Ante todo, cuando apenas faltan dos semanas para las PASO,
conviene destacar que Sergio Massa, el pasado 22 de junio, tomó una decisión
trascendental: saltó del Frente para la Victoria con la expectativa de
convertirse en 2015 en el presidente de la Argentina. Es cierto, ya desde
mediados del año pasado, las encuestas de opinión pública le devolvían una
imagen muy buena en la provincia de Buenos Aires. Como parte del impacto que
podía significar su lanzamiento, a los pocos días, las encuestas de varias consultoras
lo colocaban diez puntos por encima de Martín Insaurralde, el candidato elegido
por Cristina Kirchner para encabezar la lista de candidatos a diputados. Pero,
sorpresas te da la vida, los mismos analistas de opinión detectaban que muchos
de los consultados creían que Massa era el candidato de Cristina y muchísimos
más no tenían registrado al también joven intendente de Lomas de Zamora. Con el
correr de los días, al circular por los actos y los medios, las cosas se van
aclarando y la brecha se redujo entre un 30 y 40%. Es difícil, en la
volatilidad electoral de estos tiempos, saber si eso es una tendencia lineal.
No hay quienes arriesguen, con seriedad, cifras sobre lo que pueda ocurrir en
la provincia de Buenos Aires el próximo 11 de agosto.
Se pueden armar varios escenarios y en la mayoría Massa queda bien parado en
cuanto a la eficacia en las urnas. Sin embargo, escollos te da la vida. El
primero es que en el distrito bonaerense, dentro de dos semanas lo que se
conocerá será una encuesta precisa, chequeada, pero en las PASO no se decide
nada. Con ese partido amistoso, cada expresión política se preparará para
consolidar sus fortalezas, tratar de detectar mejor las debilidades de sus
oponentes y ajustar lo que técnicamente será la campaña electoral de cara a los
comicios del 27 de octubre. Esos sí serán inapelables.
En esta elección de agosto, los candidatos y sus equipos de campaña tendrán la
posibilidad privilegiada de evaluar en qué distritos están bien, escanearán los
distintos conglomerados urbanos para ver cómo votaron los sectores más
postergados y cómo los sectores medios y evaluarán las conductas de los
sectores rurales.
En principio, las encuestas muestran a Massa con mayor intención de voto en
sectores medios donde el peronismo no es vivido con pasión, pero también
cosecha adhesiones de algunos que votaron a Cristina para Presidenta en 2011 y
que ahora tienen posturas fluctuantes o que se sumaron a una nueva ola
antikirchnerista estimulada con mucha eficacia por los medios de comunicación
opositores.
En tren de mencionar muy someramente los escenarios que realizan los sociólogos
que trabajan en campañas electorales, salvo que Massa saque una diferencia muy
importante sobre Insaurralde, el intendente de Tigre presenta flancos débiles.
El primero es la heterogeneidad de las fuerzas que integran el Frente Renovador
y la escasa o nula plataforma política y consistencia de identidad de esa
fuerza. En principio, ese frente no tiene ni siquiera una página web donde un
ciudadano inquieto pueda consultar algo que vaya más allá de poner una papeleta
en la urna. Podría pensarse como una desconsideración al hombre o la mujer de a
pie que se interesa en la política. Pero también debe constatarse que si Massa
hubiera fijado una pequeña estructura de hormigón de su propuesta, tendría que
haber renunciado a tener semejante diversidad de figuras.
En los últimos tiempos, en ámbitos académicos, se habla bastante de los
partidos “atrapa todo", un concepto estudiado por el cientista alemán Otto
Kirchheimmer, de la Escuela de Frankfurt, y que consiste, sintéticamente, en la
reconversión de un partido de masas en una agencia electoral. Massa prefiere no
definir cuánto grado de peronismo y hasta de kirchnerismo tiene como ADN el
Frente Renovador, cuyas autoridades, sedes partidarias y programas son, por lo
menos, difusos.
Los distintos vectores que confluyen en el discurso político del intendente de
Tigre son difíciles de conjugar. No puede dejarse de lado la inclusión del
consultor Sergio Bendixen en la campaña. Algunos resaltan la nacionalidad
peruana de Bendixen, lo cual es un error grosero. El tocayo del intendente de
Tigre creó en 1984 una sociedad dedicada a hacer prensa a candidatos
norteamericanos orientada al "voto hispano" en los Estados Unidos. Su
pasaje como analista político en ese país, tal como lo declara la página web de
Bendixen & Amandi, fue en las cadenas Univisión, Telemundo y CNN en
español, todas enfáticamente opositoras al proceso abierto en América latina en
los últimos años con líderes como Hugo Chávez, Lula, Rafael Correa, Evo Morales
así como Néstor y Cristina Kirchner. Cabe recordar que, tanto con Néstor como
con Cristina, Massa tuvo su salto a la política grande y que recién se
distanció del kirchnerismo el pasado 22 de junio.
