a) Nacionalización de los servicios públicos y de los instrumentos de dirección económica.
b) Industrialización.
c) Ascensión social, económica y política de la clase trabajadora.
La resistencia a este proceso es protagonizada por la oligarquía.
¿Quién es la oligarquía?
Vamos a definirlo:
El núcleo básico de la oligarquía, o sea, la oligarquía propiamente dicha, lo constituyen los terratenientes, los grupos financieros dedicados al comercio exterior y los dirigentes nativos de empresas extranjeras.
Ligados a ellos, se hallan los profesionales a su servicio, abogados, jueces, economistas.
La ideología del núcleo es, lógicamente, el liberalismo.
Hay en esto una razón biológica: los grupos sociales de esta naturaleza han nacido y se han desarrollado con el liberalismo; el liberalismo es, indiscutiblemente, el padre de todas las oligarquías económicas.
El liberalismo tuvo su período romántico, fue el promotor de la unidad nacional de algunos países europeos y está vinculado, indiscutiblemente, con el movimiento de independencia americana.
De la tradición de ese tiempo, surgen sus ideólogos y adeptos espontáneos actuales, sus militantes políticos.
Estos forman un segundo círculo, más amplio, adscripto a la oligarquía, y en él están una buena parte de la intelectualidad, gran parte del profesorado y la mayoría de los políticos pertenecientes a los partidos tradicionales, incluyendo al socialismo.
Por último existe un sector que por vocación y por mimetismo gira en torno a la oligarquía, compuesto principalmente por la alta clase media y por la baja clase media con ansias de renegar de su origen en busca de distinción.
La oligarquía, pues, la componen los oligarcas y quienes por interés, por vocación o por estupidez, se mueven en torno a ellos y sirven sus intereses.
Esta oligarquía, cuyo sostén histórico ha sido Gran Bretaña y que ahora se asocia con cualquier sector de la plutocracia internacional, ha dominado y manejado a su antojo a todos los gobiernos argentinos, exceptuando el de Yrigoyen, y moviliza a un pequeño pero influyente sector de la ciudadanía, especulando con el temor al excesivo poder del Estado.
El peronismo afecta intereses económicos, desplaza a una clase política dirigente y lastima a la élite intelectual, situación que solo puede superarse o bien destruyéndolos o incorporándolos.
El peronismo intenta ambas cosas a la vez, y no logra ni una ni la otra; opta entonces por una tercera y peligrosa alternativa: ignorarlos.
El instrumento que utiliza Perón para desarrollar este triple proceso de nacionalización-industrialización-ascensión popular es nuevo en el quehacer político argentino: la clase obrera organizada.
El descubrimiento de esta nueva herramienta política le trae el éxito espectacular del 17 de Octubre; tan espectacular que la emoción y el halago por ese triunfo hacen que la imagen del 17 se le quede estereotipada en la mente, y su accionar político, su técnica no consistirán, desde entonces, en otra cosa que en una repetición constante del 17, ya sea evocándolo o realizándolo en miniatura.
Perón hace durante diez años un uso irracional de la fuerza obrera; la utiliza como si fuera una varita mágica que todo lo obtiene, y así la desgasta en una gimnasia sin objetivos.
Cuando cae del poder, como deslizándose sobre una alfombra desde una nube a la tierra, tiene aún la ingenua convicción de que una reedición del 17 de Octubre lo ha de reponer.
En el sector afectado por el peronismo, la oligarquía y sus adscriptos, la imagen de Octubre queda también estereotipada, por el recuerdo vivo de la jornada histórica y por la repetición constante que hace de ella Perón en su oratoria y en sus actos.
El proceso que se inicia no aparece ante los ojos de este sector como producto de una evolución de una madurez de la conciencia nacional, sino como un "exabrupto" provocado paradójicamente por un militar.
Este hecho insólito -tan insólito casi como la misma presencia política de la masa de que el líder obrero salga de las filas militares- desconcierta no solo a la oligarquía, habituada a ver en las fuerzas armadas la guardia insospechable del orden establecido, sino también a la izquierda, que no encuentra tal circunstancia prevista en ningún libro, y al nacionalismo, que en sus esquemas ha asignado al pueblo un simple papel coreográfico.
Por otra parte, a la izquierda marxista le resultan inconvenientes los gobiernos "populistas" porque según su criterio retardan el triunfo del socialismo al superar la miseria.
Como la miseria facilita la actividad socialista, se hacen cómplices de la oligarquía y amigos de la miseria.
La oligarquía no fue, en ningún momento anterior a 1945 -acaso por lo expuesto referente a la izquierda- amenazada por ningún peligro social.
