De la Campana sacó a la calle su Resistir es vencer, segundo volumen que recopila material correspondiente a 1976 y 1977 (el rastreo ya ocupa seis tomos). Y Pueblo Heredero da a conocer en estos días su Lo que el viento (no) se llevó. Efemérides, volantes y panfletos peronistas 1943-1983, una especie de ADN comunicacional de la manera en que el movimiento dio a conocer sus actividades por fuera del circuito oficial de los medios masivos. Mientras tanto, trabaja en textos vinculados al movimiento obrero, y a una síntesis de investigaciones académicas relacionadas con la tendencia revolucionaria del peronismo, proyectada por la Universidad del Comahue.
Resistir… contiene verdaderas rarezas, aportes hasta hoy desconocidos masivamente. Por ejemplo, las directivas que los jefes de sección bajaban a los soldados montoneros referidas al uso correcto de la pastilla de cianuro (ver recuadro), reflexiones de la situación partidaria redactadas por Rodolfo Walsh dos meses antes de que enviara la Carta Abierta a la Junta, la “advertencia” dirigida al dueño de un taller mecánico barrial que arreglaba patrulleros policiales, y distintas conclusiones de José Luis Dios, después de poner la bomba en el microcine de la Subsecretaría de Planeamiento.
“Como parte de la serie Documentos, pude rescatar aproximadamente 600 registros de distintas características –explica Baschetti–, pero nunca me puse a discriminar los ‘importantes’ de los supuestamente menos trascendentes. Todos en su conjunto reflejan una época, una forma de pelear contra la dictadura, una manera de resistir. Por eso encontrás aquello de la pastilla de veneno, donde se resalta que la muerte por suicidio es el último recurso y no el primero, y cosas más voluntaristas, relacionadas con actividades juveniles en los barrios.”
–¿De dónde viene la idea de guardar todo lo que se te cruzaba?
–Cuando era chico fui un loco de las figuritas, y llenar el álbum era como una sensación de misión cumplida. Después fue una conducta que llevé a la militancia, porque siempre me pareció que eso que uno veía como papel tirado en el piso, alguna vez sería el testimonio de un momento histórico. Escuchaba la radio y para mí era otro país, con gente que según los medios había llegado para poner “el orden y la tranquilidad” contra la “subversión apátrida”. Confluyeron varias cuestiones, la militancia en la JP de Liniers, estudios en sociología, el interés por la historia, todo eso mientras me las arreglaba trabajando en la venta de termotanques y calderas. Empecé con volantes caseros, hojas mecanografiadas, afiches en mimeógrafo, material con stencil, y de repente me encontré con cajas enormes llenas de lo más insólito. Cuando cayeron imprentas grandes como la de La Plata, en el momento del secuestro de Clara Anahí Mariani, las organizaciones empezaron a usar pequeñas máquinas de iglesias y parroquias, que durante el día imprimían oraciones y textos para colectas, y durante la noche se convertían en células de la orga. Había curas tercermundistas que pasaban la llave a escondidas, y en otros casos los compañeros entraban sin que nadie se diera cuenta. Y yo juntaba. Me encontré con notas de las revistas más raras de Perú, Roma y Madrid, por ejemplo, donde muchos refugiados hacían declaraciones acerca del momento del país.
–¿También pedías?
