permitido la ampliación del poder nacional: en los campos de la energía eléctrica, gasífera o atómica; en infraestructura de servicios, viviendas, etc. el país, paulatinamente, produce satélites, introduce la TV digital o recupera la producción de aviones y barcos. En estos y otros campos de la ciencia aplicada a la transformación del país, se reflejan las inmensas capacidades de los pensadores e intelectuales nacionales.

[12] Modelo Argentino para el Proyecto Nacional, Ed. Instituto Nacional Juan Domingo Perón, Buenos Aires, 2006. P 99.

[13] Arturo Jauretche: civilización o barbarie, Entrevista en la revista Crisis, 5 de septiembre de 1973.


Editor del blog www.sociologia-tercermundo.blogspot.com

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