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viernes, 17 de diciembre de 2010

P. O’Donnell: “La historia se ocupó de limpiar a algunos y ensuciar a otros”

En su nuevo libro, el historiador interpreta una de sus obsesiones más profundas: la Vuelta de Obligado

Muy cerca de los 70 años, no es necesario que Pacho O’Donnell confiese que ha vivido. Psiquiatra, psicoanalista, dramaturgo, hacedor de una larga carrera política, conductor de radio y TV, investigador: O’Donnell sigue construyendo su propia historia día a día. Su nuevo libro, La gran epopeya. El combate de la Vuelta de Obligado, difícilmente pueda estar mejor bendecido por el don de la oportunidad. Su lanzamiento funcionó casi como la banda de sonido de los festejos del 20 de noviembre, el primer Día de la Soberanía, incorporado recientemente al calendario de feriados nacionales por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, en conmemoración de la batalla de la Vuelta de Obligado. Pero más allá de la alineación de los tiempos y circunstancias, el libro de O’Donnell también interpreta una de sus obsesiones más profundas.
“Es un tema que, podríamos decir, me ocupa desde siempre. Le voy a contar algo: tengo cinco hijos, dos de ellos varones. El mayor se llama Juan Manuel y el segundo, Lucio (N. del R., por Rosas y Mansilla). Así que imagine cuándo empecé a meterme en esta historia... El trabajo específico para el libro me tomó tres años de investigaciones. Y en cuanto al Día de la Soberanía, no puedo estar más de acuerdo. La Presidenta demostró una vez más su valentía. De la misma manera en que su Gobierno y el de Néstor Kirchner no dudaron en enfrentar a poderes muy importantes, ahora también se reveló contra la historiografía oficial que insiste en dejar de lado la gesta de la Vuelta de Obligado”, explica el historiador. O’Donnell también está unido a los hechos del 20 de noviembre de 1845 por la sangre. Pacho es bisnieto de Sabino O’Donnell, sobrino y médico de Lucio Mansilla, el general que enfrentó el ataque anglofrancés. Sabino participó del combate y atendió al propio Mansilla tras ser herido por una ráfaga de metralla.
La batalla de 1845 tuvo lugar en un recodo del río Paraná conocido como la Vuelta de Obligado (muy cercano a la actual ciudad bonaerense de San Pedro). Allí se libró el combate más emblemático entre las fuerzas criollas enviadas por Juan Manuel de Rosas y comandadas por Mansilla. Del otro lado estaba la poderosa escuadra anglofrancesa, que pretendía disciplinar a Rosas, asegurarse la libre navegación de los ríos y establecer uno zona de comercio a la medida de sus intereses. Más allá del resultado de la batalla y el final del conflicto –que incluyó la capitulación de las potencias europeas–, los hechos de la Vuelta de Obligado siguen siendo material de debate y plena actualidad a la hora de pensar en soberanía y cohesión nacional ante intereses externos.
–Quienes denostan el valor histórico de la Vuelta de Obligado subrayan que la flota anglofrancesa superó la resistencia de Mansilla y pudo navegar por el Paraná.
–Es que sería ingenuo analizarlo en simples términos de una victoria militar puntual. Ni Rosas ni Mansilla creían que iban a impedir que los invasores –con una capacidad de fuego y experiencia muy superiores– pudieran recorrer el Paraná ida y vuelta. Lo que se propusieron y lograron fue arruinarles la fiesta comercial. Esos casi cien barcos que acompañaban a la flota de guerra se tuvieron que ir casi desahuciados. Las fuerzas criollas también pudieron impedir otro objetivo aún más grave: la fundación de la República de la Mesopotamia, que iba a estar compuesta por Entre Ríos, Corrientes y lo que hoy es Misiones –posiblemente incorporando a Paraguay– y hacer de la región del Plata un protector británico. Todo esto no lo pudieron cumplir. Y más tarde firmaron la capitulación y se fueron disparando cañonazos en homenaje y desagravio a nuestra bandera. En definitiva, los invasores no pudieron cumplir ninguno de los objetivos que se propusieron.
–¿Cómo se llegó a esa victoria final?
–Con mucha determinación, esfuerzo patriótico y la convicción de Rosas, que nunca retrocedió. La flota extranjera fue atacada en la Vuelta de Obligado, pero también en Quebracho y San Lorenzo. En todos esos puntos, a la ida y a la vuelta. Eso fue desgastando a los invasores y quitándole tiempo y moral. También hubo mucho de astucia. Mansilla incluso ordenó retirar lejos de las orillas del Paraná todo lo que pudiera comerse: vacas, gallinas, etcétera. De esta forma la flota anglofrancesa estaba virtualmente sitiada por el hambre. Y cuando desembarcaban para buscar alimentos eran atacados por los gauchos. Todo esto también despertó un fuerte sentimiento americanista que le quitó margen a los invasores.
–Pero igualmente recibieron ayuda interna.
–Por supuesto. Debemos decir con franqueza que gran parte de los unitarios apoyaron la invasión. Por ejemplo, Florencio Varela fue un gran coordinador de la llegada de la flota y tejió importantes acuerdos con los invasores, previos a su llegada. El plan de escindir a las provincias de la Mesopotamia de la Confederación Argentina partió desde adentro. La Vuelta de Obligado tiene una importancia metafórica muy importante porque es una puesta en escena a cañonazos de una tragedia que atraviesa toda la historia argentina: la alianza de los sectores poderosos de nuestro país con los intereses extranjeros.
–¿Obviar los hechos de la Vuelta de Obligado es también ensombrecer a Rosas?
–Decididamente. La historia oficial, unitaria y liberal, jamás iba a elogiar a Rosas. Rosas fue un jefe popular de gran carisma y eso ciertos sectores jamás lo toleraron. Esos mismos sectores no pudieron matarlo, entonces buscaron asesinarlo en la memoria de los argentinos. Rosas fue una persona que tuvo una conciencia de nación cuando muchos no la tenían: sobre todo los unitarios, a quienes sólo les interesaba el puerto de Buenos Aires, la Pampa húmeda y la relación con Europa. Las provincias eran el apoyo de Rosas. Si bien nunca dejó de ser un hombre de Buenos Aires, gobernó para constituir la unidad nacional. Por eso fomentó constituciones y acuerdos interprovinciales. Él creía en la unión de las provincias para forjar una nación. Mientras gobernó nuestro país no perdió ni un centímetro de su territorio.

