Don Arturo nació con el siglo XX y fue el testigo más sagaz que afrontó al mismo, por lo menos durante tres cuartos de siglo.
Soldado de la Revolución del ´33 en Paso de los Libres y, al mismo tiempo, el poeta que le cantó en forma sublime a esa patriada, fundador de FORJA (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina), acuñador de felices expresiones incorporadas al lenguaje popular de la política; pensador infatigable y fecundador de ideas en una Argentina esterilizada por la oligarquía. Jauretche fue -sin lugar a equívoco- el más empeñoso arquitecto de la demolición de mitos que aún hoy (lamentablemente, para quienes preguntan inclusive
¿Quién fue?, no me extrañaría que una de ellas, para dar un arquetipo zoológico, fuera la señora Mirtha Legrand) perturban y crean corrupciones mentales para la verdadera comprensión de la Argentina real.
Con su estilo coloquial y paisanejo, que algunos llaman plebeyo; nutrido en las vertientes más profundas del idioma hablado por los argentinos, resultó, sin proponérselo, un escritor clásico, quizás el último clásico argentino, creador de una literatura política que se creía extinguida y cuyo origen habría que buscarlo en Balestra, Mansilla y el mismísimo Sarmiento.
Cuando su muerte irrumpió en nuestro corazón de hombres (como diría Dolina) en aquel desconsiderado mayo de 1974 y en plena vigencia del retorno de Perón al gobierno (esta vez no al poder), la mayoría nacional y popular del país entendió que desaparecía uno de los más lúcidos, precisamente, nacionales que había dado la ilustre generación del ´30.
Pero, más que su prédica, la explicitación tan clara de los grandes problemas nacionales fueron recogidos por el periodismo; pero fundamentalmente su producción intelectual plasmada en tantos libros se halla incorporada definitivamente a la cultura del país.
Por ejemplo EL MEDIO PELO EN LA SOCIEDAD ARGENTINA, por nombrar a uno de su destacada bibliografía, es uno de los ensayos de sociología menos ortodoxos, si los hay, pero también el libro desmitificador por excelencia de la clase media argentina, esa que se tiene que poner a leer -no digo nuevamente, porque casi nunca lo hizo, salvo best seller como Cohelo- y dejar de mirar una televisión que le "quema la cabeza".
A las formas de la sociología académica, opone Jauretche, una visión sociológica nacida de la vasta experiencia personal y de la percepción de un sector social del país que no había sido debidamente estudiado.
Su sonrisa es filosa (como no serlo con estos cocoliches de la cultura que creen que Borges escribió muchas novelas y que Sócrates debe atesorar un montón de títulos de su autoría en Alejandría, cuando sabemos que Sócrates no escribió un libro en su reputísima vida) y lo contagioso del humor vital de don Arturo no es una de sus menores virtudes como escritor.
Ahora pasaremos a transcribir textualmente, un artículo de su libro EL MEDIO PELO EN LA SOCIEDAD ARGENTINA.
Se trata de "El estaño como método de conocimiento":
Tener estaño es una expresión sucedánea de otra tal vez más gráfica pero menos presentable, y se refiere al "estaño" de los mostradores.
Recuerdo que Lucas Padilla o el "Colorado" Pearson, no estoy seguro cuál de los dos, que actuaban en los movimientos iniciales del nacionalismo, dijo una vez que la condición de "piantavotos", calificación atribuida a Perón, provenía de que los fundadores del movimiento eran "niños bien" de "familias bien", es decir, los juiciosos "hijos de mamá"; que otra cosa hubiera ocurrido si los primeros hubieran sido "niños mal" de "familias bien", esto es "tenido estaño".
Tal vez la deficiencia de nuestros datos científicos obedezca al tipo de nuestra economía y sociedad en transición, fluída en sus etapas cambiantes -como ocurrió en los Estados Unidos, cuyas técnicas son ahora modelo imprescindible, desde el final de la Guerra de Secesión hasta la primera de las guerras mundiales; que sus métodos sólo sean compatibles con la existencia de un capitalismo de concentración muy avanzado, o con el socialismo, que excluyen la presencia del pequeño empresario, del taller patronal que conserva una organización casi artesanal, de la abundancia de pequeños productores que entre nosotros representan el grueso de las actividades:
(Si Ud. tiene alguna duda al respecto, averigüe qué dato estadístico proporciona el tallercito donde arregla su automóvil, el hojalatero que le arregla el balde, el colchonero, el marquero de sus cuadros, etc., etc., las múltiples actividades de empresarios que calculan los costos a ojo, no llevan contabilidad, no están inscriptos, no registran su producción, eluden los impuestos, etc.)
En cambio, el ajuste de los datos es condición de existencia en las grandes organizaciones económicas con sus contabilidades organizadas, su propia estadística, el registro de los costos, es decir los elementos básicos para una estadística general.
Parecida cosa ocurre con los censos y encuestas, donde se suman factores personales propios del informante y del recolector de datos que además pueden ser típicos de nuestra modalidad, factor del que se prescinde cuando se aplican sistemas que pueden ser hábiles en su lugar de origen.
Así, frecuentemente, el interrogado está prevenido contra el interrogatorio y tiende a desfigurar los hechos; además, muchas veces es descomedido y grosero con el agente de la investigación.
Es lo que pasa en las "investigaciones de mercado".
El "Hombre que está solo y espera" no es un tipo fácil.
Pregúntele usted a un paisano su juicio sobre algo o alguien y oirá que le contesta: Regular.
Pero regular quiere decir bueno; o muy bueno (dijo De Cháncheli; también malo).
Serán su oído y el conocimiento del hombre los que darán la interpretación, según el tono y tal vez algún detalle mínimo.
Pero esto no es para el "potrillo" que hace la encuesta y menos para la computadora electrónica.
¿Y el "gallego"- el gallego de Galicia, se entiende-; hágale usted una pregunta cualquiera y verá que le contesta con otra: pruebe, y el juego cualquier cantidad a que acierto.
Hace pocos días llevé a un industrial, que creía en la eficacía de las "encuestas", a un café gentes para mostrarle cómo actuaban los agentes de una investigación que había contratado.
Los muchachos a quienes se les paga por el número de planillas que llenan estaban reunidos a lo largo de dos mesas y los formularios se alternaban con los pocillos de café.
Mi amigo industrial puso los ojos como "dos de oro" cuando oyó que unos a otros se preguntaban.
Y a éste, ¿qué le ponemos?, y así lo iban llenando, cansados de golpear puertas estérilmente, o de que los encuestados les hicieran un interrrogatorio a ellos en actitud defensiva, o les contestran a la "macana".
Si todavía tiene alguna duda lector, recuerde que le responde a esa vocecita femenina que le pregunta por teléfono:
¿Qué programa de televisión está usted viendo?
Y por lo que usted le contesta considere la validez del rating que está haciendo la vocecita.
Pero, además de la muy relativa validez de los datos, existe el uso malicioso de la información, para fines políticos y económicos, como la creada por los órganos de publicidad y por las manifestaciones de los grupos económicos agroimportadores interesados en dar una imagen del país que les conviene y que en los últimos años es directamente depresiva.(Cualquier parecido con la realidad del 2010 es pura coincidencia).
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