Por Roberto Caballero
Mañana se cumplen 40 años del urnazo que llevó a la presidencia a Héctor
Cámpora, después de 18 años de proscripción de Juan Domingo Perón y del
peronismo, como movimiento político.
La fórmula del Frejuli, encabezada por Cámpora y Solano Lima, sacó
el 49,60% de los votos emitidos. Su inmediata competidora, la de Ricardo
Balbín (UCR), orilló el 21,29%; y la de la Alianza Popular
Revolucionaria, de Oscar Alende, el 14,90 por ciento. En total, en
aquella jornada, sufragaron más de 12 millones de argentinos. Pese a la
masividad, esas elecciones no fueron democráticas: Perón no pudo
participar, continuaba proscripto por el lanussismo.
Hasta acá, los números fríos de una fecha clave. Pero resumir la
importancia del acontecimiento a la contundencia de las cifras sería
olvidar que lo que allí se jugaba no era una elección a la dinamarquesa.
El 11 de marzo de 1973 es todo un símbolo en la política nacional.
Después de los fusilamientos del General Valle y de la Masacre de José
León Suárez, del Decreto 4161, de la represión y la cárcel a sus
militantes, de los intentos de cooptación de sus dirigentes, de la
experiencia del vandorismo sindical, del exilio forzoso de su líder en
España, del Gran Acuerdo Nacional que proponía Lanusse, el peronismo
volvió a probar que era mayoría, que su vitalidad política estaba
intacta y que todas y cada una de las maniobras cívico-militares urdidas
para arrojarlo al tacho de basura de la historia a lo largo de casi dos
décadas habían fracasado.
Como si la profecía del Padre Mugica se cumpliera de modo
inexorable, reventando las urnas con una verdad incontrastable. Decía
Mugica: "Yo fui antiperonista hasta los 26 años, un gorila como se dice,
y mi proceso de acercamiento al peronismo coincidió con mi preocupación
por el justo, como sentía Jesucristo, por el que no tiene nada. Fue
cuando me di cuenta de que en la Argentina los pobres son peronistas. Y
que eso no es una casualidad ni tampoco un dato más. Ellos creen en
Dios, pero ellos también creen que políticamente hubo un tiempo mejor, y
que vendrá un tiempo mejor. Y a ese recuerdo y a esa esperanza la
llaman: peronismo."
Toda la partidocracia liberal y antidemocrática, todo el poderío
económico dominante –que nunca pudo crear un sistema institucional
sustentable, ni siquiera con el Partido Militar en el poder– toda la
cultura reaccionaria de los sectores del privilegio, volvieron a caer
derrotadas en manos de ese recuerdo y de esa esperanza, el 11 de marzo
de 1973. Aquel día, podría decirse, las minorías volvieron a serlo, y
las mayorías a gobernar el país.
"Cámpora al gobierno, Perón al poder", era la consigna. Cámpora
como figura de tránsito obligado, circunstancial, un paso embriagado de
felicidad hacia la vuelta definitiva del Líder. Había una promesa de
revolución en el aire, en las palabras, en los textos y en las calles.
Atrás quedaban los Aramburu, los Rojas, los Onganía, los Levingston, los
Lanusse, y los arrebatos pseudo-democráticos de Frondizi e Illía. La
proscripción violenta del peronismo es un elemento dramático que
atravesó la segunda mitad del siglo XX y que la historiografía política
aún elude o resiste cuando analiza la fenomenología de época. Pero
aquellas jornadas estuvieron teñidas de un afán liberador y reparatorio
desbordante. A la foto del poder, volvía el peronismo y con él, las
mayorías populares silenciadas, perseguidas y tan proscriptas como su
conductor. Los dueños de la democracia sin votos debieron ceder a los
votos de la democracia, la de verdad. Para los poderes fácticos, fue una
pesadilla. Para el resto, el comienzo de una primavera que, bajo su
verdor, es cierto, incubaba una tragedia. Pero eso sería más adelante.
