Daniel Scioli se mantuvo inmutable mientras Cristina explicaba que
hacer política es tomar riesgos: “Sería lindo decir esas frases que les
gustan a todos: el amor, el cariño, a quién no le va a gustar. Pero
cuando uno gobierna un país y pretende gobernar para 40 millones de
argentinos, a veces tiene que tomar decisiones que no les gustan a
todos.” Cristina no miró en ningún momento al gobernador bonaerense,
pero no asociar sus palabras con el estilo ideológico casual day que
curte el ex motonauta sería no interpretar lo que subyace como evidente
en la disputa de estilos. Ella se declara auténtica, nada hipócrita:
“Soy como me muestro, de una sola pieza.” Él, en cambio, cultiva un
sinuoso espíritu de convivencia entre opuestos: se saca fotos y juega al
fútbol con Moyano y Macri, sin dejar de asistir a los actos del
kirchnerismo duro. Está clarísimo que el idioma político de señas que
practica provoca indigestión en los despachos de la Casa Rosada.
Mientras Cristina se pelea por motivos fundados con Clarín, La Nación,
la Corte, los caceroleros, los fondos buitre, Ghana y la Sociedad Rural,
Scioli juega a ser el Mahatma Ghandi de la revista Gente, con alguna
que otra definición pro-Cristina cuya tibieza enardece más que calmar a
los leales a la presidenta. ¿Por qué ella, entonces, utiliza la elipsis y
no lo cruza abiertamente? Tal vez no sea el momento. Tal vez no quiera
del todo. Es cierto que Scioli juega en el armado oficial, desde los
tiempos de Néstor Kirchner, un papel importante: contener al
establishment empresario y al pejotismo que no cree en nada de lo que
propone el kirchnerismo pero igual se beneficia de sus políticas. Una
suerte de kirchnerismo por conveniencia, donde no hay amor, apenas
canjes de cariño. Cristina heredó esta ingeniería compleja y
desapasionada, pero muy útil en lo electoral, que sin embargo hoy
convive con una militancia mucho más aguerrida y definida,
ideológicamente hablando, que hace unos años, tanto en el territorio
como en el funcionariado estatal. Este espacio lo construyó ella y se
referencia en ella. Por ahí asoma La Cámpora, pero son todas las
organizaciones que integran Unidos y Organizados, brazo del kirchnerismo
puro, que no comulga con La Juan Domingo ni con la DOS, las
herramientas del proyecto presidencial “Scioli 2015”, básicamente porque
no creen que el bonaerense vaya a ser el bendecido por Cristina, si
esta finalmente resuelve no ir por una eventual reforma constitucional
que extienda su mandato, como piensa hasta ahora.
Scioli jamás adoptaría el discurso combativo, setentista, de
Cristina. El “Patria Sí, Colonia No” o el sanmartiniano “en pelotas como
nuestros hermanos los indios”, deben sonarle remotos e innecesarios.
Son dos estilos. Dos formas de entender la política que se
necesitan, por ahora. Nadie sabe cuándo Cristina abandonará la elipsis o
Scioli el lenguaje de señas. Pero está claro que la pelea contra las
corporaciones sólo está garantizada por quien vino a conducirla y no por
los que miran inmutables desde un costado, mientras Cristina se
desgarra en la tarima, mostrándose como es: de una sola pieza.
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