Norberto Galasso |
Por Norberto Galasso
Cosas de la historia, cosas del mitrismo y la discriminación, algunas viejas fábulas se están cayendo a pedazos.
En estos días, recordamos los doscientos años del triunfo logrado por las fuerzas de San Martín sobre los realistas, en San Lorenzo, aquel 3 de febrero de 1813. La ocasión es propicia para revisar algunas cuestiones "mal aprendidas" y acercarnos a la verdad histórica.
En principio, ¿quiénes y cuántos son esos granaderos? Eran alrededor de 120 que, según la historia mitrista provenían, en su mayor parte de "familias espectables de Buenos Aires", información que parece dudosa por varias razones. La primera, que San Martín solicitó "300 jóvenes naturales (guaraníes) de talla y robustez que se traigan de las Misiones"; segundo, porque el parte de batalla, al finalizar el combate, indica que sobre 165 muertos, tres: son puntanos, dos: riojanos, dos: cordobeses, uno: francés, uno: santiagueño, dos: correntinos, uno: porteño, uno: bonaerense y como anticipo del carácter hispanoamericano de su campaña: dos son orientales y uno: chileno.(Ver: combate de San Lorenzo, de Fray Herminio Gaitán).
Este comentario puede ser tachado de baladí. Sin embargo, importa, no sólo para demostrar los débiles cimientos de la Historia Oficial, sino también para que se lo recuerde en las escuelas, especialmente en aquellas adonde concurren niños pertenecientes a la clase media macrista que escuchan habitualmente en sus familias, los peores epítetos sobre "los negros", "los correntinos", "los paraguas", etcétera. Entonces, aprenderán que es muy común en nuestra historia que esos "negros" –que hablaban seguramente guaraní y se asemejan más a los paraguayos y a los bolivianos que a la gente blanca de Buenos Aires-– son los que se jugaron la vida, junto a San Martín, para que algún día tuviésemos patria.
Otro hecho interesante es la participación en el combate de los milicianos santafesinos al mando de Escalada (cerca de 80), quienes iniciaron el cañoneo desde el convento sobre los invasores y luego se replegaron, provocando así el avance de los éstos, quienes quedaron encerrados por las dos columnas de granaderos que salieron sorpresivamente desde ambos lados del mencionado convento. San Martín los olvida en el primer parte al gobierno, pero luego, en otro posterior, reconoce "la actividad y celo de los jefes milicianos". También resulta interesante consignar que el asistente de San Martín era el puntano Pedro Gatica "leal y temible en el campo de batalla" –según testimonia Olazábal– tan temible como fuera seguramente su descendiente, muchos años después, en el ring del Luna Park, a quien dedicó hermosos versos el poeta Alfredo Carlino.
Pero más importante resulta señalar que se cae en grueso error cuando, para homenajear este triunfo militar, cantamos que la bandera argentina "un día en la batalla tremoló triunfal, y llena de orgullo y bizarría a San Lorenzo se dirigió inmortal". No tremoló, evidentemente... porque no existía, pues el país no había declarado su independencia y lo que estaba en juego en el combate era la reivindicación de los Derechos del Hombre, por nuestro lado y el Absolutismo, por el lado invasor. Por eso nadie grita, en el combate, ¡Viva la Argentina! sino otra palabrita que irrita a mucha gente, según este testimonio: “El comandante Escalada, con sus milicianos, ocupó el centro de las fuerzas, mandadas por San Martín. Y, al grito de ¡Viva el Rey!, dado por el jefe de las fuerzas realistas, contestó con el "¡Viva la Revolución!"
Esto último va ligado a otro suceso importante que comentó, años atrás, el Dr. René Favaloro, citando a Juan Turrens: "San Martín no tomó rehenes ni exigió rescates, no tomó venganzas y aconsejó no tomarlas, humanizó la lucha […]. Su acción se singularizó por su deseo de encontrar la paz y hacer cesar todo posible derramamiento de sangre." Efectivamente, José Pacífico Otero relata que Zabala, el jefe enemigo, se presentó, al finalizar el combate, reclamando víveres frescos para sus soldados heridos, ante lo cual San Martín cumplimentó el pedido y además, "lo invitó a un suculento desayuno, por el cual Zabala quedó profundamente reconocido". Favaloro, sin embargo, erró al considerar que esa actitud provenía de la hidalguía de San Martín pues –sin descontar que la tuviera– fue una actitud política. ¿Cómo podía él ensañarse con un ex camarada, integrante del mismo ejército al cual había pertenecido durante 22 años y del cual se había separado hacía apenas un año y medio? Es mucho más probable que quisiera demostrarle a Zabala que quienes hablaban en nombre de "Libertad, Igualdad y Fraternidad", procedían fraternalmente, para convencerlo y ganarlo para su causa. Y esto se verifica pues el mismo Otero señala que Zabala se presentó, un año después, a San Martín, en Mendoza, para ofrecerle sus servicios, sumándose así a la campaña liberadora por una América democrática y popular.
