Cuando Orson Welles se lanzó a escribir, producir, dirigir y protagonizar no sabía que terminaría siendo el responsable de una de las películas que hizo historia en el cine. Lo que sí tenía claro era contra quién había apuntado con su mirada y no sólo con las cámaras. Corría 1941 y Estados Unidos se involucraba en la Segunda Guerra...
El miedo debía cundir por todos lados. Welles hizo El ciudadano Kane (así, con K) como una radiografía del poderoso empresario mediático William Randolph Hearst, quien hizo lo indecible para evitar que Hollywood lo mostrara tal como era. Hearst se creía blindado frente a los escándalos porque tenía 28 diarios, desde Los Ángeles hasta Washington y Boston. Welles contaba con su talento y su talante. Había demostrado, apenas tres años antes, el impacto que tenía la radio. Fue cuando transmitió en vivo y en directo una invasión de marcianos que, por supuesto, nunca existió. En realidad, La guerra de los mundos fue la adaptación al radioteatro de la novela homónima escrita por su casi homónimo Herbert Wells. Hubo pánico en Nueva York. No hay carrera de periodismo o comunicación que no tome La guerra de los mundos para graficar el poderío que tienen los medios a la hora de manipular mensajes. Alcanza con darle formato realista, casi de noticiero, a una ficción. El ciudadano fue una vuelta más de tuerca, porque se atrevió a poner en escena a Hearst, alguien cuyo negocio era estar detrás de la escena al mismo tiempo que ponía en escena a quien quisiera. La trama es descomunal porque trasciende la valentía del autor. El ciudadano Kane muestra la condición humana atravesada por el poder. Casi casi un Hamlet del siglo XX. No, desde ya, como el Hamlet que protagoniza Mike Amigorena, con Esmeralda Mitre interpretando a Ofelia. “Es un regalo del cielo”, dijo la hija de Bartolomé Mitre en declaraciones periodísticas cuando se estrenó la obra. Puede ser que el cielo haya tenido que ver. Pero hay algunos otros motivos terrenos que convierten este Hamlet en una comedia de enredos y lo saca del sacrosanto lugar de la tragedia shakesperiana. El Alvear depende del Ministerio de Cultura de la Ciudad, donde el novio de Esmeralda Mitre, Darío Lopérfido, tiene muchos amigos. Por otra parte Esmeralda es una de las herederas del diario La Nación, sin perjuicio de su trayectoria dramática, cuestión en la que el autor de estas líneas no está en condiciones de abrir juicio. Además, este Hamlet cuenta con la dirección de Juan Carlos Gené, un gigante, con quien la Mitre tomó clases.
¿A qué viene tanta historia? Simplemente a darle contexto a la ¿sorpresiva? decisión de Amigorena de borrarse del papel de empresario poderoso de medios en la miniserie El Pacto que esta noche iba a estrenarse en América Televisión. Si bien el personaje interpretado por Amigorena tiene un nombre de ficción es lo más parecido a Héctor Magnetto, quizá con algunos toques de Bartolomé Mitre. La miniserie recrea, como es de estado público, la trama de negocios sucios que Clarín y La Nación hicieron para despojar a los accionistas de Papel Prensa con el apoyo de la sangrienta dictadura militar. Rafael Ianover –tenedor de acciones de Papel Prensa por encargo de su dueño David Graiver– le relató con detalles a toda la sociedad que las reuniones para el despojo se hicieron en las oficinas de La Nación. Uno de los detalles escabrosos, que bien podría servir para ilustrar un Hamlet moderno, era que a los herederos de Graiver y a él mismo, los tenían en oficinas distintas de ese diario, sin que entre ellos supieran qué pasaba. Tenían que firmar sí o sí el despojo. La causa Papel Prensa está más que documentada y tramita en dos juzgados federales. El número tres de La Plata, a cargo de Arnaldo Corazza, porque las torturas y desapariciones se hicieron en campos clandestinos de detención del Conurbano Bonaerense. También llegó al número tres de la Ciudad de Buenos Aires, a cargo de Daniel Rafecas y está ahora en manos de la Cámara Federal porque Rafecas considera que no es procedente dividir la causa. El motivo por el que está en Buenos Aires es precisamente porque el despojo se habría concretado en las oficinas de La Nación. Y el director era Bartolomé, el papá de Esmeralda, la chica que trabaja en el teatro con Mike.
Ahora bien, ¿cuánto importa que Ofelia y Hamlet sean amigos fuera de la obra dirigida por Gené? O, también, ¿a alguien le interesa saber si Gené tiene presente que el padre de la Ofelia de la obra era uno de los tipos acusado de ser parte del terrorismo de Estado? Porque, es sabido, Gené tuvo que salir del país en 1976 a todo raje sin que La Nación se lamentara. Y no es necesario recurrir a Welles para buscar ejemplos de personas que no desdoblan la ficción y la realidad de acuerdo a las conveniencias o los temores de turno. Gené formó parte de una generación de artistas que eran, además, militantes gremiales y primeras figuras de las tablas o las miniseries. Cualquiera que peine canas recuerda las cosas maravillosas –que podían verse en televisión durante la dictadura de Alejandro Lanusse– con actores como Gené, Bárbara Mugica, Emilio Alfaro o Carlos Carella. Precisamente Carella fue uno de los actores de una película que recreaba una historia real ocurrida en 1956 y que se filmó en esos años de Lanusse. Se trata de Operación Masacre, dirigida por Jorge Cedrón. Contaba Víctor Laplace –que también trabajó en la obra y que era un militante comprometido igual que Carella– que los horarios de filmación muchas veces se supeditaban al horario en que podían hacerse de los uniformes policiales que les facilitaban algunos compañeros y que, desde ya, no podían alquilar en casas de vestuario. Es decir, algunos uniformados se jugaban para darles durante la noche sus propios uniformes.
Los tiempos son los tiempos y nadie tiene derecho a exigirle a Mike Amigorena que se inspire en Welles o en Carella. Pero no vendría mal que se tome un rato para leer Silencio por Sangre, escrito por Daniel Cecchini y Jorge Mancinelli, donde están relatados los pormenores de la historia en la que se basa el personaje que acaba de resignar. También podría preguntarle a Gené, en algún tiempo libre que les deje Hamlet, qué pasaba en esos años. Por el mundo del teatro también anda Osvaldo Papaleo, hermano de Lidia, la viuda de Graiver. Ambos le pueden contar lo que es pasarse un largo tiempo en Puesto Vasco, con el genocida Ramón Camps encima.
No soy de la idea de que sea conveniente convertir a Amigorena en Enemigorena. Sí me parece un llamado de atención para que la realidad y la ficción dialoguen más. Entonces, si Amigorena no tiene dimensión de lo que significa interpretar un personaje muy parecido a Magnetto, sería bueno que no aceptara de entrada. Ahora que las cosas están hechas, debe quedar claro que la cultura, por suerte, sigue a buen recaudo. El Pacto podrá cambiar de escenarios, de actores, de situaciones, de giros retóricos. Pero, eso sí, cuando se estrene, van a temblar los que tienen que temblar y vamos a aprender un poco más los que tenemos que ayudar a que se sepa la verdad con auxilio de la ficción.
Por Eduardo Anguita
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