En marzo de 1963 recibí una extraña e inesperada visita: dos argentinos de apellido Luco y Villalón se presentaron como mensajeros del ex presidente argentino, derrocado y asilado en España, Juan Domingo Perón.
Entrevisté al comandante Jorge Serguera, cuyo “nom de guerre” era “Papito”, en su casa en La Habana para mi biografía del Che. Tuvo una destacada actuación durante la campaña de Sierra Maestra, y como premio fue nombrado embajador en Argelia, que acababa de lograr su independencia luego de una prolongada y sangrienta lucha contra Francia.
En marzo de 1963 recibí una extraña e inesperada visita: dos argentinos de apellido Luco y Villalón se presentaron como mensajeros del ex presidente argentino, derrocado y asilado en España, Juan Domingo Perón. Me contaron que habían estado varias veces en La Habana y que el Che los había recibido. Querían continuar ese contacto a través mío y no pude entonces aclarar si eso había sido a instancias del Che o de Perón.
Mi impresión de esos emisarios no fue buena, pues los noté con una desenvoltura histriónica y se demostraban tan de acuerdo entre sí que lo que decían y hacían parecía producto de ensayos. La conversación giró en torno a la situación en la Argentina y a la apreciación de la misma por parte del general Juan Domingo Perón, conjuntamente con interrogantes y afirmaciones que yo no podía identificar si pertenecían a ellos o a Perón, para quien con mucho remilgo pedían ayuda para llevar adelante sus proyectos.
A lo largo del encuentro no pude hallar respuesta a la pregunta: ¿Por qué esta entrevista en Argel? ¿Por qué conmigo? Ello me hizo sospechar y los despedí con la promesa de trasladar sus propuestas al presidente Castro y al comandante Guevara y subordiné la aceptación a concurrir a Madrid para encontrarme con Perón a la decisión que se tomase en La Habana.”
Por entonces Jorge Masetti estaba entrenándose en Argel con un grupo de guerrilleros como parte del plan concebido con el Che y que debía concluir con un alzamiento en la provincia de Salta donde, según ellos, había condiciones sociales y geográficas muy semejantes a las de la Sierra Maestra. Su grupo también lo integraban dos custodios del Che, Alberto Castellanos y Hermes Peña, lo que da una idea de la importancia que le daba el argentino a la operación. Se habían entrenado en Cuba y también en Praga.
Esa misma noche llamé a Masetti, le hice una síntesis de lo ocurrido y le pregunté si pensaba que esos hombres sospecharían algo de la expedición guerrillera que estaba en marcha. Decidimos que lo mejor sería que yo volase a La Habana para consultar al Che sobre el asunto.
Guevara me escuchó con mucha atención y finalmente tomó la decisión de que yo fuese a Madrid a ver a Perón. ‘Le vas a llevar algo de mi parte.’ Después se quedó un rato pensativo, envuelto en el humo de su cigarro y al cabo me preguntó: ‘¿Tú crees que Ben Bella estaría dispuesto a darle acogida?’ Le respondí que creía que no habría inconvenientes porque en Argel no había embajada argentina y Perón no era un problema para el Islam.
Eso mejoraría su imagen en América Latina, porque Franco no goza de prestigio en los sectores populares del lado de acá del Atlántico. De todas maneras no hables con Ben Bella hasta saber si Perón está de acuerdo.”
Al despedirnos me era claro que el Che estaba muy interesado en el asunto: “Papito sondea a Perón, trata de ver qué puedes sacar de un diálogo con él. Dile que nosotros estamos dispuestos a ayudarlo.” Yo le pregunté qué podía esperarse de Perón, a lo que respondió: “No sé. Ten presente que tú eres el primero que puede ofrecerme un punto de vista diferente acerca de él, hasta el momento yo sólo he hablado con sus enviados que tampoco me han dado una buena impresión. Me interesa tu perspectiva sobre este asunto. Ve qué puedes sacarle.”
