Horacio Gonzalez |
Un movimiento político está hecho de sus logros, de sus obstáculos y de sus
encrucijadas. Los primeros, los conocemos: la reposición de la iniciativa
estatal en el flujo de la economía general, la producción de símbolos de
reparación colectiva que dieron plenitud a la noción de Derechos Humanos, el
acompañamiento de movimientos sociales en la esfera de los nuevos derechos, el
reconocimiento de la esfera comunicacional como constitutiva (y no un mero hecho
subalterno) de la política en su sentido colectivo.
Agrego a todo esto la voluntad de asumir temas pendientes de la memoria social: la estatización de la mayoría del paquete accionario de YPF, hecho con el cual culminan una serie de acciones que señalan la misma intencionalidad de control social (esto es, un accionariado del poder público sobre la circulación social) en temas cruciales como la reforma de la Carta Orgánica del Banco Central y la reformulación de los códigos de sociabilidad y actividad civil.
Kirchner comenzó su tarea nacional como un gran evaluador de fuerzas –notó, en primer lugar, el hecho de su fragilidad de origen–, y como intuitivo diseñador de escenas. Esta enmienda escénica que se produce sobre el conjunto político nacional incluía una civilización de gestos diferenciales –desde el célebre descenso de un cuadro hasta frases de notoria multivocidad como “vengo a pedir perdón en nombre del Estado”–, que hasta hoy forman parte de la dificultad interpretativa reinante. Lo frágil parece fuerte; lo fuerte parece frágil. No asustarse por eso. Lo político, el ser mismo de la política, es esa dificultad y el proyecto de desentrañarla. Creo que había un goce profundo en el Kirchner que hace ahora nueve años –y parecen muchos más–creó grietas novedosas con argamasa tradicional y heredada. Un horizonte atípico y con insinuaciones fundacionales se abría con instrumental salido de antiguos subsuelos argentinos.
Dije insinuaciones, en Kirchner, porque la fuerza de lo que a la postre se denominó con su nombre (y no es fácil dejar un nombre en la historia, esto lo comparte con Yrigoyen, Perón y Alfonsín), se constituye en tal debido a su capacidad de interrogar al legado integral de una historia. Muchos dirán que una fuerza política funda su competencia en sus realizaciones palpables. Es así. Pero a condición de no olvidar que antes se sitúa en la condición del averiguador, del indagador del tejido previo a partir del cual distanciarse y con el cual confundirse. El peronismo es un movimiento escrito. El kirchnerismo deja textos en el aire sobre la base de los ya leídos y releídos. Está en estado de insinuación permanente. Se lo critica por eso. Puede saludárselo también por eso. Aquel tejido previo al que me refiero, entonces, tiene nombres establecidos: dos son obvios, peronismo y voluntad nacional y popular. Otros lo son menos: republicanismo social, constitucionalismo crítico –esto es, hacer su ronda sobre el nivel constitucional de la relación entre las instituciones y la vida justa–, y búsqueda de puntos de estabilidad en medio de la marejada tenaz.
A nueve años de una actividad donde la voluntad perseverante se combina con hesitaciones que son las marcas inevitables que la historia universal pone sobre nosotros (“se nos cayó el mundo encima”), el kirchnerismo actúa sobre y con distintas capas simultáneas de hechos. Tiene un presente cuya espesura se percibe en cotidianas turbulencias, y enlaces de libre selectividad sobre el pasado y el futuro. Quiero decir: no solo el futuro está notablemente abierto, sino que el pasado es también otra insinuación cambiante, inestable.
Su rara originalidad consiste en que promueve situaciones de transformación a la que los conservadores se oponen, y ante las que muchos transformistas se molestan. Sin decirlo explícitamente, en nueve años se ha reelaborado en el país la idea misma de obstáculo. Si se pudiera decirlo con una proposición existencial, la frase sería: el kirchnerismo nos induce a la forma de la democracia donde el aprendizaje mayor es tratar con los obstáculos que surgen no sólo del trámite corriente del duro enfrentamiento actual, sino de la inmanencia misma de la política. De ahí que podríamos redefinir la vida democrática que transcurre ante nuestros ojos en el noveno año kirchnerista como el de la formación de un saber superior al que todos nos debemos. El saber sobre las encrucijadas, la productividad del obstáculo.
