El suicidio político consiste en sacrificar a los conducidos en función del mero beneficio personal, en permitir que las pasiones dominen la acción, que debería ser lo más cercano posible a la racionalidad o a la maximización de los beneficios personales y colectivos.
El peor pecado –error, falta– que puede cometer un político es anteponer a los proyectos colectivos –y desnudar públicamente esas intenciones– una estrategia estrictamente personalista. No digo que los dirigentes que tienen vocación por conducir mayorías no posean vanidades o intereses personales ni tampoco sostengo, claro, que quienes interpreten esas voluntades no sientan ni deseen que ellos, y solamente ellos, estén llamados a ejercer ese liderazgo. El suicidio político consiste en sacrificar a los conducidos en función del mero beneficio personal, en permitir que las pasiones dominen la acción que debería ser –perdón por la poca elegancia del estilo prescriptivo– lo más cercano posible a la racionalidad o a la maximización de los beneficios personales y colectivos. En la relación entre conductor y conducidos debe haber una sintonía dialéctica en la que ninguno de los dos sectores debe estar, en términos absolutos, al servicio de las estrategias del otro. El jueves, el titular de SMATA, Ricardo Pignanelli, recordó el consejo que alguna vez le había dicho el número uno de la CGT, Hugo Moyano, hace unos años: “Ricardo, nunca hay que poner a los trabajadores de tu gremio en un callejón sin salida. Yo no lo hice ni aun en los años duros contra el menemismo.” Es una máxima fundamental para todo líder gremial, excepto para aquellos que colocan los intereses personales o los de los partidos “minúsculos y maximalistas” por sobre las necesidades del laburante común. ¿Por qué Moyano decidió pegarse un tiro en la boca?
Personalmente no creo en las generalizaciones sobre “actitudes
mafiosas de los sindicalistas” ni en las acusaciones humeantes de
“lógicas corporativas”. Aunque considero que hay que democratizar al
interior de los sindicatos las formas de selección de líderes y
estructuras, no soy enemigo de la unicidad por actividad. No creo en la
despolitización del gremialismo ni tengo prejuicios ni sociales ni
raciales respecto del sindicalismo, por lo tanto no admito que se me
tilde ni de “gorila” ni se me macartee por “progre”. Mi crítica es
estrictamente política. En los últimos días, el moyanismo ha demostrado
paradojalmente que puede hacer daño desde la debilidad manifiesta. Quien
tiene el poder no necesita mostrarlo. Quien alardea del poder que posee
es porque no tiene el poder suficiente como para que el otro se dé
cuenta. Quien golpea la mesa o patea el tablero es porque no tiene otra
forma de demostrar su impotencia. ¿Puede lastimar? Sí, claro. Pero ya se
encuentra en una posición desventajosa.
Moyano pisó el palito. Y la presidenta de la Nación, Cristina
Fernández de Kirchner, demostró de una forma muy sutil de qué manera son
capaces las mujeres de demostrar poder. No es necesario gritar, no es
necesario alardear, no es necesario ser “fálico” para ejercerlo. Con
llamarse a silencio y dejar girar en falso al contrincante fue
suficiente. Con un par de indirectas y con la inacción, logró que el
otrora poderoso líder de la CGT –el hombre que habría crecido a la
sombra del kirchnerismo agrandando desmesuradamente su gremio y sus
conexiones con empresarios del rubro en un esquema que semejaba el de
una doble ventanilla con terminales en la UIA– pasara de la noche a la
mañana a liderar un grupo pequeño de gremios sin demasiada
representatividad ni peso específico, a la CTA de Pablo Micheli –que ni
siquiera pudo ganar limpiamente las elecciones de su propia central– y a
los partidos trotskistas. A ese apoyo se le suma la Mesa de Enlace, el
Grupo Clarín y alguno que otro grupo político –¿el macrismo, la UCR que
por fin ve realizada la posibilidad de contar con su propia rama
sindical?– más dispuesto a formar la Armada Brancaleone al grito de
“Camioneros, troscos, terratenientes y cacerolas, la lucha es una sola”
¿Le harán “fuck you” el miércoles a la presidenta en la marcha de Plaza
de Mayo?