Por eso, la aparición del peronismo no se le presenta como fórmula salvadora sino como la primera amenaza real, como la encarnación de la subversión popular.
Para ella, Perón es el fundador de la izquierda en la Argentina.
El hecho indiscutible de que este proceso que protagoniza el peronismo armoniza con el proceso histórico universal, y el respaldo electoral, constante y abrumador con que cuenta el caudillo, le dan a la oligarquía una sensación de impotencia fatal.
No existe para ella una salida político-ideológica porque esta sería más y mejor peronismo.
Cualquiera que sea el camino pacífico y democrático que elija para superar al peronismo, llega a esta conclusión: o hacer algo más que el peronismo, dicho este "más" también en sentido cualitativo, o enfrentarse con una masa obrera politizada, organizada, activa.
La masa obrera se le presenta a la oligarquía con la figura de un Gulliver gigantesco.
Entonces elige una tercera alternativa: intentar el ablandamiento y desvirtuación del peronismo; utilizar el método que a lo largo de nuestra historia ha empleado conjuntamente con Gran Bretaña con todo éxito: confundir, embarullar, tergiversarlo todo y hacer morir al peronismo por desnaturalización.
La oligarquía y sus mandantes, socios y amigos, la masonería y la plutocracia extranjera crean una central de inteligencia, una usina de rumores, calumnias y tergiversaciones; resuelven, en fin, iniciar la guerra psicológica.
Esta arma -la acción psicológica- es el gran hallazgo de los intereses económicos, y están tan contentos, tan halagados con este descubrimiento como Perón con el suyo.
Aquí, Perón no advierte la desigualdad de armas o bien no sabe colocarse a la altura de la capacidad del adversario y la acción enemiga, de carácter psicológico; opone, siempre, la amenaza de la fuerza popular.
Esta central de inteligencia que montan la oligarquía y el capital extranjero persigue y logra estos objetivos:
1° Tergiversar y ensuciar la obra de Perón hasta hacerla irreconocible.
2° Mantener vivo el resentimiento y la hostilidad hacia el peronismo de la clase política desplazada.
3° Alimentar los celos de la clase media hacia la clase obrera.
4° Mantener latente el repudio al personalismo y hacer aparecer como arbitrarios, extravagantes y dictatoriales todos los actos del gobierno peronista.
5° Tergiversar y difamar la eficiente política económica de Perón.
El peronismo no tiene respuesta adecuada para este juego, incluso lo facilita.
Mientras el enemigo desarrolla esta habilísima y sutil acción, se entretiene poniéndole el nombre de Perón a las calles y derrocha millones y millones en una propaganda estúpida e ineficaz.
El culto al líder no hace más que darle a esta central de inteligencia el ingrediente que necesita para crear una falsa imagen de la realidad nacional.
Mientras el peronismo homenajea y homenajea hasta aburrir a los propios peronistas, desde esa central de inteligencia se difama y se hiere a Evita.
Desde esa usina de la infamia se hace objeto de burla sangrienta a todos los legisladores, ministros y funcionarios peronistas, a unos porque son ricos, a otros por sus escasas aptitudes, a otros por su origen humilde.
Un amplio sector de clase media, un sector de la izquierda y el nacionalismo aristocratizante entran en este juego, y oponen a una obra de auténtico desarrollo nacional, realizada, venciendo increíbles dificultades, un moralismo de confitería.
Reírse del funcionario peronista por su origen humilde, divertirse señalando su presunta incultura o sus faltas, será el entretenimiento de moda con el cual lo más estúpido de la clase media se sentirá asimilada espiritualmente a la aristocracia.
Desde esa usina de acción psicológica es la que fabrica las burlas sangrientas al gobernador Aloe; la que le atribuye a Juan Duarte primero y a Jorge Antonio después, el monopolio del 90 por ciento de los negocios que se realizan en el país; la que crea la leyenda negra del IAPI, institución útil que sólo necesita ser perfeccionada para rendir más y extraordinarios resultados; la que se burla de nuestra capacidad para administrar e inventa ese chiste de pésimo gusto que consiste en decir en un tono malicioso y "sobrador", refiriéndose a cualquier problema en los servicios públicos: "¡Y... ahora son nuestros!
La que se burla de los productos manufacturados por nuestra joven industria; la que se burla de la noble y honrosísima política internacional; la que se resiste, para acusarlo de "entrega" cuando el peronismo negocia.
La que enfrenta a la Iglesia con los obreros; la que utiliza a Lonardi y al nacionalismo; la que especula miserablemente con el sentimiento católico para hacerlo servil a sus fines.
Es esta usina la autora de todas nuestras desgracias nacionales de los últimos 10 años; es ella quien voltea a Perón, quien destituye a Lonardi, quien mata a Valle.