Además de traer un experto en "voto hispano", Massa eligió para el
diseño publicitario a Ernesto Savaglio, quien trabajó junto a Ramiro Agulla en
la campaña que llevó a Fernando de la Rúa a la Casa Rosada. Sin desacreditar la
competencia publicitaria de Savaglio, es difícil pensar que el intendente de
Tigre no tenga algún vínculo identitario con un publicista que, además de ser
eficaz para mercantilizar la política, fabricó spots con abono de la derecha
liberal del radicalismo y que luego tuvo un pasaje conflictivo junto a Mauricio
Macri.
Postkirchnerismo y antikirchnerismo. El primer resultado que espera Massa es
capturar el voto de la no política e incluso el de la antipolítica. De allí que
se mostró por mucho tiempo en los programas de televisión que no pueden ser
catalogados como parte del menú tradicional del periodismo político. En esa
dirección trajo a Roger Federer o armar} un carnaval en el delta del Tigre como
si fuera la Venecia vernácula. Hay que decirlo, espectáculos bien montados y
del gusto de casi todos. Pero, ¿dónde está la propuesta política? Es esa:
hacerse conocer, ganar en imagen nacional, cumplir con un plan promocional que
no se asiente en la realidad: Massa, joven brillante, llegó a la Anses de la
mano de Eduardo Duhalde en 2002, Kirchner lo ratificó, luego le ganó la
intendencia a Ricardo Ubieto el mismo día en que Cristina ganaba la
Presidencia. Menos de un año y medio después, ante la renuncia de Alberto
Fernández, dejó Tigre para ser el jefe de Gabinete, cargo que ocupó un año.
Después, con matices diferenciales, como tienen la mayoría de los dirigentes,
se mantuvo dentro del Frente para la Victoria. Fue parte de un proyecto
político al que dejó sin mayores explicaciones tras haber recibido todo el
apoyo que pudo desde el Estado nacional. Con una gestión municipal con logros a
la vista y con un déficit cloacal, por ejemplo, que nada tiene que envidiarles
a los distritos más desprotegidos.
El desafío de Massa, quizás asesorado más por las encuestas que por la política
cruda, consiste en fabricar un discurso no confrontativo, tal como demandan los
encuestados. Cualquier análisis que trascienda las semanas de fiebre electoral
sabe que eso puede ser humo y que no es fácil hacer convivir tradiciones
políticas tan diversas como la derecha macrista y algunos cristinistas
desencantados. Pero a Mauricio Macri, huérfano en la provincia de Buenos Aires,
le interesa colgarse de la sonrisa de Massa sin importarle lo que piensen Darío
Giustozzi o Felipe Solá, las voces peronistas con las que Massa quiere cosechar
entre sectores del peronismo bonaerense. Giustozzi porque parecía un
kirchnerista convencido y Solá porque podría expresar al peronismo renovador
liderado por Antonio Cafiero hace dos décadas.
Es cierto que hay porciones electorales con fuerte raíz antiK y que hay
porciones desencantadas del kirchnerismo. Pero Massa corre el riesgo de pensar
en probarse el sobretodo de piel de oso antes de cazar al oso. ¿Está
finiquitado el kirchnerismo? ¿Alguien cree que la presencia de Daniel Scioli
como un pilar fuerte en esta campaña es ajena a las variantes que tiene el Frente
para la Victoria?
No es una novedad que las instituciones políticas fueron inundadas por las
prácticas de culturas híbridas y que las identidades rígidas corren el riesgo
de convertirse en fábricas de nostálgicos. Lo experimenta la Iglesia Católica
de modo crítico. ¿Alguien diría que el Vaticano está en vías de extinción? Es
prematuro casarse con teorías apocalípticas aunque abunden los signos de fin de
época.
