Encarnó al General en teatro, cine y televisión, pero ahora el actor y
director compone, en su propio film, a su Perón más difícil, aquel que
durante su exilio madrileño cavila sobre la conveniencia del regreso y
la inminencia de la muerte.
Por Oscar Ranzani
Vaya
paradoja: si bien Víctor Laplace tiene una prolífica carrera artística y
es un actor muy versátil, cada tanto vuelve a interpretar a un mismo
personaje. Y no se trata de un personaje cualquiera, sino del líder
político más importante de la historia argentina del siglo XX: Juan
Domingo Perón. Pero Laplace no teme a los encasillamientos. Por eso
mostró el rostro del General en todos los escenarios posibles: encarnó a
Perón en la telenovela Padre Coraje, en la pieza teatral Borges y Perón
y en el largometraje Eva Perón, de Juan Carlos Desanzo, que fue
probablemente su actuación más recordada del máximo símbolo del Partido
Justicialista. Ahora vuelve a componerlo en Puerta de Hierro. El exilio
de Perón, película que también dirige, esta vez junto a Dieguillo
Fernández. Su cuarta ficción como realizador se estrenará el próximo
jueves.
El proyecto de este film nació hace varios años, cuando vivía el
también cineasta Santiago Carlos Oves. “Con Santiago, un amigo de toda
la vida, teníamos claro lo que queríamos contar. Lo que no teníamos
claro era cómo encontrar un personaje que lo conmoviera al General y que
le preguntara cosas que lo descolocaran”, comenta Laplace en diálogo
con Página/12. Pasados los años, Laplace, Fernández y equipo diseñaron
un personaje ficcional que no existió en la realidad, llamado Sofía
(Natalia Mateo): una joven española, hija de padres republicanos, que se
dedica a la costura y que lo invita en su exilio madrileño a que
eternice sus memorias en un grabador que le obsequia. Desde ese momento,
la película cuenta, en clave de ficción, parte de los dieciocho años
que el estadista argentino estuvo en la España franquista, luego de ser
derrocado en 1955 por el golpe militar autodenominado Revolución
Libertadora.
“Sofía es el personaje que me permite la subjetividad. Me permite
pensar en las cosas que le pasaban a este hombre que estaba en un
momento difícil, complejo, en el exilio. Y tenía la necesidad del
regreso o no, los dolores o no, las angustias, iras o dudas que tenía o
no”, cuenta Laplace, quien junto a Fernández relata una etapa de Juan
Perón no abordada hasta el momento por el cine argentino: la que tiene
que ver con su relación con María Estela Martínez, alias Isabelita
(Victoria Carreras). Y también con el perverso secretario José López
Rega (Fito Yanelli), Jorge Antonio (Javier Lombardo), el fallecido
dirigente montonero Rodolfo Galimberti, el sindicalista Augusto Vandor y
el futuro presidente Héctor Cámpora, entre otros personajes de la
historia que lo visitaron en esa casa, considerada por algunos como el
centro de la resistencia de aquellos años. Incluso, Perón recibió allí
el cuerpo de Evita, secuestrado durante varios años.
Como es poco lo que se conoce históricamente de aquella época,
Laplace y Fernández imaginaron escenas ficcionales, pero que se combinan
con un riguroso estudio histórico para el que consultaron a Norberto
Galasso y Antonio Cafiero, entre otros hombres, que aportaron sus
conocimientos para un film que insumió nada menos que veintidós
versiones del guión hasta encontrar la definitiva. En ese sentido,
Laplace comenta que Puerta de Hierro “tiene todos los ingredientes de un
relato ficcional clásico con introducción, conflicto, desenlace,
protagonistas y antagonistas”. Y agrega que le gustaba “mantener ese
formato para contar la historia y, además, no excluir al villano, que es
López Rega”.
–Al trabajar con Dieguillo Fernández, ¿hubo dos visiones o una misma mirada de distintas generaciones?
–Cuando convoco a un joven director (como lo hice también con
Fernando Spiner para el documental sobre Angelelli) lo hago porque me
parece que son dos miradas que enriquecen un solo relato. Dieguillo cree
mucho en la actual política que está llevando adelante el Gobierno,
pero también es un tipo muy interesado en saber cómo era la historia del
general Perón. Nos pusimos a estudiar, a compartir juntos casi un año,
más allá del rodaje. Hicimos un año previo de trabajo sobre el guión. Y
ahí se produjo algo muy interesante: yo tiraba una propuesta, él la
tomaba y la enriquecía o a la inversa, él me tiraba una cosa y yo decía:
“Vamos por más”. Creo profundamente en eso. Tuvimos una relación
extraordinaria. Yo ensayé, actué, dirigí y no podía estar en cada toma
yendo a ver lo que había y si eso estaba mal, volver a hacerlo.
