En la Argentina, desde hace años, la política desconoce calendarios y
vacaciones, y no se toma un respiro ni durante el receso parlamentario o
en la feria judicial.
Esta semana no fue la excepción.
IL POSTINO.
El domingo 6 de enero se conoció la carta pública de la
presidenta en respuesta a los dichos de Ricardo Darín sobre "el
patrimonio de los Kirchner". El actor en una entrevista había pedido
explicaciones sobre esos fondos y también habló de cierta
"reconciliación" necesaria en una sociedad enfrentada.
No hay nada nuevo en que un actor de la magnitud de Darín, querido y
respetado, opine, critique y marque posición pública y política. Es
sano que ocurra, es parte del aire que se respira en democracia. Lo
novedoso es la respuesta: esa carta de Cristina rompe con un statu quo,
por eso descoloca e irrita al coro de opinadores que vociferan sus
diatribas antikirchneristas hasta por las dudas, y siempre encuentran
cobijo y amplificación en los medios de comunicación tradicionales. Es
otro ejemplo de cómo, a través de ese goteo cotidiano permanente, se van
produciendo sentidos, manipulando directa o subrepticiamente a las
audiencias, minando o dominando los ánimos sociales; es por eso que la
respuesta de Cristina provoca un quiebre y sorprende a propios y
extraños. La presidenta, a entender de quien esto escribe, no sólo le
responde al actor más popular del país: sino que vuelve a marcar un
punto de ruptura. ¿Qué tendría que haber hecho Cristina? ¿Guardar
silencio y dejar correr la mecha del que calla otorga? Porque detrás de
las palabras de Darín, más allá incluso de las palabras del propio
Darín, lo que se pone en juego es la honestidad de "los Kirchner", por
ende, lo que decanta de esas declaraciones es que ese patrimonio fue mal
habido, y eso sería un delito, en este caso de un funcionario público.
Silogismo puro. Rememora a aquel relato de época al que pasivamente
asistimos en los ’90 y que se llevó puesto el valor de la Política como
herramienta de transformación social, entonces si todos los políticos
son eso que el coro de los narradores corporativos instauró como mantra
es imposible librarse del laberinto del escepticismo. Aceptarlo sería,
si se quiere, es un punto de partida para la derrota, para que la
economía y las corporaciones vuelvan a tomar las decisiones, a
subordinar a la política, para que el Estado sea sólo gerenciador de sus
intereses y no la fortaleza de una sociedad dispuesta a escribir su
destino.
Entonces, ¿qué debería haber hecho Cristina? ¿Aceptar que ella y
Néstor Kirchner son parte de ese esquema? No. Respondió. ¿Qué tiene de
malo que sea así, que también la presidenta interpele a la sociedad, a
sus ministros, a la Iglesia, al periodismo, a un actor? Se puede estar a
favor en todo, en parte, poquito o nada con el kirchnerismo, pero –y
más allá de que hay palabras que por repetidas pueden resultar
fastidiosas– ese kirchnerismo amado o denostado planteó un nuevo
paradigma hace tiempo y en ese camino va. En el mismo sentido, la
mandataria cuestiona el concepto de "reconciliación". ¿Con quién hay que
reconciliarse? ¿Por qué? ¿Qué dogma de la felicidad social dice que no
debe haber confrontación en una sociedad? Si es claro que hay intereses
enfrentados: intereses sociales, económicos, políticos, culturales
opuestos. Entonces, se puede anecdotizar la respuesta de la presidenta y
decir que tuvo una "reacción de comadre de barrio". Pero a esos hasta
el propio Darín dejó off side: el actor no se victimizó y le propuso a
Cristina tener una reunión en privado para hablar de lo sucedido. Nada
es tan dramático por cierto, pero tampoco tiene que dejarse pasar
alegremente. Como tampoco se puede obviar que Cristina no perdió la
oportunidad en su misiva de marcar un nuevo contrapunto con Daniel
Scioli sobre la pesificación de sus ahorros. Un día antes el gobernador
le había brindado una entrevista relajada y jocosa al diario Clarín. La
respuesta, entonces, no fue solo para Darín.
LA FELIZ.
Mientras se esperaba el regreso de la Fragata Libertad,
los argentinos asistimos una vez más a la bravuconada del premier
británico David Cameron sobre la militarización de las Malvinas y su
determinación a luchar para mantener la ocupación colonial de las Islas.