Los flancos que están a la vista. América latina no logró el Banco del Sur,
tiene organismos de integración regional debilitados y todo indica que se
abrieron nuevos escenarios bastante preocupantes. Juan Manuel Santos es una
derecha inteligente que dejó atrás al untrarreaccionario Álvaro Uribe. Tabaré
Vázquez o Michelle Bachelet no tienen mucho en común con Rafael Correa y Evo
Morales. Los tratados de libre comercio con Estados Unidos se diseminan. La
Alianza del Pacífico es un pacto comercial que extiende los valores
neoliberales desde el sur de Chile hasta México. Brasil vivió sacudones
sociales días atrás que el Partido dos Trabalhadores no pudo ver, absorbido por
los desgastes propios de la gestión continua de 12 años. El chavismo sin Chávez
no es fácil: el Partido Socialista Único de Venezuela no hizo una brillante
elección con Nicolás Maduro, que devaluó dos veces el bolívar antes de los
comicios y la inflación golpea a los sectores humildes de un país rico en
petróleo. América latina tiene la gran ventaja de ver sus productos primarios
con precios elevados en el comercio mundial, pero vive un capitalismo
globalizado en el que sus ventajas comparativas no pasan por la alta
competitividad de algunos sectores industriales, salvo Brasil.
El kirchnerismo no es ajeno a este escenario: desde una balanza comercial
energética híperdeficitaria hasta un freno en el superávit fiscal primario,
inflación y dificultades para generar condiciones de inversión sostenidas.
Las resistencias y luchas de los pueblos latinoamericanos a lo largo de los
noventa y la primera década de este siglo, conjugadas con las grandes ventajas
de los términos de intercambio, sin embargo, trajeron aire fresco a la región.
Volvieron a ponerse en marcha fuerzas políticas y sociales que a lo largo del
siglo XX fueron objeto de golpes de Estado y persecución política de Estados
Unidos y las oligarquías locales.
El kirchnerismo expresó –y expresa– la variante argentina de ese fenómeno
regional de asunción de principios de soberanía y lucha por la igualdad. Sin
perjuicio de ello, la lectura dogmática que pretenda desconocer las grandes
concesiones al gran capital transnacional sin grandes beneficios a cambio
operados en estos años, lleva a una defensa sobreactuada del
"modelo".
Los movimientos pendulares en este continente hacen difícil de prever una
profundización hacia la izquierda de los logros de estos años. Más bien, la
extranjerización y concentración en menos manos de los principales 200
conglomerados empresarios son un resultado que no debe desalentar pero que sí
debe ser asumido con madurez y responsabilidad por quienes tienen la responsabilidad
del Estado. La década kirchnerista puede ser vista como ganada, empatada o
perdida. Lo que hiere la inteligencia es que sea tomada como un bloque único.
Peor aún es anteponer el liderazgo político a los resultados económicos en un
país periférico. Una de las grandes capacidades del peronismo en sus versiones
combativas y latinoamericanistas es haber entendido –mejor que la izquierda no
peronista– el fenómeno de la dependencia. Analizar la política sin reconocer la
dependencia de los centros de poder, lleva a no entender que la autonomía y
soberanía económicas es imprescindible. Tan imprescindible como difícil de
lograr sin conjugar recursos tecnológicos, financieros, humanos y de políticas
sostenidas de Estado.
Massa podría haberse quedado en el espacio del Frente Para la Victoria. Podría
haber elegido ir a internas abiertas y desafiar la conducción el 11 de agosto.
Pero, claro, eso era meterse en un camino arduo, demasiado comprometido. Al
abrirse, se sinceró, busca posicionarse ante este escenario como una opción
confiable. Sin reparar en el costo que paga una Nación cada vez que es
avasallada por el gran capital foráneo. Pero que Massa se haya abierto es
también una interpelación, un llamado serio de atención al gobierno. Massa
evita los debates abiertos de los temas de fondo, pero suma con ese discurso
distendido, canchero.
El kirchnerismo no solo puede amigarse con el estilo, que de hecho lo están
haciendo Insaurralde y otros candidatos. Además, parece necesario que el Frente
para la Victoria y el peronismo se abran para escuchar voces internas y de
gente independiente para la cual, por ejemplo, no es lo mismo nacionalizar el
51% de las acciones de YPF que firmar un acuerdo con Chevron ni es lo mismo
viajar en trenes gestionados por concesionarios poco presentables mientras el
Estado sigue invirtiendo muchos recursos para mantener la aeronavegación
comercial, que no representa ni el 3% de la gente que viaja en colectivo o en
tren. La convicción de que los debates y la rectificación de rumbos debilitan
la conducción del modelo también, paradójicamente, ayudan a que Massa, sin
propuestas de fondo, haya dado un salto y se postule como la gran solución
argentina.
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