Entonces, tuve mucha confianza en una persona que fui conociéndola con
el tiempo, nos hicimos amigos y realizamos juntos el trabajo. Quiero
destacar mucho el no corte generacional. Me importa mucho esto de que no
hay un nuevo o un viejo cine argentino. Hay un deseo de hacer una buena
película. Y en ese sentido, fue un trabajo maravilloso.
–¿Cómo fue el trabajo de tener libertad en la ficción y, a la vez, la necesidad de hacerla con rigor histórico?
–Yo siento que tanto la literatura como la historia argentina están
hechas de idas y vueltas: la ida y vuelta de Martín Fierro, la de los
inmigrantes y sus descendientes, los exilios políticos en los siglos XIX
y XX. Y me preguntaba cómo hacer para integrar dentro de eso un tango
como “Volver”. Bueno, le encontramos una vuelta, pero también “Volver”
es casi una canción patria si uno se lo pone a pensar. No hay límite en
tratar de construir una memoria colectiva en base a un relato que me
gusta mucho: la idea de ficción mezclada con rigor histórico. Me parece
que ahí se arma algo interesante.
–¿Por qué cree que esa etapa histórica del peronismo no fue abordada por el cine, a diferencia de otras?
–Porque creo que fue una etapa conflictiva. Fue una etapa difícil. No es fácil.
–¿Con conflictiva a qué se refiere? Porque la dictadura fue
una etapa muy conflictiva y, sin embargo, fue muy indagada y relatada
por el cine argentino.
–Sí, pero también es cierto que la parte que yo creía que había que
meterse era la intimidad de un hombre que tiene dudas, miedos, necesidad
del regreso a la Patria, que tiene la certeza de que si vuelve va a
morir, que tiene iras profundas. Cuando Perón se enoja en la película lo
hace de una manera fuerte. Un hombre que entiende la Argentina y el
mundo cincuenta años antes es para mi gusto un personaje importante y
fuerte para encarar como actor. Por otra parte, un hombre con esta
cantidad de particularidades en la intimidad era el Perón que yo quería
abordar.
–¿Sintió que era un riesgo abordar la relación de Perón con Isabel y López Rega?
–Totalmente, pero no la podía evadir ni soslayar. Tanto Victoria
Carreras como Fito Yanelli se meten en personajes complejos. Ni que
hablar de Perón en esa etapa, porque muestra debilidades que nunca
vimos. Yo no sé si fueron así. Lo que sí sé es que no hay nada escrito
de un Perón autocompasivo. Y cuando fui armando la película, me fui
dando cuenta de que no hay literatura donde él hable desde la
autocompasión, lo cual también lo eleva a la categoría de un tipo que
resiste desde un lugar más que interesante.
–¿Por qué cree que un personaje tan siniestro como López
Rega tuvo tanta influencia en un hombre que tenía a su pueblo
esperándolo?
–Esa es la pregunta del millón porque, en realidad, filmando la
película también me pasó que empezaron a aparecer subpelículas. Me
parece que tendría que haber una de Perón y Galimberti, otra de Perón y
López Rega, una de Perón e Isabel, otra de Isabel y López Rega. Fueron
muchas, como si fueran miniseries sobre un mismo tema. Si bien es cierto
que fue un lujo para mí hacer esta película, es también la posibilidad
de pensar a un hombre con no todos aciertos.
–Con esas relaciones la película también se mete en zonas oscuras del peronismo.
–Sí. Y me parece que está bien. Pienso que me tenía que animar con
todas las virtudes y defectos que tenía Perón. En la película Eva Perón,
de Juan Desanzo, yo hacía un Perón que estaba en plenitud: gobernando,
mandando, un Perón con las reivindicaciones, los derechos del
trabajador, los de la ancianidad, los convenios colectivos de trabajo.
Ese es un Perón. Este es otro: un Perón con temores y resquemores.
–¿Componerlo en varias ocasiones le permitió ir encontrando, entonces, diferentes matices?
–Sí. Es que la fascinación mía hacia este personaje viene de antes.
Si bien tengo un recuerdo de un Perón con Eva repartiendo pelotas y
guardapolvos, soy peronista de la misma época en que fui obrero y actor.