Cuando Cámpora asumió, dos meses después de la victoria popular,
inauguró una revolución que duró 49 días intensos. Liberó a los presos
políticos, derogó las leyes represivas, el fuero "antisubversivo", el
Departamento de Informaciones Antidemocráticas y quemó sus archivos,
llamó al Pacto Social, democratizó las universidades, devolvió el grado y
el uniforme a Perón, se reanudaron las relaciones diplomáticas con Cuba
–que estaba expulsada de la OEA– y con Vietnam, aumentó salarios,
congeló el precio de los alimentos, diseñó una paritaria bianual donde
los trabajadores tendrían una participación del 48% de la renta
nacional, anunció un plan de viviendas, reguló el mercado de carnes para
asegurar el abastecimiento interno, anuló beneficios de promoción
industrial a empresas transnacionales, intervino YCF, YPF, OSN, Gas,
Correos y Teléfonos, Ferrocarriles y Subterráneos, Elma y Administración
General de Puertos, aumentó los impuestos al patrimonio neto, eximió de
tributos a los fabricantes de calzado y textiles, y suspendió los
juicios de desalojo en los arrendamientos rurales, entre otras cientos
de medidas que venían a rejerarquizar las prioridades soberanas de la
Nación ante una realidad compleja, heredada de la torpe y única
estrategia política y comercial de las elites del país en 18 años: el
antiperonismo. Las decisiones del delegado de Perón sentaron los
cimientos de otras resoluciones futuras que adoptaría el gobierno
democrático: la ley de renacionalización de los depósitos bancarios, del
Banco Argentino de Comercio (Chase Manhattan, NY), del Banco Argentino
del Atlántico SA, del Banco Francés del Río de La Plata (Morgan, NY),
del Mar del Plata (City, NY) y las sucursales de Córdoba y de Rosario
del Banco Santander SA, la prohibición de los embarques de trigo, harina
y trigo para semilla para garantizar el consumo interno, la decisión de
comerciar con Cuba rompiendo el bloqueo y la apuesta al Movimiento de
Países No Alineados con sede en Argel.
Fueron dos tiempos de un mismo proceso político. El sociólogo
Horacio González recordó las palabras de Cámpora en su discurso de
asunción: "Esto no lo busqué, es una transición, y actúo en nombre de
aquel que le da el nombre a todo este proceso." Y añadió González: "No
pudo ser exactamente así, porque detrás de él congregó a los que
llevaban el nombre de Perón y también el de Cámpora, lo que fue una
fisura (…) Fue una persona conservadora, sostenido por los gobernadores
provinciales más atrevidos del momento." Es decir, de los que se
apoyaban en los grupos juveniles del peronismo, influenciados por la
revolución cubana y argelina, y se referenciaban en lo que se conoció
como La Tendencia, el ala izquierda del movimiento.
El filósofo José Pablo Feinmann le atribuyó a Cámpora una gran
ductilidad para "saber que había un bagaje territorial de militancia que
lo sostenía a él y a Perón". A los dos, más allá de todo.
¿Se habrá pensado Cámpora, alguna vez, por fuera del dispositivo
que conducía Perón? No hay evidencia de eso. Su lealtad está fuera de
discusión para los historiadores más serios. Pero es cierto que hay un
Cámpora posible, deseable, por fuera del Cámpora que verdaderamente fue,
aunque eso, claro, hable más del intérprete que del personaje. Para la
izquierda peronista, la armada y la que no, y esto excede al
montonerismo, por supuesto, Cámpora expresaba una modernización
ideológica donde gravitaban muchos de los criterios cookistas, que el
propio Perón había rebatido, a veces con elegancia, otras con picarezca,
en su correspondencia. De allí el apodo de "Tío". Mientras este sector
no rompió con Perón y viceversa, la paternidad del movimiento no estaba
puesta en duda, pero sí su orientación. La apelación al "socialismo
nacional" en su primer discurso presidencial fue un guiño a todos esos
grupos fundamentalmente juveniles, que se habían incorporado al
peronismo bajo la premisa del Perón que elogiaba al Che, a la Revolución
Cubana, reivindicaba a las formaciones especiales y llamaba al
Trasvasamiento Generacional.
En breve, Cámpora sería atenazado por la derecha peronista,
sindicatos y grupos de choque territorial, que batallaban contra La
Tendencia desde una pureza doctrinaria que recogía argumentos en el más
crudo macartismo. Miguel Bonasso, jefe de prensa y biógrafo personal,
habla de la renuncia de Cámpora a la presidencia –que abrió la puerta al
retorno triunfal de Perón con el 62% de los votos–, como de un "golpe
de Estado" dentro del peronismo, alentado por el viejo general. Es
probable que eso no le haya gustado a Cámpora, pero es cierto que desde
que asumió estaba en sus planes resignar el gobierno a favor del Líder.
