En apenas tres años, del 2007 al 2009, la economía argentina contabilizó una salida de capitales de 46.093 millones de dólares, calcularon los economistas Jorge Ga-ggero, Romina Kupelian y María Agustina Zelada en una reciente investigación. Si bien el giro al exterior de ahorro doméstico ha sido una constante desde comienzos de la década del setenta, pocas veces en ese extenso período se registró una huida de esa magnitud. Sólo es comparable con la fuga durante la tablita cambiaria de Martínez de Hoz y su posterior debacle de 1978 a 1982, que totalizó 23.874 millones de dólares, según estimaron los economistas Eduardo Basualdo y Matías Kulfas, en el informe sobre Fuga de Divisas en la Argentina de la comisión especial de la Cámara de Diputados 2001. Con el derrape económico provocado por el efecto tequila y las posteriores crisis financieras en mercados emergentes de 1995 a 1997, cuando se computaron 37.899 millones de dólares. Y con los años previos y con el derrumbe de la convertibilidad 1999-2001, cuando alcanzó los 28.526 millones de dólares, según esa investigación liderada por Basualdo. Resulta impresionante la dimensión que ha tenido la fuga de capitales en la economía argentina, que adquiere un rasgo estructural porque se concreta en diversas situaciones políticas y económicas.
El factor que las unifica es que se dan en un contexto de integración a las desreguladas finanzas globales y en la existencia de frágiles mecanismos de control al movimiento de capitales. La diferencia se observa en el disparador para cada uno de esos períodos de transferencia de riqueza local al exterior. El aspecto notable del último episodio de gran fuga fue que no derivó en una crisis de proporciones, e incluso su impacto en la evolución de la economía local ha sido moderado. El motivo de ese inédito comportamiento desconcierta a economistas del establishment, quienes están frustrados porque el ocaso que prenuncian no se concreta. Defraudación que se acrecienta porque no está funcionando el rol disciplinador que los mercados ejercen sobre las autoridades domésticas a través de la constante amenaza de fuga de capitales si se instrumentan medidas que no son de su agrado. Detectar las razones de la crisis que no fue pese a la huida de fondos más intensa de todas las verificadas y precisar las condiciones que la provocaron brinda elementos para acercarse a una mejor comprensión del actual ciclo de la economía argentina.
Para esa tarea constituye un aporte relevante el documento de Gaggero, Kupelian y Zelada La Fuga de capitales II. Argentina en el escenario global (2002-2009), publicado por el Centro de Economía y Finanzas para el Desarrollo de la Argentina (Cefid-Ar). Esos economistas explican que, en el pasado, la salida de capitales había resultado en disminuciones significativas de las reservas internacionales debido a que el Banco Central proveía una parte importante de los fondos necesarios. Mientras que otra parte era financiada vía endeudamiento externo. El total de la fuga contabilizada en el período 2006-2009 fue el equivalente a cerca del 93 por ciento del total de reservas acumuladas por el BC (casi 47.600 millones de dólares a diciembre de 2009). “En consecuencia, si bien el stock de reservas no disminuyó, la magnitud de su variación resultó seriamente afectada”, apuntan. Indican, entonces, que para determinar el origen de los activos que se fugaron se debe recurrir a la balanza comercial. Las divisas provenientes del importante superávit comercial del período no se fueron acumulando en las arcas del Central, sino que pasaron a integrar el stock de los activos externos privados no financieros. La fuga representó el equivalente a casi el 80 por ciento del saldo positivo de la balanza comercial.