Perón era el líder indiscutido de las mayorías populares argentinas y su apoyo sería de enorme significación para los proyectos insurreccionales del Che, y a su vez este pensaba que podría sumarle un prestigio y una convocatoria internacional de la que aquél carecía. Pero el Che también sabía que no era fácil confiar en ese compatriota a quien las agencias internacionales habían dado fama de maquiavélico, astuto y corrupto. Además, cuando partió definitivamente en 1953, en su segundo viaje, lo hizo porque no toleraba vivir en una Argentina gobernada por Perón. Pero desde entonces mucha agua había pasado bajo los puentes, como lo demostraría una carta a su madre desde Mejico: “Te confieso con toda sinceridad que la caída de Perón me amargó profundamente, no por él, sino por lo que significa para toda América, pues mal que te pese y a pesar de la claudicación forzosa de los últimos tiempos, la Argentina era el paladín de todos los que pensamos que el enemigo está en el norte.” Y hasta se permite advertir a su madre: “Gente como vos creerá ver la aurora de un nuevo día... Tal vez en un primer momento no verás la violencia porque se ejercerá en un círculo alejado del tuyo.”
Serguera: “Salí de La Habana de regreso a Argel vía Madrid.” Antes informé a Fidel de la misión que llevaba de parte del Che para encontrarme con Perón pero no hizo ningún comentario. A mi llegada me hospedé en el Hotel Plaza y localicé a Luco y Villalón quienes me informaron que Perón me recibiría el día siguiente a las 11 de la mañana.
Me levanté temprano. Puntualmente a las 10 AM pasó Luco a buscarme. Parado en la puerta de su quinta ‘Puerta de Hierro’ en el residencial barrio madrileño del mismo nombre me esperaba un sonriente Perón y a su lado, también amable, Villalón.
Alto, de 68 años, de pelo teñido de un negro que ocultaba todas las canas, corpulento y en buen estado físico, Perón disimulaba muy bien sus años. Dueño de un innegable carisma y exhibiendo una soltura casi profesional comenzó con preguntas y afirmaciones que me llevaron pendularmente del acuerdo a la perplejidad. Preguntó con familiaridad por Fidel y por Ernesto.
Consideré que ya era el momento y le entregué el maletín subrayando que era el Che quien se lo enviaba. Lo tomó, lo entreabrió y pude ver que estaba lleno de dólares. Lo puso a un lado y continuó hablando sin darle importancia. Cuando fue mi turno dije: “La situación en Cuba se ha normalizado bastante luego de la crisis de octubre. Kennedy mantiene el embargo económico que nosotros calificamos de bloqueo y persiste en el hostigamiento. Por otra parte, usted conoce que salvo México y Uruguay todos los países de América Latina han roto con nosotros y persisten en su política de aislamiento. La URSS nos ayuda y pienso que podremos resistir.”
“Ustedes saldrán airosos de la embestida norteamericana –dijo Perón. Los norteamericanos son unos intervencionistas a los que cada vez les será más difícil mantener manumitida a América Latina. Creo que se producirán cambios radicales en el continente sudamericano que contribuirán al triunfo de vuestra política.”
Esto último lo dijo sugestivamente aunque se me escapó su sentido. Entonces le sugerí la idea de mudarse a Argel y lo interesante que sería que luego aceptase residir en La Habana. Sonrió y afirmó que lo pensaría. Entonces se refirió a la Argentina: “Los últimos acontecimientos son muy favorables, el gobierno se halla entre la represión o el derrumbe. Todo variará muy pronto.”
Nuevamente había querido sugerirme algo pero no quise ahondar en el tema.
Es claro, aunque Serguera no tenía por qué saberlo entonces, que Perón aludía a su proyecto de regresar a la Argentina y que los dólares del Che estaban destinados a financiar aquel primer intento frustrado en Rio de Janeiro por la intervención de la cancillería del presidente Arturo Illia.
No fue ese mi último encuentro con Perón. Aquel mismo año me reuniría con él dos veces más, siempre en su casa en Madrid. Las conversaciones en tales ocasiones no fueron más que variaciones sobre el mismo tema, por eso no las relato. No volví a llevarle un maletín de dinero, aunque eso no quiere decir que no los haya recibido por otro conducto.
09/10/11 Tiempo Argentino
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