Viajar al pasado con los ojos del presente es una travesía a realizar
siempre con cuidado, siempre en puntas de pie. Porque hoy resulta
inimaginable –además de ilegal– que alguien pretenda morir o matar por
honor, es decir, que quiera lavar una ofensa con sangre. Pero a mediados
del siglo XX, elegir padrinos, caminar con un arma en la mano los 16
pasos de rigor, darse vuelta y apretar el gatillo para partir o
despachar a otro de este mundo, era aceptado por los códigos
caballerescos de entonces. Rodolfo Decker tiene hoy 92 años y una
lucidez envidiable. Fue presidente de la bancada de diputados peronistas
en 1946, con apenas 25 años. Era tan joven al mando de los más de 100
legisladores oficialistas, que se dejó los bigotes para aparentar más
edad. En 1948, Decker dirigía, a su vez, el diario El Laborista, de un
peronismo editorial desbordante. Fue precisamente desde las páginas de
su diario que respondió a una columna que el coronel José Francisco
Suárez había escrito en La Prensa y que consideró injuriosa hacia la
figura de Eva Perón. Decker insinuó en tapa que la mujer del militar
tenía una doble vida. Días después, recibió una visita inesperada. Lo
que sigue es la historia del hombre que se batió a duelo por el honor de
Evita, y sobrevivió para contarlo.
–¿Usted reacciona por el artículo del coronel José Francisco Suárez?
–Exacto. Frente a esa infamia, como director de El Laborista –usted sabe que los directores de los diarios estamos muy bien informados–, me enteré que la esposa de este coronel no hacía honor a su matrimonio. Entonces, al día siguiente, con título catástrofe publiqué en tapa que "el coronel tal, en lugar de referirse en la forma en que lo hace a la esposa del excelentísimo presidente, señora María Eva Duarte de Perón, debería fijarse en los ramazones que tiene en su frente". Frente a esa situación, al día siguiente me vienen a visitar dos caballeros: el diputado y coronel Gregorio Pomar y el diputado Luis Dellepiane, radicales ambos, este último hijo del que fue el último ministro de Guerra de Don Hipólito Irigoyen. Los recibo en El Laborista, y me manifiestan que vienen a pedirme una rectificación de lo expresado en el diario o una satisfacción por las armas con sus padrinos. Yo les digo que lamentablemente no voy a poder batirme a duelo en esta oportunidad por la sencilla razón de que, de acuerdo con las normas de la caballería, quien no sabe poner en orden a su propia esposa, no es un caballero. "Comprendan que yo con este coronel –les digo– no me batiré." Frente a esta situación, dijeron: "Lamentablemente, deberá batirse a duelo con nosotros, que somos los padrinos del coronel." Les respondí: "Para mí ustedes sí son caballeros. Designen a sus padrinos y no tengo inconveniente de ir al duelo."
–¿Usted solo contra los dos?
–Sí. De buenas a primeras, me encontré con que debía batirme a duelo con los dos. En esas situaciones caballerescas, usted no puede nunca echarse atrás. Además, yo representaba en ese momento a un partido, para mí era un enorme honor. Arreglaron los padrinos, se pusieron de acuerdo y uno de los duelos se realizó en el Club Militar de Vicente López.
–¿Se había batido a duelo alguna vez? ¿Tenía manejo de armas?
–No. Ni una cosa ni la otra, pero en esos momentos usted no puede dar ni un paso atrás. Siempre he aconsejado a mis compañeros y colegas que cuando uno se encuentra en una situación caballeresca, no hay que hacer otra cosa que aceptarlo y seguir adelante.
–O sea que se animó sin experiencia a un duelo a matar o morir. A primera sangre, como se dice…
–Cuando es con pistolas, eso de primera sangre es relativo. Eso ocurre cuando se bate a duelo con sable o espada, porque un tajo es suficiente para parar el asunto. Acá no era así: una bala en la cabeza o en el corazón, no suspende nada.
–La fecha, según el archivo, fue el 3 de marzo de 1948.