25/05/12 Tiempo Argentino
Agrego a todo esto la voluntad de asumir temas pendientes de la memoria social: la estatización de la mayoría del paquete accionario de YPF, hecho con el cual culminan una serie de acciones que señalan la misma intencionalidad de control social (esto es, un accionariado del poder público sobre la circulación social) en temas cruciales como la reforma de la Carta Orgánica del Banco Central y la reformulación de los códigos de sociabilidad y actividad civil.
Kirchner comenzó su tarea nacional como un gran evaluador de fuerzas –notó, en primer lugar, el hecho de su fragilidad de origen–, y como intuitivo diseñador de escenas. Esta enmienda escénica que se produce sobre el conjunto político nacional incluía una civilización de gestos diferenciales –desde el célebre descenso de un cuadro hasta frases de notoria multivocidad como “vengo a pedir perdón en nombre del Estado”–, que hasta hoy forman parte de la dificultad interpretativa reinante. Lo frágil parece fuerte; lo fuerte parece frágil. No asustarse por eso. Lo político, el ser mismo de la política, es esa dificultad y el proyecto de desentrañarla. Creo que había un goce profundo en el Kirchner que hace ahora nueve años –y parecen muchos más–creó grietas novedosas con argamasa tradicional y heredada. Un horizonte atípico y con insinuaciones fundacionales se abría con instrumental salido de antiguos subsuelos argentinos.
Dije insinuaciones, en Kirchner, porque la fuerza de lo que a la postre se denominó con su nombre (y no es fácil dejar un nombre en la historia, esto lo comparte con Yrigoyen, Perón y Alfonsín), se constituye en tal debido a su capacidad de interrogar al legado integral de una historia. Muchos dirán que una fuerza política funda su competencia en sus realizaciones palpables. Es así. Pero a condición de no olvidar que antes se sitúa en la condición del averiguador, del indagador del tejido previo a partir del cual distanciarse y con el cual confundirse. El peronismo es un movimiento escrito. El kirchnerismo deja textos en el aire sobre la base de los ya leídos y releídos. Está en estado de insinuación permanente. Se lo critica por eso. Puede saludárselo también por eso. Aquel tejido previo al que me refiero, entonces, tiene nombres establecidos: dos son obvios, peronismo y voluntad nacional y popular. Otros lo son menos: republicanismo social, constitucionalismo crítico –esto es, hacer su ronda sobre el nivel constitucional de la relación entre las instituciones y la vida justa–, y búsqueda de puntos de estabilidad en medio de la marejada tenaz.
A nueve años de una actividad donde la voluntad perseverante se combina con hesitaciones que son las marcas inevitables que la historia universal pone sobre nosotros (“se nos cayó el mundo encima”), el kirchnerismo actúa sobre y con distintas capas simultáneas de hechos. Tiene un presente cuya espesura se percibe en cotidianas turbulencias, y enlaces de libre selectividad sobre el pasado y el futuro. Quiero decir: no solo el futuro está notablemente abierto, sino que el pasado es también otra insinuación cambiante, inestable.
Su rara originalidad consiste en que promueve situaciones de transformación a la que los conservadores se oponen, y ante las que muchos transformistas se molestan. Sin decirlo explícitamente, en nueve años se ha reelaborado en el país la idea misma de obstáculo. Si se pudiera decirlo con una proposición existencial, la frase sería: el kirchnerismo nos induce a la forma de la democracia donde el aprendizaje mayor es tratar con los obstáculos que surgen no sólo del trámite corriente del duro enfrentamiento actual, sino de la inmanencia misma de la política. De ahí que podríamos redefinir la vida democrática que transcurre ante nuestros ojos en el noveno año kirchnerista como el de la formación de un saber superior al que todos nos debemos. El saber sobre las encrucijadas, la productividad del obstáculo.
25/05/12 Tiempo Argentino
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