Por la Prof. Lilian
Monetta de Micucci
Pte. A.C.S.
Los macizos claustros de San
Carlos, el antiguo convento de franciscanos que descansa en una planicie
inmediata a las empinadas barrancas del Paraná, fueron mudos testigos de la
gloriosa jornada de San Lorenzo, el 3 de febrero de 1813.
Gloriosa porque el Coronel
José de San Martín va a batirse por primera vez en su tierra natal con su
flamante Regimiento de Granaderos a Caballo en una batalla decidida a liberar
el Río de la Plata
y sus afluentes del dominio enemigo, los marinos de
Montevideo, que hostilizaban el litoral argentino, y llevar la paz a los
pobladores de las orillas, quienes habían sufrido en sus
bienes y en sus familias el
asalto de las tropas de desembarco españolas que
colmaban, así, las
necesidades de su escuadra bloqueadora; una batalla que
devolvería, también, los
bayonetazos descargados sobre el corazón del
suplicante presbítero Miguel
Escudero.
Los Granaderos, en éste su
bautismo de fuego, demostraron disciplina,
honor y táctica, y su jefe y
creador sus grandes dotes de organizador,
instructor y educador de un
escuadrón de caballería.
Todo lo realizado por el
flamante Coronel San Martín desde la llegada a su
patria, en 1812, hasta San
Lorenzo fue en un ambiente reducido pero un claro anuncio de cuanto realizaría,
después, en grande, en el inmenso ámbito de medio continente sudamericano,
cuando su grandiosa cruzada libertadora.
Las primeras luces del alba
de aquel 3 de febrero, lo encontraron en el
campanario del convento.
Al toque de "a
degüello" saltaron las dos columnas de caballería.
Sumaban 120 hombres "bien
uniformados" que, sable en mano, irrumpieron creando estupor y
desconcierto en las tropas enemigas.
Las primeras órdenes
partieron de las columnas realistas, confusamente
mezcladas por la
desesperación de quienes las emitían con apuro y alarma.
Para los españoles era
impensable, hasta ese momento, la presencia de una
fuerza tan organizada y con
hombres perfectamente disciplinados.
A pesar de un desconcierto
total por la rapidez, el ruido y el empuje, los
españoles hallaron tiempo
para preparar sus fusiles, disparar cañones y
enarbolar, todo lo alto que
permitían los brazos del abanderado, el
estandarte del Rey.
San Martín encabezó un cuarto
de cuadra de animales, hombres y sables que avanzaron "rompiendo la tierra con un solo golpe de manos, con un solo golpe
de patas de caballos que corrían como si hubieran sido preparados para ese día,
y sólo para esa acción".
La victoria se consumó en menos de un cuarto
de hora. Pocos minutos
bastaron, una bala de cañón impactó en el caballo de
San Martín , que cayó
muerto y aplastó con la
pierna derecha al jefe.
Un soldado español se dispuso
a atravesarlo con la bayoneta cuando fue muerto por la lanza de Baigorria, uno
de sus granaderos.
San Martín habría sucumbido
en ese trance pues seguía aprisionado bajo el cuerpo del animal si otro de sus
soldados no hubiese venido en su auxilio.
Ese soldado, Juan Bautista
Cabral, logró desembarazar a su jefe del caballo
y recibió, en aquel acto, dos
heridas mortales de un español sobre quien, de
inmediato, cayeron sables y
hundieron lanzas.
Los españoles, desconcertados
y deshechos por el doble ataque, abandonaron en el campo su artillería, sus
muertos y sus heridos, y se retiraron haciendo resistencia sobre el borde de la
barranca.
San Martín ordenó
recoger tanto a patriotas como a españoles y curar a
los heridos. El, también,
está herido, en el rostro, la pierna llena de
magullones y un brazo
inmovilizado.
Pero es el vencedor.
La sangre del cuello de su
uniforme es suya; los manchones de los hombros y de la espalda pertenecen al
granadero Cabral.
A la sombra del pino que lo
protege del fuerte sol del mediodía, el
Coronel de Granaderos puede
ver "el botín de guerra"; 41
fusiles en buenas
condiciones y un montón más
rotos o inutilizados, 1 cañón, 192 piedras de
chispa, 8 espadas, 8
bayonetas, 8 pistolas.
El parte del combate ha sido
redactado y su escribiente, el teniente
Necochea, tendrá el honor y
la responsabilidad de llevarlo a Buenos Aires, a galope tendido, ese mismo día.
El 5 de febrero, a la una y
media de la tarde, la gran ciudad se conmovió
por las descargas de la
batería de la Fortaleza
y el repique de las
campanas.
Necochea había arribado al
mediodía y se celebraba la hazaña cumplida al servicio de la Patria.
Poco después, San Martín llegó
a Buenos Aires y ordenó a Zapiola
confeccionar la lista de los
valientes caídos en San Lorenzo, pues entendía
que "por esas cosas de los aturdimientos
políticos de los gobiernos", la
posteridad los olvidaría.
Pero "él y todos los hombres
que vistieran el uniforme de la patria se impondrían, como regla de honor,
recordar a esos héroes".
"Para San Martín, San Lorenzo ya era de esos
queridos muertos que jamás
olvidaría y pensaba que gracias a ellos la
independencia podría comenzar a ensayar su primera sonrisa".
Asociación Cultural Sanmartiniana Filial
Concordia
Bibliografía:
Otero, José Pacífico. "Historia del Libertador Don José de
San Martín".V.V.III- Círculo Militar 1978
Pérez Pardella, Agustín."El Libertador Cabalga"-
Centro Cultural Gral. San
Martín- Buenos Aires 1995P
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