Es esta usina de la infamia la que ensombrece el panorama del país, la que alimenta el odio, la que divide a los argentinos en buenos y malos, réprobos y elegidos, "totalitarios" y "democráticos".
La acción de esta central de inteligencia se ve facilitada en gran parte por el propio peronismo.
En primer término, por la excesiva limitación a la libertad de crítica que al no darle salida legítima a todas las informaciones e inquietudes, crea una especie de mercado negro de las noticias con todo el atractivo de lo prohibido.
Es mucho lo que se ha dicho y especulado con esto.
Son muchos los que creen que uno de los episodios de este miedo a la libertad de prensa es la confiscación del diario de Gainza Paz, medida tan acertada y patriótica como la nacionalización de los ferrocarriles. Lo que nadie dice es que la gran víctima de esta situación, no es el periodismo comercial, que para nada sirve a la expresión de la opinión pública, sino el propio peronismo.
Tenemos sobre esto un ejemplo contundente: con casi toda la prensa en contra, Perón logró los éxitos sensacionales del 17 de Octubre de 1945 y del 24 de febrero de 1946.
Con casi toda la prensa uniformada a su favor obtuvo el bombardeo del 16 de junio, el conflicto con la Iglesia y la insurrección del 16 de setiembre.
Pero el error no consiste en su falta de respeto a los magnates del periodismo comercial, sino en no haber sabido reemplazarlos por un periodismo auténticamente representativo y libre.
Perón no quiere o no sabe organizar el gran debate nacional en torno a sus ideas, programas y obras, debate del cual -sin lugar a dudas-saldría victorioso.
Trabaja a favor de este error, aparte de cierto temor personal, cierto "complejo", la situación equívoca y contradictoria que crea la formulación de un plan revolucionario y la decisión de ejecutarlo pacífica y legalmente dentro de una estructura jurídica creada por la oligarquía misma; intento loable desde un punto de vista ético, pero difícil, tan difícil, que quienes lo ejecutan no pueden menos que perderse en la observancia estricta de la línea demarcatoria entre lo legal y lo ilegal.
Parece una ironía, pero uno de los motivos por los cuales Perón es acusado de dictador es producto de su voluntad de no quebrar el régimen constitucional.
Al eje Perón-clase obrera le resulta imposible girar dentro de la órbita constitucional, sin rozarla.
El culto a Perón, por parte de la clase obrera, y el culto a la clase obrera, por parte de Perón, relega a segundo plano las instituciones constitucionales y hace aparecer todos los actos de gobierno como una decisión personal, arbitraria, que se transforma en ley mediante el acatamiento solícito y sin análisis de un parlamento adicto y el respaldo extraconstitucional de la fuerza gremial.
El culto a Perón, llevado a límites imprudentes y realizado como sustituto del debate, de la apariencia, la sensación de que todos los actos de gobierno, aun los más justos y bien inspirados, son ligeros, irreflexivos, "impuestos", sin justificación honda ni consenso público verdadero.
El apoyo de la masa no aparece como espontáneo, sino como producto del poder de sugestión del caudillo.
Perón no ejerce ninguna tiranía ni establece instituciones "totalitarias"; pero el eje Perón-clase obrera, que si bien no es anticonstitucional es extraconstitucional, crea imágenes totalitarias hábilmente explotadas por los enemigos del peronismo y del país.
Este uso irracional de la fuerza obrera, este sustituir el debate por el culto y este intento pacifista y humanitario de realizar la revolución social dentro del marco constitucional, hacen que la presencia política de la clase obrera se haga coercitiva.
En segundo lugar, la acción de la usina de la infamia montada por la oligarquía se ve facilitada por la pequeña infamia de un buen sector de la burocracia peronista.
El pesado aparato partidario y estatal con sus ineptos acomodados, sus funcionarios venales y su clima de obsecuencia y alcahuetería contribuye en buena medida a camuflar la realidad nacional, desfigurando o haciendo invisibles las líneas fundamentales de una política objetivamente acertada y conveniente a los intereses del país.
Únicamente con la caída, con la quiebra de la estructura partidaria, esos lineamientos se harán visibles y darán nueva vida al peronismo.
El absorbente culto a Perón hace además que toda prédica doctrinaria aparezca como mera propaganda, como una faceta más de ese culto y no como doctrina nacional, predicada a veces por expositores de compromiso como el contralmirante Rojas, que la enseña en la Escuela Naval de Río Santiago, y que en un clima de apoteosis parece más un pretexto para ensalzar al caudillo que producto de un auténtico interés por adoctrinar.
¡Era la primera experiencia de gobierno propio! dirán al unísono Jauretche y Scalabrini Ortiz, pidiendo indulgencia para estos errores.
