Acaba de aparecer Historia de la Argentina, de Norberto Galasso. Destilado magistral de una escuela de interpretación de la historia argentina, esta obra resulta una aportación de gran valor para el esclarecimiento de las jóvenes generaciones.
Por su carácter abarcador y sintetizador, del ingente trabajo historiográfico de Norberto Galasso deben destacarse tres títulos en especial: la biografía de San Martín –Seamos Libres y lo demás no importa nada-, los dos gruesos volúmenes consagrados a Perón y, ahora, esta excelente Historia de la Argentina, que acaba de publicar Colihue.
Son libros casi definitivos, por el impresionante trabajo heurístico y hermenéutico que comportan, y por su capacidad de sintetizar un decurso histórico a menudo deshilachado en los textos de la historial oficial –engañosa en grado sumo, en tanto sustrae elementos esenciales para la comprensión del pasado-, y en los de un revisionismo que, por cierto, contiene obras fundamentales en su haber, pero que, salvo contadas excepciones, ha tendido a centrarse en el análisis de personajes, problemas y situaciones particulares. Las excepciones más notables a esta regla fueron la Historia Argentina, de José Luis Busaniche, que quedó inconclusa por la muerte de su autor; y las fundacionales y formidables Revolución y Contrarrevolución en la Argentina y la Historia de la Nación Latinoamericana, de Jorge Abelardo Ramos. Pero, escritas de forma apasionada en el torbellino de los años posteriores al golpe militar de 1955 y en las vertiginosas décadas que las siguieron, estas últimas quizá no alcanzaron el grado de exhaustividad, precisión docente y exposición sistemática de que hacen gala los libros de Galasso, en especial el que estamos comentando.
La Historia de la Argentina, en efecto, aborda todos los temas claves de nuestro pasado de manera muy organizada, con una profusión de datos y fuentes que la hacen irrefutable, al menos en lo referido a la veracidad objetiva de los hechos que describe. Desde luego, como bien lo expresa el autor en el prólogo, el historiador no puede visionar el pasado obviando a su propio lente ideológico. Galasso expresa que el engaño no consiste en que algunos autores interpreten la historia desde su propia concepción, “sino de que lo hagan pretendiendo que sus visiones son neutras, no obedecen a ideología alguna y, por lo tanto, deben enseñarse en las escuelas como si fuesen la única y verdadera historia”.
La clave está en distinguir entre una imparcialidad imposible y una objetividad factible. Esta última resulta de una exposición total y honesta de los datos que el historiador dispone, aunada a una clara aceptación de la parcialidad a la que adhiere. Este reconocimiento es la imprescindible base para abordar la redacción de un texto que pretende la puesta en escena de un drama polémico, en el que se entrecruzan las realidades consumadas del pasado con las pulsiones de un presente afectado por problemas que a menudo están influidos de forma directa o indirecta por las tendencias del ayer. Alejándonos de nuestra propia tierra y refiriéndonos al escenario europeo, por ejemplo, no es casual que las tendencias historiográficas dominantes hoy abominen de la revolución francesa (y ni hablemos de la bolchevique). El universo neoliberal posterior a Fukuyama concibe al presente como un lago chirle y aburrido, donde una presunta “sensatez” y un acomodamiento a unas circunstancias que se habrían dado de una vez para siempre, deben primar sobre las pulsiones “irracionales” de los movimientos de masa milenaristas que engendraron al comunismo y al fascismo, entre otros fenómenos. Esta presunta sensatez está siendo puesta en tela de juicio hoy por los desastres que engendra la globalización imperialista, pero estos no han alcanzado todavía el punto crítico donde se puede romper la concepción del mundo predominante en los países del centro.
Y bien, desde la óptica de una periferia sometida al castigo de las políticas del imperialismo, semejante tranquilidad es inconcebible y requiere un análisis de la historia formulado desde nuestra propia perspectiva, para forjarse una composición de lugar que refute el criterio dominante y permita armarnos para enfrentar un presente difícil y prepararnos a un imprevisible futuro. Lo cual implica desembarcar en un universo poblado de contradicciones que necesitan una comprensión dialéctica y abierta para la representación de los choques problemáticos del pasado. El libro de Galasso es un aporte abarcador de enorme utilidad para esclarecer el pasado argentino a las jóvenes generaciones y para verlo en su conexión latinoamericana. Una conexión que la historia oficial y sus derivados han omitido cuidadosamente o han observado con un fingido desdén, extensivo a los trabajos como al que nos estamos refiriendo.
