Por Alberto Dearriba
La oposición intenta demostrar que el gobierno cambió por el resultado electoral, por oportunismo.
Quinientos años antes de que naciera Cristo, Heráclito de Efeso andaba por la costa jónica proclamando que "lo único inmutable es el cambio" y que, por lo tanto, "ningún hombre se baña dos veces en el mismo río".
Lo que ocurre en la política argentina es mucho menos profundo que el postulado del filósofo helénico. En realidad, en las costas del Plata abundan los tránsfugas que borran con el codo lo que escribieron con la mano. No se trata de mutaciones naturales, sino de impúdicos bandazos preñados de pragmatismo. Carlos Menem lideró la más escandalosa operación de travestismo político del siglo XX. Con el regodeo del establishment, estafó a sus votantes descaradamente. Después de llegar a la Rosada prometiendo "salariazo" y "revolución productiva", dijo descarnadamente que si hubiera anunciado lo que iba a ejecutar, no lo hubiera votado nadie.
En la vereda opuesta, la de la coherencia, se encuentra la última dictadura militar, que impuso el imperio de mercado mediante un baño de sangre.
Desde que el kirchnerismo comenzó la reposición populista en 2003, sus detractores no cejan de hurgar en supuestas contradicciones entre la gestión y "el relato".
Los análisis políticos de los últimos días apuntan a subrayar que el gobierno debió modificar sus postulados tras la derrota electoral.
En verdad, el único desajuste ideológico tras las primarias se produjo en la sensible cuestión de la seguridad, con el inesperado apoyo del candidato bonaerense a diputado nacional Martín Insaurralde a la baja de la edad de la imputabilidad para los menores, seguida de la designación de un cultor de la mano dura, Alejandro Granados, como ministro de Seguridad de la provincia de Buenos Aires.
Ambas cuestiones resultan obviamente un sapo difícil de tragar para los kirchneristas más puros, a los que se les ponen los pelos de punta cuando surgen señales que sugieren que se pretende acabar a los tiros con el delito.
Tras las contradicciones iniciales que produjo el planteo de Insaurralde –desautorizado por conspicuos legisladores del Frente para la Victoria (FPV)– la fuerza gobernante intentó homogeneizar su discurso con una salida elegante. El candidato a diputado nacional se entrevistó con la presidenta y comió con sus futuros compañeros de bancada. Para no desautorizarlo, los legisladores concluyeron que Insaurralde había tenido una actitud "valiente" y que, en todo caso, se trataba de un tema a discutir en el marco de un nuevo régimen penal juvenil.
Esta diferencia fue sin duda la que opositores políticos y mediáticos más explotaron y la que mayores discusiones internas provocó en el kirchnerismo.
Pero a partir de allí se señalaron también como cambios forzados y oportunistas, una serie de medidas que el gobierno adoptó para atender obviamente el reclamo de las urnas, pero sin traicionar en lo más mínimo su catecismo.
El mejor ejemplo de ello es el cuestionamiento opositor a la suba del mínimo no imponible de la cuarta categoría del Impuesto a las Ganancias. La medida se adoptó en el marco del diálogo iniciado por Cristina Fernández con dirigentes empresarios y sindicales, tras la magra cosecha electoral y luego de años de renuencia oficial a ese ajuste que afectaba a un millón y medio de trabajadores.
La mejora en los ingresos de los asalariados por la vía de una menor presión fiscal, puede ser interpretada como un logro de los sindicalistas y también como una respuestas al mensaje de las urnas. Pero no se puede reprochar incoherencia con la vocación kirchnerista de estimular la demanda agregada. La decisión de mejorar el salario real no puede ser imputada como una vulgar declinación doctrinaria. Por el contrario, el sostenimiento de una presión fiscal tan alta sobre los trabajadores se había tornado en realidad insostenible desde la ideas kirchneristas y sólo explicada por las vicisitudes de las cuentas públicas. La elevación del mínimo no imponible es más kirchnerista que el sostenimiento anterior.
Con el mismo sentido de mejorar ingresos y echar combustible al mercado interno, debe interpretarse la duplicación de los topes de facturación para los monotributistas.
Igualmente está en línea con los postulados de la fuerza gobernante el hecho de que el costo fiscal de la rebaja en Ganancias sea cubierta parcialmente por la vía de gravar la renta financiera.
La estatización de líneas ferroviarias tampoco resulta una declinación de los postulados kirchneristas, sino que por el contrario, es coherente con el rol que el gobierno le ha dado al Estado frente a los excesos del mercado.
Del diálogo posterior a las elecciones entre la presidenta, empresarios y sindicalistas, los dirigentes gremiales obtuvieron además una liberación de abundantes fondos para las obras sociales.
El giro de estos recursos que venían siendo reclamados por Hugo Moyano desde que conducía la CGT unificada, se parece más un premio a la CGT antimoyanista de Antonio Caló, que participó del diálogo con el gobierno, que una respuesta apurada a la derrota en las urnas.
Si bien es cierto que los sindicatos conservan buena parte de su histórica capacidad de movilización y maniobra –útil para una campaña– es sumamente improbable que esta demora del Estado en saldar esa deuda haya incidido en los votantes de las primarias.
Se señalan además como una mutación esencial del gobierno el hecho de que candidatos o funcionarios kirchneristas aparezcan en las pantallas de canales del Grupo Clarín, lo cual es obviamente un cambio táctico vinculado con la necesidad de dar visibilidad a los candidatos, pero está muy lejos de una declinación de principios. No es que se haya negociado la Ley de Medios Audiovisuales, o se piense ahora que los monopolios mediáticos son buenos, sino que simplemente aprovechan sus pantallas para llegar con el discurso oficialista al segmento de la sociedad que precisamente se mostró esquiva al gobierno en el cuarto oscuro y que constituye la audiencia de TN y Canal 13. Se puede discutir su conveniencia, pero está lejos de ser una declinación de principios.
El jefe de Gabinete, Juan Manuel Abal Medina, advirtió que "el gobierno no ha cambiado un ápice" y dijo que, en realidad, "lo que hemos hecho es seguir profundizando e intentando mejorar todos los días". No hizo más que ratificar lo dicho por la propia presidenta en la amarga noche de las primarias, cuando prometió una profundización del modelo.
En la vereda de enfrente, en tanto, no hay en verdad coincidencia acerca de si hay o no hay cambio en el gobierno. Tan es así que se puede leer en el mismo medio, un editorial que indica desde el título que "no hay cambio, sólo es un epejismo", y unas páginas más adelante una nota que puntualiza uno a uno los "giros de Cristina desde las PASO".
En suma, salvo la cuestión vinculada con la seguridad, en la que se agitan cuestiones ideológicas, el resto de los retoques producidos por el gobierno tras las elecciones primarias, no implican en realidad un retroceso. No se asumió la agenda del adversario como propia. Los retoques apuntan por el contrario a fortalecer el rol del Estado y a mejorar el poder adquisitivo de los trabajadores. No es novedad en el kirchnerismo. Por otra parte, si no se produjeran, la oposición diría que el gobierno sigue sin escuchar el mensaje de las urnas.
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