Pero la oligarquía nativa y la plutocracia extranjera no sienten -no tienen por qué- ninguna piedad y serán implacables con nuestro primer intento concreto de gobierno nacional.
El único objetivo plenamente logrado por la propaganda peronista es el de mantener incólume el mito del líder y la lealtad de la clase obrera a su persona, pero este objetivo se logra a un precio muy alto, a costa de llegar a granjearse la antipatía, la hostilidad o el repudio del resto del país.
Esta fuerte debilidad del peronismo en el terreno propagandístico, donde no obstante se malgastan millones de pesos del Estado, es hábilmente explotada.
Como réplica a la presencia coercitiva de la clase obrera y a la barrera infranqueable que ella significa para su avance, la oligarquía crea el "gorilismo", una especie social que sacando guapeza del temor al pueblo, desarrolla una agresividad exagerada, como para impresionar la mente popular, "Gorila" quiere decir, guapo, antipueblo.
La central de inteligencia de la oligarquía, facilitada en su acción por las debilidades señaladas del peronismo, llena el ambiente de la República de un humo que la intoxica y le impide ver la realidad y los verdaderos protagonistas de la historia.
En este ambiente "crecen" y se educan los futuros autores del crimen del 9 de junio.
Al llegar a setiembre de 1955, la central de inteligencia de la oligarquía (y de Inglaterra) ha elaborado y colocado en órbita, una serie de leyendas que, actuando como entelequias, transformarán a los peronistas en enemigos públicos.
Muchos antiperonistas, simplemente antiperonistas, se convertirán en "gorilas" y se sentirán impelidos a una guerra salvaje implacable, contra Perón, el peronismo y los peronistas.
Estas leyendas, de carácter ético, político y económico, que fundidas en una sola constituyen la leyenda negra del peronismo, son:
1) Leyenda de la tiranía y la crueldad de Perón.
2) Leyenda de la corrupción administrativa.
3) Leyenda de la quema de la bandera.
4)) Leyenda de la entrega del petróleo y de la Patagonia.
5) Leyenda de la crisis económica en ciernes.
Perón no pensó jamás agraviar la bandera ni mandó quemar ninguna iglesia, ni tuvo nunca la más remota intención de librar una guerra de exterminio o de entregar la Patagonia a nadie, no todos los peronistas son ladrones e ineptos, ni hay tal crisis económica.
En poco tiempo Perón y el peronismo se ven arrollados por una avalancha de insidia.
Perón es convertido en un Nerón enloquecido que se burla de la bandera, manda quemar iglesias y proyecta una guerra de exterminio mientras se divierte en la quinta de Olivos en medio de un harén de niñas inocentes que no han advertido la transfiguración demoníaca del líder de la justicia social, ni saben el riesgo que corren.
El astuto Perón no tiene armas ni recursos para defenderse de esta guerra canallesca.
Solamente reaccionará intentando ahuyentar al enemigo con la amenaza, ya ineficaz, de su querida clase obrera.
Cuando estalle la rebelión, en vez de excitarse se sentirá agobiada y triste.
Ni el gobierno ni el partido peronista saben defenderse de esta red sutil y maligna que le tienden la oligarquía, la masonería y Gran Bretaña, como siempre mancomunadas, como no saben defenderse de ella los nacionalistas que se enrolan en la cruzada libertadora.
Los dirigentes peronistas, porque en 10 años no han hecho otra cosa que organizar homenajes y concentraciones populares (su capacidad llegó al máximo cuando inventaron Los muchachos peronistas y la hicieron cantar incluso en asambleas de profesionales).
Y los nacionalistas, porque están propensos a caer en estas trampas por su característica exaltación pasional y su hipersensibilidad clerical.
Esta trampa que le tienden a Perón y al peronismo ha sido confeccionada por los mismos hombres, por la misma "inteligencia" que un año después le tenderá a Valle y sus héroes la trampa moral.
Esta leyenda negra del peronismo se clava en la mente y el corazón de muchos hombres que sin tener voluntad criminal se harán ejecutores o cómplices del crimen, porque la leyenda los empuja a ello o porque paraliza sus reacciones morales.
Esta central de "inteligencia" industrializa primero el odio a Perón, convirtiendo psicológicamente en realidad de hecho consumado, la violencia de sus excesos verbales sin consecuencia; y después de la caída de Perón "industrializará" el miedo a Perón, bloqueando con él todos los intentos por sacar al país del marasmo en que ella misma lo sumerge.
Este camuflaje de la realidad nacional se prolongará mucho más allá del 9 de junio, y después de haber matado a Valle y sus hombres, matará las ansias, la moral, la fe, de un país que sin embargo es joven.
SF/
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