Ámbito Financiero[1] se alarma porque la emisión de dinero (M2) subió, en algo más del 25% con Marcó del Pont, desde el 19% del Producto Bruto Interno, en que la había congelado Redrado.
Esta alarma que refleja el vocero de la Usurocracia argentina, no se debe al miedo a la inflación sino al temor a que disminuya el monto de los intereses que el sistema financiero retira de la riqueza producida por los argentinos.
Cuando un bien es escaso, sube el precio, lo mismo sucede con el dinero, si este es abundante, el precio para conseguirlo sube, y el precio del dinero son los intereses.
Cada vez que el Banco Central emite un bono que coloca en el mercado a una tasa de interés que siempre es superior al 10% anual y normalmente oscila entre el 14 y el 16% (y con garantía del Estado), en lugar de emitir el dinero que necesita para sus necesidades, les está regalando estos intereses a gente que puede conseguir dinero prestado al 1% o 2% anual en la banca europea o norteamericana, con un simple trámite electrónico que no aporta nada a la “economía” de los argentinos.
Si bien el crecimiento de la economía argentina este año alcanzará el 9%, mientras que la economía en los países centrales se oscila entre el estancamiento y el retroceso, esto se debió a que se incrementó la inversión del Estado y se aumentó la distribución del dinero entre la población.
Aunque el dato de crecimiento de la economía argentina no es igual al crecimiento de la capacidad económica de los argentinos, puesto que el 83% de la facturación en este país y el 90% de las utilidades que se generan quedan en manos de las empresas extranjeras.
Y esto sucede porque el achicamiento de las empresas más grandes de los argentinos eran las empresas estatales que se regalaron en la década de los 90, comenzando por YPF, Gas del Estado, ENTel, SOMISA, etc., que generaban una enorme cantidad de puestos de trabajo bien pagos, y una gran constelación de organizaciones subsidiarias de empresarios argentinos.
Esto se insertó en un conjunto de cambios ocurridos al final del siglo 20, cuando el mundo cambió, y para mal, porque la Globalización neoliberal se especializó en la destrucción de la riqueza, sea por apropiación de la misma por parte de los grandes capitales o por la depredación de los recursos en base a los cuales esta riqueza se generaba.
Sin embargo, el siglo 21 comienza bajo un destino diferente, donde el rol de los Estados Nacionales y las Alianzas Continentales será el motor de una transformación que abarcará a toda la civilización, lo cual se manifestará plenamente en la década que ahora se inicia [2].
No es difícil prever que la crisis de las empresas multinacionales que tienen sus sedes centrales en los países de Norteamérica y Europa repercutirá en nuestro país, por lo cual el rol del Estado en el campo de la economía será cada vez más relevante.
Esto requiere reformular las políticas de desarrollo, donde el manejo monetario es relevante, y nuestro país no está en condiciones de seguir aportando recursos para que el Mercado siga llevándose recursos que necesitamos para reorganizar nuestra economía.
Ya el ex director del Banco Central, Walter Beveraggi Allende, estableció en su Teoría Cualitativa de la Moneda, que no importa el porcentaje de emisión de dinero, sino el destino que se da al mismo.
Si el dinero que se emite se destina a los sectores especulativos y parasitarios de la economía, genera inflación, pues los altos intereses se agregan a todos los precios en la cadena de valor, mientras que si los intereses en la plaza (no los intereses de referencia del Banco Central que deben ser menores) no superan el 3%, la economía se mantiene sin inflación durante décadas y crece en forma sostenida.
Todos sabemos que las economías crecen cuando la población tiene necesidades insatisfechas y obtiene por su trabajo los recursos necesarios para satisfacerlas.
O sea que lo primero que tenemos que hacer es inventariar las grandes necesidades insatisfechas y luego de los principales recursos necesarias para satisfacerlas, dirigiendo a la producción de estos recursos las fuentes de financiamiento.
Tomemos como ejemplo el problema de la vivienda.
Existe un déficit que se estima en 2.000.000 de unidades, suponiendo que cada vivienda requiera un promedio de 70 metros cuadrados, son 14 millones de metros cuadrados a construir, además de toda la infraestructura de transportes, saneamiento, energía, comunicaciones, servicios sociales, etc. necesarios para que funcionen en el marco de nuestra sociedad.
Cuando evaluamos los recursos necesarios para construir esta cantidad de metros cuadrados y su infraestructura tenemos que establecer ante nada su ubicación, luego la producción de los materiales básicos necesarios para su construcción, tales como cemento, acero, aislantes, ladrillos, tuberías, etc. todo lo cual requiere inversiones que sólo el Estado argentino está en condiciones de abordar si quiere impedir que el beneficio de estos recursos se reinviertan en el país dando origen a la espiral virtuosa del crecimiento de la economía.