–Sí, siempre, y los amigos no entendían para qué. En 1972 entré a trabajar en Eudeba, la editorial universitaria. En épocas de la Triple A, cuando me enteraba que alguien tenía algo, le rogaba por favor para que no lo tirara, y esperara hasta el fin de semana. Jugaba mucho al fútbol, y sábados y domingos andaba con el bolso al hombro. Combinábamos una hora, pasaba con el bolso y lo llenaba. Pero el problema era dónde meter las cosas, porque más allá de López Rega, ya desde octubre de 1975 se sabía que venía un golpe de Estado, y que la represión crecería. Entonces recurrí a una gran amiga, hija del gerente de una multinacional, que vivía en Callao y Quintana. Un lugar del que nadie sospecharía nunca, a prueba de razzias (se ríe). Le dije que necesitaba una pieza como depósito, y le aclaré que no se trataba de armas, sino de papeles. Así aguanté hasta que retornó la democracia en el ’83, y tiempo después empecé a publicar todo. El primer libro de documentos arrancó con 60 registros, y gracias a los compañeros que se acercaron después, la segunda edición mostró el doble. Así siguieron varios libros, hasta la actualidad. Conseguí registros muy extraños, desde un informe confidencial de la Marina detallando el operativo para chupar a militantes que venían para la contraofensiva, hasta una pequeña esquela de María Antonia Berger, detenida en Devoto después de la masacre de Trelew, en la que se lee de puño y letra: “Hasta la victoria siempre, las presas de Devoto.”
–En esos años, EUDEBA llegó a tener en su Directorio a Arturo Jauretche y a Rogelio García Lupo. Una época que nunca se repitió.
–Claro, pero al mismo tiempo yo sentía que estaba desperdiciando la oportunidad de aprender con esa gente, porque dependía del sector contable, que era aburridísimo. Entonces salí a la calle, me inventé una especie de cargo para inspeccionar los kioscos que la editorial tenía en varios lugares, y propuse un catálogo temático que recopilara los libros de literatura, de psicología o de historia. Fueron impulsados trabajos increíbles: La Revolución Peronista, que hablaba de Héctor Cámpora; La Batalla de Panamá de Omar Torrijos; Salvador Allende y su triunfo en Chile; la Bolivia de Juan José Torres; la movida de Juan Velasco Alvarado en Perú; los libros de Abelardo Ramos; las charlas de Rodolfo Puiggrós. Pero después, la cosa cambió. Lo nombraron a Luis Pan, que venía de la Revolución Libertadora, y lo primero que hizo fue arreglar con la Marina la quema de todas las ediciones. Pasó lo mismo con el Centro Editor de América Latina.
–¿Dimensionaste alguna vez lo que se perdió a nivel general?
–Traté, pero es muy difícil saberlo con exactitud. Me hice esa pregunta muchas veces, y el tema lo relacioné con un iceberg, del que se ve un tercio, pero que tiene una mayor parte oculta. De lo que llamo “papeles”, material de mano, documentación de las organizaciones, aportes barriales, creo que se perdió por lo menos la mitad. Pero lo que sí pudo recuperarse casi por completo fueron las publicaciones periódicas, como Militancia, El descamisado, El peronista, La causa peronista, De frente, Liberación o Puro pueblo, aquella revista de los montoneros cordobeses. Incluso se conserva toda la colección de emblemas de la derecha, como Las Bases y El Caudillo. De los cuatro boletines emitidos por las FAR, sólo existe uno. Y también se destruyó uno de los dos grandes trabajos de documentación que esa organización dio a conocer a principios de los setenta. El próximo libro de propaganda peronista es un ejemplo de las cosas que hoy están, y de lo complicado que es saber qué se extravió para siempre. Por fuera de lo que se conoce como “difusión”, grandes afiches, campañas organizadas, la vida del partido también se daba en el día a día, y en el esfuerzo que hacía la militancia en cada lugar para dar a conocer cada cosa, desde una colecta hasta una declaración por determinada cuestión. Eran volantes de calle, panfletos, muchas veces hechos a mano, caseros. Un costado que pinta lo que fue parte de esa resistencia a la dictadura. Hoy las herramientas cambiaron, se perfeccionaron con Internet y con las nuevas tecnologías, pero en los últimos años por suerte el kirchnerismo le volvió a dar sentido a aquella militancia. Néstor Kirchner fue como Walsh: los dos pelearon y murieron manteniendo una conducta, y hoy los pibes se dan cuenta, y por eso participan. No sé si alguna otra corriente por fuera del peronismo hubiera sido capaz de provocar ese fenómeno, creo que no. Tampoco tengo un peronómetro, pero si recordás cuáles son las banderas fundacionales del peronismo, justicia social, soberanía política e independencia económica, hay que ser mal tipo para no apoyar eso, ¿no?
