Ahora que murió vamos a poder reflexionar sobre qué significó ese hombre en el vientre de la sociedad.
Alguna vez iba a ocurrir. Tarde o temprano iba a tener que morir. Él,
que había sido el símbolo máximo del "mal radical", se fue una mañana
soleada. Pero murió en una celda común. Allí, donde ninguna luz puede
ingresar. Murió en el lugar que la justicia de los hombres –esa que es
tan veleidosa como la Divina– le otorgó por sus crímenes. Jorge Rafael
Videla. Videla para la mayoría de los argentinos. Un apellido atroz. Y
que será recordado por décadas y décadas. Fue el gran dictador
argentino. No hay otro como él. Y esperemos que no vuelva a haberlo.
Comandó la dictadura militar más sangrienta de nuestra historia. La que
más personas torturó y asesinó en todo el siglo XX. Para encontrar
tanta maldad hay que remontarse a la campaña contra los indígenas en
1879 o a la represión a las provincias que perpetraron los coroneles de
orientales de Bartolomé Mitre.
Videla era portador de una siniestra dignidad. No se disfrazó de
enfermo como hicieron otros jerarcas –Augusto Pinochet con su silla de
rueda o como Bussi con la sonda nasal– ni se arrepintió de su macabro
accionar. Siempre asumió la responsabilidad política y militar de las
atrocidades que cometió la dictadura militar que él comandó. Y hasta
reivindicó su pasado. Eso lo diferencia de otros jerarcas mezquinos que
no tenían el valor suficiente para enfrentar sobrios a la justicia.
Debían emborracharse en cinismo para poder asumir los hechos. Videla no.
Siempre asumió lo que había sido.
Comandó no sólo la dictadura más sangrienta de la historia, sino
también uno de los procesos de empobrecimiento más brutales de la
historia argentina. Aliado a los principales grupos económicos y a los
economistas pregoneros del liberalismo monetarista como José Alfredo
Martínez de Hoz, Videla, como representante del brazo armado, utilizó el
poder del Estado, en realidad, para intentar restablecer un modelo
económico basado en el sector agroexportador y en el sistema financiero,
pero sobre todo en una dinámica de concentración capitalista y
monopolización de la economía que devastó el mercado interno, la
industria nacional y los sectores del trabajo.
Es difícil poder escribir algo nuevo sobre Videla después de todo
lo que se ha escrito mientras estaba vivo. Pero supongo que recién ahora
que él murió en prisión vamos a poder pensarlo con libertad.
Reflexionar sobre qué significó Videla en el vientre de la sociedad,
cuáles fueron sus complicidades, sus sinuosidades, sus formas de ser
Videla. Porque la sociedad argentina fue en aquella segunda mitad de la
década del setenta un poco Videla. Pero no sólo por la complicidad civil
que significa la participación de cuadros políticos y empresariales en
la represión ilegal.
Tanto ha sido así que durante los años posteriores, es decir, los
de la instauración democrática, un gran sector de la clase media –e
incluso también de otros decibeles sociales– decidieron ignorar lo que
sabían o decidir dar vuelta la página intentando olvidar lo que no
querían seguir recordando. Incluso algunos intelectuales y periodistas
ex progresistas han comprado su pase a la derecha –defender el
terrorismo de Estado no es complejizar el debate por la violencia sino
que es simplemente defender el terrorismo de Estado y será siempre de
derecha– intentando galimatías y piruetas como "habría que perdonarlo",
recuperar la teoría de los Dos Demonios o hacerse el harto con los
Derechos Humanos.
Porque complejizar el debate sería tratar de profundizar la
comprensión de por qué una persona común se convierte en Videla, qué
condimentos individuales pero también sociales conducen a la violencia
política, cuáles son las condiciones previas que generan una
banalización del mal –en términos de Hannah Arendt– de tal magnitud que
permite realizar cualquier tipo de atrocidad al otro. Es decir, de qué
manera una sociedad se prepara para la violencia: cuáles son las
operaciones de deshumanización del Otro que permiten cosificarlo,
despersonalizarlo, arrancarle derechos y, por lo tanto, posibilitan la
anulación, el aniquilamiento del cosificado.