Por eso, la ilusión de un peronismo camporista que peleara por espacios
de poder dentro del movimiento con el propio Perón en vida se parece
mucho a una ucronía, mirada desde el hoy. Sin negar, por supuesto, que
el camporismo existió, como fuerte interpelación interna al giro que
Perón se preparaba a dar, después de retomar las riendas de la Casa
Rosada, atacando y tratando de disciplinar a la izquierda armada del
peronismo.
Se cumplen 40 años del 11 de marzo del '73. La pregunta, entonces,
surge casi sola. ¿Cuánto de camporismo hay en el discurso del
kirchnerismo? Casi todo. Néstor Kirchner y Cristina Fernández aparecen
como tributarios de aquella épica setentista. La de un peronismo capaz
de incorporar a su relato tradicional las palabras, las consignas y
símbolos de un cambio de época, motorizado por las nuevas generaciones
que se incorporaban a la política. Son hijos de aquel pasado turbulento y
padres de este presente promisorio. Las continuidades son cristalinas.
Rastrear el discurso de asunción de Cámpora y cotejarlo con los
discursos de Néstor y Cristina produce la sensación de un único relato
en extenso, enraizado en los valores nacionales y populares. Así como
Cámpora expresó las esperanzas de un peronismo democrático de cara al
fin de siglo, que pusiera a las corporaciones a raya de modo definitivo
–efecto luego clausurado por el Perón retornado como león hervíboro que
preconizaba la unidad nacional a meses de su muerte, reservándose para
sí el manejo de los tiempos, las estrategias y los hombres necesarios,
sin que esto implique una lectura saldada sobre esa encrucijada–, el
kirchnerismo parece abrevar en la etapa atrevida y no conservadora de
aquel recuerdo y aquella esperanza de la que hablaba Mugica. No al
desvío militarista del ala izquierda más radicalizada, que apostó a un
peronismo sin Perón, sino a los grupos que apostaban a una revolución en
paz, sin sangre y sin miedos, a los que Perón dejó huérfanos cuando
murió, y López Rega tomó el comando de todo, con las consecuencias
nefastas conocidas.
El kirchnerismo es camporista porque enarbola el cambio de época,
sin abandonar la doctrina peronista clásica. Podrá decirse que el
peronismo del Siglo XXI será kirchnerista o no será nada, como plantea
Edgardo Depetris. O releer los viejos discursos camporistas, plagados de
palabras nuevas, para darse cuenta. El abogado e integrante de COMUNA
(Comunicadores de la Argentina), Sebastián Taiariol, tuvo un hallazgo
interesante releyendo el discurso de asunción a la presidencia de Héctor
Cámpora. Se cita textual lo que Cámpora dijo aquel día: "Como ya hemos
dicho, la libertad de expresión es inseparable de la democracia. El
gobierno popular asegurará la vigencia y el ejercicio de ese derecho
inalienable. Quiero afirmar con ello que el gobierno Justicialista de
Liberación no sólo garantizará la libertad de opinión, sino que velará
porque a la misma accedan todos los grupos sociales que hasta ahora se
han visto marginados de ella. El ideal que nos proponemos consiste en
abrir cauces de expresión tan variados que canalicen toda la riqueza de
opiniones que posee el pueblo argentino. En tanto se respeten las leyes,
nadie verá limitado su derecho a opinar. La derogación de la
legislación represiva e ideológica así lo determinará. Un pueblo maduro y
lúcido como el argentino con conciencia social y política, probado en
una larga y heroica lucha por imponer su destino, ha de ser respetado en
su derecho a definir por sí mismo sus preferencias y, para ello, a
informarse sin trabas ni censuras. Mi gobierno cumplirá con su deber
facilitando todos los canales de comunicación y de debate. Así como en
el plano de la producción económica daremos mayor participación a todos
los trabajadores, lo mismo haremos en el área de la prensa y difusión.
Lo contrario significaría aceptar que la libertad de expresión pueda
servir con exclusividad a los grupos económicamente poderosos,
convirtiendo en un privilegio lo que es un derecho".
Podría titularse: "La Ley de Medios fue idea de Cámpora" (y todavía
está en veremos). O mejor aún: "El kirchnerismo es camporista".
Que es lo mismo que decir, de un peronismo leal, que sin abandonar
las tres banderas históricas (soberanía política, independencia
económica y justicia social), dialoga con los sectores del cambio, para
levantarlas y llevarlas a la victoria.
Pero esta vez, sin que Isabel o López Rega metan la cola.
No hay comentarios:
Publicar un comentario