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domingo, 3 de febrero de 2013

3 DE FEBRERO DE 1813, BATALLA DE SAN LORENZO

Por la Prof. Lilian Monetta de Micucci
Pte. A.C.S.
 
Los macizos claustros de San Carlos, el antiguo convento de franciscanos que descansa en una planicie inmediata a las empinadas barrancas del Paraná, fueron mudos testigos de la gloriosa jornada de San Lorenzo, el 3 de febrero de 1813.
 
Gloriosa porque el Coronel José de San Martín va a batirse por primera vez en su tierra natal con su flamante Regimiento de Granaderos a Caballo en una batalla decidida a liberar el Río de la Plata y sus afluentes del dominio enemigo, los marinos de Montevideo, que hostilizaban el litoral argentino, y llevar la paz a los pobladores de las orillas, quienes habían sufrido en sus
bienes y en sus familias el asalto de las tropas de desembarco españolas que
colmaban, así, las necesidades de su escuadra bloqueadora; una batalla que
devolvería, también, los bayonetazos descargados sobre el corazón del
suplicante presbítero Miguel Escudero.
 
Los Granaderos, en éste su bautismo de fuego, demostraron disciplina,
honor y táctica, y su jefe y creador sus grandes dotes de organizador,
instructor y educador de un escuadrón de caballería.
 
Todo lo realizado por el flamante Coronel San Martín desde la llegada a su
patria, en 1812, hasta San Lorenzo fue en un ambiente reducido pero un claro anuncio de cuanto realizaría, después, en grande, en el inmenso ámbito de medio continente sudamericano, cuando su grandiosa cruzada libertadora.
 
Las primeras luces del alba de aquel 3 de febrero, lo encontraron en el
campanario del convento.
 
Al toque de "a degüello" saltaron las dos columnas de caballería.
 
Sumaban 120 hombres "bien uniformados" que, sable en mano, irrumpieron creando estupor y desconcierto en las tropas enemigas.
 
Las primeras órdenes partieron de las columnas realistas, confusamente
mezcladas por la desesperación de quienes las emitían con apuro y alarma.
 
Para los españoles era impensable, hasta ese momento, la presencia de una
fuerza tan organizada y con hombres perfectamente disciplinados.
 
A pesar de un desconcierto total por la rapidez, el ruido y el empuje, los
españoles hallaron tiempo para preparar sus fusiles, disparar cañones y
enarbolar, todo lo alto que permitían los brazos del abanderado, el
estandarte del Rey.
 
San Martín encabezó un cuarto de cuadra de animales, hombres y sables que avanzaron "rompiendo la tierra con un solo golpe de manos, con un solo golpe de patas de caballos que corrían como si hubieran sido preparados para ese día, y sólo para esa acción".
 
  La victoria se consumó en menos de un cuarto de hora. Pocos minutos
bastaron,  una bala de cañón impactó en el caballo de San Martín , que cayó
muerto y aplastó con la pierna derecha al jefe.
 
Un soldado español se dispuso a atravesarlo con la bayoneta cuando fue muerto por la lanza de Baigorria, uno de sus granaderos.
 
San Martín habría sucumbido en ese trance pues seguía aprisionado bajo el cuerpo del animal si otro de sus soldados no hubiese venido en su auxilio.
 
Ese soldado, Juan Bautista Cabral, logró desembarazar a su jefe del caballo
y recibió, en aquel acto, dos heridas mortales de un español sobre quien, de
inmediato, cayeron sables y hundieron lanzas.
 
Los españoles, desconcertados y deshechos por el doble ataque, abandonaron en el campo su artillería, sus muertos y sus heridos, y se retiraron haciendo resistencia sobre el borde de la barranca.
 
San Martín ordenó recoger  tanto a patriotas  como a españoles y curar a
los heridos. El, también, está herido, en el rostro, la pierna llena de
magullones y un brazo inmovilizado.
 
Pero es el vencedor.
 
La sangre del cuello de su uniforme es suya; los manchones de los hombros y de la espalda pertenecen al granadero Cabral.
 
A la sombra del pino que lo protege del fuerte sol del mediodía, el
Coronel de Granaderos puede ver "el botín de guerra"; 41 fusiles en buenas
condiciones y un montón más rotos o inutilizados, 1 cañón, 192 piedras de
chispa, 8 espadas, 8 bayonetas, 8 pistolas.
 
El parte del combate ha sido redactado y su escribiente, el teniente
Necochea, tendrá el honor y la responsabilidad de llevarlo a Buenos Aires, a galope tendido, ese mismo día.
 
El 5 de febrero, a la una y media de la tarde, la gran ciudad se conmovió
por las descargas de la batería de la Fortaleza y el repique de las
campanas.
 
Necochea había arribado al mediodía y se celebraba la hazaña cumplida al servicio de la Patria. 
 
Poco después, San Martín llegó a Buenos Aires y ordenó a Zapiola
confeccionar la lista de los valientes caídos en San Lorenzo, pues entendía
que "por esas cosas de los aturdimientos políticos de los gobiernos", la
posteridad los olvidaría.
 
Pero "él y todos los hombres que vistieran el uniforme de la patria se impondrían, como regla de honor, recordar a esos héroes".
 
"Para San Martín, San Lorenzo ya era de esos queridos muertos que jamás
olvidaría y pensaba que gracias a ellos la independencia podría comenzar a ensayar su primera sonrisa".
 
 
Asociación Cultural Sanmartiniana Filial Concordia
 
Bibliografía:
Otero, José Pacífico. "Historia del Libertador Don José de San Martín".V.V.III- Círculo Militar 1978
Pérez Pardella, Agustín."El Libertador Cabalga"- Centro Cultural Gral. San
Martín- Buenos Aires 1995P

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