–Efectivamente. Una mañana de mucho frío, oscura, era muy temprano. El primer duelo fue con el coronel Pomar, para mí, sinceramente, un caballero, un señor.
–¿De buena o mala puntería?
–Le digo la verdad: yo nunca había tenido una pistola de duelo en mis manos, que son siempre muy pesadas. Mi intención no era tirar al cuerpo al contrincante. Yo soy católico, apostólico, romano y me siento en la obligación de evitar todo lo que sea un verdadero crimen o matar a un individuo. No estoy en condiciones morales para hacerlo porque mis principios no me lo permiten. La otra persona, no sé cómo habrá procedido, pero yo sabía que era un caballero, de manera que nos batimos a duelo y no pasó nada, no nos dimos y no nos reconciliamos. A la tarde, era el segundo duelo, en situaciones muy especiales, porque los padrinos del diputado Dellepiane decían que no estaban de acuerdo con el lugar que habíamos elegido por la mañana porque había ido mucha gente. Claro, había salido en los diarios. Y ellos dijeron que iban a elegir otro lugar para que no haya nadie. Y mis padrinos les aceptaron que ellos lo eligieran. Y eligieron un horno de ladrillos abandonado en proximidades del camino que va a La Plata. Yo desconocía totalmente. Lo dramático del asunto es que ellos venían adelante y nosotros seguíamos a sus dos o tres autos. Con buena fe, los íbamos siguiendo. En esa época, el ferrocarril atravesaba el camino a la altura entre Avellaneda y Quilmes, con una barrera que cuando estaba baja, impedía el paso de los vehículos. Pasan ellos, paso yo, y el coche que venía con gente acompañándome, médicos y demás, baja la barrera y no puede pasar. Me encontré solo frente a todos los demás. Cuando llegamos allá, había como 30 o 40 personas que ya estaban allí. Mi situación no era muy gratificante, pero había que hacerlo. Fuimos al duelo. Cada cual hizo su parte. El duelo era a 16 pasos y de frente, de manera que era interesante y dramático. Estaba el general Basilio Pertiné (NdR: abuelo de la mujer de Fernando de la Rúa), que era el director de los dos lances. Decían "uno, dos, tres… fuego", y usted tenía que disparar antes que dijeran el número tres. Hice mi disparo antes que dijeran el número tres, y no pasó nada. Pero Dellepiane siguió apuntándome y el director Pertiné le dijo que bajara el arma, habían pasado los tres puntos y si me mataba era un crimen común y corriente. Dellepiane dijo que su arma estaba descargada. Pertiné tomó el arma, la gatilló y salió el tiro. No sé lo que pasó.
–¿Usted reacciona por el artículo del coronel José Francisco Suárez?
–Exacto. Frente a esa infamia, como director de El Laborista –usted sabe que los directores de los diarios estamos muy bien informados–, me enteré que la esposa de este coronel no hacía honor a su matrimonio. Entonces, al día siguiente, con título catástrofe publiqué en tapa que "el coronel tal, en lugar de referirse en la forma en que lo hace a la esposa del excelentísimo presidente, señora María Eva Duarte de Perón, debería fijarse en los ramazones que tiene en su frente". Frente a esa situación, al día siguiente me vienen a visitar dos caballeros: el diputado y coronel Gregorio Pomar y el diputado Luis Dellepiane, radicales ambos, este último hijo del que fue el último ministro de Guerra de Don Hipólito Irigoyen. Los recibo en El Laborista, y me manifiestan que vienen a pedirme una rectificación de lo expresado en el diario o una satisfacción por las armas con sus padrinos. Yo les digo que lamentablemente no voy a poder batirme a duelo en esta oportunidad por la sencilla razón de que, de acuerdo con las normas de la caballería, quien no sabe poner en orden a su propia esposa, no es un caballero. "Comprendan que yo con este coronel –les digo– no me batiré." Frente a esta situación, dijeron: "Lamentablemente, deberá batirse a duelo con nosotros, que somos los padrinos del coronel." Les respondí: "Para mí ustedes sí son caballeros. Designen a sus padrinos y no tengo inconveniente de ir al duelo."