Volviendo al tema de la emisión monetaria, los países ricos han emitido siempre un porcentaje muchísimo más alto que la Argentina, porcentajes que oscilan entre el 85% de sus respectivos PBI y el 115%, sin mencionar que en la última crisis Estados Unidos emitió dinero equivalente a más del 300% de su PBI. Esta abundancia de dinero en la plaza tiene como consecuencia que la tasa básica de interés oscila entre el 0% anual y el 1%.
Los órganos de propaganda del sistema financiero-monetario en nuestro país, tales como La Nación y Ámbito financiero, insisten en establecer correspondencias entre la emisión y la inflación, pero jamás mencionan su relación con la elevadísima tasa de interés que deben pagar las empresas y consumidores argentinos[3].
Pero si se emitiera dinero en una proporción acorde al PBI argentino de aproximadamente 1,1 billones de pesos, supongamos a un 75%, nivel mínimo usado por los países industrializados, se deberían volcar a la plaza tres veces la cantidad de dinero actual, el cual debería ser destinado en forma exclusiva a los sectores que producen riqueza real, o sea productos o servicios físicos.
Al emitir esa enorme masa de dinero, unos 550.000 millones de pesos, el Estado podrá reorganizar el mapa demográfico de la Argentina, desconcentrando la población desde las grandes ciudades con su infraestructura saturada, hacia todo el interior del país, donde se deben instalar las industrias de nuevo cuño, propios de la sociedad post-industrial que adviene.
Esta movida, que tiene que restringir, tal como ha hecho Brasil, la adquisición de tierras por extranjeros, retomar la tradición de fundar nuevas ciudades para ocupar los territorios despoblados, tal como se hiciera a principios del siglo pasado, donde se fundaron 207 ciudades en 360 meses[4], desarrollar a fondo la banca estatal, provincial y municipal, que sería la única con acceso a las líneas de créditos de interés casi nulo, y podría re-prestarlo únicamente al empresariado nacional, y llevar a cabo un enérgico programa de preservación de nuestros recursos naturales, dado que cada día la riqueza real será más preciada por un mundo hambriento y necesitado de productos reales.
No es necesario resaltar que un programa de este tipo generará no sólo los puestos de trabajo necesarios para la ocupación plena de los argentinos, sino que posibilitará seleccionar una corriente migratoria de especialistas que no encontrarán futuro en los países industrializados, y que al mismo tiempo requerirá un enorme esfuerzo de capacitación de estos nuevos pobladores.
Esta alarma que refleja el vocero de la Usurocracia argentina, no se debe al miedo a la inflación sino al temor a que disminuya el monto de los intereses que el sistema financiero retira de la riqueza producida por los argentinos.
Cuando un bien es escaso, sube el precio, lo mismo sucede con el dinero, si este es abundante, el precio para conseguirlo sube, y el precio del dinero son los intereses.
Cada vez que el Banco Central emite un bono que coloca en el mercado a una tasa de interés que siempre es superior al 10% anual y normalmente oscila entre el 14 y el 16% (y con garantía del Estado), en lugar de emitir el dinero que necesita para sus necesidades, les está regalando estos intereses a gente que puede conseguir dinero prestado al 1% o 2% anual en la banca europea o norteamericana, con un simple trámite electrónico que no aporta nada a la “economía” de los argentinos.
Si bien el crecimiento de la economía argentina este año alcanzará el 9%, mientras que la economía en los países centrales se oscila entre el estancamiento y el retroceso, esto se debió a que se incrementó la inversión del Estado y se aumentó la distribución del dinero entre la población.
Aunque el dato de crecimiento de la economía argentina no es igual al crecimiento de la capacidad económica de los argentinos, puesto que el 83% de la facturación en este país y el 90% de las utilidades que se generan quedan en manos de las empresas extranjeras.
Y esto sucede porque el achicamiento de las empresas más grandes de los argentinos eran las empresas estatales que se regalaron en la década de los 90, comenzando por YPF, Gas del Estado, ENTel, SOMISA, etc., que generaban una enorme cantidad de puestos de trabajo bien pagos, y una gran constelación de organizaciones subsidiarias de empresarios argentinos.
Esto se insertó en un conjunto de cambios ocurridos al final del siglo 20, cuando el mundo cambió, y para mal, porque la Globalización neoliberal se especializó en la destrucción de la riqueza, sea por apropiación de la misma por parte de los grandes capitales o por la depredación de los recursos en base a los cuales esta riqueza se generaba.
Sin embargo, el siglo 21 comienza bajo un destino diferente, donde el rol de los Estados Nacionales y las Alianzas Continentales será el motor de una transformación que abarcará a toda la civilización, lo cual se manifestará plenamente en la década que ahora se inicia [2].
