Por Jorge Muracciole.
En su prédica antiestatal, la oposición de derecha apuesta a la restauración del ideario noventista. Cuando en otoño de 2003 Nestor Kirchner decidió, a pesar de su escaso 23% de votos, ser el presidente de la transición que hiciera realidad un verdadero punto de inflexión con los gobiernos de los noventa, tanto los ultra-menemistas como los que hoy se autodenominan disidentes en las filas del peronismo, quedaron condenados a recomponer por derecha sus golpeadas huestes.
Y lo hicieron con sus otrora aliados neoliberales noventistas, o algún candidato providencial que desde el barullo de la post convertibilidad tratase de maquillarse y emerger al mercado electoral con una impronta light y una ideología de derechas descafeinada, que permitiera hacer base en los sectores medios. Desde ese imaginario clasemediero tan reacio a la efervescencia de masas, y ávidos de orden y administración sin demasiados sobresaltos de la cosa pública, en una suerte de extremismo de centro donde la gestión reine sobre la política.
A diez años de los inicios del proyecto kirchnerista, los
balbuceos de la variopinta oposición se potencian en las páginas del
multimedios Clarín y sus socios de la tribuna de doctrina, y en la
sistemática prédica de Todo Negativo del canal de las malas noticias.
Unidos en el discurso de la queja a toda medida gubernamental, la
oposición atraviesa el verano con la mirada puesta en las elecciones de
octubre, con un ojo en las encuestas y la esperanza en el desgaste del
oficialismo. Obsesionados con ese objetivo, todo viene bien para
criticar las medidas gubernamentales, desde el cepo al dólar y el acto
de regreso de la Fragata Libertad –rescatada de las garras globalizadas
de los fondos buitre– hasta la parafernalia mediática armada por la
reunión con choripanes en la Esma.
Lo que no puede superar la heterogénea oposición son sus límites
programáticos sobre que alternativa superadora al "populismo
kirchnerista" los pueda aglutinar de cara al futuro.
Desde el renovado intento de la diáspora duhaldista, encabezada
por algunos barones de los municipios bonaerenses como el tristemente
célebre Jesús Cariglino, en alianza con ultramenemistas como el
sindicalista opositor Luis Barrionuevo, o el capo de los peones
pro-ruralista Momo Venegas, constituyéndose en el ala disidente que
desde el peronismo tiende puentes en su distopía aliancista con la
fracción más conservadora del radicalismo, comandada por el intendente
de San Isidro Gustavo Pose y sus avanzados acuerdos con los bonaerenses
PRO macristas, como el intendente de Vicente Lopez, Jorge Macri.
La oposición de derecha apuesta a la restauración del ideario
noventista, en su prédica antiestatal, sus sistemáticas alusiones contra
el intervencionismo gubernamental, tanto en la expropiación de Repsol
YPF, la política de control de cambio o la millonaria inversión en lo
social que desde hace una década se ha convertido en políticas de
Estado, o en el rescate de la linea de bandera Aerolíneas Argentinas. En
el plano internacional, las críticas se centran principalmente en la
politica exterior de consolidación del bloque Mercosur y la autonomía
creciente de los países del área sudamericana respecto de las
iniciativas políticas inspiradas en EE UU. Hoy su oposición se hace
carne en un antichavismo militante.
Como se desprende de este análisis, nada nuevo se avisora bajo el
sol neoliberal de esa derecha ligada consuetudinariamente al
establishment. Inspiradores de la necesariedad del llamado Proceso de
Reorganización Nacional, cuyo brazo genocida vestía uniforme pero cuyos
ideólogos provenían de la rancia Socieded Rural como Martinez de Hoz, o
del neoliberalismo político de paladar negro como los Alsogaray, los
Blaquier y un extenso rosario de conexiones de intereses económicos y
financieros, que no sólo dieron rienda suelta a sus políticas de
disciplinamiento social sin límite en los años dictatoriales, sino que
más tarde tutelaron la democracia formal con la inestimable ayuda de los
propietarios de Papel Prensa , que no sólo se consolidaron sino que
crecieron exponencialmente en el manejo de las rizomáticas redes de la
llamada comunicación de masas, desde marzo de 1976, a lo largo de la
obedientemente moderada transición democrática radical-menemista.
Esa suerte de transversalidad conservadora excluyó sistemáticamente
lo mejor del peronismo y el radicalismo, y supo construir una divisoria
de aguas en la sociedad que naturalizó el terrorismo de Estado y que
hizo posible en la post-dictadura la continuidad de los planes
privatistas del neoliberalismo, logrando realizar el sueño de la utopía
neoliberal. Y en el camino, vaciar de contenidos populares al peronismo
devenido en menemismo, impulsando a la vez al sillón de Rivadavia al
desangelado radical-conservador Fernando De la Rúa, como su continuidad
política y económica.
Esa transversalidad que tanto mal le hizo al país, hoy se expresa
de cara al futuro en la entente de los tres jefes comunales de Vicente
López, San Isidro y Malvinas Argentinas, que se reunieron en Mar del
Plata en un congreso de gestión comunal, que sirvió de plataforma
mediática para lanzar públicamente la conformación de un frente opositor
para enfrentar al kirchnerismo en las elecciones legislativas de
octubre de este año. De lograr sus objetivos en el principal distrito
electoral del país, ese Frente electoral opositor en la provincia de
Buenos Aires sería la demostración en la práctica que la transversalidad
de derecha puede, como lo hizo en otros momentos de la historia
argentina, lograr restaurar con algún consenso en las clases subalternas
su agenda privatista de disciplinamiento social y subordinación a los
intereses de las corporaciones a escala local y transnacional. La
búsqueda de un nuevo envoltorio para las viejas recetas es el desafío,
de las élites. El márketing político, con la ayuda inestimable del
andamiaje mediático, demostrarán en el futuro sus capacidades o sus
limitaciones, Ley de Medios mediante. «
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