(Digresión: convertir a todo kirchnerista en corrupto es una
operación de cosificación, creer que un hijo es capaz de asesinar a su
padre y poner una bóveda debajo de su tumba es quitarle la condición de
humano al Otro y por lo tanto iniciar el Lado Oscuro de la Razón. Y es
por esto que creo que quienes quieren generan estos tipos de relatos son
cómplices de las próximas ESMAs o de los próximos bombardeos a la
Plaza de Mayo).
Los que hoy cosifican al Otro también son Videlas. También están
dispuestos a convertirse en Videlas. Y no lo digo como chicana. Lo digo
como peligrosa certeza. Porque considerar a otro Videla, también es ser
un poco Videla, aunque parezca un crucigrama sin sentido.
La muerte de Videla en prisión nos hace más libres. Nos permite la
libertad de repensar y reflexionar sobre nuestras propias violencias.
Porque, claro, también hay que revisar desde las prácticas de izquierda
la violencia de las izquierdas en los años setenta. Y esto incluye
reconocer los errores, los desaciertos, las propias banalizaciones del
mal. Y esto no incluye reponer la Teoría de los Demonios. Significa
repensar los setenta bajo otras claves de análisis. El Terrorismo de
Estado es injustificable. Incluso desde el más radical de los
liberalismos. Pongo un ejemplo extremo: una sociedad no puede negarle la
posibilidad a un individuo de convertirse en un delincuente. En última
instancia es una decisión individualísima. Lo que tiene es el derecho de
exigirle al Estado que reprima con todas las herramientas de la ley a
esas individualidades que han tomado una decisión equivocada. Pero el
Estado no puede convertirse jamás en una maquinaria delictiva. Porque
avasalla todo tipo de libertades individuales. A partir de aquí, incluso
de esta matriz liberal de análisis, se puede complejizar cualquier
debate. La actuación de las organizaciones político-militares puede ser
todo lo cuestionable que se quiera; pero no puede justificar jamás el
avasallamiento por parte del Estado de todos los derechos del hombre. Si
el Estado se vuelve criminal, totalitario, ya no hay parámetros para la
vida social.
Obviamente, esta es una argumentación liberal. Desde otras
perspectivas se podrán agregar elementos, matices, conflictividades que
superan y enriquecen este planteo. Pero me pareció fundamental
desarticular las lógicas que utiliza el liberalismo conservador, por
ejemplo, desde el paradigma ajeno, porque las verdades propias ya
resultan consabidas. Y es incluso desde este paradigma que la política
de Derechos Humanos del kirchnerismo es fundamental.
Muchos desde la derecha más rancia creen que los juicios contra los
delitos de lesa humanidad forman parte del resentimiento y la venganza
del kirchnerismo. Es un enunciado, al que generalmente se le suma un
agregado supuestamente progresista que reza: "Utilizan los Derechos
Humanos". (Puede escuchar esta argumentación todos los días en Radio
Mitre, por ejemplo). Lo fundamental de la política de Derechos Humanos
es que reconstituye la autoridad del Estado y su legitimidad de
represión. Porque sólo en un país en el que los dictadores y asesinos
de miles de personas van presos se convierte en justo que los evasores
fiscales, que los ladrones de gallina y los asaltantes de caminos puedan
ir presos. Como verá, estimado lector, hasta desde una lógica
republicana conservadora la política de los juicios es fundamental.
Una última cosa. Que Videla haya muerto en prisión me produce un
extraño orgullo por el presente de mí país. Muchos sectores bien
intencionados se conduelen porque Videla no se arrepintió, por se llevó a
la tumba la información. Es atendible el reclamo, claro. Pero hay que
mirar la situación con perspectiva histórica: el dictador chileno
Augusto Pinochet murió en libertad, el español Francisco Franco murió en
libertad, Adolf Hitler se suicidó en libertad, Enver Pashá –masacrador
del pueblo armenio– murió en libertad, José Stalin –aún cuando haya sido
de signo ideológico contrario– murió en libertad, todos los presidentes
estadounidenses que masacraron pueblos murieron en libertad... Jorge
Rafael Videla murió preso. Si uno conoce lo que es la humanidad, su
historia, su miserabilidad, entenderán por qué es tan importante lo que
ocurrió el viernes: un pequeño milagro en un país del culo del mundo. Y
se produjo porque hubo un gobierno empecinado en que se hiciera
justicia. Videla podría haber muerto indultado. ¿No alcanza con que
podría ser peor?, como diría el Indio Solari. La historia de la
humanidad nos demuestra que seguramente no podría haber sido mejor de lo
que resultó.
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