Nunca un gobernador bonaerense llegó a la presidencia por la puerta
electoral. Esta imposibilidad tiene raíces históricas, pero fue agravada
por la reforma de 1994, que al mismo tiempo incrementó el peso
electoral de la provincia y la privó de los recursos necesarios para
intentar ese salto. Ese es el laberinto en el que se debate Scioli, con
más chances pero también más angustias que Macrì, Massa, De la Sota y
Binner.
Por Horacio Verbitsky
Recién
esta semana quedó claro el sentido de la tentativa del gobierno
bonaerense por instalar como tema del debate político la coparticipación
de impuestos: Daniel Scioli sabía que le faltaban los recursos para
responder a las negociaciones salariales que se repiten en los dos
primeros meses de cada año, pero en lugar de enfrentar la situación
montó el escenario para deslindar la responsabilidad en el gobierno
nacional. El supuesto que orienta estos pasos del gobernador y que puede
encontrarse a toda hora en la prensa amiga es que cuando la relación se
tensa, quien pierde es la presidente CFK. Como en la Casa Rosada la
lectura es distinta, se seguirán viviendo tiempos interesantes. No es
que Cristina piense, en términos simétricos, que es Scioli quien
desciende en la consideración pública. Más bien, le complace que quede
en evidencia la disparidad de criterios administrativos, ideológicos y
políticos. Continuidad con cambios porque coincidimos pero somos
personas distintas, repite Scioli. Son dos proyectos políticos
distintos, replican los kirchneristas. Durante diez años, Scioli
acompañó con lealtad a Néstor y Cristina, objetan en La Plata. Pero
entonces no estaba en disputa la conducción del proceso y ahora sí, es
la respuesta inapelable. Y no se trata de una cuestión personal.
¿Qué te puedo cobrar?
Scioli ni siquiera se preocupó por reunirse con los sindicalistas
docentes para comunicarles sus dificultades. No menos curioso es el
método que escogió para impulsar su reclamo: una audiencia pedida en
diciembre por su jefe de gabinete, Alberto Pérez, al presidente de la
Cámara de Diputados, Julián Domínguez. Difícil imaginar peor puerta: por
un lado, la coparticipación no se inicia en esa cámara sino en la de
los senadores, pero además Domínguez es la primera espada que se blandió
para cortar las alas del sueño presidencial del gobernador. En febrero,
Domínguez fue uno de los organizadores del encuentro de intendentes que
desde Santa Teresita recriminaron los pujos autonomistas de Scioli.
Cuando ocurrió lo que no podía ignorar que ocurriría, Scioli volvió a
señalar hacia la Casa Rosada, ahora con la acusación de que no le
permitían endeudarse para cumplir sus compromisos. Igual que el año
pasado, quien respondió al lloriqueo bonaerense fue el ministro de
Economía Hernán Lorenzino, no por un improbable ataque de
institucionalidad, sino por su conocimiento de primera mano de las
cuentas provinciales y del personal a cargo. Durante su presidencia,
Néstor Kirchner formó un equipo encargado de supervisar las cuentas del
gobernador Felipe Solá. Lo encabezaba Carlos Fernández y además de
Lorenzino lo integraban Alejandro Arlía y Silvina Batakis, quienes hoy
son los ministros de Infraestructura y de Economía de Scioli. En julio
de 2012, Lorenzino expuso que el deterioro fiscal bonaerense comenzó con
la asunción de Scioli y se cubrió con endeudamiento tal como hacía la
Argentina en la década de 1990. Durante el primer cuatrienio de Scioli,
mientras el resto de las provincias tuvieron un superávit de 7500
millones de pesos, Buenos Aires padeció un déficit de 13.500 millones,
en ambos casos primario. Los compensó con un incremento del 64 por
ciento de su deuda, contra 25 por ciento del resto del país, al mismo
tiempo que la Nación se desendeudaba y aliviaba el endeudamiento de las
provincias, Buenos Aires la primera. En vez de incrementar la presión
