Si bien una concepción adecuada de la democracia debe contemplar la posibilidad de que el Otro tiene una parte de la razón, que esa parte me completa y es, por consiguiente, indispensable para mí, la situación actual de la Argentina y de América latina en general está lejos de admitir algo semejante. Los que se oponen a los nuevos proyectos nacionales, populares, de integración continental, participación del Estado, redistribución del ingreso y regulación de un mercado siempre abierto a los apetitos de los más fuertes, se expresan en un lenguaje que carece de ideas, de propuestas superadoras, que no ha podido generar un solo político con peso propio, sino, lejos de tal cosa, exhibe una galería de impresentables y hasta risibles personajes cuya única característica radica en esperar qué hace el Gobierno para oponerse o bloquearlo en las cámaras. Se ha dado un fenómeno inesperado el día de la muerte de Néstor Kirchner. El fracaso de la manipulación mediática. La sorpresa fue mayúscula. Luego de ser vilipendiado, injuriado por todos los medios a disposición del Poder (ahí radica el Poder, no en Balcarce 50), luego de años de bombardeo informático de todo tipo, de libros anti K exhibidos en los mejores espacios de las vidrieras de las librerías de Buenos Aires, luego de que periodistas publicaran engendros supuestamente documentados que demostraban la maldad “desmesurada” de “los Kirchner”, de que las radios penetraran en los fachotachos de la ciudad y de que los fachotacheros impusieran su parloteo a los pasajeros que, con paciencia, debían oírlos ya que era inútil cambiar de fachotacho porque el otro diría lo mismo, una multitud espontánea salió a la calle a honrar o a llorar al inesperado muerto. ¿Qué pasó, qué falló? ¿Qué fue lo que rompió el cerco con que el poder mediático sometía al Gobierno y dominaba, al parecer, la opinión pública? Si apenas dos años atrás se estuvo a un paso de destituir a este Gobierno (logrando el primer golpe exitoso de todos los que se planean en América latina), ¿por qué ahora todo se trastrocaba? Acaso se trate de cierto efecto paradójico. Se conoce la frase de Goebbels: mil repeticiones hacen una verdad. Sin embargo, dos mil hacen una mentira. ¿Cómo se ve la mentira, cómo se la descubre? No se trata de una actitud, en principio, racional. La mentira del Poder se empieza a descubrir desde el hartazgo. Si el Poder quiere mentir siempre tiene que acompañar sus mentiras por medio de la represión autoritaria. O del terror. No es casual que Videla y la Junta hicieran una cadena nacional para anunciar: “Un militante que repartía volantes en una empresa en huelga fue apresado y abatido por las fuerzas del orden”. ¿Cómo, lo mataron por repartir panfletos? Ahí, la mentira del Poder se puede repetir hasta el infinito. El miedo hará que el que la recibe sepa que debe obedecerla, creer en ella o correr el riesgo de ser confundido con alguien que no piensa como el Poder. “Yo creo en todo lo que me dicen. No quiero que me maten.” Pero, en una sociedad en que el miedo no se ha logrado instalar, la libertad del sujeto (que siempre está ahí, a la espera, a punto de asomar y arrasar con todo lo que se hacía para sofocarlo) se expresa primero, como dije, en el hartazgo, luego en la sospecha y por fin en la adhesión a lo que tanto es abominado por los abominadores profesionales. En la Argentina, eso ya ocurrió con el Perón del exilio. No hubo atrocidad que no se dijera sobre Perón. O sobre Evita. De ella, se exhibieron sus vestidos Dior, sus joyas, sus autos. De él, se tomaron cuidadosamente las peores frases de sus discursos. Se apeló a recursos patéticos: la foto en que se lo ve junto a una Gina Lollobrigida desnuda por sus malas artes de viejo vicioso, por la orden de trucar la imagen e injuriar a la estrella. Hasta se dijo que el boxeador Archie Moore era su amante, su bestia negra violatoria. Las masas, en los estadios, respondieron: “Puto y maricón/ Queremos a Perón”. (Eran los años ’50, la corrección política y el respeto por las diferencias estaban muy lejos de aparecer. Los peronistas a un puto le decían puto. Ahora también: hay una organización de “putos peronistas”. Dicen: “Los gay son gorilas”. Cosas de los tiempos.) Pero de nada sirvió la catarata injuriosa. Tuvo