Un factor clave que permitió eludir los efectos devastadores de la fuga fue la preservación de un tipo de cambio real competitivo y estable. Entre otros efectos en la macroeconomía, actuó como un potente impulsor de una balanza comercial positiva al alentar las exportaciones y, al mismo tiempo, frenar importaciones. De ese modo, el resultado del intercambio de bienes en el comercio internacional fue positivo, en un escenario de precios favorable para los despachos al exterior de productos locales, en especial materias primas. Sin ingreso de fondos por endeudamiento, alternativa vedada a partir del default y la renegociación de deuda con una fuerte quita de capital, y con un débil flujo de inversiones extranjeras, las divisas provenientes del saldo de la balanza comercial fueron un extraordinario estabilizador. La relevancia del tipo de cambio queda en evidencia cuando esa troika de investigadores menciona que “ciertos problemas de políticas vinculadas con las responsabilidades del BCRA pudieron haber estimulado la fuga de capitales, al menos, durante algunas fases del período”. Se refieren a la errática estrategia cambiaria que derivó en la apreciación del peso aplicada por el presidente del Banco Central de entonces, Martín Redrado, durante los meses del conflicto con el sector del campo privilegiado. Además de la resistencia que expuso desde la entidad monetaria para definir normas regulatorias que entorpezcan la salida de capitales, posición que tuvo que abandonar ante las presiones ejercidas por otros organismos de control, como la Comisión Nacional de Valores y la AFIP.
Además de la permanencia de un balance positivo del comercio exterior en esos momentos turbulentos, en los años anteriores esas divisas permitieron acumular reservas en cantidad en el Central. Esos dólares fueron un dique de contención que desalentó corridas cambiarias en un contexto de fuga. Sin un considerable stock de reservas se hubiera agudizado aún más la huida. Ga-ggero, Kupelian y Zelada señalan que en comparación con traumáticas experiencias pasadas, “la sustancial diferencia fue que el nuevo contexto permitió que, a pesar de todo, aumentaran las reservas del BCRA y no fueran afectados de modo considerable los agregados monetarios”. Agregan que tampoco hubo corrida bancaria como sí ocurrió en el pasado. “De este modo, Argentina se encontró en una mejor posición para afrontar la importante magnitud de la fuga”, sentencian. Afirmaron que las razones de ese comportamiento se encuentran en la política de acumulación de reservas, de sostenimiento del superávit primario y del superávit en cuenta corriente. Esto “permitió afrontar la crisis, tanto local como internacional, sin que impactase tan fuertemente en la economía como en el pasado”, apuntan.
Sin embargo, la pérdida abundante de ahorro interno sin generar una crisis de proporciones no significa que no haya costos para la economía. Esos tres investigadores detallaron que sus implicancias pueden ser evaluadas de modo directo o indirecto bajo una perspectiva de potencialidad. La fuga disminuye las posibilidades de inversión, afectando las perspectivas de desarrollo nacional. Afecta la recaudación al reducir la base imponible. Implica un menor nivel de depósitos en el circuito bancario y, en consecuencia, afecta negativamente la oferta de fondos prestables. Esto se traduce en un menor crecimiento económico potencial.
Para los autores de ese documento, el primer gran impulso de fuga se observó durante el tercer trimestre de 2007, en coincidencia con el comienzo de la crisis financiera en Estados Unidos. Luego ocurrieron tres episodios durante el año siguiente que contribuyeron a acentuar la salida de capitales: a) en marzo, el duro conflicto que enfrentó al sector agropecuario con el gobierno nacional; b) en septiembre, el sistema financiero en Estados unidos sufrió una gran crisis a partir de la quiebre de Lehman Brothers; y c) en octubre, el fin de las AFJP. De todos modos, para Gaggero, Kupelian y Zelada, “la fuga relevante coincidiría con el desenlace de la crisis global, siendo, parecería, el factor que domina en forma extensa e intensa el período”. Para concluir que “la eficacia de las políticas anticíclicas implementadas por el gobierno nacional, la continuidad del superávit comercial y una creciente percepción acerca de que la gravedad y la duración de la crisis local serían menores contribuyeron a la mejora de las expectativas en el país”. La desaceleración de la fuga de capitales en 2009 y en el presente año también se explica por la implementación de una serie de normas de regulación que desalentaron la exportación de ahorro doméstico. Marco legal de restricciones que puede ajustarse, ante el margen que brinda un frente financiero despejado, con el objetivo de apuntalar el intento de modificar un rasgo estructural de la economía argentina.
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