La impresión es que existe un sostenimiento de la arquitectura opositora fragmentada, producto de liderazgos equivalentes y electorados redundantes. En otras palabras, este formato de archipiélago opositor es producto de la concurrencia de liderazgos nacionales de peso equivalente en distritos de referencia –Binner en Santa Fe, Macri en CABA, De la Sota en Córdoba– sin que ninguno prevalezca sobre otro.
La circunstancia de dispersión opositora se agrava cuando estos liderazgos equivalentes compiten entre sí para captar al mismo electorado que ya se opuso al oficialismo en octubre de 2011, sin intervenir de manera significativa sobre las preferencias del 54,1 por ciento de electores que en las últimas elecciones presidenciales reeligió a Cristina Kirchner.
Respecto del peronismo no K, su dispersión muestra cabalmente su estrechez de representación real. Desde el año 2005, nada del peronismo activo política y electoralmente se expresa por fuera del FpV, que tiene un liderazgo nacional unificado en la figura de Cristina Kirchner y una gran amplitud interna que va desde Daniel Scioli a Sergio Urribarri de Daniel Filmus a Nora de Lucía.
El panradicalismo se une en atención a las políticas de alianzas territoriales, en especial en Santa Fe, donde la alianza con el FAP es uno de los tres ejes centrales de la política provincial. El actual esquema refuerza la atracción del polo socialdemócrata para con los votantes de tradición radical y socialista, con lo que se garantiza el segundo lugar a nivel nacional.
En Buenos Aires el FPV unido garantiza un piso del 40 por ciento de los votos provinciales y la disputa por el segundo lugar entre Francisco de Narváez y el Frente Progresista Cívico y Social: El PRO sin candidatos expectantes en Buenos Aires hipoteca en la provincia toda chance de proyección nacional seria, con base territorial y no sólo despliegue de medios adictos.
Artemio López, consultora Equis
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