Hace exactamente diez años, la mayoría de los argentinos nos vimos sorprendidos por ese presidente informal que en la asunción jugaba con el bastón de mando y prometía "no dejar las convicciones en la puerta de la Casa Rosada". Hace exactamente diez años, el país cerraba una de las páginas más angustiosas de toda su historia: los 27 años de liberalismo económico iniciado el 24 de marzo de 1976 e interrumpido apenas por algunos reflejos del gobierno alfonsinista de 1983-1989. Hace exactamente diez años comenzaba a dar sus primeros pasos el kirchnerismo, el último estadio, hasta ahora, del movimiento nacional y popular y que pudo mantener su hegemonía por una mayor cantidad de tiempo: para encontrar un gobierno de ese mismo signo político elegido en forma legítima y legal y que durara más de una década hay que remontarse al largo gobierno de Juan Manuel de Rosas entre 1835 y 1852. Hace exactamente diez años, la Argentina comenzaba un proceso de resignificaciones que llevará mucho tiempo poder analizar con frialdad y justeza.
El kirchnerismo transformó fácticamente la Argentina en muchos aspectos. Pero quizás lo más importante son las resignificaciones que llevó adelante con su acción pública. Porque lo que hizo es dotar de nuevos significados a: 1) la noción de Patria, 2) el Estado, 3) la política y 4) el peronismo.
1) La última construcción política basada en la apelación a la Patria y a la Nación la había realizado la dictadura militar de 1976-1983, luego de imponerse militarmente a la otra gran apelación nacional que significó el peronismo, tanto en su concepción clásica como de izquierda. El alfonsinismo había apelado al constitucionalismo ciudadano y el neoliberalismo menemista a la suma de éxitos individuales como fuentes de legitimación para ambos procesos políticos. La dictadura, en cambio, había apelado a los símbolos patrios, a cierto chauvinismo discursivo y castrense, y a un patrioterismo más ligado a las campañas militares que colocaban a las apelaciones comunitarias más cercanas a la guerra que la democracia y la paz.
La reconstrucción simbólica que hizo Néstor Kirchner del patriotismo es sumamente interesante porque lo hace desde la civilidad y utilizando la autoestima nacional como motor de producción cultural, política y económica. Lo comunitario está presente para obligar a un compromiso de todas las partes en edificar una sociedad con una mejor redistribución de la renta nacional.
2) El Estado mínimo, bobo, neoliberal, el que fallaba siempre a favor de los intereses de los grupos concentrados de poder económico que caracterizó a la política en los noventa no es el mismo que conocemos desde 2003. Desde el pedido de perdón por los desaparecidos en su discurso de la ESMA, el Estado nacional está pensado como un restaurador y un equilibrador de fuerzas. No significa esto que siempre se consiga ese objetivo pero sí está pensado como una lógica intervencionista diferente al de los años noventa.
El Estado interventor, el que tiene las jubilaciones en su poder, el que administra Aerolíneas e YPF, el de las paritarias, el de la regulación del mercado de capitales es un aparato nacional que está pensando en dinámicas diferentes a las que nos tenían acostumbrados el menemismo y el delarruismo.
3) En términos generales, la política era vista en los noventa como la competencia de grupos de piratas dispuestos a saquear el Estado y acumular recursos de una manera escandalosa. Se trataba de un ámbito que expulsaba al ciudadano común y no podía contener la participación de las mayorías. Hoy esa percepción de la política ha cambiado gracias al kirchnerismo. Miles de personas se acercan a participar dentro, incluso, del oficialismo. Y la discusión estrictamente policial quedó para los sectores más reaccionarios –los que se caracterizan por la antipolítica– y por algunos periodistas que se han quedado anclados en la forma del "denuncismo noventista". Esto, claro, no quiere decir que la política sea un liceo de señoritas, sino que ha habido una mirada más compleja por parte de la sociedad que comprende a la política, no sólo como un antro de perdición, sino también como una herramienta de transformación.
4) Para todos aquellos hombres y mujeres menores de 45 años, el peronismo no era otra cosa que Ítalo Lúder, Carlos Menem, Domingo Cavallo, Jorge Triaca y Luis Barrionuevo. Ese extenso y complejo movimiento popular había quedado reducido a una colección de punteros barriales y dirigentes corruptos que se dedicaban a saquear al Estado. Hoy, el peronismo se está repensado, se encuentra en discusión, en disputa, se relegitima constantemente, es una dinámica de transformación. Y esa mirada del presente obliga a revisitarlo en el pasado. La interpretación que hoy tenemos sobre el peronismo clásico es diferente a la que existía en los noventa.
Hasta allí las principales resignificaciones que hizo el kirchnerismo de las grandes estructuras políticas y simbólicas del último medio siglo. Pero hacia el interior del propio proceso hubo distintos momentos: los primeros cuatro años del modelo tuvieron como principal objetivo el afianzamiento de la nueva fuerza, con lo que ello implicaba: desplazar del poder real a la Vieja Argentina formada por las FF AA ancladas en el pasado de la dictadura cívico-militar, la presencia demandante de la Iglesia Católica, los grupos de presión económicos –desde el FMI y los grandes monopolios hasta las editoriales de La Nación– y la prédica neoliberal que constituyó el proceso 1976-2002.
El segundo cuatrienio estuvo caracterizado por la profundización de ese modelo de acumulación, ahorro y distribución de la riqueza. El momento bisagra fue el sabotaje de las organizaciones rurales reunidas en la Mesa de Enlace –columna vertebral de la Vieja Argentina–, por un lado, y, por el otro, la ruptura de relaciones con el Grupo Clarín, que significó el repique de campanas de lo que se conoce como la "batalla cultural". La batería de transformaciones que llevó adelante la presidenta –nacionalización de las AFJP, de Aerolíneas y de YPF, la Reforma de la Carta Orgánica del Banco Central, la Asignación Universal por Hijo, el matrimonio igualitario, la Ley de Medios, la desdolarización de la economía– se convirtió en el motor de ese período que comenzó a tomar otro cariz entre 2011 y 2012.
El 54% de votos obtenido en las elecciones de octubre de 2011 demostró que al kirchnerismo le había llegado su hora hegemónica. Y comenzó a abrirse un momento de nuevos desafíos, entre ellos el de la "institucionalización" del modelo. ¿En qué consiste? Sencillo, en el reaseguro a través de un complejo de leyes y repetición de roles sociales que permita mejorar la distribución de la riqueza, el achicamiento de la brecha y la desigualdad social, la transferencia de recursos de un sector a otro de la producción –del campo a la industria o del sistema financiero a la tecnología de punta–, de mejorar los índices de desocupación y de ingreso; pero también de sellar cuestiones ideológicas y culturales relacionadas con el papel del Estado, los límites de su intervención en la economía y las formas de democratización de los poderes del aparato estatal.
La lista de ejes transformadores que el kirchnerismo planteó a la sociedad argentina fueron muchos y variados. Pero si de hacer un balance de esta década se trata esta nota, podría decirse que fueron: la política de Derechos Humanos, la soberanía respecto de los centros financieros internacionales, el abandono del seguidismo norteamericano en materia de relaciones internacionales, la construcción y el fortalecimiento de la Unasur, el intervencionismo estatal, la redistribución de la riqueza, la ampliación de ciudadanía constante y, por último, la independencia de la política respecto de los grupos económicos de presión. Eso y no otra cosa es el kirchnerismo. Eso es lo que hace exactamente diez años estamos viviendo todos los argentinos.
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