También puede ser útil indagar en quién era Juan Bautista Cabral. Por lo que se sabe era esclavo liberto y negro y es poco razonable suponer que herido de bala y con el pecho atravesado por un espadón, dijese "Muero contento, hemos batido al enemigo". Más bien cabe pensar que se haya referido en términos poco amables a la mamá del soldado absolutista que lo atravesó de parte a parte, referencia legítimamente prioritaria respecto al resultado de la batalla, por más patriota que fuese. Por su parte, Fray Gaitán argumenta que Cabral –que, por otra parte, nunca fue sargento, ni siquiera postmortem– convocó a sus compañeros a seguir luchando y que, sólo más tarde, ya agonizando en el convento, pronunció la célebre frase, delante de San Martín, seguramente en guaraní, su idioma natural –especialmente en trance de muerte– y que San Martín, la tradujo al castellano... porque San Martín sabía guaraní, ya que había vivido sus primeros cuatro años en Yapeyú. Claro que Mitre no podía admitir que San Martín dominase el idioma guaraní pues ello lo descalificaría, según su entender –y hoy todavía el de mucha gente– como para ser Padre de la Patria. ¡Qué tipo poco "civilizado" sería este Padre de la Patria si además de saber guaraní, decía "odio todo lo que es lujo y aristocracia" y después, quiso batirse a duelo con Rivadavia a quien consideraba una "innoble persona", coincidiendo además con O’Higgins en que "don Bernardino era un enemigo feroz de los patriotas...y el hombre más criminal que ha producido el pueblo argentino”(Carta de O’Higgins a San Martín, del 16/8/1828) . Cosas de la historia, cosas del mitrismo y de la discriminación, viejas fábulas que se están cayendo a pedazos.
03/02/13 Tiempo Argentino
Cosas de la historia, cosas del mitrismo y la discriminación, algunas viejas fábulas se están cayendo a pedazos.
En estos días, recordamos los doscientos años del triunfo logrado por las fuerzas de San Martín sobre los realistas, en San Lorenzo, aquel 3 de febrero de 1813. La ocasión es propicia para revisar algunas cuestiones "mal aprendidas" y acercarnos a la verdad histórica.
En principio, ¿quiénes y cuántos son esos granaderos? Eran alrededor de 120 que, según la historia mitrista provenían, en su mayor parte de "familias espectables de Buenos Aires", información que parece dudosa por varias razones. La primera, que San Martín solicitó "300 jóvenes naturales (guaraníes) de talla y robustez que se traigan de las Misiones"; segundo, porque el parte de batalla, al finalizar el combate, indica que sobre 165 muertos, tres: son puntanos, dos: riojanos, dos: cordobeses, uno: francés, uno: santiagueño, dos: correntinos, uno: porteño, uno: bonaerense y como anticipo del carácter hispanoamericano de su campaña: dos son orientales y uno: chileno.(Ver: combate de San Lorenzo, de Fray Herminio Gaitán).
Este comentario puede ser tachado de baladí. Sin embargo, importa, no sólo para demostrar los débiles cimientos de la Historia Oficial, sino también para que se lo recuerde en las escuelas, especialmente en aquellas adonde concurren niños pertenecientes a la clase media macrista que escuchan habitualmente en sus familias, los peores epítetos sobre "los negros", "los correntinos", "los paraguas", etcétera. Entonces, aprenderán que es muy común en nuestra historia que esos "negros" –que hablaban seguramente guaraní y se asemejan más a los paraguayos y a los bolivianos que a la gente blanca de Buenos Aires-– son los que se jugaron la vida, junto a San Martín, para que algún día tuviésemos patria.