Seguramente, muchos de corazón tierno como yo, habríamos querido
que un líder de la importancia histórica de Moyano no hubiera decidido
transitar el camino de enfrentamiento con la conductora del movimiento
nacional y popular. Es inevitable recordar la frase de Eva Perón que
reza: “el que le hace una huelga al peronismo es un carnero de la
oligarquía” y, también, enumerar la cantidad de líderes sindicales que
desafiaron a Juan Domingo Perón, como por ejemplo Cipriano Reyes, un
hombre clave en el 17 de octubre de 1945 que creyó que era más
importante que el jefe del movimiento, intentó encorsetarlo en el
Partido Laborista y terminó preso, y claro Augusto Timoteo Vandor, quien
intentó crear un peronismo sin Perón y concluyó asesinado. Utilizo
estos dos ejemplos no en términos chicaneros. Moyano no es ni Reyes ni
Vandor ni terminará como ellos. E incluso es necesario revisar las
legitimidades de las circunstancias y estrategias de cada uno de ellos.
Lo que intento decir es que, en términos políticos, de manejo del poder,
el conductor siempre tiene ventajas sobre los líderes sindicales por
muy poderosos que ellos se crean. Y la historia, incluso, juega a favor
de ellos. Excepto, claro, que se trate de un proceso de destitución y
golpismo solapado.
Hay que mirar atentamente lo que ocurrió en Paraguay con la
destitución del presidente Fernando Lugo. Y pensar posibles esquemas de
imitación para la Argentina. Por ejemplo, ¿el paro y sabotaje de
Camioneros –que linkea inevitablemente con el conflicto que esmeriló al
gobierno de Salvador Allende y posibilitó el golpe de Augusto Pinochet
(aunque las comparaciones son injustas)– puede ser el puntapié inicial
de un fragoteo más profundo en nuestro país? ¿Las palabras de Hermes
Binner ayer en La Capital de Rosario son un consejo o una amenaza? Dijo
el líder del Frente Amplio Progresista: “Se visualiza un conflicto muy
grande dentro del partido de gobierno y este camino nos perjudica a
todos. Nadie se va a favorecer con un conflicto de esta naturaleza, más
allá de que apoyemos con reservas algunas acciones del gobierno. Tenemos
que conservar la democracia y si en algo tenemos que mirarnos es en lo
que pasa en Paraguay. La mayoría automática que tienen determinados
poderes políticos terminan sobreponiéndose al diálogo, a la concertación
y esto no es bueno para la democracia.” ¿Y la ausencia de Daniel
Scioli? ¿Es cómplice de la movida moyanista como creen muchos o
funcional a la estrategia kirchnerista a largo plazo?
Desayunaba ayer con Araceli Bellota en un café de Almagro tras una
malograda charla pública que no se realizó cuando ella me contó una
anécdota sobre una charla entre Perón y Vandor antes del inefable crimen
del dirigente de la UOM. Relata Araceli que Perón le dijo: “A usted lo
matan; se ha metido en un lío que a usted lo van a matar.” Lo mataban
unos o lo mataban otros, porque él había aceptado dinero de la embajada
americana y creía que se los iba a fumar a los de la CIA. “Ahora, usted
está entre la espada y la pared: si usted le falla al Movimiento, el
Movimiento lo mata; y si usted le falla a la CIA, la CIA lo mata.” Y
agregó Perón: “Me acuerdo que lloró. Le dije: usted no es tan habilidoso
como se cree, no sea idiota, en esto no hay habilidad, hay
honorabilidad, que no es lo mismo.”
¿Será una cuestión de habilidad o de honorabilidad la de Moyano en su dilema tan distinto, obviamente, al de Vandor?
No hay comentarios:
Publicar un comentario