tributaria, como el resto de las provincias, Scioli extrajo recursos a
los más pobres, con el impuesto a los ingresos brutos, y subsidió a los
más ricos. En ese lapso los impuestos inmobiliarios rural y urbano
pasaron de aportar el 10,9 al 6,6 por ciento del total de la recaudación
provincial, lo cual puede compararse con el 16,9 por ciento de Entre
Ríos, donde el crecimiento de la recaudación total rondó el 50 por
ciento. La política que el gobierno de Sergio Urribarri describe como de
equidad y progresividad es la contracara perfecta. El inmobiliario
rural rondaba el 8 por ciento de la recaudación total y la decisión de
modificar alícuotas y avalúos provocó dos violentos tractorazos sobre la
casa de gobierno en 2011 y una presentación por inconstitucionalidad
que fue rechazada por la justicia. Dos años después, ese impuesto cubre
el 12,6 por ciento de la recaudación total y la base tributaria se
incrementó con 9000 contribuyentes nuevos; la morosidad se redujo en un
90 por ciento, por la aplicación de multas de valores similares a los
que cobra la AFIP, y 5000 proveedores del Estado regularizaron su
situación cuando se les exigió un Certificado de Libre Deuda con la
provincia para cobrar sus acreencias. Además, el cruce con la base de la
AFIP permitió detectar a 3524 propietarios de inmuebles rurales y
urbanos que los arrendaban pero no pagaban los Ingresos Brutos
correspondientes. También se reimplantó el impuesto a la herencia y se
registraron 4300 embarcaciones que no estaban empadronadas. En cambio en
Buenos Aires, por no afectar a los sectores de la zona núcleo de la
oligarquía, cuyos campos se valorizaron en un 50 por ciento promedio, a
impulso de los precios extraordinarios en el mercado mundial, Scioli
basó cada vez más la recaudación en el regresivo impuesto a los ingresos
brutos, que pasó a representar el 75 por ciento de la recaudación. Tuvo
que ser el gobierno nacional el que forzara a Scioli a decretar el
revalúo fiscal sobre el que se aplican las alícuotas del inmobiliario
rural, como condición para el auxilio del medio aguinaldo de junio
pasado. Pero aún así el gobernador le introdujo tantas condiciones al
reglamentarlo que minimizó su efecto y no resolvió la crisis
estructural. Con la misma contundencia de entonces, Lorenzino objetó
ahora la política de endeudarse para enfrentar gastos corrientes, como
camino seguro a la catástrofe. ¿Es incongruente proyectar que si alguna
vez se realizara su fantasía de acceder a la presidencia, Scioli
aceptaría las condicionalidades del Fondo Monetario Internacional y
reanudaría el ciclo del endeudamiento que durante demasiados años
estranguló las posibilidades de crecer y distribuir de la economía
argentina? Más allá de las especulaciones sobre costos relativos para
cada gobierno, la administración central volverá a tener el rol
protagónico en el rescate de Buenos Aires, porque es inimaginable que el
hundimiento de la provincia en la que viven y producen cuatro de cada
diez argentinos no afecte al resto. Como es obvio, ni hará falta
mencionar esta cuestión cuando Cristina le informe a Scioli quiénes
integrarán las listas nacionales y provinciales del Frente para la
Victoria en octubre. En agosto serán las Primarias Abiertas Simultáneas y
Obligatorias y treinta días antes la presentación de los candidatos.
Esto implica que Scioli tiene hasta mediados de junio para decidir si
seguirá acompañando a regañadientes o dará el salto al vacío al que lo
invitan quienes no tienen otra esperanza. Una tercera opción que está
explorando es conformarse con lo que le ofrezca Cristina, pero colocar
algunos candidatos propios en las listas de su viejo amigo Francisco De
Narváez, siguiendo las huellas de su hermano Pepe. No parece una apuesta
con mucho sex appeal para alguien con tantas aspiraciones.
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