La obra arranca con una apasionante primera parte que es un examen de las corrientes historiográficas argentinas , lo que sirve al autor para poner en claro los bandos en que se ha dividido ese espacio y para explicitar su pertenencia a uno de ellos, al que genéricamente denomina como corriente historiográfica socialista, federal-provinciana o latinoamericana. Es una indagación exhaustiva, que no sólo desnuda las contradicciones o falacias que desde su punto de vista adolecen otras escuelas, sino que efectúa evaluaciones de los historiadores pertenecientes al propio campo, tarea para nada confortable y de la que se escapan a veces chispazos que provienen de antiguas polémicas. (1)
El examen de nuestra historia, desarrollado a lo largo de unas 1.200 páginas de texto distribuidas en dos volúmenes, es desde todo punto de vista un logro. Una de las cualidades que deben distinguir al historiador es su aptitud para narrar eslabonando un discurso cautivante por su tersura estilística y por la claridad de los conceptos que va concatenando. Apoyándose siempre en fuentes verificables Galasso nos ofrece un relato a la vez apasionante y angustiante de un país desgarrado por una contradicción original irresuelta todavía, pero reelaborada por el trabajo de los años y las generaciones. La evidencia de la gestación de un país dividido entre la ciudad-.puerto que entendía diseñarlo a su manera y un interior que aspiraba a acabar con el estrangulamiento que suponía el cuello de botella porteño y su captación de los beneficios de la Aduana para el provecho de su burguesía comercial y de la clase de los ganaderos bonaerenses -conjunción no exenta de contradicciones pero que terminaría conformando a la oligarquía-, está descrita con minuciosidad y exactitud. La descripción que Galasso hace de la compleja articulación del morenismo con la Logia Lautaro es también de una claridad meridiana. También lo es su minuciosa exposición del eje a través del cual giró la distorsionada organización nacional en el período de las luchas civiles: la ambivalente posición de las provincias litorales –Entre Ríos, Santa Fe y Corrientes- que compartían la general inquina provinciana contra Buenos Aires por su monopolio de las rentas de la Aduana, potestad que impedía organizar a la nación en profundidad, pero que interpretaban esa cuestión de una manera diferenciada. Las provincias litoraleñas, en efecto, repudiaban el papel de cancerbero que Buenos Aires ejercía respecto de los ríos, pero al mismo tiempo poseían un interés propio orientado hacia la construcción de un modelo de país no muy alejado de la concepción rivadaviano-mitrista. Esto es, fundada en la aceptación de una economía volcada a la exportación de productos primarios y orientada hacia el exterior, en vez de serlo hacia la construcción de una sociedad equilibrada y provista de polos de desarrollo industrial en el interior. De hecho, el embrión de estos fue destruido o negado por Buenos Aires al interior a través de las políticas unitarias –sea en su expresión más cruda del “liberalismo ilustrado”, sea en su versión atemperada por el barniz nacional que le dio el rosismo- hasta culminar en las expediciones punitivas de Mitre después de Pavón, que exterminaron las resistencias internas en una ecuación que resumió y resolvió (de mala manera) todas las contradicciones anteriores. La retirada de Urquiza del campo de Pavón en una batalla casi ganada y su actitud especulativa, renuente y en definitiva traidora respecto al Interior durante la década subsiguiente, hasta su asesinato en 1871 a manos de una partida de federales despechados (o manipulados por el mitrismo), expresan esta ambigüedad.(2)
La aptitud para percibir y explicar acabadamente esa y otras ambivalencias –como las difíciles relaciones entre Mitre y Sarmiento y la tardía proximidad de este a Urquiza- es uno de los rasgos más atractivos e importantes de la obra de Galasso. No escapa a esta aguzada percepción el problema historiográfico que se ha planteado en torno a Roca, un personaje que ha tenido la desdicha de caer entre las patas de un defensor como Mariano Grondona y la inquina de un arbitrario Osvaldo Bayer. Galasso no toma en absoluto una posición intermedia entre ambas posturas, pero establece su interpretación respecto del papel del “Conquistador del Desierto” con una finura que aventa tanto la justificación hipócrita de Grondona y de los que piensan a su manera, como la diatriba colmada de resentimiento de Bayer.
La historia no es un discurrir maniqueo de buenos y de malos, sino una combinación de circunstancias donde nada es siempre igual a sí mismo con el correr del tiempo, y donde los matices a veces revelan los costados insospechados de las cosas. Esos contornos, variables en ocasiones, permiten coincidencias inesperadas entre enemigos o adversarios, coincidencias que bien pueden modificar un desarrollo social y cambiar al árbol que crece desde sus raíces a través de una poda oportuna o de un horcón que sostenga a sus ramas más débiles hasta que estas se vigoricen…
Lejos del determinismo fatalista de José Pablo Feinmann quien entiende que si Felipe Varela hubiera conquistado Buenos Aires hubiera hecho lo mismo que Mitre, Galasso pone de relieve que la voluntad de organizar al país de ese y otros caudillos del interior pasaba por una exacta comprensión (que era también la de Alberdi, Fragueiro, Pedro Ferré y hasta el general José María Paz) de que las rentas usurpadas por Buenos Aires debían revertir en el país todo para generar una realidad diferente. Sólo la astucia de Rosas, que contemporizaba con el interior sin ceder en lo básico, y la traición de Urquiza, atrapado (como antes lo habían estado Estanislao López y Pancho Ramírez) en el servicio de unos intereses locales que eran también personales, impidió que la turbulenta resistencia de las provincias tuviera razón sobre Buenos Aires. Cuando finalmente el general Roca zanjó en la más sangrienta de las batallas de las guerras civiles la cuestión del puerto de Buenos Aires, federalizando a la Capital, se evitó la desintegración, pero el país ya había sido tallado de acuerdo a un molde económico distorsivo, que impidió la expansión y el crecimiento de una potencialidad nacional que sólo revivió muchas décadas más tarde.