el efecto paradójico. Hizo de Perón un líder al que fueron a buscar dos millones de personas cuando regresó. (Lo que siguió es otra historia.) Pero dos millones de personas, la manifestación más caudalosa de la historia argentina, fueron a buscar al “tirano prófugo”. ¿Quiénes lo habían convertido en ese fenómeno popular, en ese mito poderoso? Sus enemigos. (Y el recuerdo de su primer gobierno: el único, hasta ese momento, que volcó el orden de las cosas, que es, siempre, el orden de los poderosos, para el lado popular. Salvo los tímidos intentos de Yrigoyen.) Lo mismo con Néstor Kirchner. Se podrían repasar todos los elementos que se utilizaron para “erosionarlo” (palabra de escritores que utilizó el agrarista popular-oligarca Buzzi): primero empezaron con el “republicanismo”, las “instituciones”, luego “la seguridad”, luego “la crispación”, luego la defensa “del campo” y siempre “la corrupción”. Hasta un actor amigo mío –militante, creo, del Partido Comunista– inventó una fórmula ingeniosa: “el patrimonio Kirchner”. ¿Cómo luego de tanto derroche de ingenio toda esa gente va a llorar a semejante político tramado por todo tipo de atrocidades éticas y políticas? Porque estaban hartos de los insultos con que el poder mediático lo estigmatizaba. Hartos del maltrato que se le infería. Hartos de las jetas de una oposición a la que –por más aire y manija que se le dé– nadie logra adosarle algo de carisma. Y sobre todo: porque los liberales no tienen razón. Hagan lo que hagan, digan lo que digan, sólo por medio de golpes de Estado llegaron al poder en la Argentina. Desde 1955 a 1973 gobernaron proscribiendo al peronismo. Todos los gobiernos de esa etapa fueron ilegales, anticonstitucionales, engendros del poder militar. Aceptaron llegar al gobierno bajo la inaceptable ley básica de ese poder: el decreto 4161. Aceptaron darle una máscara civil al poder de los cuarteles. Cuando, tímidamente, buscaron hacer algo propio (con Illia, por ejemplo, los militares temían seriamente que legalizara al peronismo en las siguientes elecciones), fueron derrocados. En un libro modesto, escrito apenas en base a recuerdos personales, Tulio Halperín Donghi habla de “la sabiduría de nuestro constitucionalismo liberal”. Y hasta dice que –con él– el país había estado libre de tormentas demasiado intensas. ¿Cuándo se aplicó el constitucionalismo liberal en la Argentina? Se piensa de inmediato en Alfonsín. Alfonsín fue un meritorio presidente democrático. Pero, ¿fue liberal? No. ¿O por qué lo insultaron en la Sociedad Rural? ¿No están acaso las imágenes de esa vergüenza? ¿Por qué lo agravió la Iglesia? ¿Por qué las corporaciones financieras lo voltearon con el golpe de mercado? Luego, ¿cuándo el liberalismo democrático que hoy proclaman todos los que atacan a los Kirchner desde el inicio y con furia patológica (Morales Solá, por ejemplo, o Grondona o Biolcati) llegó democráticamente al gobierno? Nunca. La única vez que las corporaciones financieras y los agraristas oligarcas gobernaron con votos no fue con sus votos sino con los del peronismo de Menem, que los puso a su servicio. Luego, siempre la espada y en seguida el plan económico. Videla y luego Martínez de Hoz. Uno ha pasado todos los años de su vida en este país y al constitucionalismo liberal no le ha visto nunca la cara. Cuidado entonces. También ahora saben que no llegan con votos. Lo saben en toda América latina. Lo saben todos los perfectos idiotas neoliberales como Alvarito Vargas Llosa. Sin embargo, los gobiernos que enfrentan al enemigo (los de Brasil, Ecuador, Uruguay, Venezuela y Argentina) saben que sólo la unidad de sus proyectos, siguiendo las huellas de la vieja y venerable idea de Unidad Latinoamericana –que, en nuestro país, levantó Felipe Varela en su Manifiesto inspirado en los escritos del doctor Alberdi, ese amigo de las provincias en sus mejores escritos– podrá frenar el golpe institucional que la derecha siempre prepara. Algo, sin embargo, les falló. Algo, en este año de 2010 en la Argentina, por causa de la muerte de un fervoroso líder político, modificó la frase de Goebbels, que era un axioma del poder mediático. Sí, mil repeticiones hacen una verdad. Dos mil, una mentira.
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