–¿Usted solo contra los dos?
–Sí. De buenas a primeras, me encontré con que debía batirme a duelo con los dos. En esas situaciones caballerescas, usted no puede nunca echarse atrás. Además, yo representaba en ese momento a un partido, para mí era un enorme honor. Arreglaron los padrinos, se pusieron de acuerdo y uno de los duelos se realizó en el Club Militar de Vicente López.
–¿Se había batido a duelo alguna vez? ¿Tenía manejo de armas?
–No. Ni una cosa ni la otra, pero en esos momentos usted no puede dar ni un paso atrás. Siempre he aconsejado a mis compañeros y colegas que cuando uno se encuentra en una situación caballeresca, no hay que hacer otra cosa que aceptarlo y seguir adelante.
–O sea que se animó sin experiencia a un duelo a matar o morir. A primera sangre, como se dice…
–Cuando es con pistolas, eso de primera sangre es relativo. Eso ocurre cuando se bate a duelo con sable o espada, porque un tajo es suficiente para parar el asunto. Acá no era así: una bala en la cabeza o en el corazón, no suspende nada.
–La fecha, según el archivo, fue el 3 de marzo de 1948.
–Efectivamente. Una mañana de mucho frío, oscura, era muy temprano. El primer duelo fue con el coronel Pomar, para mí, sinceramente, un caballero, un señor.
–¿De buena o mala puntería?
–Le digo la verdad: yo nunca había tenido una pistola de duelo en mis manos, que son siempre muy pesadas. Mi intención no era tirar al cuerpo al contrincante. Yo soy católico, apostólico, romano y me siento en la obligación de evitar todo lo que sea un verdadero crimen o matar a un individuo. No estoy en condiciones morales para hacerlo porque mis principios no me lo permiten. La otra persona, no sé cómo habrá procedido, pero yo sabía que era un caballero, de manera que nos batimos a duelo y no pasó nada, no nos dimos y no nos reconciliamos. A la tarde, era el segundo duelo, en situaciones muy especiales, porque los padrinos del diputado Dellepiane decían que no estaban de acuerdo con el lugar que habíamos elegido por la mañana porque había ido mucha gente. Claro, había salido en los diarios. Y ellos dijeron que iban a elegir otro lugar para que no haya nadie. Y mis padrinos les aceptaron que ellos lo eligieran. Y eligieron un horno de ladrillos abandonado en proximidades del camino que va a La Plata. Yo desconocía totalmente. Lo dramático del asunto es que ellos venían adelante y nosotros seguíamos a sus dos o tres autos. Con buena fe, los íbamos siguiendo. En esa época, el ferrocarril atravesaba el camino a la altura entre Avellaneda y Quilmes, con una barrera que cuando estaba baja, impedía el paso de los vehículos. Pasan ellos, paso yo, y el coche que venía con gente acompañándome, médicos y demás, baja la barrera y no puede pasar. Me encontré solo frente a todos los demás. Cuando llegamos allá, había como 30 o 40 personas que ya estaban allí. Mi situación no era muy gratificante, pero había que hacerlo. Fuimos al duelo. Cada cual hizo su parte. El duelo era a 16 pasos y de frente, de manera que era interesante y dramático. Estaba el general Basilio Pertiné (NdR: abuelo de la mujer de Fernando de la Rúa), que era el director de los dos lances. Decían "uno, dos, tres… fuego", y usted tenía que disparar antes que dijeran el número tres. Hice mi disparo antes que dijeran el número tres, y no pasó nada. Pero Dellepiane siguió apuntándome y el director Pertiné le dijo que bajara el arma, habían pasado los tres puntos y si me mataba era un crimen común y corriente. Dellepiane dijo que su arma estaba descargada. Pertiné tomó el arma, la gatilló y salió el tiro. No sé lo que pasó.
–La sacó barata, Decker. Sobrevivió a dos duelos en un mismo
día… Todo por el honor de Evita. ¿Ella se enteró? ¿Le agradeció el
gesto?