La importancia de Roca proviene del saldo que dejó el conjunto de su obra de estadista, jugada en un plano político-militar, y no de un hecho aislado, al que se suele evaluar desgajado del contexto social en que se produjo, como es moda hacerlo en la actualidad con la Campaña del Desierto. Desde luego este episodio tuvo contornos de brutalidad suma, pero la ferocidad existía de ambas partes en una guerra que se arrastraba desde hacía décadas y el imperativo geopolítico ordenaba ocupar un espacio despoblado que bien podría haber sido apropiado por Chile o incluso por alguna colonia inglesa. Pero a Roca no se lo puede reducir a la estatura del ganador de esa campaña, sino que es preciso evaluarlo en el conjunto de su obra, en la cual la nacionalización de Buenos Aires, que terminó con el ciclo de las guerras civiles, es fundamental. No puede haber sido casual, por otra parte, que su obra de gobierno recibiera el apoyo de la intelectualidad más preclara y moderna de la época –la generación del 80- ni que bajo sus gobiernos se efectuaran los primeros estudios sociales a escala del país y se introdujeran las reformas educativas más importantes, imponiéndose la educación libre, gratuita y laica. Esto nos lleva a preguntarnos si en la moda que hoy pretende defenestrarlo del panteón de los héroes no estará presente –transmitida a través del cordón umbilical de un servilismo cultural inconsciente propio de algún sector de la clase media- la vieja inquina contra el militar que derrotó a Mitre y domeñó el secesionismo porteño.
La necesidad de una historiografía revisionista seria es hoy más importante que nunca. Pues si antes la Academia y los grandes medios de prensa monopolizaban un discurso que congelaba a las figuras del pasado en el mármol, hoy la banalización de la cultura y la proliferación de trabajos que sobrevuelan las cuestiones fundamentales y se aplican a describir la presunta intimidad de los próceres –a retratarlos en pantuflas, en cierto modo-, olvida manifestar cuáles eran los motores eficientes de sus vidas y, por lo tanto, el rasgo que puede hacernos interesantes a sus rutinas cotidianas. De lo contrario lo que se busca es igualar todo bajo la pátina de la mediocridad universal. Ahí sí que “los árboles nos taparían el bosque”…
El libro de Galasso resulta pues una aportación de primer nivel, que debería integrar la bibliografía universitaria, junto a los textos de otros animadores de las corrientes revisionistas. El silencio que la gran prensa, la generalidad de la cátedra y los medios monopólicos siempre han guardado respecto de estas contribuciones heterodoxas es indicativo del temor a enfrentar esas interpretaciones en campo abierto de parte del sistema constituido de la enseñanza académica y de los guardianes de la interpretación mitrista de la historia argentina.
Una observación al margen. Sería muy útil que a la obra de Galasso se le adjuntara un índice analítico. Facilitaría su recorrido y supondría un aporte más a su enorme valor docente.
Notas
1) Esto es evidente en el caso de Jorge Abelardo Ramos. Galasso reconoce su importancia, pero a la vez se ocupa –muy pertinentemente por otra parte- de destacar que gran parte de su pensamiento surgió de la matriz de otros pensadores de la que sería más adelante la Izquierda Nacional, que se le adelantaron en la formulación de algunas categorías básicas en torno del rosismo. el peronismo y la guerra del Paraguay. Destaca Galasso en especial la originalidad de Enrique Rivera y Aurelio Narvaja, animadores primigenios de la revista Frente Obrero. Al hacerlo critica la desenvoltura con que Ramos integró esas aportaciones a su propio pensamiento a través de un reconocimiento genérico y no personalizado de esos autores. Esto puede ser cierto, pero –desde nuestro punto de vista- hubiera convenido también enfatizar los aportes originales realizados por el mismo Ramos, su crítica al “foquismo” por su reduccionismo voluntarista; su brillantez como polemista y la excepcional calidad literaria de su trabajo y, en la estela de esta, su talento para difundir de forma eficiente las categorías del revisionismo en una enorme masa de lectores. De esto muchos le somos deudores, más allá de la peripecia final de su carrera, que lo vio adherido al menemismo, como una excrecencia paradójica de este.
2) Resumen y ejemplo de esta política contraria a la industria y al desarrollo autónomo fue la espantosa guerra del Paraguay, uno de los pocos fenómenos a los que legítimamente puede calificarse como genocidio producido en América latina. Buenos Aires, la corte del Brasil y el partido Colorado de Montevideo fueron los agentes de ese designio. El país más industrializado, alfabetizado y ordenado del subcontinente que se rehusaba a aceptar el rol dependiente del comercio británico que se le había marcado desde Londres, fue literalmente “devuelto a la edad de las cavernas”. Tal y como Washington promete hoy a los los “rogue states”.
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