No es difícil prever que la crisis de las empresas multinacionales que tienen sus sedes centrales en los países de Norteamérica y Europa repercutirá en nuestro país, por lo cual el rol del Estado en el campo de la economía será cada vez más relevante.
Esto requiere reformular las políticas de desarrollo, donde el manejo monetario es relevante, y nuestro país no está en condiciones de seguir aportando recursos para que el Mercado siga llevándose recursos que necesitamos para reorganizar nuestra economía.
Ya el ex director del Banco Central, Walter Beveraggi Allende, estableció en su Teoría Cualitativa de la Moneda, que no importa el porcentaje de emisión de dinero, sino el destino que se da al mismo.
Si el dinero que se emite se destina a los sectores especulativos y parasitarios de la economía, genera inflación, pues los altos intereses se agregan a todos los precios en la cadena de valor, mientras que si los intereses en la plaza (no los intereses de referencia del Banco Central que deben ser menores) no superan el 3%, la economía se mantiene sin inflación durante décadas y crece en forma sostenida.
Todos sabemos que las economías crecen cuando la población tiene necesidades insatisfechas y obtiene por su trabajo los recursos necesarios para satisfacerlas.
O sea que lo primero que tenemos que hacer es inventariar las grandes necesidades insatisfechas y luego de los principales recursos necesarias para satisfacerlas, dirigiendo a la producción de estos recursos las fuentes de financiamiento.
Tomemos como ejemplo el problema de la vivienda.
Existe un déficit que se estima en 2.000.000 de unidades, suponiendo que cada vivienda requiera un promedio de 70 metros cuadrados, son 14 millones de metros cuadrados a construir, además de toda la infraestructura de transportes, saneamiento, energía, comunicaciones, servicios sociales, etc. necesarios para que funcionen en el marco de nuestra sociedad.
Cuando evaluamos los recursos necesarios para construir esta cantidad de metros cuadrados y su infraestructura tenemos que establecer ante nada su ubicación, luego la producción de los materiales básicos necesarios para su construcción, tales como cemento, acero, aislantes, ladrillos, tuberías, etc. todo lo cual requiere inversiones que sólo el Estado argentino está en condiciones de abordar si quiere impedir que el beneficio de estos recursos se reinviertan en el país dando origen a la espiral virtuosa del crecimiento de la economía.
Volviendo al tema de la emisión monetaria, los países ricos han emitido siempre un porcentaje muchísimo más alto que la Argentina, porcentajes que oscilan entre el 85% de sus respectivos PBI y el 115%, sin mencionar que en la última crisis Estados Unidos emitió dinero equivalente a más del 300% de su PBI. Esta abundancia de dinero en la plaza tiene como consecuencia que la tasa básica de interés oscila entre el 0% anual y el 1%.
Los órganos de propaganda del sistema financiero-monetario en nuestro país, tales como La Nación y Ámbito financiero, insisten en establecer correspondencias entre la emisión y la inflación, pero jamás mencionan su relación con la elevadísima tasa de interés que deben pagar las empresas y consumidores argentinos[3].
Pero si se emitiera dinero en una proporción acorde al PBI argentino de aproximadamente 1,1 billones de pesos, supongamos a un 75%, nivel mínimo usado por los países industrializados, se deberían volcar a la plaza tres veces la cantidad de dinero actual, el cual debería ser destinado en forma exclusiva a los sectores que producen riqueza real, o sea productos o servicios físicos.
Al emitir esa enorme masa de dinero, unos 550.000 millones de pesos, el Estado podrá reorganizar el mapa demográfico de la Argentina, desconcentrando la población desde las grandes ciudades con su infraestructura saturada, hacia todo el interior del país, donde se deben instalar las industrias de nuevo cuño, propios de la sociedad post-industrial que adviene.
Esta movida, que tiene que restringir, tal como ha hecho Brasil, la adquisición de tierras por extranjeros, retomar la tradición de fundar nuevas ciudades para ocupar los territorios despoblados, tal como se hiciera a principios del siglo pasado, donde se fundaron 207 ciudades en 360 meses[4], desarrollar a fondo la banca estatal, provincial y municipal, que sería la única con acceso a las líneas de créditos de interés casi nulo, y podría re-prestarlo únicamente al empresariado nacional, y llevar a cabo un enérgico programa de preservación de nuestros recursos naturales, dado que cada día la riqueza real será más preciada por un mundo hambriento y necesitado de productos reales.
No es necesario resaltar que un programa de este tipo generará no sólo los puestos de trabajo necesarios para la ocupación plena de los argentinos, sino que posibilitará seleccionar una corriente migratoria de especialistas que no encontrarán futuro en los países industrializados, y que al mismo tiempo requerirá un enorme esfuerzo de capacitación de estos nuevos pobladores.
Por Walter A. Moore
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