Abrir un debate sobre dónde se posicionan personas y grupos políticos ante cada momento de la historia requiere, en primer lugar, disposición a escuchar ideas, a intercambiar conceptos que suelen ser diferentes. Abrirse a la diversidad es una condición para tratar de alimentar ese espacio de la cultura política. Ubicarse a la izquierda significa, inevitablemente, no sólo escuchar opiniones sino sentirse sujeto, ser parte de un entramado de intereses en pugna. Aunque más no sea, mirar desde el lugar de los que son realmente despojados de los beneficios del sistema capitalista. Entonces, un primer tema a despejar es que ser de izquierda implica mucho compromiso intelectual para entender un sistema injusto y, al mismo tiempo, una vocación para entender cómo se dan las transformaciones sociales que permiten ganar terreno a los postergados.Una gran paradoja es que ser de izquierda es algo abstracto. Incluye desde el que tiene una pose antisistema hasta el dueño de una empresa que se sensibiliza por temas como la vivienda, los derechos humanos. Y en el medio de eso están el delegado de base de un taller, el maestro de escuela rural y el militante político que está en un grupo cristiano o de raíz marxista. Ser de izquierda es, además, un grave problema para quienes desde hace tres décadas vieron implotar a la Urss y crecer al Partido Comunista chino hacia el capitalismo globalizado.Por eso, quienes transcurrimos alguna militancia concreta en organizaciones o partidos -que se consideran de izquierda- solemos tener necesidad de hacer análisis concreto de historias concretas.Mi militancia en el PRT ERP me permite tener un sentido de pertenencia colectivo. Mi subjetividad hacia quienes compartimos esa historia es de completa identidad, de hermandad. Por los sueños compartidos, por los compañeros caídos, por las enseñanzas de haber estado dispuestos a desafiar al sistema sin reparar en los riesgos o los costos que esas luchas significaron. Sin embargo, no sólo mi subjetividad está atravesada por esa historia. El registro político de aquella historia me dejó muchas preguntas algunas de las cuales me permiten reivindicar la construcción política revolucionaria y otras, muchas otras, me llevaron a ser muy crítico de las posiciones defendidas en aquellos años. En concreto, el PRT -a criterio de quien escribe estas líneas- tuvo una posición antiperonista que no ayudó en absoluto a fraguar la posibilidad de construir un frente de liberación tal cual se proclamaba. El frentismo no podía convocarse desde fuera del peronismo. En todo caso, era preciso entender que las historias de lucha obreras desde 1945 en adelante tuvieron como sujeto principal al peronismo y, en consecuencia, estar a la izquierda del peronismo revolucionario involucraba un costo excesivo. Es decir, desde una organización joven y sin una amplia base social, se podían advertir muchas limitaciones propias del movimiento popular, pero uno podía quedar relativamente al margen de ese proceso popular. El PRT pagó caro su distanciamiento y confrontación con Perón. Podrá decirse que un proceso análogo vivieron las organizaciones revolucionarias del peronismo. Y así fue. Desde otros lugares relativamente diferentes, Montoneros y otros grupos entraron en una espiral de conflicto con Perón que los terminó marginando.Pese a las derrotas, pese al genocidio, por algún motivo, los sobrevivientes de aquella generación revolucionaria, volvió a estar en la escena principal de la política argentina. Y sin siquiera un debate ordenado, sin la elaboración de muchos documentos teóricos, un colectivo poco orgánico y bastante intangible está hoy en funciones públicas, en la dirigencia sindical, en la cátedra universitaria, en los medios de comunicación y hasta en lugares claves de decisión política. Néstor y Cristina Kirchner no sólo fueron parte de aquella militancia sino que actuaron estos años con la capacidad de articulación experimentada en aquellos años. Ellos expresaron y expresan a quienes fueron militantes en aquellos días y también a los jóvenes que hoy quieren nutrirse de aquella experiencia.Cristina Kirchner, como presidenta, tiene el discurso que identifica y alienta a los familiares de los desaparecidos y también estimula a quienes, desde la base, se plantean militar por los derechos de hoy y no sólo por la memoria. El sentimiento generalizado en este proceso de transformaciones es que no hay lugar para una lucha frontal contra el sistema. Pero hay muchos sectores que declaman posiciones que podrían decirse a la izquierda del kirchnerismo. Lejos de ser criminalizados esos sectores, tienen espacio legal para expresarse y construir sus espacios. Y cuando sucede un crimen, como el del militante del PO Mariano Ferreyra, es la misma Presidenta la que monitorea el tema y recibe a sus familiares.Hay otra izquierda, menos militante en la práctica, pero con más despliegue mediático: la que encarna Proyecto Sur, liderado por Pino Solanas. Suelen mezclar argumentos sensibles a cualquier militante popular -como los ferrocarriles, el petróleo o la minería- con discursos efectistas para provocar bronca contra el gobierno. Se montan en peleas que les permite ganar espacio en la prensa del establishment y con eso intentan abrir su base social. Una mezcla de ingenuidad y oportunismo. Nada grave en medio de un proceso de cambio donde las personas y los grupos políticos no funcionan como piezas de relojería sino como sujetos en plena acción.El gran tema es que detrás de los grupos y las ideas hay personas de carne y hueso. Con historias y trayectorias tan concretas como sus vidas. Si el kirchnerismo se ganó el lugar del protagonismo en el cambio es -a criterio de este humilde cronista y el de muchísimos otros miles de ex militantes de aquellos años de lucha- porque puede avalar con compromiso cada paso que da. Es la fuerza de la historia. Es, también, la capacidad de aprendizaje de cada uno de los sujetos de este cambio.
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