Por Roberto Caballero
Mientras Mauricio Macri paseaba por el mundo, el debajo de la
Argentina se movía y el arriba también. La impresionante manifestación popular
del viernes 2 demuestra que los niveles de resistencia a las políticas de
ajuste vienen en aumento; y los reclamos públicos de la UIA y la CAME, los
dichos del consultor Miguel Angel Broda y de Cristiano Ratazzi, de la FIAT,
prueban que el establishment también protesta, a su modo, contra el gobierno de
Cambiemos -del que es columna central de apoyo-, aunque por motivos diversos.
Cuando esto sucede, como sucede por debajo y por encima de
la pirámide social sin que nadie pueda negarlo, un gobierno acaba por perder
sustentabilidad. Que los que no piensan igual en poco o casi nada coincidan en
criticar sus políticas, sin importar las razones -que pueden ser, incluso,
contradictorias para hacerlo-, lo que queda al desnudo es que las decisiones
gubernamentales generan una peligrosa inconformidad transversal.
La pretendida desinflación
(creativo neologismo que describe la rara mezcla de inflación contenida con
recesión agravada y no consumo) no basta para mostrar un desempeño exitoso en
la gestión económica. Por el contrario, estamos en presencia de un cóctel
explosivo de índices que reflejan el impacto negativo en la vida cotidiana de millones
de argentinos. Los salarios perdieron -siendo optimistas- entre un 10 y un 15
por ciento de su capacidad adquisitiva en lo que va de 2016, aunque según el
rubro puede trepar al 25. La desocupación se duplicó, con mayor incidencia en
Rosario, Córdoba y Mar del Plata. La industria cayó un 7,9 en julio, la mayor
baja en 12 años, es decir, el sector en su conjunto retrotrajo su situación a
la época del default.
Las medias sonrisas de Marcos Peña,
el jefe de Gabinete; o la de Francisco Cabrera, ministro de Producción, no
pueden disimular la obviedad, que el mismo Broda describe con lenguaje de
mercado, ese que tanto le gustaba hablar al macrismo. Dijo Broda esta semana, y
no Axel Kicillof: “La economía está tocando fondo. Los indicadores en la
variación interanual son los peores del año (…) De ninguna manera Argentina ha
superado el problema de la inflación, es un problema serio, tanto que se está
demorando la decisión de poder conocer cuál va a ser la meta para el año que
viene (…) Macri, probablemente por su formación, por su equipo con predominio
de objetivos políticos, no se ve a sí mismo como un punto de inflexión en la
historia. Entonces aquellos que creímos que esto podía ser el punto de
inflexión de la historia, sin acentuar las tintas para que vuelva el populismo,
cierto sentimiento de desazón tiene (…) El anterior gobierno dejó una herencia
positiva, que es la baja de la deuda sobre PBI, pero el problema es que estamos
aumentando rápidamente esa deuda (…) Tenemos un año más de este deporte
nacional que es el endeudamiento masivo, el primer deporte nacional es la fuga
de capitales; el segundo, salir a mangar”.
Está bien que alerte sobre “la
vuelta del populismo”. Es Broda, no Roberto Feletti. Sin embargo, proviniendo
de quien proviene el comentario, uno de los principales voceros del
establishment y sus necesidades, llamó la atención su reconocimiento a la
“herencia positiva” que recibió el gobierno de Macri. Cambiemos hizo un culto
instituyente del supuesto pesado legado de la gestión kirchnerista. Ha sido
piedra angular de su relato justificador del ajuste, repetido hasta el hartazgo
por los medios oficialistas. Pero Broda se lo desarmó, impiadosamente.
La impaciencia de los dueños del
poder y del dinero es el dato a desmenuzar. Porque el gobierno no hizo otra
cosa que favorecerlos desde que asumió en diciembre pasado. ¿Por qué se quejan,
entonces, a través de Broda? No hay una sola medida oficial que haya empoderado
a los sectores del trabajo o la producción. Cada decreto, resolución o ley tuvo
como objetivo desarmar el andamiaje de políticas protectivas de la industria y
el empleo. Eso que llaman, odiosamente, “populismo”. Y, sin embargo, igual se
manifiestan insatisfechos.