• Rosas, San Martín y Sarmiento
“En Rosas vivía un profundo sentimiento patriótico. Tenía la idea de nación y sabía que había que defenderla y hacerla progresar. En ese sentido, coincidió plenamente con San Martín y por eso es que fueron tan epistolarmente amigos y admiradores recíprocos. Los dos eran hombres de orden y creían en un proyecto de país. Sus coincidencias –también sistemáticamente ocultadas– quedaron selladas expresamente hasta el extremo de que San Martín le legó su sable antes de morir”, subraya O’Donnell.
–Algunos también condenan a Rosas como un hombre despiadadamente violento.
–Era un hombre violento, en tiempos en que todos eran violentos. Pero en esto también la historia oficial ha sido particularmente selectiva. Sarmiento hacía y decía cosas terribles –“…no trate de economizar sangre de gaucho. Éste es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre es lo único que tienen de seres humanos esos salvajes”, le aconsejó alguna vez a Mitre, por carta–. Lo que pasa es que la historia se ha ocupado de limpiar a algunos y ensuciar a otros. Cuando las potencias decidieron invadir la Confederación Argentina, primero hicieron el trabajo previo que hacen todas las potencias en estos casos: invocar razones altruistas y demonizar. A Rivera Indarte le encargaron la escritura de las Tablas de Sangre, que circularon por todo el mundo para presentar a Rosas como un salvaje. Decían cosas tan ridículas como que Manuelita convidaba a sus invitados con bandejas repletas de orejas saladas de adversarios o que Rosas insultó repetidamente a su padre en su lecho de muerte. Ese catecismo apócrifo todavía es recitado hoy por muchos improvisados o malintencionados. Algunos no se dan cuenta de que se suman al coro de una estrategia que las potencias invasoras diseñaron hace más de un siglo y medio.

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