–¿Querés decir que, por carácter transitivo, todo aquel que está de acuerdo con esas tres patas es peronista, aunque no lo sepa o no lo quiera decir?
–¡Claro! (se ríe). Pero más allá de la identidad de cada uno, lo cierto es que la dictadura quiso quebrar ese tejido social, y no pudo, entre otras cosas porque la historia reciente se está conociendo cada vez más. Es como un ADN. En cualquier momento, salta. <
Cuándo ingerir la pastilla de cianuro (*)
De: Jefe de Sección 1
A: hasta soldados
Asunto: Informe respecto de fundamentos y uso de la pastilla de veneno.
Enero 1977
Ante la resolución de ser entregada la pastilla de veneno hasta el nivel de soldados, creo conveniente aclarar algunos conceptos respecto de la concepción y uso de dicha arma defensiva.
Dicha pastilla ha provocado desviaciones en algunos compañeros.
La consigna de todo Montonero es “Resistirse hasta escapar o morir”, por lo tanto se han tomado medidas organizativas que tienden a hacer factible la primera parte de la consigna a través de la planificación de las citas, la decisión de ir armados, etc., planes de defensa de las casas, etcétera.
Por otra parte, tenemos que definir el concepto de defensa y podemos decir que existen dos tipos de defensa, la defensa activa y la defensa pasiva.
Con ella se tiende a defender al Partido en su conjunto, dado que la caída de un compañero vivo en manos del enemigo significa, además de la pérdida de este, una serie de perjuicios organizativos producto de la levantada de casas, pérdidas de infraestructuras, de trabajo político, etc., que llevan aparejado un retraso objetivo en el desarrollo de la guerra.
El amor por nuestro Partido, el deseo de preservarlo, que no es más que el deseo del triunfo de la revolución, son los elementos centrales que debe tener cada compañero al llevar la pastilla y tomar la decisión de ingerirla. La otra, la actitud egoísta de querer morir antes de sufrir las torturas y vejámenes del enemigo, sería una desviación suicida.
Es importante y fundamental para nuestra práctica diaria y más en este caso (la decisión del uso correcto de la pastilla de veneno), recordar los miles de compañeros que dieron su vida sin dudar cuál era su actitud ante el enemigo. Compañeros que todos los días caen vivos y no dicen una palabra, o compañeros que sin tener la pastilla resolvieron su combate, mediante su fortaleza ideológica, su convencimiento político y su combatividad.
(*) Documento interno de Montoneros, inédito hasta hoy.
El cura villero que también guardaba
“No tenemos que bajar hacia los pobres, tenemos que saber subir con el pueblo”, dijo una vez José María Meisegeier. Y la dictadura lo marcó como indeseable. Sin embargo, no optó por asesinarlo como sí hizo la Triple A con su amigo Carlos Mugica, durante los años en que los dos trabajaban en la Villa 31 de Retiro organizando comedores populares y campañas de educación.
El “padre Pichi”, jesuita, murió por una septicemia en diciembre pasado, y había sido el encargado de remplazar a Mugica en la parroquia Cristo Obrero, después de aquel crimen de las bandas comandadas por José López Rega.
“Yo tenía 14 años –recuerda Baschetti–, y estudiaba en el colegio del Salvador. De repente, Pichi apareció como maestrillo, una tarea que los jesuitas le daban a los sacerdotes en los colegios secundarios, para ver si tenían ‘pasta’ en el manejo de los pibes. Era un tipo callado, había nacido en la frontera entre Alemania y Polonia, y desde del primer momento me pareció alguien con la personalidad y el compromiso que demostró después. Con los años, después de la dictadura, lo volví a encontrar en una actividad barrial, y le comenté lo que hacía. Me terminó consiguiendo muchísimas cosas. Al padre José le debo varios de los documentos que pude recopilar de la propaganda peronista de ese tiempo.”
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