No está del todo claro, aunque lo
que subyace es una crítica al gradualismo, en realidad. A la intervención de la
necesidad política (“predominio de objetivos políticos en su equipo”, dicen),
por sobre las reformas de fondo que le exigen y ven, con desazón, que se
aplican lenta y morosamente. Es por derecha el enojo. Ven que el gobierno no
avanza con la fuerza que ellos le reclaman. Ocurre que no registran algo
esencial en la Argentina del Siglo XXI: la legitimidad de origen del gobierno
son los votos. Su gobierno de derecha neoliberal basa su sustentabilidad en el
apoyo social a sus decisiones. Ya no pesan los estados de sitio ni los tanques,
como en el pasado. Sino las encuestas, el humor social y las caídas de imagen.
La derecha tiene hoy un inmenso poder, provisto por las
urnas y revocable, también, por las urnas. Esa es la novedad de la
institucionalidad argentina, que la derecha está asumiendo a golpes de
realidad. Por eso, aunque Macri quisiera satisfacer a Broda en su reclamo de
dureza, no deja de estar atento a los costos políticos de sus decisiones. Le
pasó con las tarifas de los servicios públicos. Broda no salió a fustigar a
Aranguren cuando presentó su plan. Porque, como él, suponía que el voto a
Cambiemos implicaba una aceptación mansa de su incremento sideral. Se
equivocaron. Con los cacerolazos y protestas extendidas en toda la geografía
federal del país tuvieron que retroceder, consumiendo buena parte de su capital
político electoral, y la Corte se vio obligada a intervenir para que no
siguieran haciendo papelones.
También la UIA expresó su molestia
en el Día de la Industria. La “reprimarización” de la economía estuvo en la
agenda. Tema para nada menor, porque es parte de norte ideológico del gobierno
que habla de transformar el país en el “supermercado del mundo”, cuando en
verdad se conforma con ser su verdulería y su carnicería. El presidente de la
entidad, Alejandro Kauffman, proviene de Arcor, que se está quedando sin
mercado interno producto de la caída del consumo, en su caso, de golosinas y
derivados. Detrás estaba la desazón de Paolo Rocca, que advierte en privado
sobre lo mismo, luego de que la apertura de importaciones dañara las
posibilidades de la línea blanca que usa las chapas que produce. Ratazzi pidió
un dólar a 18 pesos para poder exportar, ahora que ya no tienen quien le compre
fronteras adentro, en un mercado deprimido, dominado por las malas expectativas
e ingresos en baja.
Todos ellos creyeron que Macri era
lo que decía ser. Depositaron en él una esperanza que hoy se ve defraudada, a
pesar de las múltiples señales a favor del mercado. Porque la manta siempre es
corta en una economía periférica como la nuestra. Esa es la verdad.
Si le hace caso a Ratazzi, no puede
evitar que el alza del dólar, como ocurrió históricamente, se traslade a
precios y aumente la inflación. Si le hace caso a la UIA, que también se queja
por los acuerdos con China, se queda sin el financiamiento del gigante asiático
para obras de infraestructura. Si quiere dejar contento a Pagani o a Rocca, y
proteger el mercado interno, tiene que reabrir paritarias e incrementar
salarios, que es lo que, por otro lado, le exigen que baje. Si baja el déficit
de un plumazo, como a coro le reclaman, la actividad económica se estanca definitivamente,
y no tiene una protesta sino miles en cada rincón del país.
Porque, hay que decirlo, el
establishment no tiene un país en la cabeza –y, si lo tiene, es inviable
socialmente-, lo que tiene son reclamos para incrementar su renta; y un
presidente democrático, aunque sea de derecha y autoritario como Macri, tiene
que lidiar con el país real y sus complejidades.
Las decenas de miles de personas
que reventaron la Plaza de Mayo le protestaron a Macri en su cara –no en la de
Rocca, ni en la de Kauffman, ni en la de Pagani, ni en la de Broda-. Menem
logró que la primera Marcha Federal se demorara cinco años. Macri la enfrenta
apenas a ocho meses y medio de su asunción. Eso dice algo. O mucho.
Habla de una lucha de impaciencias.
La de abajo, que se planta cada vez con más fuerza, porque los niveles de
agresión y recorte de derechos, comparados con lo vivido en la última década,
fueron salvajes y amenazan la subsistencia cotidiana de millones de personas; y
la de arriba, que recién ahora se desayuna con lo evidente: es imposible para
un gobernante aplicar sus recetas sin incursionar en una fase de impopularidad
y desgobierno que termine consumiendo la propia administración hasta estancarla.
Con un detalle más: la campaña electoral del año próximo ya
comenzó.
Aunque todos los nieguen.
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