A los catorce años trabajaba en la industria metalúrgica y gozaba de
los beneficios de un peronismo que daba beneficios sociales al
trabajador, como la jornada de ocho horas, las horas extras, etcétera. Y
a partir de ahí, la fascinación fue grande porque acompañé todos los
procesos, militando en el grupo Octubre con Briski, con el cabezón Oves y
con tantos compañeros y gente maravillosa. Después, cuando ya era
grande vi que había dos cuestiones. Una tenía que ver con dilucidar esos
años de exilio del general. Otra funcionaba como desafío para mí: ver
si podía modificar a aquel Perón que hice (mandando y gobernando) y
podía plantearme un Perón como yo lo veo y tal como yo creo que vale la
pena verlo: con dudas e incertidumbres, con certezas pero también con
dolores. No los califico, pero son el día y la noche.
–Eso, en cuanto a las diferencias que había entre el Perón de la película de Desanzo y éste. ¿Y en cuanto a las similitudes?
–Muy pocas. Había un momento de aquel Perón que me gustaba, que era
cuando le decía a Eva: “Tu cuerpo te abandonó, negrita, ¡tenés cáncer!”.
Era una escena muy conmovedora. Y me acuerdo de otra escena que
estábamos con mi querida Esther Goris, que decía: “Juan, ¿qué sentiste
cuando estabas ahí en el balcón?”. Y Perón le dice: “Un gran cagazo,
negrita, un gran cagazo”. De algún modo, aquella película me mandó a
pensar en ésta. Dije: “Falta una película sobre el general, sobre el
hombre, sobre el estadista”. Si bien es cierto que es una ficción, como
toda ficción lo que intenta es entender un poco mejor la realidad, por
lo menos de esa etapa.
–Recién mencionaba que construyó un personaje que no era
ciento por ciento coherente sino que se permitía la duda. ¿Esto fue para
alejarlo del bronce?
–Yo creo que sí, un poco alejarlo del bronce. Ni que hablar de aquel
primer Perón del que teníamos la sonrisa eterna, el hombre en el
balcón, la contestación siempre a pies juntillas mezclada con la bajada
de línea, con todas las acciones sociales, económicas y políticas que se
ejercen del ’45 al ’55. Ese no es el Perón que tenemos en Puerta de
Hierro: es un Perón más filósofo, más reflexivo. De hecho, creo que tuve
que esperar tantos años para hacer esta película para acercarme
peligrosamente a la edad del personaje. Ya estoy muy cerca de la edad
que tenía el general. También es cierto que quise hacer una composición
que no fuera, como decimos los actores, una macchietta.
–¿Por qué buscó más el lado humano que el político?
–Porque me pareció que era la manera de acercarlo más a las nuevas
generaciones. Gracias a Dios, hoy los jóvenes están mucho más
consustanciados con lo que es la política y con el entendimiento de la
política no sólo a nivel nacional sino mundial. Entonces, me pareció que
estaba bueno intentar un Perón más humano para acercarme más, para
llegar más.
–Después de verla no parece sólo una película para quienes
comulgan con el peronismo. ¿Buscaron abrirla a gente que no conoce la
historia o que no coincide necesariamente con el pensamiento peronista?
–Hicimos muy pocas pasadas: una en el Chaco, cuatro en el Festival
de Mar del Plata (donde ganamos el Premio a Mejor Película
Iberoamericana), una en el Tigre y ahora va a estar a consideración del
público. Como dice Campanella, una cosa es cuando uno empieza a armar el
proyecto, otra es cuando tiene el guión terminado, otra cuando la filma
y después la película es cuando está con el público. En ese sentido,
quiero decir que he puesto mucho en esta película. Me importa, me gustó
hacerla a pesar de todos los dolores de cabeza que implica hacer un
film. Sabemos que el cine es un trabajo de riesgo porque una vez que
empezás no debés parar, ya que se te complica todo, se te va la gente.
Yo no he dirigido muchos trabajos cinematográficos, pero todos tienen
que ver con un compromiso con la construcción de la memoria colectiva. Y
yo cuento con que la película contribuya un poco a eso: que los
peronistas se reconozcan en ella y que los que no son peronistas
reconozcan a Perón.
–Si bien es una obra artística es también política, porque
es inevitable que esté su mirada de un líder político de la talla del
que representa.
–Sí, es que para mí es una inquietud personal que lo político esté
presente, porque también es cierto que para nosotros esos años fueron
muy claves como etapa vital por todo lo que hicimos y como etapa
política. Si bien el exilio de Perón es un misterio, nosotros acá
estábamos con el “Luche y vuelve”. Y acá se trabajó mucho para el “Luche
y vuelve”. Yo creo que el General también registró eso. Registró que
había un pueblo que lo estaba esperando y dijo: “Yo no voy a fallar”.
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