¿La derecha "peronista" no le pide al kirchnerismo que consensúe nada; le exige rendición con bandera blanca.
Alguna vez un arquero de renombre internacional les reclamó a sus defensores "ser más hijos de puta en el área". Sería peronista. Nadie mejor que el Movimiento enseña a sus hombres que cerca del arco propio no debe cabecear el delantero rival. Nunca. La derecha también lo aprendió. De ahí su nuevo viejo intento: insistir con cooptarlo, estafándolo ideológicamente.
El genérico "derecha" –apenas una denominación para referir la expresión político-ideológica de las corporaciones económicas– tiene claro que el peronismo es la síntesis a la que arribó la clase trabajadora argentina. Para abortar cualquier proceso popular ascendente, redistribuidor de riquezas, socializante, le resulta ineludible situar a ese movimiento –por momentos impreciso, y siempre con fuerza organizativa, gran presencia territorial y aun mayor vocación de poder–, en el versátil bando de la reacción. Así se explican los casos de Menem, Reutemann, Duhalde, De Narváez, Rodríguez Saá, y más recientemente Hugo Antonio Moyano.
Hace diez años que lo que se está discutiendo en la Argentina es la distribución del ingreso y un determinado modelo de país: con inclusión social, o sin ella. La dictadura y su consecuencia civil habían clausurado esa discusión. Creían que era para siempre, hasta que llegó "la anomalía kirchnerista", al decir de Ricardo Forster, y volvió a abrirla. Su tránsfuga estrategia le proporcionó relativos éxitos a la derecha. El más escandaloso fue el de la década del '90, cuando neoliberales travestidos de "peronistas" devastaron el país y ataron su destino inmediato al núcleo más concentrado de la economía transnacional, condenando a millones de familias al hambre, el atraso y la ignorancia, en nombre, justamente, de las más altas banderas de la doctrina social del justicialismo.
¿Dónde ubicar políticamente el besito de Moyano a Patricia Bullrich? ¿Cómo entender el estrechón de manos entre Piumato y el camarista Recondo? ¿Alguien vio casándose al canillita con el dueño del diario y del papel para hacerlo? ¿A la evangelista Hotton con el pecador Venegas? Sí. El recuerdo de Moyano de cuando "Perón los echó de la plaza" y la presencia de Aldo Rico en el lanzamiento de su partido, completan el cuadro y le dan contenido ideológico al adefesio. Después de todo, hasta Massera se decía peronista.
¿Qué pensará De la Sota de Felipe Vallese, cuyo recuerdo interesado cubre por izquierda la espalda del moyanismo? ¿Acaso que su madre no lo crió del todo bien, como les dijo el gobernador a las Madres de Plaza de Mayo el 24 de marzo de 2004, luego de que ellas reclamaran públicamente que no asistiera al acto de expropiación de la ESMA, con el que el cordobés quería lavar su imagen pública?
Imposible olvidar cuando Moyano sacó por primera vez sus pies fuera del plato y dijo en Huracán, apenas Cristina asumió su segundo mandato, que el peronismo "es una cáscara vacía". ¿Acaso habrá encontrado la pulpa en esa particular ingeniería electoral que juega a dos puntas con Mauricio Macri? ¿El carozo en Lavagna?
"Peronistas", sólo cuando les conviene, y cuando no, "yo no fui". Como Ramón Díaz. No pocos "peronistas" que les agarra demasiado temprano el viejazo se vuelven una caricatura de uno que hizo escuela: Alberto F. Contingencias de la profundización, que le dan la razón a la sintonía fina.
Eso sí: después le imputan al kirchnerismo su propensión a interpretar la política desde una ecuación "binaria", como dicen, indivisible, rudimentaria, que no admite terceras interpretaciones, ni soluciones en diagonal. Si así fuera, ¿cómo se entiende el "Ella o vos" del Ricardo Fort de nuestra escena política?
El pliego de condiciones que Claudio Escribano le planteó a Néstor Kirchner en 2003 sigue esperando. La derecha "peronista" no le pide al kirchnerismo que consensúe nada; le exige rendición con bandera blanca. Sabe que cuenta con el formidable aparato mediático y económico de las más grandes corporaciones. Cree que la severa crisis internacional, que insiste en alzar su voz en la economía doméstica, le sirvió un impensado córner a favor, que no quiere desaprovechar.
Mal que les pese a muchos, el kirchnerismo es la conciencia para sí alcanzada por el pueblo trabajador a esta altura dura de la historia. La herencia de ese movimiento plebeyo, contradictorio, el hecho maldito del país burgués, con una rica historia insurreccional, es el principal capital cultural del kirchnerismo. Sus objetores "peronistas" adolecen completamente de él.
Desde el fin de la dictadura, el Estado –que no dejó de ser burgués– nunca como ahora fue escenario de pujas entre clases tan evidentes. A un lado el lucro indiscriminado para unos pocos, y en el otro rincón el bienestar relativo (trabajo decente, aceptables niveles de consumo) al que pueden aspirar las cuatro sextas partes de la sociedad bajo las férreas condiciones que impone el capitalismo, y más en tiempos de una fortísima crisis internacional. No es poco.
El proyecto político que designa otro rol para el Estado cumple diez años consecutivos en el poder. No ya un Estado para reprimir los desbordes sociales que provocan las políticas de exclusión, sino un Estado-motor de la economía, articulador e integrador social. El Estado como garante, no ya de tupidos negocios privados, sino de un desarrollo endógeno y socialmente armónico. Y, esencialmente, un Estado que entiende sus lineamientos estrictamente económicos y sus transformaciones en la base material, como parte de una batalla más amplia: histórica, cultural, ideológica y política, a ser librada simultáneamente.
Previsiblemente, las resistencias a ese proyecto irán en aumento. Más en un año electoral. Como en los años '90, algunas de ellas volverán a vestirse de "peronistas". No son tantos, pero su poder de fuego mediático es inversamente proporcional a su cosecha en votos. Son viejos conocidos aquí. Se creen dueños de todo, incluidas la "justicia", el "peronismo", y hasta hace pocos años nomás, el mismísimo Estado.
No alcanza: les falta el pueblo. Caminan a fracasar con total éxito.
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