–La verdad es que me agradeció mucho pero yo no le quise dar ninguna trascendencia. No hice más que cumplir con lo que correspondía. Eva Perón se merecía eso y mucho más. Nosotros veíamos cómo se sacrificaba. Era una mujer extraordinaria. Muchas veces he acompañado a la señora porque ella me lo pedía en la Secretaría de Trabajo y Previsión, que atendía hasta las dos de la mañana a la gente humilde, las abrazaba, las besaba, no tenía temor a nada, ayudaba a todo el mundo y después con dos o tres amigos de ella que estábamos ahí acompañándola, nos invitaba a la Residencia Oficial a cenar, adonde llegábamos a las dos y media de la mañana y la mesa ya preparada, y la señora nos explicaba cuáles eran sus sueños, lo que pensaba para el país, para la gente humilde y los trabajadores. A las cinco o cinco y cuarto, sonaba el despertador del General y la señora decía: "Muchachos, si el General nos encuentra acá, nos mata a todos, váyanse enseguida", y agarraba a los caniches para que no ladraran y nosotros salíamos por la puerta del costado.
–¿Cuántos años tiene hoy?
–Apenas noventa y dos. Y sigo luchando en la política y en la profesión. No he abandonado ninguna de las dos cosas, mis grandes amores, aparte de mi esposa, de apenas 91 años. «
–La verdad es que me agradeció mucho pero yo no le quise dar ninguna trascendencia. No hice más que cumplir con lo que correspondía. Eva Perón se merecía eso y mucho más. Nosotros veíamos cómo se sacrificaba. Era una mujer extraordinaria. Muchas veces he acompañado a la señora porque ella me lo pedía en la Secretaría de Trabajo y Previsión, que atendía hasta las dos de la mañana a la gente humilde, las abrazaba, las besaba, no tenía temor a nada, ayudaba a todo el mundo y después con dos o tres amigos de ella que estábamos ahí acompañándola, nos invitaba a la Residencia Oficial a cenar, adonde llegábamos a las dos y media de la mañana y la mesa ya preparada, y la señora nos explicaba cuáles eran sus sueños, lo que pensaba para el país, para la gente humilde y los trabajadores. A las cinco o cinco y cuarto, sonaba el despertador del General y la señora decía: "Muchachos, si el General nos encuentra acá, nos mata a todos, váyanse enseguida", y agarraba a los caniches para que no ladraran y nosotros salíamos por la puerta del costado.
–¿Cuántos años tiene hoy?
–Apenas noventa y dos. Y sigo luchando en la política y en la profesión. No he abandonado ninguna de las dos cosas, mis grandes amores, aparte de mi esposa, de apenas 91 años. «
El club del ’45
Rodolfo Decker preside hoy el Club del ’45, instituto dedicado a la divulgación de la doctrina peronista.
Pertenece a esa camada de contemporáneos de Perón y Eva Perón que no interpretan al justicialismo: lo relatan tal y cómo lo vivieron. Porque son, fundamentalmente, protagonistas de una época intensa.
En la bibliografía no peronista, su nombre aparece junto a los de Raúl Apold y José Visca como los exponentes de una política de medios –la del primer y segundo peronismo– que suele resumirse en la clausura del diario La Prensa. Son visiones parciales de un proceso histórico complejo, y del siglo pasado, imposible de saldar en estas páginas que sólo buscan homenajear a Evita, cuando se cumplen 60 años de su muerte, desde una anécdota personalísima.
Pertenece a esa camada de contemporáneos de Perón y Eva Perón que no interpretan al justicialismo: lo relatan tal y cómo lo vivieron. Porque son, fundamentalmente, protagonistas de una época intensa.
En la bibliografía no peronista, su nombre aparece junto a los de Raúl Apold y José Visca como los exponentes de una política de medios –la del primer y segundo peronismo– que suele resumirse en la clausura del diario La Prensa. Son visiones parciales de un proceso histórico complejo, y del siglo pasado, imposible de saldar en estas páginas que sólo buscan homenajear a Evita, cuando se cumplen 60 años de su muerte, desde una anécdota personalísima.
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