Otro hecho interesante es la participación en el combate de los milicianos santafesinos al mando de Escalada (cerca de 80), quienes iniciaron el cañoneo desde el convento sobre los invasores y luego se replegaron, provocando así el avance de los éstos, quienes quedaron encerrados por las dos columnas de granaderos que salieron sorpresivamente desde ambos lados del mencionado convento. San Martín los olvida en el primer parte al gobierno, pero luego, en otro posterior, reconoce "la actividad y celo de los jefes milicianos". También resulta interesante consignar que el asistente de San Martín era el puntano Pedro Gatica "leal y temible en el campo de batalla" –según testimonia Olazábal– tan temible como fuera seguramente su descendiente, muchos años después, en el ring del Luna Park, a quien dedicó hermosos versos el poeta Alfredo Carlino.
Pero más importante resulta señalar que se cae en grueso error cuando, para homenajear este triunfo militar, cantamos que la bandera argentina "un día en la batalla tremoló triunfal, y llena de orgullo y bizarría a San Lorenzo se dirigió inmortal". No tremoló, evidentemente... porque no existía, pues el país no había declarado su independencia y lo que estaba en juego en el combate era la reivindicación de los Derechos del Hombre, por nuestro lado y el Absolutismo, por el lado invasor. Por eso nadie grita, en el combate, ¡Viva la Argentina! sino otra palabrita que irrita a mucha gente, según este testimonio: “El comandante Escalada, con sus milicianos, ocupó el centro de las fuerzas, mandadas por San Martín. Y, al grito de ¡Viva el Rey!, dado por el jefe de las fuerzas realistas, contestó con el "¡Viva la Revolución!"
Esto último va ligado a otro suceso importante que comentó, años atrás, el Dr. René Favaloro, citando a Juan Turrens: "San Martín no tomó rehenes ni exigió rescates, no tomó venganzas y aconsejó no tomarlas, humanizó la lucha […]. Su acción se singularizó por su deseo de encontrar la paz y hacer cesar todo posible derramamiento de sangre." Efectivamente, José Pacífico Otero relata que Zabala, el jefe enemigo, se presentó, al finalizar el combate, reclamando víveres frescos para sus soldados heridos, ante lo cual San Martín cumplimentó el pedido y además, "lo invitó a un suculento desayuno, por el cual Zabala quedó profundamente reconocido". Favaloro, sin embargo, erró al considerar que esa actitud provenía de la hidalguía de San Martín pues –sin descontar que la tuviera– fue una actitud política. ¿Cómo podía él ensañarse con un ex camarada, integrante del mismo ejército al cual había pertenecido durante 22 años y del cual se había separado hacía apenas un año y medio? Es mucho más probable que quisiera demostrarle a Zabala que quienes hablaban en nombre de "Libertad, Igualdad y Fraternidad", procedían fraternalmente, para convencerlo y ganarlo para su causa. Y esto se verifica pues el mismo Otero señala que Zabala se presentó, un año después, a San Martín, en Mendoza, para ofrecerle sus servicios, sumándose así a la campaña liberadora por una América democrática y popular.
También puede ser útil indagar en quién era Juan Bautista Cabral. Por lo que se sabe era esclavo liberto y negro y es poco razonable suponer que herido de bala y con el pecho atravesado por un espadón, dijese "Muero contento, hemos batido al enemigo". Más bien cabe pensar que se haya referido en términos poco amables a la mamá del soldado absolutista que lo atravesó de parte a parte, referencia legítimamente prioritaria respecto al resultado de la batalla, por más patriota que fuese. Por su parte, Fray Gaitán argumenta que Cabral –que, por otra parte, nunca fue sargento, ni siquiera postmortem– convocó a sus compañeros a seguir luchando y que, sólo más tarde, ya agonizando en el convento, pronunció la célebre frase, delante de San Martín, seguramente en guaraní, su idioma natural –especialmente en trance de muerte– y que San Martín, la tradujo al castellano... porque San Martín sabía guaraní, ya que había vivido sus primeros cuatro años en Yapeyú. Claro que Mitre no podía admitir que San Martín dominase el idioma guaraní pues ello lo descalificaría, según su entender –y hoy todavía el de mucha gente– como para ser Padre de la Patria. ¡Qué tipo poco "civilizado" sería este Padre de la Patria si además de saber guaraní, decía "odio todo lo que es lujo y aristocracia" y después, quiso batirse a duelo con Rivadavia a quien consideraba una "innoble persona", coincidiendo además con O’Higgins en que "don Bernardino era un enemigo feroz de los patriotas...y el hombre más criminal que ha producido el pueblo argentino”(Carta de O’Higgins a San Martín, del 16/8/1828) . Cosas de la historia, cosas del mitrismo y de la discriminación, viejas fábulas que se están cayendo a pedazos.
03/02/13 Tiempo Argentino
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