A la desmesura imperial de Londres sólo se debe responder con política,
como hizo y hace el Estado argentino: en la ONU y en cada foro
internacional pedir diálogo. A la Argentina la asiste la razón en esta
historia. Fue en ese contexto también que arribó la Fragata al puerto
marplatense. El buque escuela que fue retenido ilegalmente en Ghana por
presión de los fondos buitre y que algunos opositores quisieron
repatriar haciendo una "vaquita" (¿son los mismos que hablan de la
autodeterminación de los malvinenses/kelpers?) se convirtió en un
símbolo: su regreso al país fue otro ejemplo de que el camino de la
diplomacia, la política, es el correcto. Otra observación a destacar es
que, una vez más, algunos invirtieron la carga. El gataflorismo
explícito reza así: la culpa de que la Fragata haya quedado arrumbada
más de 70 días en el puerto ghanés fue del gobierno porque no lo
previno, y no por la voracidad depredadora de los fondos buitre. Ahora
la crítica es al revés: el gobierno nacional gastará una fortuna en el
alquiler de un avión privado para la gira presidencial por Emiratos
Árabes y el sudeste asiático para evitar que los buitres intenten
embargar el Tango 01. Una postura a todas luces marxista. Ya los definió
muy bien Groucho Marx con una de sus frases célebres: "Estos son mis
principios; si no le gustan, tengo otros."
Entonces: llegó la Fragata, una multitud de turistas y militantes
fue a recibirla. Hubo una fiesta a orillas del mar. Pero la oposición se
la perdió: fue invitada y no asistió. Hay quienes elijen mirar la
historia desde la platea. Y si algo faltaba para cerrar el capítulo
Fragata-Buitres fue la coincidencia entre el alcalde neoliberal Macri y
el diputado socialista Binner. El primero dijo que el país había sufrido
"un papelón internacional" con lo del navío y que había que pagarles a
los fondos carroñeros, mientras que el segundo elogió al gobierno ghanés
por haber retenido el buque, para luego cuestionar la decisión soberana
de Venezuela y de su Tribunal Superior de Justicia sobre la continuidad
del mandato del presidente bolivariano Hugo Chávez que enfrenta un
posoperatorio delicadísimo en Cuba. Los dichos de Binner despertaron
zozobra en otros socialistas locales que salieron a diferenciarse
inmediatamente. Un traspié del santafesino que se parece más a una
redefinición política que a un error. La salud de Chávez es un tema de
trascendencia por lo que representa su liderazgo regional, por lo que
significa su figura en la sinfonía latinoamericana actual. La
multitudinaria concentración en las calles de Caracas del jueves
confirma que el proceso bolivariano en Venezuela no tiene punto de
retorno, porque cambió la relación de fuerzas en la sociedad venezolana,
reconfiguró el mapa social de ese país, dignificó a los sectores
postergados, a los humillados. Un socialista debería, al menos,
valorarlo.
DEL ESTRIBO.
Durante la semana siguió la falsa polémica sobre el
"asadito" en la ex ESMA, azuzada por los mismos medios de prensa cuyos
propietarios fueron socios y cómplices de la maquinaria del terror en la
Argentina cuando en el actual Espacio de la Memoria, en el que hoy se
celebra la vida, se torturaba, violaba y mataba a compatriotas.
Caraduras.
Por último, a algo más de una mes de cumplirse el primer
aniversario de la tragedia de Once, el gobierno anunció la compra de 409
vagones a China para renovar las formaciones de las ex líneas Sarmiento
y Mitre. En tanto, la Cámara Federal confirmó los procesamientos de los
ex funcionarios nacionales Jaime y Schiavi y de los empresarios
Cirigliano, entre otros, y sumó el procesamiento del maquinista de tren
siniestrado. No hay reparación posible para las familias de las
víctimas, nada ni nadie podrá calmar el dolor de las ausencias ni su
bronca. Pero cuando se condene a todos los responsables, la justicia
habrá hecho lo que le corresponde y aportará un poco de alivio a las
familias. Y el gobierno nacional también deberá seguir haciendo lo que
le corresponde, que es, ni más ni menos, que desde la gestión erradicar
las condiciones nefastas de infraestructura, corrupción y desidia que
aquella mañana de febrero de 2012 se sintetizaron en un andén de la
estación Once para que murieran 52 personas.
Por Gustavo Cirelli
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